Al sentir que Isabel salía, Gabriel alzó el rostro y clavó en ella una mirada llena de furia. Sus ojos negros ahora se notaban amarillentos.El temor se le subió a Isabel a la cabeza. La mente se le invadió con la imagen de la bestia que la había atacado en sueños. Sus pasos retrocedieron de forma inconsciente. Los instintos de sobrevivencia se le activaron al tiempo que una vocecita le gritaba en la cabeza: «Corre».—No lo hagas —le advirtió Gabriel al percatarse de su intención, pero el corazón y la conciencia de Isabel habían tomado una decisión por ella.Se giró y corrió hacia las escaleras. Abrió la puerta con un golpe y bajó a toda prisa los escalones. Sin embargo, cuando alcanzó el primer rellano, sintió que una mano le apresaba el cuello y la empujaba con fuerza hacia la pared.—Estúpida, no vuelvas a hacerlo.El terror le nubló los sentidos. La voz de Gabriel se volvió gutural, hablaba en medio de gruñidos. Sus ojos amarillos se afincaron en ella con saña y su boca se abría s
Isabel negó con la cabeza.—Necesito pensar… por favor, vete.—No.Sus ojos se llenaron de súplicas.—Quiero estar sola.—No te dejaré así. —Javier comenzó a acariciarle el rostro hasta hundir los dedos en sus cabellos—. Estoy lleno de ira, necesito de tu fortaleza para enfrentar esta situación y sé que tú me necesitas a mí.—No tengo fortaleza. Tengo miedo.—Confía en mí. —Bajó el rostro hasta alcanzar los labios de la chica y rosarlos con sutileza con los suyos—. Eres la luz que ilumina mi entendimiento. Dame tu fuerza, mi amor. —Le esparció decenas de besos en la mandíbula y avanzó hasta llegar a su oreja—. Lléname de tu calor.Isabel apoyó las manos en su pecho. Se estremecía, tanto por el temor como por el deseo.—¿Y la bestia?Javier le acunó la cabeza entre las manos y le elevó el rostro. Con la punta de la nariz le acarició el contorno de los labios mientras dejaba besos furtivos.—Está dentro de mí. No nos molestará.—Pero…—Hemos estado otras veces juntos y nada ha pasado. P
Minutos después, Javier conversaba por teléfono y manejaba a través de la serpenteante carretera en dirección a La Costa. Isabel no podía comprender cómo era capaz de mantener la concentración en ambas actividades y menos en una vía tan llena de curvas peligrosas.Retorcía las manos sobre su regazo y miraba la vegetación temiendo que de un momento a otro Gabriel apareciera transformado en la bestia.—Maldita sea —masculló él y apagó el teléfono para lanzarlo en la guantera del auto. Isabel miró su rostro endurecido y pudo notar que el color de sus ojos cambiaba.—Javier… —dijo, pero el temor se le ató en la garganta y no le permitió completar la frase.Él estaba pensativo, al girarse hacia ella y observar su rostro angustiado comprendió a qué se debía su aprensión. Respiró hondo y se apretó el puente de la nariz.—Disculpa. Puedo controlarme.—¿Qué sucede?—Se complicaron las cosas, Gabriel no aparece y todos comienzan a desesperarse.Al notar que Javier se relajaba y el color de sus
La Ford Explored se detuvo detrás de su auto y en segundos se bajaron todos los tripulantes con las armas cargadas.Él salió de los matorrales y dejó que la bestia tomara el control de su humanidad, pero antes de alcanzar el cambio, recibió el impacto de una bala en el muslo derecho y dos dardos que se le clavaron en el pecho y el cuello.Cayó al suelo arrodillado. Los dardos contenían un veneno potente que le recorrió las venas con rapidez y lo debilitó.Un sujeto delgado y de piel morena, vestido completamente de blanco y con un gorro ceñido en la cabeza, observó con sorpresa sus ojos amarillos de pupilas felinas y las manos de garras afiladas como cuchillas.—Maldita sea, ¿cuántos son? —dijo mientras Gabriel gruñía y le mostraba unos dientes puntiagudos—. ¡Rodrigo! —Llamó a su primo, quien acudió presuroso con la mirada llena de temor—. Lleva a la mujer al auto, Jairo nos espera —ordenó.El sujeto de inmediato hizo lo que le habían ordenado con ayuda de dos secuaces mientras Gabrie
Jairo se detuvo frente a una edificación en ruinas y sacó a Isabel a empujones por el lado del conductor. Le apretó con rudeza el brazo para arrastrarla hasta el interior de un edificio agrietado y manchado por el paso del tiempo y el fuego.Ella observó el lugar y se erizó al reconocerlo. Era el escenario de sus dos últimas pesadillas. La selva lo rodeaba, incluso, se había adueñado de buena parte de la construcción.Se dejó llevar en silencio y sin oponer resistencia mientras detallaba el lugar. Cruzaron una especie de recepción hasta llegar al patio central. Altos árboles se erguían hacia el cielo y sus gruesas raíces levantaban las lajas de cemento que cubrían la tierra, por la que escapaban manojos de maleza.El patio estaba rodeado por un pasillo que lo conectaba con infinidad de habitaciones, cuyas puertas, en su mayoría, estaban derribadas.Igual de arruinado se hallaba el primer piso. En algunas zonas faltaba el techo y en otras, se apreciaban grandes boquetes en las paredes.
Eligió un descampado en medio de la selva para realizar el trabajo. El mar resonaba con fuerza a pocos metros, junto a un acantilado que servía de puerto a las persistentes olas. La brisa barría las chispas de agua que estas creaban y las dirigían en dirección a la montaña.El escenario le otorgaba todo lo necesario para llevar a cabo la ofrenda: agua, tierra y aire. Del fuego se encargaría él.Ayudado por William y el negro Ciro, un santero reconocido en La Costa, Baudilio cavó un hoyo en la tierra y colocó ramas secas para encender una fogata.—¿Estás seguro de que el conjuro servirá? —indagó Ciro. Se informaron muy poco sobre el espíritu que la bruja María Tomasa había despertado por accidente y nunca pudo regresar a su dimensión.—Algo tenemos que hacer. Al menos, espero verle la cara.El negro dirigió la mirada al cielo y apretó el ceño al ver las densas nubes de lluvia que se acercaban con rapidez. El viento se agitaba y zarandeaba hasta los árboles más pesados.Baudilio realizó
Rebeca se frotaba el vientre con nerviosismo mientras observaba a Isabel que estaba encaramada sobre una escalera improvisada, creada con los restos que había en la habitación, y con la ayuda de escombros golpeaba las lajas podridas del techo para formar un boquete y así pasar al primer piso.Sin embargo, ambas quedaron paralizadas al sentir que la tierra vibraba.—¡Son las bestias! —expresó Rebeca alarmada. Isabel trabajaba con sutileza para no hacer mucho ruido y llamar la atención de Jairo, pero al ver la desesperación reflejada en el rostro de la mujer comenzó a golpear con energía el techo.En segundos, y en parte gracias al movimiento que producían las bestias al acercarse, las láminas cedieron. Isabel tuvo que lanzarse al suelo para evitar que los restos de la construcción le cayeran encima.Al ver que había quedado un hoyo lo suficientemente grande para que ambas pasaran, se alegró. Trepó por la montaña de desechos y se asomó a la primera planta.Arriba, el escenario parecía m
El cielo estaba despejado, lleno de estrellas y coronado por una enorme luna. Para muchos era una noche perfecta, para Javier, no.La luz que le daba calor a su existencia no estaba a su lado. Su brillo se había apagado y a cada segundo se volvía más débil.A su alrededor la vida continuaba. Faltaban pocos minutos para la media noche y la entrada de una de las clínicas ubicadas al norte de Maracay tenía más agitación que cualquier otro centro nocturno de la región.Sirenas de ambulancias y patrullas de policías alumbraban con sus colores los rostros abatidos y cansados de los familiares que esperaban fuera de la instalación mientras sus seres queridos eran atendidos.Sentado en un banco de cemento, con los brazos apoyados en las rodillas y la cabeza baja, trataba de esfumar el amargo dejavú que le recorría la piel.Dieciséis años atrás se encontraba en ese mismo lugar, aferrado al brazo de su padre, esperando a que les entregaran el cuerpo sin vida de su madre para darle sepultura. No