Aunque amara con locura a Jesenia y ella sintiera un mínimo de amor hacia él, la gran responsabilidad que cargaban sobre sus hombros no era un asunto fácil de digerir para quienes nunca habían vivido en medio de una sociedad compleja como la de ellos, que desde hacía centenares de años atravesaba amenazas y desafíos superiores al entendimiento humano y debían utilizar métodos poco ortodoxos para salir de sus aprietos.Jonathan comprendía que sus sentimientos estaban en disputa con su sentido común, que no solo debía actuar según lo que sentía, sino para evitar lo que podía afectar a toda su gente.La seguridad de ellos garantizaría su propia seguridad y eso no lo podía poner en riesgo, ni siquiera, por un ser amado. En eso consistía el pacto que sus ancestros habían hecho con sus dioses.Entró a la habitación y la vio ovillada en el centro de la cama abrazada a una almohada. Los ojos de la chica, empapados en lágrimas y cubiertos por la sombra de los miedos, miraban con fijeza la nada
No volvió a ver a Jonathan hasta la mañana siguiente, cuando él pasó por la casa de los Aldama unos minutos solo para abrazarla y besarla. Se notaba cansado, ojeroso e irritado.La Costa se había llenado de policías y militares, acompañados por funcionarios pertenecientes a organismos y fundaciones de protección de la fauna silvestre, quienes exigían adentrarse en los terrenos para buscar a los felinos que rondaban la región y causaban temores.Ellos no podían permitirles el paso, ya que las bestias estaban sueltas en las montañas buscando a Kenaí. No podían tener a extraños rondando sus tierras que pudieran descubrir su secreto, pero aquella negativa los volvían sospechosos.Si la sociedad no dejaba que revisaran sus propiedades, tal vez fuera porque escondían en ellas a los delincuentes que estaban operando en la zona.Los líderes se afanaban día y noche en enfrentar las acusaciones con la ayuda de sus abogados. Sin embargo, el gobierno de la región había enviado una orden exigiendo
Los hombres estuvieron allí por varios minutos más, hasta que llegó el comisario y tuvieron que marcharse con él.Jesenia no se quedó sola porque antes de que se fueran había llegado Isabel hecha un vendaval, entrando en la cocina para meter en una caja de plástico las verduras y hortalizas que encontraba.—Irma, la esposa de Pablo, prestará su casa para realizar la sopa —notificó sin detenerse.—Una sopa no les regresará la esperanza a esa gente —se quejó Jesenia abrazada a su cuerpo y sin apartar su mirada de la selva ensombrecida que se miraba por la ventana.A pesar de que era medio día, el cielo de La Costa estaba cubierto por densas nubes de lluvia que oscurecían el ambiente en la región.—Un plato de comida les dará fuerza para soportar la incertidumbre —alegó la chica con enfado—. Han pasado todo el día en la comisaría llorando por sus hijos perdidos, no tienen cabeza ni dinero para preocuparse en los alimentos. Si no comen, se debilitan.Jesenia apretó el ceño cavilando las p
Nunca se había percatado de que era muy buena buscando información. Se movía con facilidad entre el público y ponía en práctica buenas tretas con las que lograba conmoverlos para así hacer volar su curiosidad.En el centro de salud le costó congeniar con alguien porque el sitio estaba transformado en un caos.El asunto del asesinato había llenado la instalación de policías y periodistas, quienes a su vez asediaban a todo el que asistía para interrogarlo, escudriñando alguna exclusiva.Buscó a los enfermeros santeros, pero, por supuesto, ninguno se encontraba.Coqueteó con un vigilante, fue así como logró saber que había problemas en la dirección del centro, ya que unos doctores, recién llegados de la capital, querían hacerse cargo del caso y le estaban dando a la policía información falsa.Obtuvo todos los datos que pudo y, como le había indicado Albert, le pasó toda esa información al tío de Deibi por su teléfono móvil.El supuesto nuevo personal que había tomado el control de la ins
A Jesenia le costaba imaginar cómo un ser humano podía transformarse en un animal y actuar de manera tan cruel. Ella había escuchado que la magia negra era poderosa y peligrosa, pero pensó que eso solo podía suceder en películas.Se apresuró por llegar a la comisaría, sin dejar de pensar en todo aquello y en los «hombres tigre».Ellos también debían ser seres humanos transformados en fieras con la ayuda de hechicería, esa idea la hizo estremecer. ¿Qué clase de lugar era La Costa?Procuró mantener la calma al llegar a su destino, en la comisaría encontró un ajetreo inusual.Gracias al trabajo de investigación de ella, el abogado de la sociedad había logrado presionar a los oficiales para impedir el traslado de Gabriel a Maracay y en ese momento negociaban su liberación.Los familiares de los niños desaparecidos exigían con desesperación una respuesta igual de rápida.—¡Jesenia! Me alegra que hayas llegado. Isabel acaba de irse con Rebeca —la saludó Roger al reunirse con ella—. Lo hicis
Salió a la calle en dirección a la cabaña donde ella imaginaba que estaban los niños a pesar de que la tarde comenzaba a caer, pero una llamada a su teléfono móvil la detuvo. Al darse cuenta que era Isabel enseguida atendió.—¿Isa?—Jesi, ¿dónde estás?—Saliendo de la comisaría.—Nosotras aún estamos en el estacionamiento trasero. ¿Puedes venir? Te necesito.Jesenia cortó la comunicación y comprimió el rostro en una mueca de disgusto, quería ocuparse del asunto de los niños, pero no deseaba dejar a su amiga sabiendo que la necesitaba.Se apresuró por llegar al lugar que le había indicado encontrándola junto al auto de la madre de Rebeca, con el niño en brazos, quien lloraba desesperado.—¿Qué pasa?—Estábamos por irnos a la casa, pero Marian se puso mal de salud. Al parecer, tiene la presión arterial baja. Rebeca no puede meterla sola en el auto y yo no puedo dejar al niño —explicó con rapidez meciendo al bebé para intentar calmarlo.Jesenia dio un rápido vistazo al estacionamiento de
La obligaron a tomarse una medicina para los nervios y eso la tenía en un estado de sopor. El cuerpo lo sentía relajado, pero emocionalmente estaba agotada. Sin poder quitarse de la cabeza la imagen de Albert transformándose en aquella fiera.Ella no sabía cuánto tiempo había pasado desde que ocurrieron los hechos hasta el momento en que se abrió la puerta de la habitación.Al dirigir la mirada hacia la entrada y descubrir que se trataba de Jonathan, obligó a su cuerpo a activarse para ponerse de pie y ubicarse al otro lado de la cama, lejos de él.Jonathan no avanzó, pero cerró la puerta tras de sí. Su rostro reflejaba la rabia y la pena que lo embargaba.—Hola —le dijo, sin obtener respuesta. Respiró hondo antes de volver a hablarle—. ¿Cómo estás?—¿Qué son? —preguntó ella con una voz poco audible, aunque él pudo entenderla con facilidad.—¿Podemos sentarnos en la cama para hablar? —La chica negó con la cabeza, haciéndolo sentir miserable. Él sabía que ese momento llegaría, pero no
Jonathan llegó al lugar que habían acordado cuando aún despuntaba el alba. La neblina cubría buena parte de la selva, disolviéndose poco a poco antes de comenzar a subir por la montaña.Aunque estaba agotado y la rabia y la frustración le atormentaban la paciencia, se sentía más relajado que el día anterior. Había pasado la noche con Jesenia, la llevó a su casa y allí dejó sobre las sábanas todo el amor que ahogaba a su corazón, recibiendo una dosis igual de parte de ella.Al llegar al claro donde estaban reunidos sus hermanos, arrugó el ceño al encontrar a Deibi y a Gregory jugueteando entre ellos, lanzando piedras hacia el final de un barranco. Competían entre sí para ver quien golpeaba más troncos lejanos.Le fastidiaba que actuaran de manera tan despreocupada en momentos de tanta tensión. De Gregory lo entendía, porque el chico apenas tenía diecinueve años, a su criterio aún era inmaduro, además, había vivido con tantas restricciones durante su infancia que lo dejaban que recupera