Otro día de indiferencia.

POV DE EYLIN.

Con un nudo en la garganta y controlando todo el dolor que embargaba mi corazón, tomo mi lugar y empiezo a ayudar en las consultas médicas. Leo el nombre del primer niño, abro la puerta y lo llamo con una sonrisa. La madre se levanta cargándole en los brazos. Cuando los veo venir me giro, camino hacia la camilla donde se recostará al pequeño, ignorando completamente al hombre del escritorio.

Él está sentado en su asiento, al momento que la señora ingresa le sugiriere se acomode en la silla, le hace un par de preguntas y, cuando termina levanta la mirada indicándole acomode al pequeño en la camilla que ya he preparado.

—Hola, pequeño —le hace unas caricias y, aquel chiquitín muestra sus dos dientes, tendrá unos cuatro meses y ya tiene unos preciosos dientes. Estoy concentrada observando la sonrisa del niño cuando se dirige a mí— Señorita Mancini, venga por este lado —con las piernas temblando y el corazón acelerado me paro a su lado. Retengo el aire mientras me daba indicaciones de como tocar al niño para revisarlo, como realizar los masajes para el abdomen inflamado del pequeño.

Miro sus perfectas manos moverse en la pequeña barriguita, también como le sonríe y le hace muecas para que el chiquitín esté calmado.

Tras esa revisión se vuelve a su escritorio. Al girarse le doy paso sin mirarlo a ver. Se acomoda en el escritorio y yo a un lado de este, empieza a dictarme la receta y para qué sirve cada uno de los jarabes, la hora y los días que debe aplicarle.

Sin perder tiempo voy por otro paciente. Mientras más tenga la mente ocupada, mejor será. Así aplaco estas ganas internas de echarme a llorar o salir corriendo y dejar las lágrimas fluir mientas corro por las calles.

Cuando las consultas se terminan acomodo cada uno de los expedientes. Siento su mirada caer en mi espalda. Quizás sea idea mía de que me está mirando, pero puedo sentir el frio desbordarse por mi espalda, atravesando mi columna vertebral.

—Es hora de almuerzo, puede ir a almorzar —sugiere.

Miro la hora en mi mano y, aun no es hora de almuerzo, pero aun así salgo. Salgo porque siento que si paso un momento más ahí no podría soportarlo y terminaré recriminando su actuar.

Carajo. Como es que duele tanto, como es que parece derrumbarse el mundo cuando ese hombre al que admirabas e idolatrabas, termina mostrándose frio y cruel después de pasar una noche sensacional.

Salgo y corro al baño, me encierro en uno y cubro mi boca. Lloro, lloro sin detenerme, reteniendo el sollozo fuerte para que a fuera no me oigan.

Estoy ahí, varios minutos, dándome ánimos así misma, sin culpar a nadie más, porque soy la principal responsable de lo que pasó. Yo quise, yo lo busqué, yo anhelé que llegara ese momento. Aunque si soy sincera, quería hacerlo con él amándome.

Si te da un beso le gusta ¿No?

Sonrío por lo ingenua y estúpida que soy. Como se me ocurre que le gusto, si me ha mostrado indiferencia desde que lo conocí. Antes me trataba como una pasante, ahora como un error, el peor error de su vida.

Salgo del baño, enjuago mi rostro hasta que no quede rastro de lágrimas. Aunque mis ojos me delatan ya que están enrojecidos.

Salgo del baño, evitando el contacto directo con los doctores enfermeros y demás personal. Llega al restaurant cercano del hospital donde casi todos los médicos almuerza, pero ahora mismo no hay nadie y eso se debe a que aun no es hora de almuerzo.

Pido algo de comer, mientras espero coloco los audífonos para escuchar música. La música de Ricardo Arjona: como duele, rueda en mi celular. Aquello me saca un suspiro.

“Duele, quererte tanto. Fingir que todo está perfecto mientras duele”.

Duele, y mucho. Demasiado, tanto que siente el corazón quemándose. Un medio recuerdo provoca avalancha de lágrimas.

Dejo de escuchar música y llamo a Esme. Ella siempre contesta mis llamadas, mi gemela nunca me ignora.

—¿Cómo está mi bebé?

—Esme, no me digas así.

—Eres mi bebé, mi pequeñita, mi cosita preciosa —sonrío por sus clásicas palabras. Parpadeo para que las lágrimas no caigan— Mírame Eylin —no, no iba a mirarla, se daría cuenta— ¿Has llorado hermosa?

—Tengo que dejarte, debo regresar a las prácticas —le lanzo besos amorosos y corto la llamada. Como con un nudo en la garganta. La comida rueda a fuerza. No logro comer más de dos bocados, dejo el plato y me levanto.

Cuando estoy regresando me encuentro con la madre de él. Se, puedo verlo en sus ojos. Me odia, me desprecia por lo sucedido con su hija— Tú ¿Vienes a holgazanear? —quiero defenderme de su acusación, pero no me lo permite.

—El Doctor Kaya me envió al almuerzo…

—¿Te envió? Mi hijo es el último en salir del consultorio y dices que te envió. No seas mentirosa, acepta que no te interesa aprender y solo estás aquí para pasar el tiempo.

—Si usted lo dice, así ha de ser —digo y me voy. Cuando paso por su lado me detiene del brazo.

—Puedo lograr que te saquen. Si vuelves a responderme de esa forma, te aseguro que el siguiente día no podrás entrar.

Suelta mi brazo, se va dejándome más destrozada que antes. Parpadeo para evitar que las rebeldes lágrimas caigan. Joder, porque carajos me vine a meter aquí, sobre todo, con esa familia.

Regreso al consultorio, lo encuentro vació, leo la nota que está en el escritorio, son indicaciones que me ha dejado. Parece que ha ingresado a una cirugía emergente de un niño.

Salgo dejando todo ordenado como el doctor me lo pidió. A fuera espera Tito por mí. Subo a su coche, pierdo la mirada en la ventana para que no vea mis ojos hinchados o irritados.

—¿Todo bien? —asiento. Escucho su suspiro y dice— El del restaurant me dijo como te trató la doctora.

—Solo me dijo la verdad. Hoy pasé holgazaneando.

—¿Por qué siempre justificas el trato de esa doctora hacia ti? No tiene por qué tratarte así, hablaré con mi tío para que la ponga en su sitio…

—Si haces eso me odiará más.

—Pero Lin —le miro y achica los ojos— Te ha hecho hasta llorar —si supieras que no fue por eso por lo que lloré.

—Por favor, solo olvida eso. Ella simplemente esta herida por la situación de su hija —suspiro. Sé que no soy culpable de aquello, pero si se siente bien descargando su indignación en mí, que lo haga. Su hijo me ha destrozado el corazón y, no me importa nada.

Llego a casa, saludo a mi madre y excusándome de que tengo mucha tarea subo a la habitación. me lanzo en la cama, escribo en mi diario y luego me quedo dormida. Al abrir los ojos ya es de noche, no he hecho la tarea, no he hecho nada de lo que debo presentar mañana.

Me levanto, pero vuelvo a caer a la cama. No tengo ganas de hacer nada absolutamente nada. Mis ánimos suben cuando Esme me llama— Corazón ¿estás bien? Mamá me dijo que dormías, por eso no te llamé antes.

—Estoy bien, con un poco de vaguería, pero bien —suspiro.

—Porque no enciendes la luz para verte mejor.

Mientras enciendo la luz escucho la voz de un hombre al otro lado, luego a Esme riendo por quien sabe que le hará— ¿Esme? ¿Estás con alguien? —me hace seña con el dedo de que no hable muy duro—. Tú ¿Ya tienes esposo?

—Novio, cariño.

—Tan pronto.

—¿Pronto? Ya tengo más de tres meses aquí.

Hablo con mi hermana sobre la relación que está llevando, no corto la llamada ni cuando voy al comedor. Mientras como sonrió con mi loca hermana. Al momento que llega mi padre corto la llamada porque no le gusta que hable en el comedor, menos si es con Esme. Eduany Mancini está enojado con su hija, la llama, la hija pródiga, la que algún día tendrá que regresar arrepentida por habernos abandonado.

Cuando subo a la habitación y me coloco el pijama me llega un mensaje. Al ver de quien es mi corazón se acelera.

«Lo siento. Siento haberme comportado así. espero mañana podamos hablar de aquello. Que tengas un dulce sueño»

No le respondo, lo dejo en visto porque ese mensaje fue un saludo y una despedida. Sé que no espera respuesta, me dejó claro todo en un solo mensaje. Mañana, mañana hablaremos de aquello. Así se llama, aquello.

Por mi estado emocional decido cambiar las horas de pediatría por las de otra área, pero me las niegan. Dicen que debo cumplir como está estipulado y así se debe hacer ya que, no somos los únicos que hacemos prácticas. Hay más estudiantes y todas las áreas están completadas así que, debo aguantarme mi dolor delante del doctor Kaya toda la semana.

Toco la puerta de su consultorio, se escucha su gruesa voz. Al abrir la puerta lo encuentro con una paciente—. Buenos días doctor —asiente. Saludo también a la pareja y me preparo para ayudar.

Otra vez estos nervios, otra vez esos recuerdos, me hacen perder por un momento la cabeza— Señorita Mancini, escuchó lo que dije —negué. Era imposible concentrarse. Ya solos me pide tome asiento delante de él y, al hacerlo cierra los ojos y suspira. No los abre, no habla, es como si tuviera un gran cargo de conciencia.

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