Arzobispo y cura
Los siguientes días, mis padres me llaman todos los días para saber si Alexandros nos trata bien y aunque me pese decirlo, lo cierto es que ese primogénito de Satanás que solía ser en la oficina ha desaparecido. Es como si fuesen dos personas completamente distintas y ahora solo existiese una persona amable y empalagosa, que se la pasa llamándome a cada rato para saber si estamos bien o que por las noches no deja de abrazarme.

—¿Por qué no sales de casa? —me cuestiona un día por la mañana cuando nos encontramos desayunando—. No estás encerrada en esta casa, ya tiene casi una semana que volvimos de con tus padres y me han dicho que te la pasas en tu habitación o en el jardín.

—¿Puedo ir a dónde yo quiera? —inquiero con rencor.

—Sí, pero eso no incluye volver a Estados Unidos —sentencia con una pequeña sonrisa.

—Entonces no deseo salir.

—¡Por Dios, Reyyan! Puedes ir y visitar a Gianluca, comprar cosas para el bebé, comenzar a pensar en la decoración de su habitación. Estamos a pocos
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