—Vaya, sí que es toda una fiesta —comentó Isabel desde el vehículo de Javier cuando llegaron al malecón.La plaza estaba repleta de personas a pesar de ser un lunes no festivo. Los turistas se mezclaban con los santeros alrededor de un altar realizado en las escalinatas que dirigían a la playa, frente al mar.Yemayá es una diosa de la religión Yoruba considerada la diosa del mar y del amor. Se dice que de ella nacieron todos los Orishás, por eso está asociada con el poder maternal.Como buena madre, es comprensiva con sus hijos, fue por esa razón que los seguidores de esa religión, oriundos de la zona, decidieron realizar una ofrenda a la diosa para pedir por los niños perdidos.—Debieron gastar bastante en publicidad —reflexionó Jesenia con emoción desde el asiento trasero. La gran cantidad de gente y música pronosticaba mucha diversión.—Si quieren, bájense ahora. Iré a estacionar el auto a un par de cuadras de distancia para que no tengamos problemas de regresar luego —informó Javi
Cuando estaban cruzando el malecón, un grito infantil los detuvo.—¡Jesenia!Daniela corrió hacia ellos y se abrazó a la chica. Jonathan se alejó un poco para permitir el gesto, compartiendo una mirada con Deibi, que se acercaba a ellos con rostro enfurecido acompañado por sus tíos.—¿Cómo estás, lindura? —saludó Jesenia algo desconcertada. Había olvidado por completo que se había citado con ellos en ese lugar.—¡Hay un castillo inflable y un trampolín! ¡¿Los viste?!—No, ¿son divertidos?—Sí, el castillo es grande, tiene tres toboganes. Verdad, mamá —dijo en dirección a Claudia, que se aproximaba de la mano de Roger.—Sí, aunque hay que esperar un buen rato por un turno. Hay muchos niños —respondió la mujer saludándolos a ambos con un beso.—Es una fiesta muy animada —reconoció Roger y observó todo con escepticismo.—Sí, y a orillas del mar están haciendo rituales santeros. Al parecer están culminando —explicó Jesenia.—Entonces, mejor vayamos al área infantil y compremos unos algodo
—Muerde el paño para que…—¡Saca la maldita bala de una vez! —reclamó Jonathan con enfado. Lo habían trasladado a la casa de Baudilio para curarle las heridas. La bestia de Kenaí le había propinado profundos arañazos, recibiendo además, disparos que lo debilitaron.Gregory sacaba con ayuda de sus garras, las dos balas que habían quedado alojadas en la espalda de su hermano, para que luego sus heridas pudieran cicatrizar sin problemas gracias a las capacidades curativas que les aportaba la bestia.—No son balas de armas cortas —dedujo Gabriel al evaluar la que Gregory ya habia retirado del cuerpo de Jonathan—. Son balas de armas de asalto.—Y el veneno es más potente que el utilizado meses atrás por los hombres de Jairo Contreras —reveló Albert haciendo girar en su mano uno de los dardos—. Afectan a la bestia, aunque poco. La mía estuvo como adormilada por casi un minuto con un solo dardo.Jonathan gruñó con ira. Le habían clavado tres dardos en la espalda mientras luchaba con Kenaí, a
Jesenia se apretujaba las manos entre sí mientras observaba por la ventana de la casa de Javier hacia la selva. Los nervios no la habían abandonado en toda la noche y seguía con las emociones igual de alteradas esa mañana.Se comunicó en una ocasión con Jonathan a través del teléfono, pero él no pudo ir a acompañarla. A su lado sentía una enorme tranquilidad y deseaba tenerlo cerca, sin embargo, por los problemas que se habían desatado en La Costa, él y el resto de los miembros de la sociedad debían dedicarse en un cien por ciento a las labores en los sembradíos.Según le había explicado Isabel, los trabajadores estaban muy asustados por lo que había ocurrido la noche anterior en el malecón. Varias personas resultaron heridas y dos de los sujetos que habían propiciado el tiroteo fallecieron.A muchos les daba miedo ir a los terrenos, la policía manejaba la hipótesis de que grupos criminales estaban escondidos en esas tierras y lo que había ocurrido en la playa había sido por culpa de
Jesenia respiró hondo al quedar sola, con las palabras del tal Baudilio haciendo eco en su cabeza.Se abrazó a su cuerpo al sentir una brisa fría que la rodeaba. Una sensación de angustia de pronto la invadió, erizándole la piel.Al repasar los alrededores se sobresaltó al divisar a una niña semiescondida entre unos matorrales. Era la chica de los cabellos rubios, la que aferraba una muñeca de trapo entre sus bracitos y le había dado un susto de muerte días atrás.Retrocedió nerviosa, encerrándose enseguida en la casa con el corazón latiéndole a mil por horas en el pecho. Gritos infantiles llenos de terror resonaban en la lejanía, angustiándola.Se sentó en la mesa pretendiendo así controlar sus emociones. Las piernas le temblaban levemente y las manos le dolían de tanto que las había estrujado entre sí. Se arrepentía por no haberse ido con Isabel o con William.Creyó que dentro de esa casa estaría segura, pero el eco de los gritos de niños pidiendo auxilio la atormentaban.Sabía que
Los nervios habían enlazado un apretado nudo en el pecho de Jesenia que la tenía al borde de un ataque de pánico. La Costa se estaba volviendo un lugar muy oscuro, lleno de personajes de otro mundo.Se sobresaltó al escuchar el auto de Javier. Isabel había llegado a casa.Se asomó a la ventana con los ojos brillándole por el temor, por fin no estaría sola.Vio a su amiga bajar mientras hablaba por teléfono móvil. Reía y se mordía los labios con ansiedad por lo que le contaban al otro lado de la línea. Quizás fuera Javier, haciéndole seductoras propuestas, eso le produjo cierta envidia.A pesar de los problemas y las confusiones que ocurrían en esa región, ellos intentaban continuar sus vidas con normalidad, como si estuvieran habituados a las extrañezas que ahí se producían. La única que estaba siendo obsesiva era ella, aparentando demencia.Tal vez lo que William le había explicado fue lo más lógico que ocurrió en la playa, pero ella prefería pensar en la existencia de unos supuestos
Al llegar al pueblo se sintió cohibida, algo que no experimentaba desde la niñez. El lugar era un hervidero de personas andando de un lado a otro.Policías, familiares de las personas heridas en el tiroteo, periodistas y curiosos se trasladaban de un lado a otro en la búsqueda de información.Comenzaba a comprender la angustia de los miembros de la sociedad. Con semejante caos en la zona era imposible que el trabajo se desarrollara con normalidad.Los empleados de la cosecha temían salir de sus casas, ya fuera por miedo a la delincuencia desatada, a los animales salvajes sueltos en las montañas que los rodeaban o a los espíritus y fantasmas que intentaban atacarlos.Los santeros querían apagar los temores colectivos al activar en la región sus prácticas religiosas, ofreciendo sanación, tanto física como espiritual, y poniendo a la orden sus dotes adivinatorias para hallar a los niños perdidos y resolver las confusiones reinantes.Competían con el resto de las religiones que hacían vid
—Tengo que avisarle a Isa…—Ella sabe que estás conmigo —reclamó Jonathan con rabia contenida mientras salían del centro de salud.Jesenia lo miró impactada, nunca imaginó que él reaccionaría de esa manera. Una colisión de emociones se produjo en su pecho. De furia, al sentirse dominada, ya que odiaba que la trataran como si fuera una inconsciente, pero a la vez, excitada.Adoraba enloquecer a los hombres, verlos celosos e incontrolables por ella. Por eso no pudo evitar dibujar una pequeña sonrisa traviesa mientras subían al auto de él.—No sabía que vendrías —dijo con voz melosa cuando Jonathan ocupó su asiento y encendía el motor.Él le dirigió una mirada iracunda un instante, luego se esforzó por ignorarla. Estaba a punto de perder el control por el inmenso dolor que sentía en el pecho.—Te llamé, pero no respondías a tu teléfono. Por eso me comuniqué con Isabel. Ella me dijo que estaban aquí —explicó con la mandíbula prieta, antes de poner el auto en marcha y salir del centro de s