—Debe culparme por lo que ocurrió, y no me excuso —la voz de Harper irrumpió en la estancia. Keyla levantó la vista desde el sillón en el que se había acomodado, sus dedos acariciaban levemente la tela del reposabrazos.—No me conoces y no actúes como que lo haces —exclamó la nutricionista colocando la barbilla sobre sus dedos. Los ojos de Harper neutralizaban con ese tono, pero a Keyla el efecto no la golpeaba, no cuándo estaba acostumbrada a ver cosas que otros veían en pesadillas—. No culpo a nadie de nada. Excepto a los verdaderos responsables de cada situación.Harper sostuvo su mirada, buscando la hipocresía habitual con la que la gente la trataba, la condescendencia velada con la que siempre la abordaban. Pero en Keyla no había ni rastro de eso. Su rostro era una pared firme, sin grietas.Antes la había destruido, ahora confiaba en que vería a su hijo mayor de nuevo. —Las cosas que crees que conoces no son de esa manera —intervino, entonces, la madre de Mateo. Su tono era mes
El mexicano, el hombre del otro lado de la línea soltó una risa breve, seca. Colgó sus dedos del chaleco antibalas que se quitaba y devolvió a su reptil a su jaula. —¿Y qué te hace pensar que tengo avión privado o que soy un coyote de lujo?—No me importa cómo lo hagas— gruñó Mateo, avanzando entre las sombras de un callejón, evitando las luces de la avenida—. Pero si aceptas, pago el precio que digas. Eres una de las opciones, no la única. El silencio se prolongó en la línea, solo se escuchaba el siseo sutil de la serpiente entre los dedos del mexicano.—Mira, cabrón, normalmente no hago favores sin saber qué hay para mí en la jugada— admitió al fin—. Pero si eres el Mateo Crown que recuerdo, entonces esto cómo que se pone interesante.Mateo se detuvo, apretando los dientes con el agotamiento la tensión en su herida se volvía peor. —Dime qué necesitas y te lo daré cuando pise suelo seguro— aseguró Mateo.—¿Palabra de Crown?— cuestionó el Coloso.—Palabra de Crown.El hombre sonri
—No es una fuente confiable, pero lo abordaremos en el club. Ahí no será extraño— mencionó Sara hacia su amiga. —Con tantos ojos sobre nosotros, es mejor seguir lo que ya se había planeado. —¿No pueden quedarse lejos? Pero si eso es verdad, yo misma la uso como madera para mi chimenea— contestó Keyla. —Ha habido tantas bodas, que quiero pensar que esta es solo coincidencia. Así cómo la de la bailarina, Phiama creo que se llama. —Concentrada en una a la vez— Harper escuchó las voces cada vez más lejanas. Mientras su cabeza aún analizaba lo que había escuchado. Le hacía ruido tal cosa. Coincidencias. Sí, claro. Con Phiama no existía la definición de coincidencia. Ella las creaba. No estaba autorizada en ponerse de pie siquiera, pero no pensaba solo escuchar, opinar y no actuar. Estaba sola, pero también tomaba mejores decisiones de esa manera. Harper cerró su abrigo y ajustó la coleta, caminando con lentitud fuera de la habitación de esa casa, donde había permanecido esas horas.S
Uno de los pandilleros chasqueó la lengua y miró al de la nariz rota. —El mexicano dijo que vendría— dijo hacia los otros. Hubo un momento de duda, pero luego, un tipo con una cicatriz en la mejilla y un cigarro colgando de los labios, inclinó la cabeza. Salió de entre todos y lo reparó de pies a cabeza, acercándose aún más. —Está bien. Bajen las armas. Nadie lo hizo de inmediato, pero después de unos segundos, las bocas de los cañones se alejaron de Mateo, aunque las miradas desconfiadas seguían fijas en él. El hombre del cigarro le hizo una seña con la cabeza. —Sígueme. Tienes un lugar aquí. Sin decir una palabra más, Mateo avanzó tras él, sintiendo aún la tensión en el aire. Sabía que estos tipos lo aceptarían por ahora, pero en cuanto bajara la guardia, las posibilidades aumentaban y empeoraban. Con cada paso sólo podía confirmar que el desorden era parte de sus talentos. Aunque al llegar al tercer nivel las habitaciones se volvían individuales y contaban con lo
Harper no sabía qué sucedía. No entendía qué pasaba. El aturdimiento era demasiado para comprender la situación. Solo veía la sangre de su esposo derramada en el suelo. Dos balas, una en el pecho y otra en la frente. Sus manos temblorosas envueltas en el mismo líquido la hicieron perder la noción de su entorno. Las pastillas para dormir que tomaba cada noche habían funcionado demasiado bien en esa ocasión, porque no escuchó los disparos. —Fue él. Fue Mateo Crown quien lo hizo —le dijo su suegro con la voz rota—. Lo mató porque no cedió a sus órdenes. Lo mató porque no aceptamos su dominio sobre nuestras vidas. No sabía quién era Mateo Crown. No entendía nada de lo que Lorcan decía. Sólo comprendió que habían matado a su esposo. Solo entendió que Mateo Crown había masacrado a casi todo un clan. La había convertido en una viuda. No amaba a su esposo, pero él la había mantenido segura de todos en ese lugar, y ahora estaba a la deriva. En el funeral de Orvyn Bohemond, solo
El mundo de Harper se tambaleó. ¿Casarse con el asesino de su esposo? La idea era repugnante, pero antes de que pudiera protestar, su suegro continuó. —Como comprenderás, no puedo arriesgarme a que vuelva a atacarnos —suspiró vertiendo un poco de su licor en un vaso—. Tú ya entiendes este tipo de negocios y eres en quien más puedo confiar para que haga bien su trabajo. Salvarnos. Su hipocresía no tenía fin. —Tienes hijas —le hizo ver cuando recuperó el habla. —Seré sincero —Lorcan se sentó cruzando una pierna sobre la otra—. Sabes la fama que esa familia se carga. La prueba está en que vino a matar a mi hijo a su casa, mientras dormías y no te diste cuenta de que lo hizo —dejó caer su barbilla sobre sus dedos con amargura, también presente en sus ojos—. No quiero a alguien así en mi familia. Tu padre no me llevará la contraria, durante los seis meses que dure esto, porque desde que firmaste tu matrimonio con Orvyn por la razón que sabemos, eres de mi propiedad, ¿tu mente capt
—¿Te lo dijo? —cuestionó su nana al verla con las manos enguantadas aferradas a la cómoda. Harper asintió solamente. —¿Le pedirás ayuda a tu padre? —No moverá un sólo dedo— lanzó su cabellera a su espalda. —Debo casarme con ese…asesino. Decirle asesino a alguien cuando esa marca la llevaba también era hipócrita. Pero lo suyo no se comparaba a ir a la habitación de alguien por la noche a acabar con su vida y aún presumir el hecho. Lo suyo fue accidental y sus manos recibieron castigo por haberlo causado. No sucedía lo mismo con el asesino de su marido y su salvación. —Mi niña, el mundo no siempre es justo, pero tú tienes la fuerza para cambiar tu destino— susurró Winifred, su nana acariciando su cabellera rojiza, para brindar consuelo. —¿Cómo puedo cambiar algo que ya está decidido? —dijo forzándose a no flaquear. —No soy más que una sombra en esta casa, Win. Tenía un poco de importancia con Orvyn vivo, pero ese maldit0 me quitó la única posibilidad de vivir medianamente tranq
Harper recorría las calles de Manhattan tratando de no llamar la atención, pero con un vestido de novia era casi imposible. Decidió esperar en un callejón. Debía calmarse. Le disparó a un mafioso… ¡a su propio marido mafioso! Tal vez debía sentir culpa, pero fue tan gratificante. Le dijeron que no sentía dolor al ser herido, pero eso no fue lo que presenció. No importaba, se lo merecía. —¿Tienes frío, niña? —preguntó de repente un hombre mayor. Ella se sobresaltó y se puso a la defensiva. El hombre puso las manos al frente. —No te asustes, sólo quería ofrecerte un abrigo y que te acerques a la fogata. No quería que le apuntara. —¿Te perdiste? —mantuvo su distancia. —No… —Sí debía ser la respuesta, pero tuvo vergüenza de admitir que no conocía la ciudad. —Sólo tengo que quitarme esto. Se arrancó el velo mientras observaba el callejón. Era un buen sitio para esconderse, al menos hasta que su mente volviera a funcionar. Aceptó el abrigo levemente sucio del vagabundo y dec