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“Ojos noche”

—¡Ya voy, Ed!

Eva gritó, al escuchar al regordete de su jefe pedirle que lleve más cervezas a la mesa número cinco. Sus pies se detuvieron delante de dos hombres latinoamericanos que le observaban las piernas con tanto deseo que le provocaron casi de inmediato arcadas.

—¿Cuánto por la mamada?

Entonó uno, mientras que el otro se reía.

—¿Cuánto cobra la puta de tu madre?

Encaró, mirando la pequeña libreta en donde anotaba los pedidos en donde anotaba los pedidos de los clientes del bar de mala muerte en donde trabajaba desde que cumplió la mayoría de edad.

—Eres una zorra…

Uno de ellos se levantó, para pegarle.

—Sabes que en este lugar hay cámaras, ¿Verdad, Thomas?

—¿Qué?

Ella estaba mintiendo.

—Le diré a tu esposa en que te gastas el dinero.

—No serías capaz…

Eva sonrió convencida.

—¿Quieres probar que tan loca me vuelvo con los viejos verdes como tú?

El mexicano negó, para que se fueran, lo último que quería era tener una pelea en un lugar en donde estaban ilegales. —No vale la pena… Esta puta no vale la pena.

Encaró, levantándose de la mesa.

—¿Y el dinero?

—¿Qué dinero?

—¡El de las putas cervezas que te tomaste, Thomas!

—Págalas tú.

Las risas llenaron el pequeño lugar, ambos tipejos caminaron hacia la salida, pero una convencida Eva estaba dispuesta a sacarles el dinero así sea a patadas.

—¡Paga, hijo de perra!

Gritó, en la mitad de la calle.

—¿Estás loca?

—¡¿Quieres que pague por ti?! ¡Dame mi puto dinero!

Los hombres retrocedieron al ver a la chiquilla tomar con rabia una de las botellas de cerveza que ellos mismos se habían tomado. —Págalo, antes de que te arrepientas.

Thomas sacó un par de billetes de su bolsillo, y con sus manos temblorosas se las dio. —Toma, toma… Por eso sigues soltera, Eva, nadie quiere a las mujeres como tú.

Los hombres brincaron al sentir los fragmentos de vidrio caer cerca de ellos. De repente un olor peculiar envolvió el cuerpo de la pelinegra. Sus ojos buscaron de manera desesperada, mientras que sus pies se movían buscando de dónde venía ese extraño perfume.

—¿Trabajas aquí?

De repente, una voz profunda, y demasiado masculina para ser verdad, invadieron sus oídos. Su ceño se frunció al ver al enorme hombre delante de ella; jamás en sus diecinueve años de vida había visto a un ser tan precioso como el que ahora estaba viendo.

Los ojos del sujeto eran tan oscuros como la noche, su mandíbula tensa, y bien formada era lo que más le llamaba la atención. Su piel era tan pálida que podía notar con facilidad las venas azules de su cuerpo. Su cabello se ondulaba con el viento, y ni hablar de los carnosos labios que se humedecían por los rastros de saliva que dejaba su lengua sobre ellos.

—¿Me vas a seguir mirando como pervertida? ¿o me vas a atender?

Eva asintió, ocultando su rostro.

Sus mejillas ardían demasiado, y mantenía la mirada gacha al ir detrás del desconocido hombre.

—¿Qué va a pedir?

—¿Tienen algo de comer?

—Sí… Señor.

—Quiero un filete, pero… Solo quiero que la cocinen durante cuatro minutos.

—¿…Qué…?

—¿Eres sorda de un oído, o qué?

La chica mordió su mejilla interna, ya había provocado un escándalo en el bar, si algo más ocurría sin duda alguna la iban a despedir.

—Está bien, señor, ¿Algo más?

—¿Qué te largues?

Sus dientes apretaron su labio inferior, lo que más odiaba en este mundo eran los hombres como él. Esos que se creían merecedores de todo solo por estar tan buenos como las ganas de comer. Eva volvió a mirarlo, pero ahora desde la barra del bar. El misterioso desconocido observaba a las personas como si todas fueran una jodida presa.

Sus manos unidas sostenían su afilada barbilla, mientras que sus ojos se concentraron en una sola persona. Eva Smith.

—¿Qué le hiciste al cliente?

Nena, su mejor amiga de toda la vida le preguntó, entretanto dejaba unas jarras de alcohol sobre la barra.

—¿A quién?

—Al grandote.

La chiquilla se rio.

—¿Cuál de todos?

—Eva, no te hagas la tonta, sabes bien que en Sunny Village no hay tipos tan buenos como ese adonis… Es que míralo… —Ambas lo observaron en secreto. —Ese traje de dos piezas negro lo hacían ver tan…

—¿Tan qué?

Benny le dejó la cena del hombre sobre la barra.

—¿Delicioso?

Las amigas se burlaron, mientras que Eva agarraba el plato para llevárselo al “delicioso hombre”

—Aquí tiene su pedido.

Lo dejó en su mesa, pero, de repente ambos chocaron las manos.

—¡Mierda!

El hombre chilló de dolor repentinamente.

—¿Te quemé?

Espetó, al mirar como todos la observaban.

—¿Tienes una pulsera de plata?

—¿Qué?

—No importa, toma.

El sujeto sacó un par de billetes, y se lo dejó sobre la mesa.

—¡Espera! ¡Espera! ¡Te lo puedo envolver para que te lo lleves?

Ella trató de tocarlo, aunque este se alejó inmediatamente.

—No importa… —Inquirió, con ganas de decirle de cosas, aunque se detuvo al ver su cara de preocupación. —¿Dónde queda la calle doscientos veintisiete?

—¿Qué?

Este tornó los ojos en blanco.

—¿Estás segura que no eres sorda?

Ambos se quedaron en silencio.

—Es que es mi calle.

—No me digas…

Encaró, notoriamente decepcionado, por anda del mundo quería volver a encontrarse a esta problemática chiquilla, y ahora resulta que serán vecinos.

—¿Cuál es tu nombre?

—¿Me harás un amarre?

—No seas idiota…

—Hey… ¿Nadie te enseñó a respetar a los adultos?

Eva se quitó el delantal.

—Perdón, abuelo, es extraño ver a los ancianos solos en la calle.

—No me dio risa.

Ella bajó la mirada.

—A mí sí.

—Soy Drake… Sebastián Drake…

Los ojos de Eva se abrieron, sus pies se detuvieron por un instante, para acto seguido soltarse a reír como nunca se había reído en su corta vida. Sus manos cubrieron su estómago cuando un dolor intenso se instaló en medio de su panza.

—¿Por qué te presentas así? —dijo, en medio de su risa, —¿A caso eres James Bond? Ja, ja, ja —Continuó burlándose, —Drake… Sebastián Drake. Ja, ja, ja.

Él caminó lejos de la ruidosa chiquilla.

—¡Hey! ¡No me dejes!

—No me tutees, soy mayor que tú. —La encaró, mirándola por encima de su hombro derecho.

—Se nota…

Sebastián se detuvo.

—¿Qué?

—Es que si se nota que eres viejito…

Su mandíbula se tensó, quería hacerla desaparecer, sin embargo, estaba en este lugar para empezar de nuevo.

—¿Dónde queda esa puta calle?

Eva señaló.

—Ya casi llegamos, viejito.

—¡No me digas así, niña tonta!

—¿Cómo quieres que te diga? ¿Abuelito?

Este respiró profundo, y caminó en silencio, hasta que ambos se detuvieron.

—Y bien, ¿Cuál es tu casa?

El hombre de cabello negro señaló una casa con vista acogedora; se notaba que era una vivienda antigua por el enchapado, y las decoraciones del jardín.

—No puede ser…

Eva brincó entusiasmada.

—¿Ahora qué?

—¡Somos vecinos!

—¿Y qué? ¿Cuál es tu casa?

Ella señaló, mientras que Sebastián se resignaba a la idea de tener a la ruidosa chiquilla más cerca de lo que esperaba. Mucho más cerca de lo que esperaba. —Vives… ¿Al lado? M****a.

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