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El velero del olvido
El velero del olvido
Por: Alejandro Rodríguez
Capítulo I - Vivencias en el muelle,

Aquella tarde de un verano más exactamente en un mes de julio me encontraba postrado de pie en la madera de un viejo muelle. El tiempo acumulado que este tenía provocaba que la misma madera rechinara ante el peso de mi joven cuerpo. Un par de nubes en el cielo me daban una comodidad al esconder los rayos del sol que si me descuidaba quemaban mi piel sin piedad. Mi camisa color gris se encontraba sobre el bote en el que había salido a pescar unos cuantos peces para la cena a lo que mi torso se encontraba desnudo ya que el clima era bastante cálido. El bote en el que pesque durante esa tarde era algo viejo pues papá lo tenía desde su juventud aproximadamente en la misma edad que yo 19 años en ese entonces. Mi hogar se encontraba cerca de ese muelle subiendo una colina demasiado inclinada aquella casa se ubicaba exactamente en la cima de un acantilado a lo que podía llamar hogar siendo un lugar bastante hogareño al estilo de una cabaña. Ventanas, persianas y puertas de madera construidas con un meticuloso cuidado lo que les daba un estilo artesanal único. Sostenía en mi mano derecha mis tenis ya que me los había quitado para no mojarme al pescar ya que solía hacerlo con shorts que no lograban tapar mis rodillas y en la mano izquierda sostenía las aletas caudales de los peces que había pescado, pero a mí me gustaba llamarles colas. Aquella tarde no dejaba de admirar el cielo pues las nubes de forma efímera dejaban pasar algunos cuantos rayos que alumbraban el panorama inmenso que se encontraba ante mí. Hasta que el bote de papá comenzaba a ser agitado bruscamente por las ondulantes olas de la marea que estaba por subir pues faltaban unas cuantas horas para que el sol comenzara a esconderse a lo lejos en el horizonte y que la noche cobijara al mar. Con mis manos ocupadas, mi torso al descubierto, el bote con el que había pescado amarrado a uno de los mástiles del muelle, los peces con miradas vacías. A lo lejos a un lado de aquel muelle, mamá llamaba por mí desde la ventana de la cocina que apuntaba directamente hasta donde estaba de pie. A lo que enseguida subí para llevar la pesca de aquel día ya que papá estaba por llegar del trabajo después de una larga jornada. Se dedicaba a pescar en uno de esos barcos grandes cerca del pueblo en el que vivía con mi familia. Así que aun descalzo con mis pies tocando de forma directa el suelo de aquel acantilado. Era un recorrido un tanto corto pues tenía bastante agilidad en mis piernas que estaban acostumbradas a subir y bajar de manera rápida. Antes de entrar a mi casa volví a cubrir mis pies con aquel calzado que era bastante cómodo pues sabía que si mi mamá me veía con mis pies al descubierto me castigaría pues ella era muy fan de que las cosas siempre estuvieran limpias y en orden. Así que una vez que me los puse de manera apresurada sin más entre por la puerta principal de mi casa. Al entrar por aquella puerta de madera que tenía un color café intenso, había unas escaleras para subir hacia el segundo piso. A un lado de estas se encontraba la puerta de la cocina. En el fondo detrás de las escaleras se encontraba la sala donde solíamos sentarnos por las tardes para conversar además de que en algunas ocasiones nos reuníamos para observar la televisión. Solíamos mirar alguno que otro programa para pasar las mañanas de los fines de semana en los que no teníamos algo que hacer. Pues ya había concluido mi etapa de preparatoria, a la par de que mi hermana iba a entrar a segundo año de secundaria y mi hermano menor estaba por cursar tercer año de escuela. Así entre a la cocina donde mi madre se encontraba frente a la estufa observando que la sopa que estaba cocinando no se fuese a quemar. Ella era muy cuidadosa en cada aspecto desde manchas en la cocina hasta el polvo en las demás habitaciones en el hogar. Las paredes de cada habitación eran de tonos cálidos como verde y azul. Ese día traía un vestido hermoso de color negro que particularmente resaltaba su figura delgada. Traía su pelo rizado suelto pues muchas veces prefería simplemente no peinarse pues pensaba que le hacía lucir mejor no traer un peinado raro. En el momento en el que entre me percate de que mi madre ya se había dado cuenta que estaba adentro detrás de ella así que sin voltear a verme me hizo una pregunta.

—¿Cuantos peces trajiste a casa hijo?—preguntó.

—Pesqué cinco peces—le respondí arrojando cada uno sobre la superficie de madera de la mesa que se encontraba al centro de la cocina.

Una vez que los termine de poner sobre la mesa ella se dio la vuelta a lo que me vio sin camisa así que sin titubear casi de manera inmediata procedió a darme un pequeño regaño.

—¿Dónde está tu camisa?—preguntó un poco alterada.

—Mi camisa está en el bote de papá pues lo dejé amarrado a uno de los mástiles del muelle, mamá—respondí.

—Entonces en lo que esta la cena ve por ella sabes que no me gusta verte así—dijo.

Tomó los peces para empezar a hacer cortes con uno de los cuchillos afilados que saco de uno de los cajones de la alacena. Caminé hacia atrás dando unos cuantos pasos solo para que una vez estando a un lado de las escaleras procedí a salir de mi casa para ir por el bote. Caminando cuesta abajo el sol estaba por despedirse en la lejanía del horizonte por lo que la noche ya estaba empezando a oscurecer mi alrededor. Así que adentrando mis piernas sobre el agua del mar comencé a caminar a un lado del muelle hasta que mis piernas quedaron totalmente sumergidas hasta las rodillas. Con mis manos empecé a deshacer el nudo que hice durante la tarde. Sin más comencé a estirar la cuerda con todas las fuerzas de mis brazos caminando hasta lo más alto de la arena. Con el bote fuera del agua en incesante movimiento tome la camisa gris que había usado durante aquel día. Al ponérmela instantes después la camioneta de papá estaba estacionada en la parte posterior de donde me encontraba de pie. Era mi padre quien acababa de llegar de su trabajo desde el asiento del copiloto al verme procedió a bajarse para subir el bote a un pequeño remolque que siempre él solía sostener en el cajón de su camioneta de dos puertas color verde. Con la ayuda de él rápido subimos el bote en el viejo remolque a la cual le solía decir verdina ese apodo fue el nombre que mi hermana decidió darle a nuestro vehículo. Era peculiar el hecho de que decidiera nombrar a un objeto y a la vez era bastante tierno desde mi punto de vista. Ya con el bote fijo gracias a unas cuerdas viejas guardadas debajo de los asientos subimos en la camioneta. Llegamos rápido por el corto trayecto que quedaba de camino desde el muelle hasta nuestro hogar. Bajamos de la camioneta y después de guardar el bote junto a verdina en la chochera que se encontraba a un lado del pequeño pórtico. Entre dejando a papá atrás pues él se dirigiría a la cocina para decirle a la matriarca que ya había llegado para cenar juntos en familia. Subí las escaleras para entrar a mi cuarto para darme una ducha en el baño que se encontraba al final de un pasillo largo que conectaba todas las habitaciones de la casa. Tome ropa de la cajonera de mi habitación, la oscuridad de la noche ya estaba por llegar así que solo encendí una lampara de buro para alumbrar mi estancia. El cielo para esos momentos ya era de tonos grisáceos oscuros así que con mi pijama sujetada en mi antebrazo caminé hacia la puerta del baño. Me di cuenta de que el umbral de la puerta del cuarto de mi hermana emanaba la luz del foco lo que significaba que estaba encendido por ende sin pensarlo desvié mi trayecto. Toque la puerta de forma melodiosa dando así solo tres golpes suaves con el puño de mi mano. Al escuchar los toquidos ella dijo:

—¿Quién es?—con su voz tan dulce.

—Soy yo hermana, acabo de llegar de pescar—.

—Entra hermano—me dijo.

Di vuelta a la chapa de su puerta que era de color dorada a lo que momentáneamente entre para ver qué era lo que estaba haciendo durante aquella noche. Quedándome de pie en la parte posterior de donde ella estaba sentada.

—¿Qué haces?—le pregunté pues quería saber.

—Estoy haciendo dibujos—me respondió volteándome a ver desde el asiento de su escritorio.

—Si necesitas ayuda para dibujar puedes decírmelo—le dije.

—Lo sé, pero no es necesario yo también sé dibujar—respondió mi hermana.

Si pudiera describir como era mi hermanita seria definitivamente difícil pues no conocía a alguien más como ella. Por lo general siempre era bastante amable, era bastante tierna, dulce, ocurrente y a donde quiera que fuera su forma de ser era bastante dulce para los demás. Lo que más amaba de ella quizás era su forma de penar puesto que era la niña más sensible que alguna vez yo haya conocido. Físicamente era delgada, el tono de su piel era moreno claro como el de nuestra madre, su cabello en particular eran las brisas de la noche pues era oscuro como el cielo nocturno. Esos años en los que cursaba la secundaria le habían hecho crecer casi de la estatura de mi madre pues ella media 1.70 cm lo que le hacía ser alta. En especial lo más bello de ella era su sonrisa con sus dientes blancos tan perfectos lo que hacía que el sonido de sus carcajadas fuera aún más contagiosos con aquellos con los que solía bromear conmigo y con nuestro hermano menor.

—¿Cuantos peces trajiste para cenar?—preguntó.

—Pesqué cinco en el muelle que está aquí bajando de nuestra casa—respondí feliz.

—Mañana ya es sábado ¿Puedo acompañarte a pescar?—preguntó mi hermana con su dulce voz.

—Por supuesto que puedes acompañarme—respondí.

Terminando aquella muy pequeña y breve charla tan solo me dispuse a salir de su habitación pues realmente no entré para sentarme en su cama. Ella era demasiado ordenada con sus cosas por lo que siempre trataba de no hacerla enojar con el orden de sus aposentos. Una vez que cerré la puerta de su habitación volví a abrirla enseguida solo para mencionarle una cosa que era bastante importante para mí.

—Solo que tienes que pedirle permiso a mi mamá esta noche durante la cena—.

Ella solamente me observo en silencio asintiendo con su cabeza dándome a entender que estaba de acuerdo ante lo mencionando.

—Está bien me voy a bañar dile a mamá que me espere con la cena—.

—Si, yo le digo—me respondió.

Cerré la puerta nuevamente de manera sigilosa para dirigirme al baño pues estar en el mar durante toda la tarde me había hecho sentir bastante suciedad en mi cuerpo. Terminando de bañarme y estar unos cuantos minutos relajándome bajo el agua de la regadera. La cena ya estaba lista por lo que mi mamá comenzó a gritarme desde el final de las escaleras pues esa noche cenaríamos en el comedor principal que se encontraba a un lado de la sala de estar.

—¡Alex!—gritaba mi madre de manera estruendosa desde la planta baja.

—Ya voy mamá—grité desde la puerta del baño.

Me di prisa para bajar lo más rápido con mi pijama puesta que aún estaba mojada en algunas costuras pues no me había secado bien. Lo que lo hacía obvio era el hecho de que era franela con una camisa gris y unas pantuflas de color cafés. El comedor de mi casa era bastante cálido pues era una mesa larga de color café con sillas de madera del mismo color que hacían juego, pues mi padre las hizo para la familia. Mi asiento estaba en uno de los costados, papá y mamá se sentaban en las cabeceras de esta todas las noches cuando cenábamos. Cuando mi madre puso mi plato frente a mí me dispuse a cenar mientras todos comenzamos a entablar una conversación cálida mientras consumíamos nuestros alimentos. Con mis manos tomé ambos cubiertos para empezar a degustar el mangar que mi madre preparo durante esa tarde. Unos minutos después de que ya estábamos por terminar nuestra cena mi hermana dijo.

—Mamá ¿Mañana puedo ir con mi hermano a pescar?—preguntó.

—Hija sabes que no me gusta que tomes luz del sol pues sabes que tu piel es bastante delicada—respondió mi madre.

—¡Por favor, mamá!—dijo casi sonando como una súplica. A la par de que volteaba a ver a mi padre —¿Tu qué opinas papá?—.

—Lo que diga tu madre—respondió deslindándose de dar una opinión pues el siempre solía hacer eso.

—Si mañana no esta tan soleado el día sin pensarlo te dejo ir hija—respondió.

—Está bien espero que mañana este nublado para ir con mi hermano—.

—Terminemos de comer—dijo mi madre.

—¿Dónde está Naran?—pregunté.

—Tu hermano se quedó en casa de tu abuela con tu primo Ábai a dormir—respondió mi madre.

—¿Lo dejaste quedar?—pregunté con extrañeza en mi voz.

—Si, durante la tarde fui a visitar a tu abuela para ver cómo estaba—.

—Está bien solo me sorprendió que le hayas dado permiso—.

Todos al termino de cenar nos pusimos de pie para irnos a descansar a nuestras habitaciones, pero mi madre al ver que me retiraría solo dijo:

—Hijo quédate para que platiquemos—.

—De acuerdo mamá—dije.

Mi padre fue el primero en retirarse de la mesa pues el cansancio de su trabajo lo empujaba a dormir temprano cada noche después de cenar. A la par de que mi hermana también ya había terminado a lo que los dos subieron las escaleras juntos pues ya con sus pijamas puestas, papá solo le daría las buenas noches. Solo nos quedamos mi madre y yo en el comedor a lo que mi madre se puso de pie para limpiar los platos sucios.

—¿Ya sabes que vas a hacer de tu vida?—preguntó mi madre.

—Aún no lo sé, mamá—respondí de inmediato simultáneamente mientras ayudaba a pasarle los platos al fregadero de la cocina.

—Hijo ya terminaste la preparatoria y es importante que sepas que vas a hacer a partir de ahora—.

—Lo sé mamá estoy consciente de ello—respondí.

—Entonces demuéstrame que en verdad los estás, yo espero grandes cosas de ti—.

—No sé qué hacer mamá—dije con tristeza en mi voz.

Aquella ocasión mi madre me dio un abrazo que de cierto modo me había liberado de aquella presión que cargaba desde la graduación de la preparatoria. Mientras los brazos de mi madre rodeaban mi espalda dijo.

—Puedes trabajar con tu papá en el barco pesquero o puedes escoger una carrera universitaria nosotros te apoyaremos hijo—.

—Lo pensaré seriamente mamá te lo prometo—respondí.

Una vez que terminamos de conversar en la cocina mientras lavábamos los platos sucios de la cena subí a darle las buenas noches a mi padre y a mi hermana. Mientras mamá se quedaba en la planta baja para llamarle a la abuela en el teléfono fijo de la sala pues quería saber cómo se encontraba Naran. Así al entrar a mi habitación desdoblando las cobijas de mi cama me escondí de bajo de ellas pues había comenzado a llover de un momento para otro. El cielo se había puesto nublado durante la tarde cuando aún estaba en el muelle observando el atardecer. Las fuertes gotas de la lluvia solo golpeaban la ventana que se encontraba a un lado de mi cama de manera agresiva. El mar estaba bastante agitado con marea alta pues cuando este solía estar así el muelle casi quedaba totalmente sumergido en la oscuridad del agua. La noche avanzo mientras todos descansábamos en la comodidad de nuestras habitaciones. Pensativo por la mañana cuando la luz del día ya estaba penetrando los vidrios de las ventanas la conversación que tuve con mi madre la noche anterior no dejaba de rondar por mi cabeza. Ese día en particular el cielo estaba repleto de nubes grisáceas el sol no tenía protagonismo de ser lo más cálido en los horizontes. Dulce ya estaba esperando afuera de mi habitación pues los toques generados con sus pequeños puños me daban a entender de que ya era un nuevo día. Por lo que sin más tuve que levantarme pues tenía que cumplir mi promesa de llevarla a pescar durante aquel día.

—Toc, toc, toc—escuché desde el otro lado de mi puerta.

—¿Quién?—pregunté.

—Soy yo hermano—.

—Si ya me levanté después de almorzar vamos a pescar—dije desde adentro de la habitación sin abrir la puerta.

—Está bien hermano—dijo alejándose por el largo pasillo pues sus pisadas se escuchaban de forma clara.

Obligué a mi cuerpo a levantarse de la cama pues tenía que ayudar a papá con el bote pues yo solo no podría llevarlo hasta el muelle. Por ende, sin más después de vestirme baje las escaleras para dirigirme directamente a la cochera. Así logramos llevar el bote hasta el muelle amarrándolo sobre uno de los mástiles del viejo muelle como de costumbre.

—Ten mucho cuidado con el mar—dijo papá.

—Si papá no te preocupes—.

—No vayas a adentrarte mucho al mar pues si empieza a llover tendrás que regresar rápido—dijo en tono de advertencia.

—Si lo sé—dije.

—Si estas en mar abierto con el bote y este está agitado tu barco quedará hundido—.

—Confía en mi—dije a la par de que ataba los cordones de mis tenis para regresar a casa a almorzar.

—De acuerdo, cuida mucho de tu hermana—.

Papá siguió el camino opuesto para dirigirse a su trabajo mientras yo retornaba por el pequeño camino erosionado por mis pasos devuelta. Mamá tenía pescado empanizado para almorzar que había comprado en el mercado pues durante la mañana había ido a recoger a mi hermano a casa de la abuela quien era la madre de mi madre. Caminé hacia la cocina para darle un beso en su mejilla mientras le preguntaba cómo le había ido en el mercado del pueblo.

—Veo que ya está el almuerzo—dije.

—Así es, ve por tu hermana para que almuercen—dijo mamá.

Dirigiéndome hacia la puerta para llamar a mi hermana escuche desde el otro lado de la madera un pequeño snif. Pensé por unos instantes que Dulce estaba llorando pues durante algunas de las noches solía llorar sin que los demás nos diéramos cuenta. Siempre trataba de hacer que me dijera que era lo que la entristecía para tratar de ayudarla así que sin pensarlo gire la chapa redonda de su puerta para comprobar su llanto.

—¿Qué tienes?—pregunté.

—Nada todo está bien hermano—dijo tratando de apaciguar mi preocupación.

—¿Estabas llorando de nuevo?—.

—No es eso solo traía mocos en mi nariz—respondió.

—Sabes que si estas triste puedes decirme lo que te pasa no tienes por qué quedarte callada—.

—Estoy bien no se lo digas a mi mamá pues no quiero que se preocupe—respondió.

—De acuerdo si prometes que si vuelve a pasar me lo dirás a mí—.

—Si te lo diré—.

—De acuerdo entonces vamos a almorzar que mi mamá ya preparo la comida—.

Bajamos juntos por las escaleras con la respectiva ropa que solíamos utilizar durante los días nublados. Recuerdo que durante esa mañana traía una camisa floreada rosa, un short, sus tenis de color guindo y una sudadera de color blanca. Entrando los dos a la cocina mamá le dio un beso en la frente de mi hermana siempre solía hacerlo por las mañanas de cierto modo era la forma con la que nos deseaba un buen día. Así mientras empezamos a almorzar y mi hermano Naran era alimentado con meticuloso cuidado por mi madre. Mi pequeña hermana volteo a ver por la ventana de la cocina observando las nubes grisáceas que se veían un poco opacas por los vidrios. Sin más ambos dejamos los platos vacíos a lo que procedimos a ponernos de pie para caminar hacia la puerta principal. Mi madre solo nos detuvo para decirnos.

—Con mucho cuidado no vayas hasta mar adentro—.

Salimos de la casa tomando yo la delantera por lo que mi hermana siguiendo mis pasos con dificultad pues le costaba un poco seguir mi ritmo. Estaba entusiasmado después de todo yo lo sabía pues durante el almuerzo estuvo contenta por acompañarme. Cuando era pequeña mi padre era quien la llevaba a pescar en el mismo bote por las orillas de la bahía sin adentrarse mucho al océano. De pequeño solía pensar que era porque papá tenía miedo de entrar hasta lo más profundo del mar pues era tan inmenso que si se perdía nadie podría encontrarlo o al menos mi madre decía eso con frecuencia. Una vez que llegamos al bote durante la mañana de aquel sábado ayude a mi hermana a subir primero pues no quería que se mojara. A la par de que subí enseguida de ella pues el bote se encontraba a un lado de aquel muelle al mismo nivel que cubría mis pantorrillas. Mi short de mezclilla era tan adecuado para esas situaciones en donde tenía que pescar por lo que regularmente siempre me los ponía eran la prenda que usaba con más frecuencia. Mientras lograba subirme al bote descalzo con mi mano extendida le pedí el remo a quien sería mi acompañante de pesca en aquella ocasión tras tomar asiento. Cuando por fin lo tuve en una de mis manos comencé a alejarme en el bote del viejo muelle con la cuerda con la que estaba amarrado sobre la cubierta. Las cañas de pescar se encontraban debajo del asiento de mi hermana siempre había dos pues papá y yo éramos los únicos que solíamos pescar. En un pequeño recipiente que era el bote de un helado reutilizado guarde algo de carnada, gusanos que compre en una tienda de pesca en el centro de la ciudad costera. Remando con mis brazos comencé a adentrarme a la bahía mientras las olas comenzaban a golpear la quilla, el codaste y la roda de manera agresiva del bote.

—¿Vas a entrar mar adentro?—.

—No, si nuestros padres descubren que pasamos el límite de los cabos nos castigaran y a mí me ira peor—.

—¿Alguna vez has estado en lo profundo del mar?—preguntó.

—No—respondí mientras remaba más rápido.

—¿Te gustaría intentarlo?—me preguntó.

—Claro que me gustaría ir a mar adentro suena fabuloso—le respondí a mi hermana.

Mi hermana al ver lo cansado que estaba de remar con mis brazos, se ofreció a ayudarme a lo que accedí a darle mi remo derecho. Mientras más avanzábamos sobre la bahía el muelle en la lejanía se convertía en un diminuto objeto ante nuestra mirada. Cuando vimos uno de los cabos al costado de nuestra embarcación decide dejar de remar a lo que tan solo dije.

—Ya estamos en el lugar correcto—.

Deteniendo el movimiento de nuestros remos en seco.

—Aquí esta perfecto para pescar—dijo Dulce admirando el elemento insular costero en el que vivíamos en la lejanía. —Desde aquí se ve todo tan pequeño—dijo mi hermana agregando a su contemplación.

Veinte minutos después donde nos encontrábamos varados en la búsqueda de peces en aquella ocasión. Pescamos seis peces grises que eran parecidos a los huros la emoción y el asombro fueron visible por parte de ambos. Justo al momento después de guardar en una pequeña hielera la pesca que obtuvimos de manera simultánea una gota del cielo cayó sobre la frente de mi hermana. Sabía que el cielo me está advirtiendo que una fuerte lluvia comenzaría solo era un síntoma de que el mar comenzaría a picarse. Preocupado ante lo que pudiera llegar a desencadenarse le dije a Dulce que tomará el asiento frente a mi para empecer a remar los más rápido posible. Era primordial llegar a la isla donde se encontraba el muelle para ponernos a salvo siendo que el escenario más peligroso que pude imaginar en mi mente en realidad estaba sucediendo. El mar para ese punto ya estaba bastante picado el agua de la bahía comenzó a tener bastantes turbulencias. Por lo que las ondulantes olas nos ponían ante un peligro inminente pues si volcaba nuestro pequeño barco quedaríamos hundidos. Mamá desde el muelle al percatarse de que estaba comenzando a surgir del cielo un aguacero se postro ante la madera del muelle para alumbrarnos con una lampara que solía guardar en unos de sus cajones de la cocina.

—¡Ya regresen!—gritó de forma estruendosa.

Sentado dándole la espalda volteaba de manera efímera ante sus gritos insistentes. Las olas comenzaban a ser más grandes provocando un incesante movimiento lo que nos generaba una dificultad para remar de manera constante. Lo inevitable sucedió al llegar al centro de la bahía pues una ola enorme llegó sin ningún previo aviso. Aquel viejo bote en el que salimos a buscar los alimentos se volcó de manera irremediable en las profundidades del agua color azul marino. Sin que nadie supiera la mayoría del tiempo temía a la oscuridad que teñía el agua. Nunca antes me adentre a las profundidades de aquella bahía que por suerte no eran muy profundas. Mi cuerpo se apodero totalmente por el pánico ante una situación tan atemorizante pues mi imaginación siempre me hacía pensar que habría algún tipo de monstruo. En un abrir y cerrar de ojos el pánico fue demasiado tanto así que después de sentir mi cuerpo totalmente a merced del océano que no dejaba de golpearme bruscamente. Para el momento en el que logré nadar sobre la superficie del agua que para esos momentos ya eran bastante turbia. Me percaté de que mi pequeña hermana no estaba en la superficie nadando a mi lado. Mirando su notoria ausencia me sumergí de vuelta para lograr sacar su cuerpo hacia la superficie conmigo. Sumergido ante la oscuridad del agua con mis ojos medianamente abiertos logre ver el bote hundiéndose hacia el fondo donde la madera tocaría sin ningún remedio la arena. A un lado de donde se encontraba aquel bote descendiendo se encontraba ella de manera inerte ante la frialdad del agua. Al tomar su vientre con una de mis manos y mi antebrazo arrastre su cuerpo conmigo hasta superficie donde no dejamos de ser golpeados por las turbulentas olas. Nadando la sujete con todas mis fuerzas hasta la orilla donde quería ponernos a salvo lo más antes posible. Nuestra madre desde la orilla postrada en la madera avejentada en su mirada notaba lo aterrador que era para ella. Así que con las olas empujándonos mi trayecto al nadar fue un poco más rápido. Una vez que logre pisar la superficie plana que sostenía mi cuerpo con mis pies descalzos no deje de arrastrar a mi hermana a la par de que el aguacero comenzaba a intensificarse. Detrás de mi madre estaba su auto estacionado no me había percatado de que había bajado por nosotros en él. Nunca solía utilizarlo si no era para ir a la ciudad por cuestiones totalmente necesarias. Cuando logré caminar sacando nuestros cuerpos del agua observando a mi madre y dirigiéndome hacia ella grité.

—¡Mamá ayúdame!—hasta quedarme afónico.

Se acerco rápidamente corriendo sobre el agua que empapaba sus pies que se encontraban cubiertos por unas botas impermeables. Estando a un lado de mi hermana se puso en cuclillas tratando de darle respiración de boca a boca pues se encontraba inconsciente. Después de unos cuantos instantes de su boca emano el agua que se encontraba atrapada en sus pequeños pulmones. Todo había pasado muy rápido para ese entonces así que mi cuerpo totalmente empapado quedó aturdido ante ese incidente tan desafortunado. Cuesta arriba me dirigí hacia casa para hacer una llamada telefónica con el celular de mi mamá que siempre tenía sore el buró a un lado de su cama en su habitación. Entre de manera apresurada mi hermano pequeño Naran se encontraba encima del lavaplatos de la cocina tratando de observar que era lo que estaba ocurriendo a través de la ventana que estaba empañada por la lluvia. Para él era extraño que mamá haya salido corriendo hacia la cochera para bajar en el auto. Bajando con dicho celular a mi disposición por las escaleras mi hermano desde la cocina que, tratando de quitar la humedad del vidrio con una de las mangas de su camisa, me preguntó.

—¿Qué ocurrió?—notablemente preocupado.

—El bote de papá se volcó en la bahía y nuestra hermana se ahogó, mamá le dio respiración de boca a boca—dije con exaltación en mi voz.

—¿Llamas a papá?—me preguntó de nuevo.

—Si, estoy tratando de llamarle con el celular de mamá, pero no contesta—respondí con desesperación en mi voz.

—¿Mamá dónde está?—preguntó-.

—Se quedo en el muelle con mi hermana-respondí.

Tras varios intentos de marcarle a mi padre finalmente este me respondió con extrañeza en su tono de voz.

—¿Qué sucede hijo?—me preguntó.

—Veras papá—dije titubeando.

—Te escuchas alterado—.

—Si lo estoy un poco—dije sollozando.

—¿Qué está sucediendo dime?—preguntó mi padre con su voz tan imponente y tan característica.

—Tu bote papá se volcó en la bahía frente a la isla quedó totalmente hundido—dije preocupado.

—¿Entonces?—.

—Mi hermana Dulce se ahogó—.

—¡¿Qué!?—dijo exaltado.

—Mamá se quedó con ella en la orilla mientras yo subí para mantenerte al tanto—.

—De acuerdo hijo iré a casa lo más pronto posible—.

Colgué aquella llamada para dirigirme de nuevo hacia donde se quedó mi madre siendo así que al acercarme al muelle. Solo mire los faros traseros del auto blanco de cuatro puertas alejarse sobre el camino que le llevaba hacia la carretera. Una vez que condujera sobre esta le llevaría al hospital más cercano que se encontraba en el centro de la ciudad. Viendo el auto alejarse no trate de detenerla pues sabía que el destino sería el hospital más cercano de Islillas. Me quedé totalmente atónito y aturdido ante lo acontecido en aquella tarde pues todo desde mi perspectiva paso con relativa rapidez. Quedándome quieto e incapaz de darme cuenta de que era lo que ocurrió o cuales serían las consecuencias de aquel incidente. Mientras el agua no dejaba de empapar mi cuerpo que para esos instantes ya se encontraban entumecido ante el frio de aquel aguacero. La tarde estaba cayendo en la lejanía de aquel camino que mamá había tomado para salvar la vida de mi hermana creí prudente esperar en casa.

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