5 La bestia.

Simón salió de la finca sintiendo que caía en el mismo infierno se subió a su Audi negro como la mayoría de las cosas que usaba, como su alma, negra, y se dirigió sin escalas al convento que tanto odiaba, sus pensamientos estaban centrados en una monja, una mujer, la razón de todo lo que él era y el odio que llevaba dentro.

— M*****a hija de perra, siempre arruinando todo.

Dijo mientras apretaba el volante y los dientes, LA BESTIA quería salir y destruir todo a su paso, en especial a esa mujer.

— ¿Qué haces aquí? Quedamos en que yo te contactaría, porque…— las palabras de la monja dejaron de salir al tiempo que LA BESTIA la tomaba del cuello y lo apretaba, se sentía capaz de romperlo, solo necesitaba un poco más de fuerza.

— ¿Sabes en el problema que me has metido? Solo eres una m*****a perra. — cuando la boca de la hermana María comenzó a ponerse azul la arrojó al suelo, donde comenzó a toser estrepitosamente.

— ¿Qué? ¿Qué hice? — pregunto mientras trataba de recuperar el aliento.

— ¿Por qué señalaste a esa novicia? ¿Por qué la elegiste a ella? — los nudillos del hombre estaban blancos de la misma fuerza que ejercían el estará cerrados en puños.

— Era la más adecuada, buscabas alguien que tuviera vocación y que no causara problemas al momento de deshacerse del bebé. — respondió mientras se ponía de pie.

— No te creo, te conozco, por más que te arrodilles y reces tu odio te ciega mientras tu Dios te ignora. — le hablo clavando sus ojos color miel en los de ella.

— Es la verdad, lo juro por Dios. — Simón no pudo evitar mostrar una sonrisa cargada de burla.

— En ese caso… ¿dónde está? dime donde está en este momento esa novicia y cuál es su nombre. — solo debía confirmar lo que, a sabia, que el mismo infierno se abriría a sus pies.

— Ella… yo creí… todos decían que su vocación era verdadera… creí que se quedaría aquí y entregaría al bebé…

— Te hice una pregunta, no me interesa lo que creíste. — dijo tomándola del habito y jalándola hasta quedar cara a cara.

— Se llama Alejandra Santoro y se marchó… — antes que terminara de hablar la arrojo lo más lejos que pudo, sin importarle si se lastimaba o no.

— Antes que mis ojos se cierren a este mundo vendré por ti, tu compartirás mi destino, iremos a los infiernos juntos… madre. — la hermana María miro a su alrededor asegurándose que nadie estuviera cerca, que nadie sepa su verdad.

María Rossi era una joven de 15 años de clase media alta, rebelde y deseosa de conocer los placeres de la vida, la emoción  de romper las reglas la llevaban a meterse en problemas, más de los que podía manejar, fue así que quedó embarazada del socio de su padre, un hombre casado mucho mayor que ella el cual desapareció de Italia al saber las consecuencias de su aventura con la joven, terminado cualquier tipo de negocios con el padre de la joven, lo cual género que Simón Rossi de 55 años muriera de un infarto, al verse en la quiebra y saber que su hija estaba embarazada su corazón no lo resistió y pereció, provocando que la madre de María la arrojara a la calle sin contemplación alguna, no importó cuantas veces la joven regreso pidiendo perdón su madre jamás le volvió a dirigir la palabra y al poco tiempo se marchó de Italia, María nunca volvió a saber de ella, se dedicó a vivir en las calles, a conseguir dinero de su cuerpo e intentar abortar en más de una ocasión sin éxito alguno, fue así que un día llego al hospital más muerte que viva, uno de sus clientes la había golpeado sin piedad, provocando que el parto se adelantara, con solo  6 meses de gestación nació un niño, Simón Rossi lo llamo, en esos días las monjas visitaban el hospital y María se refugió en la religión, creyó encontrar la penitencia que le correspondía por ser una hija desconsiderada, pero cometió un error gigante, al abandonar a su hijo. Las posibilidades de vida para el recién nacido eran pocas y no estaba dispuesta a quedarse a saber si lo lograría o no, debía culpar a alguien más de todas sus desgracias y para María ese era Simón, jamás creyó  que el niño sobreviviría, y mucho menos que la buscara años después, sin embargo ella había tomado sus votos perpetuos, renunciando de esta forma a quien era antes y generando que Simón se convirtiera en la BESTIA, un joven que comenzó a odiar a todas las mujeres y a la religión en general, solo visitaba a su madre cando las cosas iban mal en su vida, cuando algún trabajo no salía como quería, desquitaba su frustración humillando a la mujer, quien sentía la culpa de a ver abandonado a su hijo, pero aun así nunca hizo nada para remediarlo, se ocultaba tras las paredes del convento y las palabras de la biblia como si con eso pudiera devolver la vida de su padre, sin embargo lo único que consiguió fue llenarse de odio y miedo.

 El día que Alejandra Santoro llego al convento despertó los demonio más grandes de la mujer y los más peligrosos, no podía entender lo que veía, la madre de la joven lloraba, sus hermanos le suplicaban y su padre amenazaba con no volver a si sea a dirigirle la palabra si ingresaba a ese lugar, pero ella lo hizo, dejo a su familia y comodidades que de lejos se veía que tenía, por dedicar su vida a Dios, estúpida niña rica, pensó la mujer, y durante 4 años le hizo la vida imposible, día a día trataba de quebrar la voluntad de la joven, pero no tuvo éxito.

El día que su hijo llego maldiciendo como era costumbre, María trato de ayudarlo y Dios sabía que era así, la culpa la cegaba, el joven que había crecido en el orfanato hasta los 12 años y se escapó para vivir  en las calles donde luego fue tomado por Preto Berlusconi como el empleado a moldear como mano derecha de su hijo Dante, estaba más que frustrado, se le había encomendado encontrar a una mujer de conducta intachable, sin ningún vicio, de vida tranquila y lo más importante que esté dispuesta a llevar un bebé que no era propio para luego entregarlo, sin preguntas y con una gran paga de por medio, pero esa mujer no existía, no en Italia por lo menos, todas tenían algún defecto, fue en ese momento que la vocación y fuerza de espíritu de Alejandra se le vino a la mente a la mujer.

— Tengo a la mujer perfecta para eso. — trataría de ganarse el perdón de su hijo a como diera lugar, sin darse cuenta de que lo único que buscaba la BESTIA para encontrar paz era que ella reconociera ante todos que era su hijo.

— ¿Tu? — respondió mirándola con burla y desprecio.

— Una novicia, no consume absolutamente nada, inclusive la podrían consagrar como santa. — dijo con cierto desprecio por la envidia que sentía hacia la joven Santoro.

— ¿Estás loca? o eres en verdad tan estúpido de pensar que una novicia se prestara a alquilar su vientre. — Simón estaba a punto de marcharse e informar a su jefe Dante que por primera vez en su vida no podría cumplir con lo solicitado.

— ¿Quién dijo que le preguntaría? — Simón dejo de caminar y giro a ver a la mujer que le había dado a luz.

— ¿Qué insinúas? — por alguna razón él deseaba que no dijera lo que pensaba que diría.

— Tu o mejor dicho tu jefe tiene los medio pata irrumpir aquí, ella tiene una vocación verdadera, cuando se halle embarazada lo dará en adopción, lo dejara sin importarle a quien, no querrá que un niño arruine su deseo de servir a Dios. — la parte de Simón que aún le tenía un poco de aprecio a su madre murió esa tarde, escucharla hablar de esa forma era confirmar que para ella el significo un obstáculo, del que no dudo en deshacerse ni siquiera un segundo, pero lo peor fue que no desecho la idea, pues su odio hacia todo lo referente a Dios se incrementó a medidas insospechables.

— Que así sea, me ocupare de preparar todo, solo dime a que horario, día y en qué lugar de esta m****a estará.

Ese día firmo su sentencia a muerte gracias a su madre.

Simón Rossi llego a su hogar, pensaba disfrutar del último día de vida que tendría, a la vez que llegaba a la conclusión de que su madre por fin se desharía de él.

— No pudiste matarme mientras estaba en tu vientre, pero aun así te aseguraste mi fin.

— Amor ¿con quién hablas? — Simón giro sobre sus talones al oír a Alondra.

— Creí decirte que te fueras. — la mirada del hombre era fría y llena de desprecio, pero para esta joven Simón lo era todo, sin importar lo que le hiciera.

— Yo… necesito hablar contigo. — lo que menos quería era oír su voz chillona, por lo que camino hasta el sofá de la sala se sentó.

— Ven aquí putita parlanchina. — respondió mientras sus ojos se oscurecían, si iba a morir al día siguiente por lo menos fallaría una vez más.

— No camines, quiero que te arrastres como la perra que eres. — dijo cuándo Alondra había comenzado a caminar y acto seguido ella lo obedeció, apoyo rodillas y manos en el piso de mármol frio y comenzó a arrastrarse hasta donde la BESTIA se encontraba.

— Amor… — dijo la rubia al llegar a sus pies.

— No me digas así. — Rebatió de inmediato, mientras desabrochaba su pantalón y lo bajaba dejando su polla erecta y venosa a la vista— sabes que hacer.

Sin decir nada más Alondra llevo la erección del hombre a su boca, comenzó a lamer todo el tronco de esta, hasta llegar al glande el cual envolvió con su legua, para lubricarlo y luego metió todo lo que su boca pudiera recibir, pero para la BESTIA no era suficiente, la tomo del cabello sin delicadeza alguna y comenzó a mover sus caderas, aun un ritmo desenfrenado, ahogándola con cada embestida, provocando las arcadas en Alondra.

— Si quieres seguir siendo mi puta, traga y deja de hacer arcadas.

La joven hizo todo lo posible por hacer lo que le pedía, no era solamente por gusto, Alondra tenía una misión era un agente encubierto, dicen que la cadena se rompe por el eslabón más débil, y ese parecía ser Simón Rossi, mano derecha de Dante Berlusconi, pero después de dos meses no sabía absolutamente nada de la mafia Toscana, este hombre desequilibrado, que disfrutaba del alcohol y drogas de todo tipo no decía una palabra de los negocios que llevaban a cabo los Berlusconi, no importaba que tan drogado estaba o cuanto alcohol ingiriera, él era un hombre astuto.

En un movimiento rápido giro el cuerpo delgado de la rubia, subió su vestido de diseñador, que el mismo le había regalado y arranco su ropa interior, dejando la vagina al descubierto, deleitándose con lo húmeda que estaba, pero ese no era su objetivo, no ahora, tomo con su mano un poco de la espesa saliva que se encontraba en su pene y sin perder tiempo introdujo dos dedos en el ano de Alondra, quien grito fuerte por la intromisión sin aviso o estimación previa.

— Eso, es grita, sabes que me encanta. — dijo con verdadera perversión.

— Eres una BESTIA. — grito de dolor cuando al retirar sus dedos ingreso su pene y sin demora comenzó a penetrarla.

— Sí, lo soy y te encanta. — respondió con regocijo.

El sonido de sus cuerpos golpeando se dejaban oír por toda la sala y sin poder evitarlo Alondra comenzó a gemir de placer, no sabía en qué momento ser tomada de esa forma casi animal le había comenzado a gustar.

— Dios sí, sí.

Simón la lanzo contra el piso, como si el cuerpo de la mujer fuera basura de la más apestosa, Alondra lo observo confundida, mientras él se acomodaba el pantalón, no había terminado, y ella tampoco.

— ¿Qué…? — Simón le dio un golpe con el revés de la mano, rompiendo una vez más el labio hinchado de la rubia.

— Aprenderás por las malas a no nombras a Dios en mi presencia.

Alondra se arrastró hacia atrás con miedo, pero eso no la libraría de nada, Simón seco su cinturón negro de cuero y la golpeo tantas veces que perdió la cuenta, mientras ella suplicaba que se detuviera, aun así, la BESTIA no lo hizo, cuando casi todo el cuerpo blanquecino estaba marcado, tiro el cinturón a un lado y se lanzó sobre ella, arrancando el vestido y quitándose la ropa a la vez, mientras sus labios la besaban con un frenesí que daba miedo.

— Simón. — en el momento que Alondra dejo de llorar para comenzar a gemir nuevamente, Simón supo que estaba lista para recibirlo, Alondra se estaba amoldando a él.

— sí, Simón, si, BESTIA.

Si, ese era él, LA BESTIA, el que no creía en Dios y odiaba a las mujeres, pero aun así deseaba que si existía un Dios lo estuviera viendo en ese momento, así por lo menos tendría por seguro que iría al infierno, eso lo podía manejar, después de todo, él ya vivía allí desde el día que nació.

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