Eligió un descampado en medio de la selva para realizar el trabajo. El mar resonaba con fuerza a pocos metros, junto a un acantilado que servía de puerto a las persistentes olas. La brisa barría las chispas de agua que estas creaban y las dirigían en dirección a la montaña.El escenario le otorgaba todo lo necesario para llevar a cabo la ofrenda: agua, tierra y aire. Del fuego se encargaría él.Ayudado por William y el negro Ciro, un santero reconocido en La Costa, Baudilio cavó un hoyo en la tierra y colocó ramas secas para encender una fogata.—¿Estás seguro de que el conjuro servirá? —indagó Ciro. Se informaron muy poco sobre el espíritu que la bruja María Tomasa había despertado por accidente y nunca pudo regresar a su dimensión.—Algo tenemos que hacer. Al menos, espero verle la cara.El negro dirigió la mirada al cielo y apretó el ceño al ver las densas nubes de lluvia que se acercaban con rapidez. El viento se agitaba y zarandeaba hasta los árboles más pesados.Baudilio realizó
Rebeca se frotaba el vientre con nerviosismo mientras observaba a Isabel que estaba encaramada sobre una escalera improvisada, creada con los restos que había en la habitación, y con la ayuda de escombros golpeaba las lajas podridas del techo para formar un boquete y así pasar al primer piso.Sin embargo, ambas quedaron paralizadas al sentir que la tierra vibraba.—¡Son las bestias! —expresó Rebeca alarmada. Isabel trabajaba con sutileza para no hacer mucho ruido y llamar la atención de Jairo, pero al ver la desesperación reflejada en el rostro de la mujer comenzó a golpear con energía el techo.En segundos, y en parte gracias al movimiento que producían las bestias al acercarse, las láminas cedieron. Isabel tuvo que lanzarse al suelo para evitar que los restos de la construcción le cayeran encima.Al ver que había quedado un hoyo lo suficientemente grande para que ambas pasaran, se alegró. Trepó por la montaña de desechos y se asomó a la primera planta.Arriba, el escenario parecía m
El cielo estaba despejado, lleno de estrellas y coronado por una enorme luna. Para muchos era una noche perfecta, para Javier, no.La luz que le daba calor a su existencia no estaba a su lado. Su brillo se había apagado y a cada segundo se volvía más débil.A su alrededor la vida continuaba. Faltaban pocos minutos para la media noche y la entrada de una de las clínicas ubicadas al norte de Maracay tenía más agitación que cualquier otro centro nocturno de la región.Sirenas de ambulancias y patrullas de policías alumbraban con sus colores los rostros abatidos y cansados de los familiares que esperaban fuera de la instalación mientras sus seres queridos eran atendidos.Sentado en un banco de cemento, con los brazos apoyados en las rodillas y la cabeza baja, trataba de esfumar el amargo dejavú que le recorría la piel.Dieciséis años atrás se encontraba en ese mismo lugar, aferrado al brazo de su padre, esperando a que les entregaran el cuerpo sin vida de su madre para darle sepultura. No
Semanas después…Los cuatro guerreros sonreían con satisfacción mientras hundían los dedos de los pies en la suave arena. El color mostaza del suelo que pisaban se aclaraba a medida que llegaba a la orilla del mar, donde se mezclaba con la blanca espuma que producían las olas al romper.Desde allí el agua reflejaba el azul de un cielo despejado que se intensificaba a medida que se hacía más profundo y se perdía en el horizonte. El único objeto que rompía la uniformidad celeste del firmamento era el sol, que calentaba el aire salino con sus rayos.—¿No es el lugar más hermoso de la tierra? —preguntó Jonathan, embobado por la imagen de aquella playa caribeña.Se encontraba junto a sus hermanos frente al imponente mar, vestidos únicamente con unos bermudas estampados hasta las rodillas, dejando al descubierto sus torsos musculosos.Los turistas los observaban con curiosidad, aunque aquello no parecía molestarlos, estaban acostumbrados a llamar la atención de esa manera. El interés de tod
Baudilio suspiró hondo sin apartar sus ojos cansados del dibujo que habían hecho los ancestros.—Mientras más averiguamos sobre Ildemaro, más crímenes aparecen —comentó William parado en la ventana de la casa del líder con su mirada severa clavada en la selva.—Todo es nuestra culpa, olvidamos nuestras raíces y nuestras responsabilidades —reprochó Baudilio con enfado—. Dejamos que Ildemaro asumiera nuestro trabajo.Ahora fue William quien suspiró y bajó su mirada furiosa al suelo.—Asesinó hace meses al administrador para dirigir las finanzas, contrató a la bruja malvada de María Tomasa para descontrolar a los guerreros y dirigir la producción, era evidente que luego nos aniquilaría a nosotros para tomar por completo la dirección de los sembradíos.—En eso último, te equivocas —alegó irritado y tomó el tabaco que había dejado sobre un cenicero para darle una calada—. Hace dieciséis años, Ildemaro nos aniquiló. Pagó a unos cazadores para asesinarnos, pero como no pudo acabarnos a todos
Jesenia bajó del bus y sonrió de verdadera felicidad cuando sus pies al fin tocaron el suelo de La Costa. Había pasado meses alejada de esas tierras y anhelaba recibir la energía vigorizante que solo había podido sentir en esa mágica región.Isabel, su mejor amiga, al verla le hizo señas con una mano y corrió hacia ella para darle un abrazo.—Ey, ¿no estabas convaleciente? —se burló Jesenia con la voz ahogada por el fuerte apretón.—¡Ya no! —aseguró Isabel sin poder controlar su alegría. Su piel, ahora bronceada por el cálido sol del Caribe, sus brillantes ojos oscuros y su rostro entusiasmado, evidenciaban su excelente estado de salud—. En ocasiones me molesta un poco el brazo al moverlo con brusquedad, pero estoy de maravilla.—Entonces, me engañaste —acusó observándola con los ojos entrecerrados—. Me hiciste venir porque necesitabas que te cuidaran, ya que tu adorado tormento pasa más tiempo entre vacas que contigo.Isabel se carcajeó.—Javier es agricultor, no ganadero. Vive entre
—¡¿Estás bien?! —preguntó Isabel alterada. Jesenia solo pudo asentir mientras salía de su estupor. La mujer bajó del auto enfurecida— ¡¿Te volviste loco?! —preguntó con irritación al chico que interrumpía la vía atravesando una soga, que por un extremo estaba atada a un árbol y por el otro él la sostenía con una mano.—Pensé que estabas atenta al camino —justificó el joven y alzó los hombros con desinterés. Era un muchacho alto, delgado y de piel pecosa que portaba un atuendo playero de sandalias, bermudas floreada y camisa colorida.—No puedes bloquear el paso de esa manera ¡Vas a provocar un accidente! —reclamó Isabel sacando del bolsillo de su pantalón su teléfono móvil, que comenzó a sonar con insistencia.Jesenia observó la escena desde el auto, pero cuando los nervios se le asentaron, se bajó dirigiendo la mirada al punto donde había visto a la niña sin lograr ubicarla.—¡Tienes que ver la vía! —le insistió el chico a Isabel con cierto tono de burla. Ella estaba a punto de estal
Jonathan detuvo su Toyota Range Rover en el estacionamiento de la casa de Baudilio. A la vista de los turistas, la casa parecía deshabitada. Maleza, hojas muertas y penumbras era lo que la rodeaba. De las columnas del porche colgaban gruesas telarañas y el salitre descorchaba las paredes.Luego de la muerte de su esposa y de la pérdida de la bestia, Baudilio vivió como un ermitaño, encerrado en la parte trasera de su vivienda ocupándose de estudiar antiguos libros de la sociedad étnica y retomando las costumbres mágicas que esta poseyó en el pasado.—¡Déjame ayudarte! —exigió Jonathan, bajándose con prontitud del auto para acercarse a la puerta del copiloto.Baudilio saltó del asiento cargando dos libros gruesos y largos, cuyas hojas estaban a punto de fragmentarse por la humedad y el tiempo. Olían a podrido y hasta tenían larvas de polillas viviendo en su interior, pero él estaba feliz al haberlos encontrado en una caja para trastes en la cochera de la casa de Gabriel Veldetta.—¡Déj