ANDY DAVISDecidí poner distancia y concentrarme en la mudanza para no caer en el embrujo de esos ojos negros. Damián se acercó justo cuando me disponía a levantar una caja, pero antes de que pudiera ayudarme, esta se me resbaló de las manos y los libros cayeron al suelo con un estruendo.Frustrada y agotada, con los hombros caídos y con ganas de hacer un berrinche digno de mis mellizos, me resigné a levantar todo. Nos agachamos al mismo tiempo para recogerlos y nuestras manos se rozaron. ¡Era ese mismo maldito cliché! Ese roce sutil, ese momento donde el aire se electrifica, donde nuestras miradas se encuentran para intentar dar sentido a lo que está pasando en nuestros cuerpos y comprender por qué nuestra piel arde de esa manera.Entonces Damián tomó uno de los libros y lo revisó, formando una sonrisa en su rostro. —De feroz pantera a ratón de biblioteca —susurró con gracia y cuando volteó hacia mí, me sonrojé, pero intenté disimularlo mientras le arrebataba el libro.—Soy estudios
DAMIÁN ASHFORDInstalar a Andy y a los niños en el «chalet» había sido un movimiento calculado para estar más cerca de ellos, pero también un salto de fe. Todo lo que había hecho hasta ahora tenía un solo propósito: demostrarle a Andy que mis intenciones eran reales. Ahora, observando cómo los mellizos corrían por la sala, riendo y gritando de alegría, no podía evitar sentir que el esfuerzo había valido la pena.León y Victoria estaban en su elemento. Subían y bajaban las escaleras, se escondían detrás de los sofás y trazaban caminos invisibles en el jardín. De un momento a otro el lugar pasó de estar deshabitado a estar cubierto de peluches y juguetes, así como de risas y una extraña sensación de calma dentro de
DAMIÁN ASHFORDEl auto negro, el taxi ejecutivo que había enviado por Camille, se detuvo frente al «chalet», y mi corazón dio un vuelco cuando la vi descender. Recordé cuando entré a la habitación y ella no estaba, pero sus cosas seguían ahí. No había ni una nota, ni un mensaje, simplemente había desaparecido, y sus planes de recuperar lo que a ella le pertenecía de la herencia y alejarse, retumbaron en mi cabeza. Creí que eso era lo que estaba haciendo, hasta que vi unos pétalos en el piso. En ningún momento habíamos tenido flores en el lugar. Además, no parecían pertenecer a cualquier flor, sino a una clase de rosas de un rojo muy oscuro. Esa era la única pieza que no encajaba.Desde el primer vistazo, supe que algo no estaba bien. Había una sombra en los ojos de Camille que no había visto antes. Caminaba con la cabeza gacha, arrastrando su maleta por el camino de piedra como si fuera un peso mucho más grande del que podía cargar. Mi corazón se estrujó de manera dolorosa, como si
ANDY DAVISEntrar al bufete fue como caminar directo a la boca del lobo. Todo estaba patas arriba: papeles desordenados, empleados con expresiones tensas y murmullos de conversaciones que cesaban apenas me acercaba. Cada mirada furtiva me recordaba que el escándalo de Bastián había caído sobre mí como una nube oscura.Me parecía injusto que yo también tuviera que pagar de cierta forma lo que él había hecho.El caos era palpable, y a medida que avanzaba entre los escritorios, la presión en mi pecho se intensificaba. La noticia de que el juez Monroy había delegado nuestros casos en otros bufetes cayó sobre mí como una losa. Era injusto, pero ¿qué podía hacer? No había marcha atrás. Solo podía ver el cao
ANDY DAVISCuando llegamos al «chalet», lo primero que vi fue a una mujer sentada en el comedor. Su cabello rojo brillaba bajo la luz y usaba un traje sastre ajustado que dejaba poco a la imaginación. Tenía la pinta de esas secretarias sexys que solo quieren seducir al jefe. No sabía quién era, pero la familiaridad con la que miró a Damián me hizo sentir una punzada de celos. En verdad sus ojos se iluminaron en cuanto él rebasó la puerta y una enorme sonrisa se dibujó en sus labios rojos, mostrando una hilera de dientes blancos bien alineados.—Sophie —saludó Damián manteniendo su tono neutral y profesional.La pelirroja se levantó con un movimiento elegante y cruzó la habitación hasta situarse muy cerca de &eac
DAMIÁN ASHFORDLa noche había caído en un manto de tranquilidad sobre el «chalet» después de lo que había ocurrido con Sophie, pero mi interior era cualquier cosa menos sereno. Andy servía el vino con aparente tranquilidad, sus nudillos estaban enrojecidos y su semblante era tranquilo, pero por dentro tenía miedo de que las palabras de esa abogada hubieran fracturado lo que tanto me había costado comenzar a forjar con Andy. Necesitaba aclarar lo que había pasado con Sophie, pero más que eso, necesitaba que ella supiera lo que significaba para mí.Con una sonrisa, Andy me ofreció una copa y caminó hacia el sofá frente a la chimenea. Se veía hermosa en la penumbra y me negaba a perderla solo por una cuestión del pasado. Tomé la botella, decidiendo que nece
DAMIÁN ASHFORDEsperaba a Andy desde hacía más de una hora. El almuerzo que había pedido se estaba enfriando en la mesa, la botella de vino abierta, las copas servidas… todo estaba listo para cuando ella llegara, pero no aparecía, y el silencio del «chalet» me estaba comiendo vivo.Aunque habíamos decidido ir despacio, también habíamos aceptado hablar con los niños para explicarles que mamá y papá comenzarían una relación. Era una sorpresa, pero tanto Andy como los mellizos no llegaban y comencé a sentirme ansioso. La había llamado un par de veces, pero el teléfono siempre saltaba directo al buzón. No respondía. ¿Debía empezar a preocuparme?Exhalé un suspiro pesado, apoyando las manos en la encimera mientras trataba de calmar la ansiedad que me mordía por dentro. ¿Y si había cambiado de opinión? ¿Y si después de nuestra noche juntos había decidido que no estaba lista? Tal vez yo me había dejado llevar demasiado… tal vez todavía tenía dudas.La incertidumbre me retorcía el pecho. Sab
ANDY DAVISEl «chalet» estaba en silencio cuando llegué. Abrí la puerta con cuidado, intentando no hacer ruido. Me sentía abrumada, cansada. Dejé las llaves sobre la mesita de entrada y me quedé quieta un segundo, escuchando. El olor de la comida me llegó enseguida, suave y delicioso. Todo estaba preparado: un mantel blanco impecable, dos copas de vino, una botella abierta… y la comida servida en los platos, enfriándose.Mordí mi labio, sintiendo una punzada de culpa. Había llegado tarde.Busqué a Damián con la mirada, estaba escurrido en el sofá, profundamente dormido, con la cabeza recargada en el respaldo y los labios entreabiertos mientras sus cabellos rubios colgaban. Su teléfono todavía estaba en su mano. Parecía que había estado esperando hasta que el cansancio lo venció.Me acerqué despacio, sin hacer ruido, y lo observé con atención.Incluso dormido, era impresionante. Había algo en su rostro que siempre me cautivaba, algo que iba más allá de su belleza masculina. Era la form