CAPÍTULO XVII. LA POSIBLE CANDIDATA
Anissa
Regresé al interior del salón sosteniendo la bandeja entre mis manos y caminado con la espalda recta, para mantener una postura adecuada.
También para evitar que se notase que me sentía un poco nerviosa.
A medida que avanzaba hacia la mesa que ocupaban Gael y el Rey Idris, comenzaba a cuestionarme si había sido una buena idea hacerle caso a Kelly. Especialmente, empecé a hacerlo desde el momento en que los ojos grises del Príncipe de Steiggad se fijaron en mí.
Lucía sumamente atractivo esa noche, con su abundante y ondulado cabello castaño peinado hacia un costado, el chaleco de color negro, sobre su camisa de la misma tonalidad, el cual tenía algunos detalles plateados, como los botones y las costuras en los hombros y el cuello. Su pantal&oacut
CAPÍTULO XVIII. ATREVIMIENTOAnissa—Ani, llevas como dos horas evitando volver al salón —acusó Kelly, quien me miraba ceñuda—. ¡O, tal vez más!Solté un suspiro cansado.—Creo que soy más útil aquí, que allá. Hay mucho por preparar y limpiar —murmuré, volteándome de nuevo hacia la mesa, para servir más bebidas.—Pues, yo pienso que estás actuando muy raro. Desde que volviste de la mesa del Príncipe, casi no has hablado y ahora no quieres salir —insistió.Humedecí mis labios y la miré de reojo, sin pronunciar ninguna palabra esta vez. Me detuve solo por un fugaz instante, en el que dudé si era una buena idea decir algo al respecto, pero pronto decidí que no lo era y seguí
CAPÍTULO XIX. CONDICIONESAnissaMi barbilla tiritaba, no solo por la rabia que sentía en ese momento, sino también por la frustración y las ganas de llorar que me suplicaban liberar mis emociones.—Anissa… —Gael se acercó a mí.Levanté la mirada hacia él. Mis ojos ardían.—Lamento haber arruinado la fiesta —dije, por lo bajo. Tenía la voz entrecortada.Aparté la mirada de él y me senté después en uno de los hermosos bancos de cemento que estaba a un costado de nosotros, juntando las manos sobre mis rodillas. Me sentía mucho peor que fatal.Gael tomó asiento a mi lado.—Tú no arruinaste nada, Anissa —aseguró él, con suavidad—. Y, créeme, esta fiesta no tiene ning&
CAPÍTULO XX. OJOS DE PLATAAnissaAún con lo agotada que me sentía, debí levantarme a primera hora el día siguiente, al igual que el resto de mis compañeras, para limpiar. Parecía que el trabajo en el Palacio era interminable, pues, si haber decorado y organizado fue una odisea, limpiar y recoger todo era la cereza del pastel.Y lo peor era que ni siquiera tenía del todo claro que me alegrase el hecho de que eso fuera lo último que debía hacer antes de poder volver con mi tía, ya que lo que me esperaba en casa tampoco era precisamente alentador. De pronto, me veía atrapada entre dos mundos y la parte de mí que se resistía a aceptar su realidad, prefería sumergirse en el extenuante trabajo, con tal de no pensar en su situación.Sin embargo, era imposible no hacerlo. T
CAPÍTULO XXI. SANGRE DE DEMONIOAnissaMi corazón pasó de estar paralizado por completo, a verse envuelto bajo la terrible sensación de terror que recorrió mis venas, como el más cruel de los impulsos. Tenía la garganta estrangulada, incapaz de pronunciar una sola palabra, mientras mis ojos ardían como si les hubiesen arrojado un puño de sal.Entonces, corrí.Corrí tan rápido como pude, sintiendo mi vista empañarse por las lágrimas que cubrían mis ojos y el corazón convirtiéndose en no más que una jaula de dolor dentro de mi pecho. Mientras me acercaba al bosque, la imagen de Gael con esa terrorífica forma llenaba mis pensamientos, sacudiéndome por completo.Todo lo que quería era alejarme, escapar de ese recuerdo y creer que
CAPÍTULO XXII. FLAGGERMUSAnissaMi cabeza continuaba dando vueltas por todo lo que había pasado, también por el dolor. Constantemente, me preguntaba si todo lo que estaba viviendo se trataba de otra de mis pesadillas; de no más que un mal sueño del que despertaría en cualquier momento.Pero era precisamente el dolor, el que me recordaba que todo era real. Las heridas en mi pecho ardían, quemaban, como si estuviesen bajo fuego. Mientras tanto, Gael me llevaba en sus brazos por un pasadizo del castillo que jamás había visto antes. Parecía ser una entrada secreta. No se accedía a ella utilizando ninguna puerta, sino empujando un fragmento de la pared que se hundía, dando acceso a dicho pasaje.Luego de caminar por un largo pasillo y subir las escaleras, donde la iluminación era sumamente e
CAPÍTULO XXIII. CALIDEZAnissaEl momento en el que desperté, todo era difuso dentro de mi mente. No había recuerdos, no había miedo.Había paz.Sin embargo, toda esa calma fue reemplazada por las imágenes que inundaron mi cabeza, como la más cruel de las tormentas, haciéndome caer de regreso en el mundo real y llevándose mi tranquilidad de un tajo.Me senté en la cama y mi primer instinto fue llevar la mano a mi pecho. Bajé la mirada y, con cuidado, corrí la tela del vestido y las vendas, para ver cómo apenas quedaban unas ligeras marcas en mi piel; nada que ver con los desgarros que tenía la noche anterior.Pasé mis dedos sobre la piel, queriendo asegurarme de que fuera real. Y, lo era. Las heridas habían sanado casi por completo.Eso no era lo
CAPÍTULO XXIV. ANGUSTIAAnissaMi anatomía temblaba, siendo sacudida por el profundo dolor y el llanto que estaba atrapado en mis fauces, ahogándome. Su cuerpo estaba ahí, tendido en el suelo, con profundas heridas provocadas con garras, su garganta destrozada, sus ojos vacíos y sin vida; con la sangre por doquier.Había sido asesinada por las bestias.Me llevé las manos al rostro, cubriendo mis labios, mientras mi vista se empañaba por todas las lágrimas que ardían en mis ojos. Era una imagen espantosa, monstruosa, la que tenía frente a mí.Entonces, grité. Me era imposible contenerlo más. Necesitaba estallar de alguna manera, soltar el pánico y el horror que pulsaban dentro de mí. Grité, rindiéndome ante el llanto, derrumbándome; con mis
CAPÍTULO XXV. LOS PELIGROS DE STEIGGADGaelHabía pasado un rato desde que Anissa se marchó, pero yo no podía dejar de pensar en ella.Me encontraba sentado en uno de los sofás del salón compartido con mi habitación, uno de mis brazos descansaba sobre el reposabrazos y mis ojos se perdían en ninguna parte en específico. Mientras tanto, mi mente seguía fuera del Palacio, en el momento en el que ella dejó caer la protección de su collar para abrazarme.Aún podía sentir su cuerpo pequeño y delgado entre mis brazos, aferrándose a mí como nadie lo había hecho antes.«No eres una maldición para mí.»Tragué pesado, al recordar su voz evocando esas palabras, la seguridad con la que las pronunció y e