—¿Ya has pensado lo que te dije de cambiar de asistente? —me cuestiona Greta en cuanto cierra la puerta de mi oficina—. El otro día se portó muy grosera conmigo —se queja con un mohín.—Ya te lo había dicho, no puedo despedirla por qué está embarazada y, además, es muy eficiente —la defiendo con el ceño fruncido.No deseo confesarle que no quiero prescindir de ella por la simple razón de que no soportaría ya no verla todos los días, aunque nos la pasemos discutiendo esa necesidad de tenerla cerca de mí, es lo que hace levantarme cada mañana desde hace tres años.Me acomodo en mi silla en espera de que entre mi asistente para enumerarme los pendientes que tenemos, cuando en su lugar aparece mi tío y por la mueca de desagrado que cruza su rostro estoy seguro de que tendremos una gran discusión.Cuando termina mi discusión con mi tío, abrazo a Greta y decido que es mejor llevarla de regreso a su casa, ella no merece sufrir el desprecio de mi tío, ya ha sufrido bastante durante todos esto
Conforme nos acercamos escucho un cuchicheo y solo hasta que estamos lo suficientemente cerca es que por fin entiendo lo que dicen, y debido a la impresión me quedo sin habla. Greta interviene en nuestra discusión, exigiéndole que se disculpe, debido a lo que mencionó de ella y nuestro hijo, sin embargo, mi asistente comienza a gritar frente a los pocos empleados que se encuentran en este piso cosas como que Greta es una mujer fácil y que cuando yo era nadie ella me abandonó por irse con su amante. Veo como toma sus cosas y sin poder moverme de mi lugar debido a que aún estoy en shock se marcha de la agencia. —¿No piensas hacer algo? —me reclama Greta, sacándome de mi ensimismamiento, no obstante, ignoro su comentario y sigo de largo hasta meterme a mi oficina—. ¿Acaso no me escuchaste? —insiste, levantando la voz. —¡Márchate, Greta! No quiero hablar contigo en este momento. —Pero tú me pediste vernos. —Sí, y más tarde arreglaremos un asunto tú y yo. De momento no quiero verte, q
Subo al auto y cuando Paolo observa lo que sostengo entre mis manos dirige su mirada hacia el condominio donde vive Reyyan. —¿Y Reyyan, no viene con usted? —No. —¿Por qué? Todas esas cosas son de su bebé, yo pensé… —Vamos al aeropuerto —dado que Paolo sigue sin moverse, lo apremio con un gruñido—. Iremos a buscar a Reyyan, al parecer se marchó. —Pero no creo que la alcancemos —me contradice con una pequeña mueca. —Menos la alcanzaremos si no te das prisa. Paolo se acomoda en su asiento y enciende el motor para ir a donde le indique. Gracias a que ha dejado de llover, llegamos bastante rápido al aeropuerto y sin saber por dónde comenzar, corro por casi todo el maldito lugar, sintiendo como el miedo de perderlos me inunda con cada segundo que pasa. Después de lo que me parecen horas, Paolo se acerca a mí y me obliga a detenerme. —Se ha ido, jefe. Además, es imposible que la encuentre en un lugar tan grande. —Ellos no pudieron irse, ella no pudo… Paolo me toma del hombro y sin
—En realidad su familia es de… —Lo siento Paolo, pero en este momento lo que más deseo es volar hacia Estados Unidos y traer de regreso a Reyyan y mi bebé. Quiero que vayamos a la casa para preparar una pequeña maleta. Llegamos a la casa y después de pedirle a Casandra que me ayude con mi maleta, tomo todos mis documentos y me despido de mi ama de llaves, no sin antes pedirle que haga los arreglos necesarios en mi habitación para que cuando Reyyan regrese conmigo pueda instalarse sin problemas. Vuelvo a salir junto con Paolo hacia el aeropuerto y por suerte de camino a mi casa di indicaciones de que tuviesen listo el avión, que en muy raras ocasiones usa mi tío para algún viaje de negocios, por lo que cuando llegamos ya todo está listo y puedo abordar sin problemas. Después de varias horas de vuelo llegamos a nuestro destino y aunque quisiera ir a buscar a Reyyan en este momento, lo cierto es que ahora ella debe de estar durmiendo. Sin más remedio tomo mis cosas y subo al auto que
Después de la visita de mi exjefe, postergo mi salida para el día siguiente, dado que ahora que sabe que mi papá es alguien importante, dudo insista en hablar conmigo, al menos por algunos días. Aun contra la voluntad de mis padres, salgo sola y como es seguro que ya nadie me recuerde después de tantos años alejada de mi país, me dirijo a un centro comercial para comprar cosas para mi bebé. Visito un sinfín de tiendas de donde salgo con mis compras y decido caminar un poco por esas enormes calles que ya no recordaba. Por ir observando todo a mi paso no me percato de que un auto me viene siguiendo y solo soy consciente de ello cuando por el rabillo del ojo lo veo detenerse cuando me paro a comprar una rosquilla de brownie. La guardo en mi bolso y comienzo a caminar tan rápido como puedo, temerosa de que alguien desee hacernos daños. Y al momento mis pensamientos me juegan una mala pasada al recordarme encerrada y amordazada durante semanas en una oscura habitación; sin poder moverme o
Cuando termina su llamada me acerco tanto a ella que puedo sentir el calor que desprende su cuerpo y aunque intenta alejarme le es imposible. —¿Sabes qué recordé Reyyan? —inquiero encerrándola entre la puerta y mis brazos; y con cada palabra que pronuncio mis labios casi rozan los suyos debido a nuestra cercanía. —¿Tomar sus pastillas para el Alzheimer? —pregunta esquivando mis labios, los cuales estaban listos para volver a probar los suyos. —Es lo que más te gustaría en este momento, pero no, recuerdo la noche que procreamos a este bebé —respondo, acariciando su vientre, dónde nuestro bebé da una pequeña patadita, al instante sonrío y me pongo en cuclillas pegando mis labios a su barriguita y dejo un pequeño beso—. Vaya, creo que este pequeñín también está emocionado de saber que papá ha venido por ustedes —musito emocionado de sentirlo por primera vez. —Lo que yo creo es que es mi bebé —contraataca haciendo énfasis en sus últimas palabras—, tiene hambre, está cansado y asustado
Los siguientes días, mis padres me llaman todos los días para saber si Alexandros nos trata bien y aunque me pese decirlo, lo cierto es que ese primogénito de Satanás que solía ser en la oficina ha desaparecido. Es como si fuesen dos personas completamente distintas y ahora solo existiese una persona amable y empalagosa, que se la pasa llamándome a cada rato para saber si estamos bien o que por las noches no deja de abrazarme. —¿Por qué no sales de casa? —me cuestiona un día por la mañana cuando nos encontramos desayunando—. No estás encerrada en esta casa, ya tiene casi una semana que volvimos de con tus padres y me han dicho que te la pasas en tu habitación o en el jardín. —¿Puedo ir a dónde yo quiera? —inquiero con rencor. —Sí, pero eso no incluye volver a Estados Unidos —sentencia con una pequeña sonrisa. —Entonces no deseo salir. —¡Por Dios, Reyyan! Puedes ir y visitar a Gianluca, comprar cosas para el bebé, comenzar a pensar en la decoración de su habitación. Estamos a pocos
—Si no quieres decirme no hay problema —musita después de algunos segundos en los que yo he permanecido en silencio. —Hace algunos años, cuando papá deseaba que alguno de sus hijos siguiese sus pasos en cuanto a la política, decidí darle gusto y estudiar Ciencias Políticas, dado que no me desagradaba, no fue ningún sacrificio para mí. Mi papá estaba feliz y yo también lo era. »Al poco tiempo de iniciar mis estudios conocí a un chico, nos hicimos amigos y con el tiempo nos convertimos en novios. Yo lo amaba demasiado, tanto que estaba segura de que algún día nos casaríamos, además, mis padres lo adoraban, así que era más que bien recibido en mi casa. »Te puedo asegurar que era el novio perfecto y el yerno que cualquier padre desearía. No sé durante cuánto tiempo lo planeo, solo sé que un día, mientras viajaba con el rumbo a la casa de mis padres en Los Hamptons, una docena de camionetas nos cerraron el paso. De ellas se bajaron hombres armados y sin dejar de apuntarnos, rompieron los