CAPÍTULO XX. OJOS DE PLATA
Anissa
Aún con lo agotada que me sentía, debí levantarme a primera hora el día siguiente, al igual que el resto de mis compañeras, para limpiar. Parecía que el trabajo en el Palacio era interminable, pues, si haber decorado y organizado fue una odisea, limpiar y recoger todo era la cereza del pastel.
Y lo peor era que ni siquiera tenía del todo claro que me alegrase el hecho de que eso fuera lo último que debía hacer antes de poder volver con mi tía, ya que lo que me esperaba en casa tampoco era precisamente alentador. De pronto, me veía atrapada entre dos mundos y la parte de mí que se resistía a aceptar su realidad, prefería sumergirse en el extenuante trabajo, con tal de no pensar en su situación.
Sin embargo, era imposible no hacerlo. T
CAPÍTULO XXI. SANGRE DE DEMONIOAnissaMi corazón pasó de estar paralizado por completo, a verse envuelto bajo la terrible sensación de terror que recorrió mis venas, como el más cruel de los impulsos. Tenía la garganta estrangulada, incapaz de pronunciar una sola palabra, mientras mis ojos ardían como si les hubiesen arrojado un puño de sal.Entonces, corrí.Corrí tan rápido como pude, sintiendo mi vista empañarse por las lágrimas que cubrían mis ojos y el corazón convirtiéndose en no más que una jaula de dolor dentro de mi pecho. Mientras me acercaba al bosque, la imagen de Gael con esa terrorífica forma llenaba mis pensamientos, sacudiéndome por completo.Todo lo que quería era alejarme, escapar de ese recuerdo y creer que
CAPÍTULO XXII. FLAGGERMUSAnissaMi cabeza continuaba dando vueltas por todo lo que había pasado, también por el dolor. Constantemente, me preguntaba si todo lo que estaba viviendo se trataba de otra de mis pesadillas; de no más que un mal sueño del que despertaría en cualquier momento.Pero era precisamente el dolor, el que me recordaba que todo era real. Las heridas en mi pecho ardían, quemaban, como si estuviesen bajo fuego. Mientras tanto, Gael me llevaba en sus brazos por un pasadizo del castillo que jamás había visto antes. Parecía ser una entrada secreta. No se accedía a ella utilizando ninguna puerta, sino empujando un fragmento de la pared que se hundía, dando acceso a dicho pasaje.Luego de caminar por un largo pasillo y subir las escaleras, donde la iluminación era sumamente e
CAPÍTULO XXIII. CALIDEZAnissaEl momento en el que desperté, todo era difuso dentro de mi mente. No había recuerdos, no había miedo.Había paz.Sin embargo, toda esa calma fue reemplazada por las imágenes que inundaron mi cabeza, como la más cruel de las tormentas, haciéndome caer de regreso en el mundo real y llevándose mi tranquilidad de un tajo.Me senté en la cama y mi primer instinto fue llevar la mano a mi pecho. Bajé la mirada y, con cuidado, corrí la tela del vestido y las vendas, para ver cómo apenas quedaban unas ligeras marcas en mi piel; nada que ver con los desgarros que tenía la noche anterior.Pasé mis dedos sobre la piel, queriendo asegurarme de que fuera real. Y, lo era. Las heridas habían sanado casi por completo.Eso no era lo
CAPÍTULO XXIV. ANGUSTIAAnissaMi anatomía temblaba, siendo sacudida por el profundo dolor y el llanto que estaba atrapado en mis fauces, ahogándome. Su cuerpo estaba ahí, tendido en el suelo, con profundas heridas provocadas con garras, su garganta destrozada, sus ojos vacíos y sin vida; con la sangre por doquier.Había sido asesinada por las bestias.Me llevé las manos al rostro, cubriendo mis labios, mientras mi vista se empañaba por todas las lágrimas que ardían en mis ojos. Era una imagen espantosa, monstruosa, la que tenía frente a mí.Entonces, grité. Me era imposible contenerlo más. Necesitaba estallar de alguna manera, soltar el pánico y el horror que pulsaban dentro de mí. Grité, rindiéndome ante el llanto, derrumbándome; con mis
CAPÍTULO XXV. LOS PELIGROS DE STEIGGADGaelHabía pasado un rato desde que Anissa se marchó, pero yo no podía dejar de pensar en ella.Me encontraba sentado en uno de los sofás del salón compartido con mi habitación, uno de mis brazos descansaba sobre el reposabrazos y mis ojos se perdían en ninguna parte en específico. Mientras tanto, mi mente seguía fuera del Palacio, en el momento en el que ella dejó caer la protección de su collar para abrazarme.Aún podía sentir su cuerpo pequeño y delgado entre mis brazos, aferrándose a mí como nadie lo había hecho antes.«No eres una maldición para mí.»Tragué pesado, al recordar su voz evocando esas palabras, la seguridad con la que las pronunció y e
CAPÍTULO XXVI. ENCONTRARLAGaelHabían pasado tres días desde que vi a Anissa y no había vuelto a tener noticias de ella. Eso me tenía inquieto. Con todos los peligros que estaban merodeando el Reino, especialmente los peligros a los que ella se exponía, necesitaba asegurarme de que estaba bien.No esperaría más tiempo para obtener una respuesta.—Neil —Lo interrumpí. El castaño había estado hablando—. Espera, no puedo seguir con esta conversación.Aquella mañana, él fue al pueblo para revisar algunas zonas que le indiqué, en ese momento se encontraba explicándome sobre los posibles sospechosos, esos que bien podían ser cambia formas. Siempre tenían cierto patrón de actitudes que los delataban; controlar sus instintos se
CAPÍTULO XXVII. INSTINTOS INHUMANOSGaelNeil y yo partimos a caballo hacia la zona que la señorita nos indicó antes. Con lo lejos que se encontraba del Palacio, me sorprendió saber que Anissa cruzara todo aquel trecho para ir a trabajar todos los días. Era demasiado, sin mencionar todas las labores que tenía que hacer ahí, o lo peligroso que era para ella estar sola de noche por esos lugares.Se exponía a demasiados peligros y eso, al mismo tiempo, aumentaba mi admiración por ella. Era muy valiente.Sin embargo, eso no evitaba que me preocupara por ella, como en aquel momento. A una parte de mí le habría gustado sentir que todo eran exageraciones mías y que la encontraría en cualquier momento, con una de sus astutas sonrisas y sus ojos verdes brillando como lo hacía el sol aquell
CAPÍTULO XXVIII. AYUDARAnissaHabía perdido la cuenta del tiempo que llevaba encerrada en aquel lugar, pues no había suficiente luz en él como para saber cuándo era de día y cuándo era de noche. Solo estaba consciente de que los aros de las cadenas lastimaban mi piel. Podía sentir cómo esta ardía por el roce, dificultando aún más mis movimientos.También tenía el estómago hundido por el hambre. En todo aquel tiempo, solo me habían llevado tres piezas de pan duro y tres veces agua. La debilidad y el agotamiento arropaban mis huesos, tanto como lo hacía el dolor latente en mi pecho.Las únicas veces en las que me retiraban las cadenas, era cuando necesitaba ir al baño. Un guardia sujetaba mis tobillos y mis muñecas a una cadena más l