Luego de que Baudilio y sus hermanos se marcharan a Yaracuy, Deibi se dirigió con Jesenia al centro de salud.La chica le había mentido a Isabel de que visitarían a Daniela, la prima del guerrero con quien había hecho buenas migas. Nadie en la sociedad sabía lo que hacían.—Bien, vamos a establecer límites —decidió Deibi cuando estuvieron lejos de la casa de los Aldama.—¿De qué hablas? —consultó la chica mosqueada, observándolo con el ceño fruncido.—Te he ayudado hasta ahora por dos cosas: una, porque es una buena excusa para alejarme de las obligaciones que me imponen mis hermanos —reveló sin apartar su atención de la vía—, y segundo, porque creo que eres muy buena detective y has llegado más lejos que todos nosotros.Jesenia sonrió con superioridad, pero al ver que Deibi le dirigía una mirada severa y llena de advertencias, recobró la seriedad.—Sin embargo, no voy a permitir que te excedas.—¿Qué me exceda? ¿A qué te refieres?—A que eres una mujer coqueta y seductora y eso te ha
Deibi perdió la sonrisa al ver que Ray bajaba de la moto y tomaba a Mary por un brazo con brusquedad para obligarla a mirarlo.Los celos lo atormentaron, pero una nueva insistencia de Jesenia de marcharse lo ayudó a mantener la calma y aprovechar la ocasión para provocar a la rubia.—Camina —ordenó y le envolvió la cintura con un brazo para espolearla hacia su auto.—¿Qué pasa? —quiso saber Jesenia. Había notado la irritación del hombre.—Nada. Sube —indicó y abrió la puerta del copiloto, pero Jesenia no lo obedeció. Se giró para encarar a Mary que se acercaba a ellos con pose altanera.—¿Ustedes de nuevo? —fustigó, encendida en cólera.—Tú eres quien está invadiendo nuestras tierras —reclamó Jesenia. La rubia se detuvo frente a ella, desafiándola.—¿Qué buscan? —preguntó. Ambas compartieron una mirada dura.—Mira, niña… —Jesenia intentó enfrentarla, pero Deibi la detuvo sosteniéndola de un hombro, algo que le molestó y gruñó en respuesta.Pero el guerrero tenía toda su atención puest
Jonathan y Javier llegaron a Chivacoa con Baudilio, una ciudad ubicada en el estado llanero de Yaracuy. Se dirigieron a la montaña Sorte, un asentamiento natural lleno de espíritus dispuestos a reunirse con los vivos para hacer llegar sus mensajes.Luego de atravesar el poblado, se estacionaron en el puesto militar ubicado al pie de la montaña, donde los creyentes dejaban sus vehículos. Desde ese punto se comenzaba a sentir la energía del lugar.Las bestias de los guerreros se pusieron en alerta al captar presencias poderosas mientras los guerreros caminaban junto al líder hacia el altar mayor, pasando cientos de puestos de comida, bisutería y recuerdos, así como zonas para acampar.El lugar era frecuentado por seguidores de la religión Yoruba, pero además, por personas que esperaban que un milagro resolviera sus situaciones actuales, ya fuera de salud, trabajo o personales.Se topaban con extranjeros provenientes de diversos puntos del planeta, algunos movidos por la devoción, y otro
Tuvieron que ir al poblado de Chivacoa por insumos. El espiritista les había pedido que cubrieran los gastos de la sesión, así que tuvieron que adquirir flores, frutas, licor, cigarros y hojillas, entre otras cosas, para llevar a la montaña de Sorte.Se internaron en lo más profundo de la selva hasta llegar a un claro donde el suelo había sido desprovisto de hierba y era posible realizar una fogata.El espiritista era un muchacho joven, alto y delgado, aunque de contextura fuerte. Su rostro estaba surcado por cicatrices y su piel por marcas de golpes recientes.—Echémoslo a la suerte —propuso Jonathan, sin apartar su mirada molesta del resto de los presentes.El espiritista estaba acompañado por un grupo de jóvenes de piel negra que serían quienes se encargarían de tocar los tambores y con el fuego de la fogata afinaban los cueros; había además una mujer obesa, vestida con una camiseta que parecía estar a punto de romperse por lo ajustada que le quedaba y con unas bermudas descolorida
Deibi estaba al borde de un colapso, furioso por su propia torpeza. Había tomado muy a la ligera el hecho de que una mujer, recién llegada a La Costa, presentara condiciones sobrenaturales similares a las de ellos.Era imposible que otra persona en la faz de la tierra poseyera ese mismo espíritu, a menos que tuviera relación de sangre con la sociedad étnica o que fuera capaz de hacer pactos con el diablo.Lo segundo no sería extraño. Sin embargo, él seguía creyéndolo imposible. Así que la buscó sin descanso, luego de solventar el conflicto que había creado en la montaña con ayuda de Gabriel y Gregory.Dejó a sus hermanos con la carga de tener que explicar a los líderes lo sucedido y se encargaran de los fallecidos, así como de tranquilizar a Jesenia, que estaba hecha una fiera salvaje, más peligrosa que sus bestias por culpa de los nervios y de la ira.Recorrió las zonas que Mary frecuentaba, sin éxito, hasta que dio con ella en la playa de Turiamo, un asentamiento militar de la regió
—¡Alucinante! ¡¿Por qué no fui?! —preguntó Gregory con una sonrisa de fascinación. Lo que le contaban sus hermanos, lo hizo olvidarse de la nueva jugarreta del demonio, quien apareció en la selva desafiándolos, pero luego de corretearlos por un buen rato se esfumó, dejándolos enfadados y desconcertados.Luego de la fallida persecución, los guerreros se reunieron en la casa de Baudilio para analizar todas las pistas y poder actuar, menos Gabriel, que acompañaba a Pablo en la morgue asumiendo el problema de los fallecidos de ese día. Isabel y Jesenia se encontraban con ellos.—¿Alucinante? ¡Fue desagradable! —alegó Javier molesto. Isabel intentaba calmarlo, pero él aún estaba inquieto al recordar el repique de los tambores y el aroma del incienso utilizado en los ritos espiritistas realizados en la montaña de Sorte.—Dijo que la bestia corre peligro —reflexionó Baudilio como para sí mismo. Caminaba de un lado a otro por la sala con ayuda de su bastón. Su mirada vagaba al intentar record
Las nuevas emociones que palpitaban en su pecho y el aroma dulce que ahora llevaba enlazado a sus fosas nasales, ayudó a Deibi a ubicarla con facilidad.Mary se había refugiado en uno de los bares del pueblo, sentándose en una mesa apartada del bullicio de los pescadores que habitualmente acudían al negocio para descargar tensiones mientras bebían un trago de cocuy de penca y jugaban al dominó.Caminó hacia ella sabiendo que lo había presentido, a pesar de que no le dirigió ni una mirada.Sus ojos claros, entre furiosos y asustados, estaban fijos en sus pulgares que limpiaban el rocío que dejaba en frío en la botella de cerveza puesta sobre la mesa.Antes de ocupar la silla frente a la chica saludó con una venia al dueño del negocio, a quien conocía de toda la vida por ser oriundo de La Costa y amigo de la sociedad.—¿Estresada?—¿Qué quieres? —preguntó la joven con rencor. Deibi sintió odio en su corazón al ver su semblante contrito.—Hacer a un trato contigo. —Ella apretó el ceño co
—No puedo creer todo esto que me cuentan —expresó Rebeca con enfadado y controlando las lágrimas de pena y frustración que se aglomeraban en sus ojos, al tiempo que buscaba en su agenda telefónica el número de la antigua pediatra de su hijo.—Te cegaste por el miedo de una posible enfermedad de Máximo, por eso fuiste incapaz de ver las señales que se iluminaban como luces de neón a tu alrededor —recriminó Jesenia sentándose junto al niño que jugueteaba en el suelo, ajeno a la charla de ellas.Ignoró el reclamo de Isabel, que la miró con severidad aconsejándole que no la tratara de manera tan ruda, ya que la chica vivía nerviosa desde los últimos acontecimientos en La Costa.—Todo fue mi culpa —expresó Rebeca en susurros resultándole difícil encontrar el registro, ya que sus manos temblaban por la rabia y el dolor del arrepentimiento.Isabel suspiró con agobio y le quitó la agenda para hacer ella la búsqueda.—Cálmate. No estás sola. Lo sabes.—Lo que tienes que hacer es dejar de ser i