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“La chica ruidosa”

—¿Eva?

La voz su madre la hizo separarse un poco del nuevo vecino, Sebastián se giró sobre sus pies al reconocer aquella cara familiar.

—¿Señora Smith?

—¡Oh, por Dios, Sebastián!

La mandíbula de la chiquilla casi se cae al darse cuenta que ambos se conocían, la mujer que la trajo a la vida corrió hacia el robusto hombre, para luego fundirlo en un abrazo un poco incómodo. El pelinegro encorvó los hombros, para acto seguido dar un paso hacia atrás.

—Tu abuelo me preguntó si ya habías llegado, y temía que te hubieses perdido… —De repente ambos quedaron viendo a la pequeña silueta delante de ellos. —Al parecer ya conociste a mi hija Evie…

—Mamá… —Su voz sonaba de reprimenda, odiaba que su madre la llamara así delante de extraños. —¿De dónde se conocen? —Indagó con curiosidad —, jamás me hablaste de este anciano…

—¡Eva! Trátalo con respeto… Este hombre que ves aquí es el heredero del clan Drake… —Becca tapó su boca rápidamente con sus manos. —Entra a la casa.

—Pero, mamá…

—¡Entra a la casa!

Sebastián apartó la mirada para evitar burlarse de ella.

—Hasta mañana, niñata.

Sus pies se detuvieron al escucharlo llamarla así.

—Hasta mañana, vejestorio.

(***)

El ruido que hace la máquina de cortar césped del señor Parker, obligó a Eva a levantarse mucho antes de lo que su despertador debía despertarla. Su rostro estaba tan hinchado por los frijoles con salchichas que había comido en la cena de la noche anterior. Sus mejillas se hallaban tan regordetas que le era casi imposible respirar.

—Carajo…

Gimió, al tratar de levantarse, pero terminó cayendo al piso de un solo tirón.

—M****a… M****a…

Chilló del dolor.

—Maldito suelo de m****a.

Con algo de cuidado se levantó, y sacudió el polvo imaginario de su cuerpo, caminó un par de pasos hasta la consola que su padre le había regalado en su anterior cumpleaños, y colocó esa canción que se había vuelto su favorita para este año.

Prenda por prenda fueron abandonando poco a poco su cuerpo hasta quedar notoriamente desnuda. Caminó con pasos firmes hacia el baño de su habitación, mientras que en un abrir y cerrar de ojos el agua de la regadera cayó suavemente contra su aterciopelada piel.

De repente, escuchó un ligero ruido en su recámara.

Eva, giró a la velocidad de la luz la llave de la regadera, para luego, caminar con algo de temor hacia su habitación.

Sus rodillas dolían un poco, pero, no tanto como lo que acababa de ver.

“El vecino nuevo estaba delante de ella, mirándola con los ojos abiertos. ¿Lo malo? Un extraño la está viendo como Dios la trajo al mundo”

—¡Pervertido!

Gritó, tirándose al suelo, y cubriéndose con sus propias manos.

—¿Pervertido yo? ¿No eres tú la que intenta seducirme desde ayer?

—¡Hijo de perra! ¡Vete de mi habitación!

—Espera… Espera…

—¡¿Qué?!

—Tu madre me ha dicho que te diga algo importante.

Sebastián retrocedió cuando una zapatilla deportiva cayó casi en su entrepierna.

—¿Qué? ¡Dilo rápido!

Un silencio se instaló entre ambos.

—Dijo que bajaras a desayunar… Y…

—¿Y qué?

Su nuevo vecino sonrió como si hubiese ganado una gran partida de ajedrez.

—Y que quites tus tangas del patio, que el señor Parker las vio.

—¡Imbécil!

Otra zapatilla iba directa hacia la cara de Sebastián, sin embargo, este se movió tan rápido que evitó el golpe en un abrir y cerrar de ojos. Luego de algunos minutos una enojada Eva bajó hacia el comedor. Hasta la entrada de la cocina se escuchaba las risas de sus padres junto a ese estúpido y engreído vejestorio.

—No pensé que éramos caridad…

Agregó al sentarse por fin en la mesa de comedor.

—Hija…

Su padre la reprendió.

—¿Qué? ¿No tienes dinero para pan?

El hombre tensó la mandíbula.

—Hija, basta.

Ahora era su madre.

—No dije nada, si necesita dinero, dale un poco por sacar la basura.

—¡Eva Smith, ya basta!

Harold, golpeó con fuerza la mesa.

La vena en la mitad de su cabeza ahora se notaba demasiado por la ira que sentía hacia su propia hija. —Estos no son los modales que te hemos inculcado, —con una servilleta de papel, se secó el sudor de su cara. Su canoso cabello, estaba tan bien peinado, mientras que el traje de dos piezas que usaba para ir a trabajar lo hacía lucir muy elegante y formal.

—Eva, Sebastián es el hijo del presidente de Go Space.

La sonrisa en su rostro se borró.

—¡¿La empresa donde trabaja papá?!

—Esa misma… —Agregó, casi echándole leña al fuego su nuevo vecino. —¿Qué era lo que decías de mí?

—¡Pero! ¡Mamá!

—Su padre nos pidió cuidarlo por un tiempo.

—¿Por qué?

Los adultos se miraron, y nadie dijo nada.

—¿Mataste a alguien?

—No.

Respondió secamente.

—¿Eres Gay?

—Por Dios, pastelito, claro que no.

A Eva se le dificultó respirar.

—Mejor me voy a trabajar.

La pelinegra, tiró hacia atrás la silla de madera antigua en donde estaba sentada, para luego caminar hacia afuera de la casa.

—¡Hey, niñata!

Torció los ojos al escuchar la voz de Sebastián.

—¿Qué quieres?

—Puedo llevarte…

—No gracias.

—¿Por qué no?

—No salgo con los hombres que me ven desnuda sin mi permiso.

—¿Y si me das permiso?

Sus pies se detuvieron.

—¡Eres un cerdo?

—¿De verdad?

Este, se metió la mano en su bolsillo, y sacó unas llaves que hicieron sonar un vehículo cerca de ellos. —¿Ese es tu coche? ¿Un Lamborghini?

—Sí, pero como dijiste que no te irías con…

Eva corrió tan rápido, para abrir la puerta del coche, y sentarse en el asiento del copiloto. —Pensé que te caía mal.

—Tú sí, tu coche no.

—Bien, bien, pero eres un jodido dolor en el culo.

La pelinegra comenzó a tocar todo a su paso, hasta que sin querer abrió una compuerta que guardaba media docena de condones que cayeron sin dudarlo sobre sus piernas.

—¡Ah! ¡Ah! —Gritó, fuertemente, sacudiéndose en el acto.

—Mierda, pensé que estaban en mi casa.

—¿En tu casa? ¿Cogiste en donde yo estoy sentada?

Él no respondió.

—Eres un asqueroso de lo peor, abre la puerta, ya no quiero ir contigo.

—Le dije a tus padres que te llevaría, deja de ser tan infantil.

—¡No quiero ir contigo!

—Eva… Mírame.

Un olor a flores, mezclada con una tonalidad masculina embriagó casi de inmediato a la jovencita. Esta abrió los ojos al percibir como su cuerpo fue calmándose poco a poco.

—¿Qué fue eso?

—¿Qué cosa?

—¡Lo que hiciste!

—Estás loca, Eva, bájate del coche, ya llegamos.

Sus manos se sentían demasiado frías; sus rodillas temblaban, y había algo que la hacía sentirse atraída al misterioso hombre. Su nuevo vecino rodeó el coche, y abrió la puerta quizás para deshacerse de una buena vez por todas de ella.

—¿Y mis gracias?

—Que te den.

Dijo, afirmando su bolso contra su hombro, para luego alejarse de él.

—¿Quién te trajo?

Nena, preguntó, sin ni siquiera dejarla llegar bien al trabajo.

—El tipo de ayer.

—¿El grandote?

—Sí.

—¡No me lo creo, eres una zorra!

Lo dijo en forma de burla.

—Es el nuevo inquilino de mis padres, y es un grano en el culo.

Nena abrió los ojos, y negó.

—Así que soy un grano en el culo… Que lindo escucharte hablar de mí.

Su ceño se frunció.

—Creí que ya no tenía que verte más.

—¿Qué crees?

—¿Qué?

Sus ojos recorrieron el rostro de Eva, y la mirada se esfumó al llegar a sus tetas. —Me gustó este lugar.

La chiquilla simplemente lo ignoró, giró su cuerpo sobre sus propios pies, dispuesta a evitarlo por completo; comenzó a limpiar las mesas, hasta que el sonido de la puerta principal dejando ver a Emiliano la dejó casi embobada.

Hola…

Susurró, al ver al chico del cual llevaba enamorada por más de medio año.

—¿Hay mesas disponibles?

—¿La misma de siempre?

—Eres tan linda… —Eva sintió como su corazón se derritió al escucharlo llamarla de esa forma. Sus ojos azulados eran demasiado hermosos. Su corazón no dejaba de latir por él.

—¿Tostadas, crema de maní y café negro?

—Adoro que sepas lo que me gusta.

El estómago de ella sonó.

Se sentía como si estuviese flotando en el aire.

—Quiere lo mismo de siempre.

Le murmuró a Eva, sin quitarle la mirada de encima a Emiliano.

—Deja de mirarlo tanto.

—No puedo, ¿No es tan lindo?

—Toma, llévale esto a tu novio.

Su corazón latió con demasiada fuerza.

Llevaba días queriéndosele declarar, pero el miedo le ganaba.

La bandeja la sostuvo con fuerza, al ser mediodía el bar estaba demasiado lleno. Los hombres de Sunny Village pasaban más tiempo en este lugar que en sus propias casas. Al fondo, Emiliano la esperaba en la misma mesa que ha estado usando desde que conoce Laguna azul.

Adoraba sentarse cerca a la ventana, y mirar a todas las personas pasar por las calles solitarias del pueblo en donde vivía.

Los dedos de Eva le dolían un poco, quería decírselo, y sentía que hoy más que nunca era el mejor momento para eso. O eso pensó, antes de que terminara cayendo al suelo, y que la comida ensuciara su cuerpo por completo.

¿El culpable?

—Lo siento.

Sebastián Drake.

¿Lo peor?

La ha levantado del suelo, entre sus brazos fuertes, para ahora encerrarse con ella en el baño de empleados, todo delante de Emiliano.

¿Por qué lo hizo?

Necesitamos saberlo.

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