Salió a la calle en dirección a la cabaña donde ella imaginaba que estaban los niños a pesar de que la tarde comenzaba a caer, pero una llamada a su teléfono móvil la detuvo. Al darse cuenta que era Isabel enseguida atendió.—¿Isa?—Jesi, ¿dónde estás?—Saliendo de la comisaría.—Nosotras aún estamos en el estacionamiento trasero. ¿Puedes venir? Te necesito.Jesenia cortó la comunicación y comprimió el rostro en una mueca de disgusto, quería ocuparse del asunto de los niños, pero no deseaba dejar a su amiga sabiendo que la necesitaba.Se apresuró por llegar al lugar que le había indicado encontrándola junto al auto de la madre de Rebeca, con el niño en brazos, quien lloraba desesperado.—¿Qué pasa?—Estábamos por irnos a la casa, pero Marian se puso mal de salud. Al parecer, tiene la presión arterial baja. Rebeca no puede meterla sola en el auto y yo no puedo dejar al niño —explicó con rapidez meciendo al bebé para intentar calmarlo.Jesenia dio un rápido vistazo al estacionamiento de
La obligaron a tomarse una medicina para los nervios y eso la tenía en un estado de sopor. El cuerpo lo sentía relajado, pero emocionalmente estaba agotada. Sin poder quitarse de la cabeza la imagen de Albert transformándose en aquella fiera.Ella no sabía cuánto tiempo había pasado desde que ocurrieron los hechos hasta el momento en que se abrió la puerta de la habitación.Al dirigir la mirada hacia la entrada y descubrir que se trataba de Jonathan, obligó a su cuerpo a activarse para ponerse de pie y ubicarse al otro lado de la cama, lejos de él.Jonathan no avanzó, pero cerró la puerta tras de sí. Su rostro reflejaba la rabia y la pena que lo embargaba.—Hola —le dijo, sin obtener respuesta. Respiró hondo antes de volver a hablarle—. ¿Cómo estás?—¿Qué son? —preguntó ella con una voz poco audible, aunque él pudo entenderla con facilidad.—¿Podemos sentarnos en la cama para hablar? —La chica negó con la cabeza, haciéndolo sentir miserable. Él sabía que ese momento llegaría, pero no
Jonathan llegó al lugar que habían acordado cuando aún despuntaba el alba. La neblina cubría buena parte de la selva, disolviéndose poco a poco antes de comenzar a subir por la montaña.Aunque estaba agotado y la rabia y la frustración le atormentaban la paciencia, se sentía más relajado que el día anterior. Había pasado la noche con Jesenia, la llevó a su casa y allí dejó sobre las sábanas todo el amor que ahogaba a su corazón, recibiendo una dosis igual de parte de ella.Al llegar al claro donde estaban reunidos sus hermanos, arrugó el ceño al encontrar a Deibi y a Gregory jugueteando entre ellos, lanzando piedras hacia el final de un barranco. Competían entre sí para ver quien golpeaba más troncos lejanos.Le fastidiaba que actuaran de manera tan despreocupada en momentos de tanta tensión. De Gregory lo entendía, porque el chico apenas tenía diecinueve años, a su criterio aún era inmaduro, además, había vivido con tantas restricciones durante su infancia que lo dejaban que recupera
Jesenia bajó del bus con la ansiedad bulléndole en las venas. Atravesó la calle donde estaba ubicada la morgue en dirección a la selva.No recordaba el camino que la había llevado hacia la cabaña, pero estaba dispuesta a intentarlo las veces que fuera necesario hasta dar con ella.No quiso decirle a nadie de su aventura. A Isabel los nervios la estaban enloqueciendo mientras dividía su atención entre el apoyo a Rebeca y a los líderes en el pueblo.Sabía que Jonathan y el resto de los chicos de la sociedad se encontraban en la montaña con Baudilio y si alguno de ellos se hubiera enterado de su intención, la habrían atado a la pata de una cama para evitar que saliera y se viera en peligro.Pero la chica no estaba dispuesta a quedarse sin hacer nada. Durante la noche había tenido pesadillas donde aparecía la niña de los cabellos rubios y otros chicos a los que jamás había visto, quienes le pedían a los gritos que los buscara.Soñó también con su hermana, que la miraba afligida desde vent
Jonathan sintió un estremecimiento deteniendo sus pasos. Se quedó inmóvil y agudizó el oído, creía que las sensaciones que experimentaba se debían a que algo se acercaba, pero no podía escuchar nada.Sus hermanos estaban en las cercanías, buscando al igual que él a Kenaí o al demonio. Sin embargo, sabía que las conmociones que se producían en su cuerpo no eran por ellos. Algo ocurría y lo único que le venía a la mente era Jesenia.Su corazón comenzó a palpitar desesperado, imaginando que ella estaba en peligro y él no se hallaba cerca para protegerla. Quiso retroceder para tomar el camino al pueblo, pero una imagen lo dejó paralizado.Tras él, a solo unos pasos de distancia, se encontraba el jaguar de los ojos enrojecidos y centellantes, de contextura raquítica y débil, aunque de fortaleza superior a la de su bestia.—Así que eres tú el que causa tanto revuelo —le dijo, clavando en él una mirada retadora que se iba aclarando, dejándole paso a la bestia—. Ven, maldito. Es hora de acaba
Jesenia veía el rostro de Albert sobre su cara gritándole, pero no podía escucharlo con claridad. Estaba aturdida, algo sorda y su visión no era del todo clara.Él la cargó como si ella fuera de papel, sacándola de aquella casa que olía a humo y ardía. Le pareció que las brumas del portal la rodeaban, pues solo veía neblinas.Sin embargo, no sentía su frío característico, sino un calor que la ahogaba y le quemaba la garganta.Cuando Albert la colocó en el suelo del exterior, permitiendo que gotas de lluvia le mojaran el rostro, su cuerpo comenzó a reaccionar y sus oídos a destaparse.El sonido de unas despiadadas llamas le erizó toda la piel. Buscó incorporarse con dificultad, viendo como la cabaña estaba cubierta por un fuego gigantesco. El terror la embargó.El cristal de las ventanas estaba roto, quizás, por la explosión. Por los huecos que dejaba salía un humo denso, con llamaradas de un fuego cruel y asesino que se consumía todo a su paso.El recuerdo de su casa en llamas y de su
Gregory se sentó sobre el pasto, las manos le ardían y le sangraban. Él las veía con pena y rabia mientras la lluvia pretendía lavarle la sangre dándole una visión más clara de sus enormes heridas y quemaduras.Las lágrimas no dejaban de correrle por las mejillas, bañándole aún más el rostro endurecido. Frente a él, los restos de la vivienda donde había estado encerrada Jesenia y los niños seguía ardiendo, pero con menos intensidad.Los guerreros se habían encargado de aplacar sus llamas al agitar las maderas buscando a su hermano.Deibi se encontraba a varios metros de distancia, también sentado en el suelo, pero recostado del tronco de un árbol y con las rodillas dobladas para poder apoyar los brazos en ellas.Su mirada irascible la tenía clavada en la tierra, le era imposible dirigirla a otro lado, mucho menos a su derecha, donde yacía el cuerpo sin vida de Albert, completamente calcinado.Gabriel, luego de ayudar a encontrar a los niños rescatados, quienes habían corrido con deses
Las inmensas montañas que rodean a La Costa se hallaban cubiertas por neblina. Las carreteras, vacías y húmedas, se mantenían durante el día en una semipenumbra, y en la noche, estaban arropadas por una densa oscuridad que no era silenciosa.Pasos, susurros, siseos y gruñidos bajos solían escucharse en cada tramo, mezclados con el suave silbido del viento cuando pasaba entre las ramas de los bambúes y por el tenue recorrido del agua que bajaba entre las rocas.La soledad era constante, rota en pocas ocasiones por el rápido andar de algún auto, que con nerviosismo atravesaba a toda velocidad el serpenteante camino hasta llegar al pueblo.Ese asentamiento, que una vez fue cálido y lleno de colorido, ahora resultaba un lugar solitario y polvoriento. La mayoría de las casas se hallaban deshabitadas, con sus puertas bloqueadas por gruesos candados y comenzando a descorcharse por la sal que volaba por los aires.En los rincones crecía desbordante la maleza, sirviendo de refugio a innumerabl