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—¿Es tan complicado aceptar una visita cordial? —El rubio se sentó con una calma insolente en un taburete frente al conde, su mirada recorría el comedor. Sobre la mesa, la sangre se mezclaba con los manteles, empapando la comida y los centros de mesa como un macabro adorno más—. Su falta de modales no habla bien de su amabilidad, ¿sabe?El conde sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No sólo por la escena, sino por la quietud forzada de su esposa, la cuál suplicaba silenciosamente, inmóvil junto a la ventana, atrapada en una jaula invisible que Valente había construido sin necesidad de cadenas.Y ahí estaba él. Entre cuerpos desparramados y charcos de sangre aún tibia, sentado con la indolencia de quien asiste a una tertulia sin importancia. Su rostro estaba salpicado de carmesí, pero su porte seguía impecable, ajustando sin prisa su corbata. Tomó un trozo de fruta intacta del único plato intacto y lo mordió con deliberada lentitud, como si el caos a su alrededor no mereciera más
—Debe culparme por lo que ocurrió, y no me excuso —la voz de Harper irrumpió en la estancia. Keyla levantó la vista desde el sillón en el que se había acomodado, sus dedos acariciaban levemente la tela del reposabrazos.—No me conoces y no actúes como que lo haces —exclamó la nutricionista colocando la barbilla sobre sus dedos. Los ojos de Harper neutralizaban con ese tono, pero a Keyla el efecto no la golpeaba, no cuándo estaba acostumbrada a ver cosas que otros veían en pesadillas—. No culpo a nadie de nada. Excepto a los verdaderos responsables de cada situación.Harper sostuvo su mirada, buscando la hipocresía habitual con la que la gente la trataba, la condescendencia velada con la que siempre la abordaban. Pero en Keyla no había ni rastro de eso. Su rostro era una pared firme, sin grietas.Antes la había destruido, ahora confiaba en que vería a su hijo mayor de nuevo. —Las cosas que crees que conoces no son de esa manera —intervino, entonces, la madre de Mateo. Su tono era mes
El mexicano, el hombre del otro lado de la línea soltó una risa breve, seca. Colgó sus dedos del chaleco antibalas que se quitaba y devolvió a su reptil a su jaula. —¿Y qué te hace pensar que tengo avión privado o que soy un coyote de lujo?—No me importa cómo lo hagas— gruñó Mateo, avanzando entre las sombras de un callejón, evitando las luces de la avenida—. Pero si aceptas, pago el precio que digas. Eres una de las opciones, no la única. El silencio se prolongó en la línea, solo se escuchaba el siseo sutil de la serpiente entre los dedos del mexicano.—Mira, cabrón, normalmente no hago favores sin saber qué hay para mí en la jugada— admitió al fin—. Pero si eres el Mateo Crown que recuerdo, entonces esto cómo que se pone interesante.Mateo se detuvo, apretando los dientes con el agotamiento la tensión en su herida se volvía peor. —Dime qué necesitas y te lo daré cuando pise suelo seguro— aseguró Mateo.—¿Palabra de Crown?— cuestionó el Coloso.—Palabra de Crown.El hombre sonri
—No es una fuente confiable, pero lo abordaremos en el club. Ahí no será extraño— mencionó Sara hacia su amiga. —Con tantos ojos sobre nosotros, es mejor seguir lo que ya se había planeado. —¿No pueden quedarse lejos? Pero si eso es verdad, yo misma la uso como madera para mi chimenea— contestó Keyla. —Ha habido tantas bodas, que quiero pensar que esta es solo coincidencia. Así cómo la de la bailarina, Phiama creo que se llama. —Concentrada en una a la vez— Harper escuchó las voces cada vez más lejanas. Mientras su cabeza aún analizaba lo que había escuchado. Le hacía ruido tal cosa. Coincidencias. Sí, claro. Con Phiama no existía la definición de coincidencia. Ella las creaba. No estaba autorizada en ponerse de pie siquiera, pero no pensaba solo escuchar, opinar y no actuar. Estaba sola, pero también tomaba mejores decisiones de esa manera. Harper cerró su abrigo y ajustó la coleta, caminando con lentitud fuera de la habitación de esa casa, donde había permanecido esas horas.S
Uno de los pandilleros chasqueó la lengua y miró al de la nariz rota. —El mexicano dijo que vendría— dijo hacia los otros. Hubo un momento de duda, pero luego, un tipo con una cicatriz en la mejilla y un cigarro colgando de los labios, inclinó la cabeza. Salió de entre todos y lo reparó de pies a cabeza, acercándose aún más. —Está bien. Bajen las armas. Nadie lo hizo de inmediato, pero después de unos segundos, las bocas de los cañones se alejaron de Mateo, aunque las miradas desconfiadas seguían fijas en él. El hombre del cigarro le hizo una seña con la cabeza. —Sígueme. Tienes un lugar aquí. Sin decir una palabra más, Mateo avanzó tras él, sintiendo aún la tensión en el aire. Sabía que estos tipos lo aceptarían por ahora, pero en cuanto bajara la guardia, las posibilidades aumentaban y empeoraban. Con cada paso sólo podía confirmar que el desorden era parte de sus talentos. Aunque al llegar al tercer nivel las habitaciones se volvían individuales y contaban con lo
Horas antes…El silencio en el comedor era una costumbre desde el primer instante en el que Delphine llegó a esa casa, veía a Darek con el mismo semblante de siempre, siendo esquivo y con una mirada que sólo se suavizaba en algunas ocasiones. Ninguna vez trató de acercarse luego de esa noche, parecía furioso por su pedido de no dejarla viuda. Contenerse no era algo habitual en él, pero logró controlarse y encargarse sólo de tenerla en un sitio donde nadie la fuese a maltratar de nuevo. Los sonidos de sus respiraciones eran lo único que podían escuchar, en tanto la mujer embarazada bajaba la mano a su abdomen, arrugando la cara al sentir los movimientos de su bebé. Darek se dio cuenta y actuó como si no le enfadara más que nunca dijera si algo estaba mal. Siempre debía llamar a los médicos para descartar cualquier peligro. Esa mujer lo desesperaba. Jamás nadie lo enojaba tanto. —Su teléfono recibió una llamada —interrumpió Skender, tendiéndole el móvil.Delphine parpadeó, confundida
—No lo creo necesario— la voz de Rüdiger se filtró entre las paredes de la edificación. —Cuándo se perciba el mínimo peligro, lo sabremos y controlaremos la situación. —En ocasiones la gravedad de la estupidez en las personas, es desesperante— contestó el portugués ante las palabras del sujeto que aseguraba tener en sus manos al mafioso que él buscaba. —Deberías usar el cerebro y pensar en que si se me perdió a mí, no deberías subestimarlo.—En lo que a mí me concierne no se me ha perdido ninguna presa nunca— contestó Rüdiger demostrando la seguridad que tenía en su audacia, lanzando su burla a la vez, mientras observaba al mafioso bajando las escaleras.—Si lo pierdes estando en tu poder, y al llegar me encuentro con esa noticia, quién caminará en la cuerda floja con fuego bajo ella, serás tú— destacó Valente. Mateo simuló ser ignorante a lo que este hacía, mientras sentía el par de ojos siguiéndole en todo momento. —Por esa amenaza se sube el precio de diez millones a veinte— Rüdi
—La única que te importa soy yo y te obsequio un poco de atención, porque al parecer nunca la tuviste de nadie— contestó la pelirroja con su voz neutral. La risa de Valente no la inmutó. —Quedan tres, Alaric, Delphine y Harper Visconde— murmuró. —Bueno cuatro, pero dos de ellos pronto estarán en manos de la guardia del marqués, porque tu hermana, la de decencia olvidadiza, le inventó que estaba en un lugar, cuando está en brazos de cierto albanés. —¿Ser comunicativo ahora es tu ocupación?El toque burlesco no le pareció divertido. Intimidarla no era fácil. No se equivocaba cuándo pensaba en la idea de que sus vidas había sido tocadas por las mismas situaciones, llevándolos a ser lo que ahora eran. —Hacerte la fuerte no significa que lo eres— el portugués caminó rápidamente al vehículo que esperaba por él. —Si pude capturar y enloquecer a tu…ex, creo que contigo las cosas serán más fáciles. —Me asombra tu confianza, es muy admirable— continuó Harper con una serenidad que seguía me