Parte 2. Capítulo 33. La selva

—¡Guaooo! ¿Esta es tu casa? —preguntó Jesenia con emoción. Al estacionar el auto a un costado de la vivienda, la chica se bajó para observar con más detalle el lugar.

—Recuerdas esta casa, ¿cierto? —le preguntó él a Isabel, quien se mantenía muda, con los ojos fijos en la vivienda.

El hogar era más grande de lo que recordaba. Tres escalones daban entrada a un pórtico largo que ocupaba toda la parte delantera, precedidos por un borde de piedras de río que la hacían parecer una fortaleza.

Los grandes ventanales de hojas panorámicas estaban cubiertos por cortinas color crema, que resaltaban a través del oscuro y brillante caoba de las maderas que adornaban parte de la estructura.

—¿Estás bien? —insistió Javier, inquieto por su silencio. Le tomó con sutileza una mano y le acarició el dorso— Dime algo —le pidió.

—¿No piensan salir? —inquirió Jesenia ansiosa desde el exterior, atenta a la puerta de la casa que comenzaba a abrirse con suavidad.

—Es la misma… —confesó Isabel casi en susurros.
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