Luego de haber calmado las llamas de la pasión, Jonathan acompañó a Jesenia a la casa de Javier sin que fueran interrumpidos por algún otro hecho extraño.Ella se aferró a él durante todo el recorrido, las sombras de la noche la inquietaban. Odiaba la soledad y la oscuridad. Además, la compañía del perro la ponía aún más nerviosa, aunque él le asegurara una y mil veces que era un animal inofensivo.Isabel la estuvo esperando con Javier en el porche. Al llegar, enseguida se despidieron y entraron a la casa. Jesenia y Jonathan compartieron una mirada complacida antes de separarse, diciéndose, con el brillo de los ojos, lo que sus corazones sentían.—¿Todo bien? —le preguntó Isabel mientras subían las escaleras.—Excelente —respondió ella con emoción y se dirigió con rapidez a su cuarto mostrándose dichosa.Isabel la observó con preocupación, pero no realizó ningún comentario mientras se dirigía a su propio dormitorio, ni siquiera, cuando Javier entró.Ambos presentían que algo important
Halló a Rebeca y a Isabel saliendo entristecidas del consultorio, se unió a ellas para retirarse juntas del centro de salud, en silencio.Cuando se topaba con una situación confusa y compleja, tenía la costumbre de alejarse, más aún, si se trataba de un asunto que no le incumbía, pero lo que ocurría en La Costa le producía una poderosa curiosidad, por eso decidió no detenerse hasta saber lo que allí pasaba.Isabel y Jesenia llegaron a la casa inquietas por la situación de Rebeca. Isabel se sentía muy dolida, ya que deseaba ayudarla, pero no sabía cómo.—Hablaré con Javier para que interceda por ella ante Gabriel —comentó mientras reflexionaba caminando de un lado a otro en la sala. Jesenia estaba sentada en el sofá, bebiendo un té helado para superar el calor que hacía ese día.—No me parece conveniente, podrías generar un problema entre Javier y Gabriel. —Isabel la miró angustiada, deteniéndose. Jesenia respiró hondo antes de continuar—. Creo que Gabriel tiene razón, ese niño está sa
—Vaya, sí que es toda una fiesta —comentó Isabel desde el vehículo de Javier cuando llegaron al malecón.La plaza estaba repleta de personas a pesar de ser un lunes no festivo. Los turistas se mezclaban con los santeros alrededor de un altar realizado en las escalinatas que dirigían a la playa, frente al mar.Yemayá es una diosa de la religión Yoruba considerada la diosa del mar y del amor. Se dice que de ella nacieron todos los Orishás, por eso está asociada con el poder maternal.Como buena madre, es comprensiva con sus hijos, fue por esa razón que los seguidores de esa religión, oriundos de la zona, decidieron realizar una ofrenda a la diosa para pedir por los niños perdidos.—Debieron gastar bastante en publicidad —reflexionó Jesenia con emoción desde el asiento trasero. La gran cantidad de gente y música pronosticaba mucha diversión.—Si quieren, bájense ahora. Iré a estacionar el auto a un par de cuadras de distancia para que no tengamos problemas de regresar luego —informó Javi
Cuando estaban cruzando el malecón, un grito infantil los detuvo.—¡Jesenia!Daniela corrió hacia ellos y se abrazó a la chica. Jonathan se alejó un poco para permitir el gesto, compartiendo una mirada con Deibi, que se acercaba a ellos con rostro enfurecido acompañado por sus tíos.—¿Cómo estás, lindura? —saludó Jesenia algo desconcertada. Había olvidado por completo que se había citado con ellos en ese lugar.—¡Hay un castillo inflable y un trampolín! ¡¿Los viste?!—No, ¿son divertidos?—Sí, el castillo es grande, tiene tres toboganes. Verdad, mamá —dijo en dirección a Claudia, que se aproximaba de la mano de Roger.—Sí, aunque hay que esperar un buen rato por un turno. Hay muchos niños —respondió la mujer saludándolos a ambos con un beso.—Es una fiesta muy animada —reconoció Roger y observó todo con escepticismo.—Sí, y a orillas del mar están haciendo rituales santeros. Al parecer están culminando —explicó Jesenia.—Entonces, mejor vayamos al área infantil y compremos unos algodo
—Muerde el paño para que…—¡Saca la maldita bala de una vez! —reclamó Jonathan con enfado. Lo habían trasladado a la casa de Baudilio para curarle las heridas. La bestia de Kenaí le había propinado profundos arañazos, recibiendo además, disparos que lo debilitaron.Gregory sacaba con ayuda de sus garras, las dos balas que habían quedado alojadas en la espalda de su hermano, para que luego sus heridas pudieran cicatrizar sin problemas gracias a las capacidades curativas que les aportaba la bestia.—No son balas de armas cortas —dedujo Gabriel al evaluar la que Gregory ya habia retirado del cuerpo de Jonathan—. Son balas de armas de asalto.—Y el veneno es más potente que el utilizado meses atrás por los hombres de Jairo Contreras —reveló Albert haciendo girar en su mano uno de los dardos—. Afectan a la bestia, aunque poco. La mía estuvo como adormilada por casi un minuto con un solo dardo.Jonathan gruñó con ira. Le habían clavado tres dardos en la espalda mientras luchaba con Kenaí, a
Jesenia se apretujaba las manos entre sí mientras observaba por la ventana de la casa de Javier hacia la selva. Los nervios no la habían abandonado en toda la noche y seguía con las emociones igual de alteradas esa mañana.Se comunicó en una ocasión con Jonathan a través del teléfono, pero él no pudo ir a acompañarla. A su lado sentía una enorme tranquilidad y deseaba tenerlo cerca, sin embargo, por los problemas que se habían desatado en La Costa, él y el resto de los miembros de la sociedad debían dedicarse en un cien por ciento a las labores en los sembradíos.Según le había explicado Isabel, los trabajadores estaban muy asustados por lo que había ocurrido la noche anterior en el malecón. Varias personas resultaron heridas y dos de los sujetos que habían propiciado el tiroteo fallecieron.A muchos les daba miedo ir a los terrenos, la policía manejaba la hipótesis de que grupos criminales estaban escondidos en esas tierras y lo que había ocurrido en la playa había sido por culpa de
Jesenia respiró hondo al quedar sola, con las palabras del tal Baudilio haciendo eco en su cabeza.Se abrazó a su cuerpo al sentir una brisa fría que la rodeaba. Una sensación de angustia de pronto la invadió, erizándole la piel.Al repasar los alrededores se sobresaltó al divisar a una niña semiescondida entre unos matorrales. Era la chica de los cabellos rubios, la que aferraba una muñeca de trapo entre sus bracitos y le había dado un susto de muerte días atrás.Retrocedió nerviosa, encerrándose enseguida en la casa con el corazón latiéndole a mil por horas en el pecho. Gritos infantiles llenos de terror resonaban en la lejanía, angustiándola.Se sentó en la mesa pretendiendo así controlar sus emociones. Las piernas le temblaban levemente y las manos le dolían de tanto que las había estrujado entre sí. Se arrepentía por no haberse ido con Isabel o con William.Creyó que dentro de esa casa estaría segura, pero el eco de los gritos de niños pidiendo auxilio la atormentaban.Sabía que
Los nervios habían enlazado un apretado nudo en el pecho de Jesenia que la tenía al borde de un ataque de pánico. La Costa se estaba volviendo un lugar muy oscuro, lleno de personajes de otro mundo.Se sobresaltó al escuchar el auto de Javier. Isabel había llegado a casa.Se asomó a la ventana con los ojos brillándole por el temor, por fin no estaría sola.Vio a su amiga bajar mientras hablaba por teléfono móvil. Reía y se mordía los labios con ansiedad por lo que le contaban al otro lado de la línea. Quizás fuera Javier, haciéndole seductoras propuestas, eso le produjo cierta envidia.A pesar de los problemas y las confusiones que ocurrían en esa región, ellos intentaban continuar sus vidas con normalidad, como si estuvieran habituados a las extrañezas que ahí se producían. La única que estaba siendo obsesiva era ella, aparentando demencia.Tal vez lo que William le había explicado fue lo más lógico que ocurrió en la playa, pero ella prefería pensar en la existencia de unos supuestos