DAMIÁN ASHFORDLa noticia de que Andy y Bastián habían adelantado la boda solo fue la cereza sobre el pastel, pues toda la semana después de esa noche en el «chalet» fue como si Andy solo estuviera concentrada en evitarme a toda costa. Como si lo que habíamos vivido no significara nada.Eso no encajaba. Nos habíamos amado toda la noche y pensé que estábamos en la misma sintonía, que ella ambicionaba lo mismo que yo, que por fin aceptaba que lo que sentíamos por el otro no podía seguirse negando y que podríamos mezclar nuestras vidas y tener la familia que deseábamos.Pero aquí estaba, afuera de las puertas del evento, con la rabia fluyendo por mis venas, caminando de un lado para otro preguntándome qué fue lo que hice mal y de qué manera irrumpir en ese maldito lugar para exigir respuestas y salir con lo que era mío. Lo medité más de lo necesario. ¿Interrumpir la boda era realmente lo correcto? ¿O estaba siendo egoísta imponiendo mi voluntad sobre la suya? Tal vez Andy quería esa vid
DAMIÁN ASHFORDDe pronto sentí un tirón en la manga. Camille estaba medio encima de mí, intentando ver mejor la escena, cuando noté a los mellizos sentados a su lado, con los pies balanceándose tranquilamente.Ambos, tanto Camille como yo, los vimos fijamente con atención y algo de sorpresa.—Mami nos dijo que nos quedáramos calladitos aquí atrás —explicó León con un resoplido de aburrimiento.Victoria miró a Camille y luego me miró a mí, al principio confundida, como si estuviera armando un rompecabezas. Sus ojos se iluminaron con una conclusión demasiado lógica para un niño.—Ustedes parecen
DAMIÁN ASHFORDEl cuerpo inerte de Bastián yacía a mis pies, un patético recordatorio de la farsa que había construido. Andy se inclinó con frialdad, despojándose del anillo de compromiso y dejándolo caer sobre el pecho de aquel imbécil. Fue un gesto simple, pero cargado de la fuerza de su desprecio.—Un hombre como él no vale ni una sola lágrima… —susurró Andy tomando de la mano a Rachel, quien había dejado de llorar y ahora tenía la mirada cargada de una profunda y tranquila tristeza.Cuando la jovencita se quitó su anillo y lo dejó sobre el pecho de Bastián, este tuvo un breve momento de lucidez, tomando la muñeca de Rachel para mantenerla cerca.
CAMILLE ASHFORDEntré a la habitación con el peso de la noche sobre mis hombros. La imagen de Damián mirando a Andy con tanta devoción seguía clavada en mi mente, como un eco de algo que yo jamás había tenido y, aunque lo negara, siempre había deseado. Recordé a mi padre y cómo solía mirar a mi madre, con esos pequeños gestos que solo ahora entendía como amor genuino. O tal vez solo era una farsa bien ensayada, como todo en nuestras vidas. Fuera lo que fuera, me encontré con una punzada de anhelo absurdo.¿Qué se sentía ser mirada de esa forma, ser deseada no solo con el cuerpo, sino con el alma?Suspiré y di un paso hacia el interior. La habitación se sentía tan vacía, incluso má
CAMILLE ASHFORDEl suave roce del lino contra mi piel adormecida fue lo primero que sentí. Abrí los ojos con dificultad, sintiéndome aún mareada, era como si mis párpados hubieran sido pegados. La habitación estaba en penumbras, pero el aroma familiar me despertó antes que la conciencia: esa mezcla oscura y refinada de madera, cuero y algo especiado que me hacía estremecer sin saber por qué. Era su loción.Parpadeé lentamente, aún sumida en la neblina del sopor, y me removí en la cama. Mi cuerpo pesaba como si me hubieran arrojado una manta invisible que me impedía moverme con soltura. Entonces lo vi.Mi Benefactor estaba sentado con la espalda recta en un sillón de cuero en la esquina de la habitación, con sus ojos ocultos tras esas gafas oscuras que nunca se quitaba, sentía su mirada clavada en mí con la intensidad de un cuchillo rozando mi piel.El aire se volvió más denso. Cada fibra de mi ser gritaba que debía huir de allí, pero ni siquiera tenía fuerzas para levantarme de la cam
CAMILLE ASHFORDEl sonido de la puerta cerrándose tras él aún resonaba en la habitación cuando sentí que mis piernas por fin cedían. Me dejé caer en la cama con el corazón martillándome el pecho. Lucien Blackwell. El nombre seguía reverberando en mi mente, cargado de promesas oscuras y amenazas veladas.—¡¿Por qué?! ¡¿Qué hice?! —por fin pude levantar la voz, pero era tarde, él ya no estaba para escucharme—. Yo no hice nada. »No quiero ser tuya. El pensamiento me quemaba como un hierro al rojo vivo, pero no tuve tiempo de procesarlo. Apenas me había acomodado cuando dos mujeres irrumpieron en la habitación. Ambas llevaban uniformes oscuros y modales rígidos.—Levántate —dijo la mayor de ellas, sin siquiera mirarme a los ojos.La más joven, en cambio, me lanzó una mirada compasiva mientras me ayudaba a ponerme en pie. Sus dedos eran suaves pero firmes, como si supiera que me temblaban las piernas.—Tienes que bañarte y prepararte antes de que regrese, señorita —susurró mientras me co
ANDY DAVISBastián fue arrestado, el juez Monroy ni siquiera le dio oportunidad de poner un pie fuera del salón cuando ya estaba esposado y entrando a una patrulla. Creí que ahí acabaría todo y que era el inicio de mi paz, pero… no fue así. —Lo lamento, pero el bufete se tendrá que… «congelar» por tiempo indefinido —soltó el juez aparentemente apenado.—¿Cómo? —pregunté tragando saliva con la garganta seca, entonces sacó de entre sus ropas un sobre manila que me ofreció con pesar. —Solicité una auditoría… Quiero saber de dónde salió cada centavo y donde fue a parar. Quiero comprobar que Bastián no solo jugó con ustedes, sino que tal vez estuvo involucrado en alguna malversación de fondos o algún caso ilegal —agregó el juez con esa actitud ceremoniosa. —Quiere hundirlo, encontrar hasta el mínimo motivo para destrozarlo —respondí entre dientes y entornando los ojos—. Aunque eso signifique congelar mi vida también. —Puedes apelar mi orden, si eso es lo que deseas —agregó sabiendo que
ANDY DAVISDecidí poner distancia y concentrarme en la mudanza para no caer en el embrujo de esos ojos negros. Damián se acercó justo cuando me disponía a levantar una caja, pero antes de que pudiera ayudarme, esta se me resbaló de las manos y los libros cayeron al suelo con un estruendo.Frustrada y agotada, con los hombros caídos y con ganas de hacer un berrinche digno de mis mellizos, me resigné a levantar todo. Nos agachamos al mismo tiempo para recogerlos y nuestras manos se rozaron. ¡Era ese mismo maldito cliché! Ese roce sutil, ese momento donde el aire se electrifica, donde nuestras miradas se encuentran para intentar dar sentido a lo que está pasando en nuestros cuerpos y comprender por qué nuestra piel arde de esa manera.Entonces Damián tomó uno de los libros y lo revisó, formando una sonrisa en su rostro. —De feroz pantera a ratón de biblioteca —susurró con gracia y cuando volteó hacia mí, me sonrojé, pero intenté disimularlo mientras le arrebataba el libro.—Soy estudios