Capítulo 4

—Necesito pensarlo —confieso mientras inclino la mirada a la hoja que reposan en mis piernas.

—Tienes el resto de la semana para pensarlo, el sábado por la mañana espero tu respuesta.

Me levanto del sillón de cuero y por un momento nos observamos fijamente. Siento un impulso de abalanzarme a Adam y comerlo a besos.

—Debo volver al trabajo, señor Sanders —susurro, calmando mis impulsos carnales.

Siento su respiración golpear en mi rostro y hacerme cosquillas. Estamos tan cerca…

—La llamaré cuando la necesite, señorita Flores —susurra y vuelve a mostrarme aquella sonrisita ladina y coqueta.

Salgo de la oficina de Adam acalorada, con las mejillas encendidas de rubor y un cosquilleo de emoción en el pecho.

Al sentarme en mi escritorio vuelvo a observar el gran ventanal, pero las persianas están corridas, así que no puedo verlo.

                                                                                     ***

En el restaurante apenas había una pareja de ancianos que tomaban un café alegremente.

Sonaba de fondo la canción “Mack the knife” de Ella Fitzgerald con un volumen bajo para no perturbar las conversaciones de los comensales.

Clarisa, la mesera, se acercó a una mesa donde se acababa de sentar una mujer de mediana edad y le tomó su orden.

Después de relatarle a detalle a Natalie (mi cuñada) la controversial propuesta de Adam Sanders, sentí que logré procesar por fin el impacto de lo acontecido.

Ella me había traído una aromática para calmar mis nervios.

Había sentido que el día en la oficina transcurrió demasiado lento, las pocas veces que tuve que entrar en la oficina de Adam se sentía la tensión entre los dos, pero él fingió demasiado bien que no existía, tal vez y era solamente yo quien se sentía incómoda.

—Si de verdad esto está pasando, Evie, es la oportunidad que estabas esperando —comenta Natalie.

Ella hace referencia al dinero que necesito para pagar la enorme deuda que me dejó mi exnovio con el banco.

Cometí el grave error de confiar en Hugo (mi expareja) y permitirle vivir conmigo en la casa que me heredaron mis padres y él la hipotecó sin darme ningún aviso previo.

Cuando me enteré de esto, por más que intenté confrontarlo y obligarlo a que pagara la deuda con el banco, tuve una experiencia que no me gusta recordar.

Ahora tengo una deuda de más de ochocientos mil dólares con el banco y me siento obligada a pasar todos los años de mi vida intentando que no me quiten la única propiedad que tengo, porque con mis ingresos actuales como secretaria, nunca podré sanear esa deuda.

—Cien millones de dólares —musito sin ser capaz de imaginar cuánto es dicha cantidad.

—Podrás vivir bien el resto de tu vida —arguya Natalie—. Podrás hacer esa maestría de la que tanto hablas, publicar tu libro y montar un negocio y dejar toda una fortuna a tu familia. Además… Adam dijo que podrás ver a tu hijo, además que… Wao, será el hijo de un magnate. —Acaricia su panza—. Ojalá mi hija pudiera nacer con su futuro completamente resuelto. Ah… —Desplegó una sonrisita emocionada—, Evie, nuestros hijos crecerán juntos, ¿te imaginas?

Mis mejillas se ruborizan en gran manera y Natalie suelta una gran carcajada.

A mis treinta años comencé a perder la esperanza de encontrar un hombre con quien pudiera casarme y tener hijos, sobre todo porque después de rechazar a Adam supe que no volvería a encontrar a un hombre como él: un hombre que valga la pena.

Soy esa típica mujer que desea tener un hogar; levantarme por las mañanas a preparar el desayuno, alistar a los niños para que vayan a la escuela y yo poder quedarme en mi casa escribiendo mi siguiente libro, o ir a la universidad a impartir clases y por las noches cenar con mi familia y que todos cuenten cómo estuvo su día.

Pero si quedo embarazada y le entrego el bebé a Adam… no tendré esa familia, seguramente mi hijo le llamará mamá a otra mujer. Pero con todo ese dinero que recibiré podré dejar de trabajar como secretaria y dedicarme a todo lo que tanto he anhelado.

Aunque básicamente habré vendido a mi hijo a un hombre multimillonario y eso simplemente suena horrible, como ser la mujer más malvada del mundo.

Me gustaría tener un hijo con un hombre que me ame y crear una familia feliz, es lo único que deseo: una vida tranquila y feliz.  

Pero perdí todas mis esperanzas gracias a esa experiencia con Hugo…

Marco, mi hermano mayor, me ha estado ayudando estos cinco terribles años y me ayuda también a pagar la hipoteca. Pero sé que estoy siendo una carga para él, sobre todo con una bebita en camino.

—Necesito que Adem me dé una muestra de que habla en serio —comento—, no puedo embarazarme teniendo la duda de si en realidad será cierto o no. Es muy extraño que me proponga esto, después de haberlo rechazado en el pasado, ¿y si lo único que está intentando es hacerme daño?

—¿Qué le vas a proponer? —pregunta Natalie.

                                                                                     ***

—Para aceptar, necesito colocar una condición —le dije a Adam ese sábado por la mañana apenas ingresé a la oficina.

Estaba agitada, antes de entrar, tuve que tomar demasiada fuerza de voluntad para confrontarlo. 

—¿Qué condición quieres poner? —preguntó mientras tomaba su taza de café matutina.

Adam permanecía tan tranquilo sentado en su silla de escritorio, tan elegante y seguro de sí mismo, con aquellos ojos azules intensos seduciéndome. 

Decidí sentarme frente a él y me preparé para hablar, relamiendo mis labios.

—Tengo que pagar la hipoteca de mi casa —informé—, así que, si realmente me va a pagar la cantidad que dice en el contrato… —Llevé mi mirada al contrato que tenía entre mis manos y que ya prácticamente me sabía de memoria por leerlo tanto—. Lo que quiero es que en todo el año en el que estaremos intentando que yo quede embarazada, se encargará de pagar la hipoteca. Claro, el dinero lo descontará de lo que me entregará al finalizar el año. —Hubo un silencio que me incomodó y me sentí obligada a dar explicaciones—. Necesito ese dinero, la hipoteca… mes a mes me veo ahogada intentando reunir el dinero para pagarla, así que… si es cierto que me dará esa cantidad de dinero… Podré creerlo si me ayuda, señor Sanders. Aceptaré con esa única condición.

—Te daré eso y más —dijo Adam—. Pagaré la deuda de la hipoteca y te ayudaré económicamente en todo lo que necesites.

La respiración se me paralizó y lo único que podía hacer era ver aquellos ojos azules intensos; quería abalanzarme a él y estamparle unos buenos besos, arrancarle ese traje formal y acariciarle cada milímetro de su piel blanca.

Apreté con fuerza mis muslos, sintiendo cómo el placer y el deseo subían hasta endurecer mis pezones.

—Entonces, ¿aceptas mi propuesta? —preguntó Adam con aquella voz que me embriagaba.

Desplegué una sonrisita nerviosa y acepté un esfero que me ofreció. Mis manos temblaban por los nervios y emoción, estaban sudorosas y tuve que secarlas con mi pantalón blanco.

Adam me mostraba una sonrisa ladeada, de esas que me recordaban a los actores de cine.

Firmé el contrato y antes de entregarle el papel leí una de últimas líneas donde decía: “El señor Adam Sanders Lancaster se compromete a ayudar económicamente a la señorita Evie Flores de la Hoz económicamente en todo lo que se considere necesario en el periodo establecido en el presente contrato”.

Con esto me sentí mucho más tranquila y supe que al menos un documento me iba a proteger por un año.

Me explicó que todos los viernes por las noches debíamos encontrarnos en su mansión y tenía que pasar el fin de semana a su lado.

También necesitaba que visitara una doctora que trabajaba para su familia, debía ir todos los meses para llevar un registro de mi periodo de ovulación y así saber con exactitud qué días sería más fértil.

Todo esto, aparte de hacerme unos exámenes para comprobar que no poseía ninguna enfermedad de transmisión sexual, me hizo dar cuenta que de verdad me acababa de vender a un magnate por dinero y lo peor es que era mi jefe y exnovio.

Por todo un año estaría teniendo sexo casi que a diario para darle un hijo. Mi historia estaba tan extraña y loca que nadie me creería si se la contaba.

Lo peor de todo es que aún no sabía el por qué Adam me había elegido, mucho menos qué razón tenía detrás de su extraño plan.

Prácticamente no sabía nada de su vida después que terminamos hace seis años.

Esa semana transcurrió rápido, Natalie y yo acordamos no contarle nada a mi hermano Marco porque sabíamos que se enojaría mucho, era muy celoso con las dos y nunca lo entendería.

Adam pagó la totalidad de la deuda del banco el mismo día que me llevó con la doctora que me revisó y constató que todo estaba bien: no tenía problemas para quedar embarazada.

Ese día, supe que ya no había vuelta atrás, no podía deshacer el contrato.  

Ese viernes quedé de encontrarme con Adam para tener nuestra primera noche.

Me propuso, para hacerme sentir más cómoda, el invitarme primero a cenar en un restaurante llamado Barlovento, quedaba a unas cuadras de la empresa.

Este restaurante era de los más finos de la ciudad, nunca habría podido ir a comer allí por mi cuenta.

Tuve que cambiarme con uno de los vestidos de Natalie (los que usaba cuando no estaba embarazada), era de color negro, de mangas cortas y de falda larga.

Adem era todo un caballero, como siempre supuse que era, pues no había cambiado en nada su actitud.

Estar con él cenando en ese lujoso restaurante, me hacía imaginarme como su pareja, como en el pasado, cuando salíamos en la noche después de una semana tediosa de trabajo.

—Evie, tengo una gran duda desde que volvimos a encontrarnos —dijo en medio de la cena—. ¿Por qué estás trabajando de secretaria si estudiaste literatura?

—Bueno… —traté de hablar un tanto avergonzada—, tuve que renunciar en la librería porque me mudé a esta ciudad. Y… bueno… después no logré encontrar empleo, así que terminé aceptando en el único lugar donde me aceptaron como secretaria. —Tomé un trago largo de mi copa de vino—. Y… tú, ¿qué puedes decirme?

—Puedo decirte que me siento muy cómodo escuchando sobre ti —dijo.

Sentí que mis mejillas se pusieron rojísimas y el alcohol de varias copas de vino me comenzaban a hacer efecto.

Cuando llegó el momento de ir a su mansión, sentía que las manos y las axilas me sudaban demasiado. Al mismo tiempo estaba eufórica, iba a volver a tener sexo con Adam después de tanto tiempo.

Conocía de lejos la casa Sanders, cuando niña, pasaba en el autobús cerca de ella cuando me dirigía al colegio.

Con Natalie y mi hermano Carlo jugábamos a imaginarnos siendo los propietarios, que llegábamos de nuestras vacaciones con grandes aventuras.

Y ahora yo estaba entrando a la mansión al lado del dueño, prácticamente haciendo realidad mis fantasías de niña.

La casona tenía un inmenso jardín, se debía subir unos cuantos escalones para llegar a la puerta principal; el mayordomo fue quien nos abrió y fue sumamente discreto y profesional.

Creí que vería todo un grupo de empleados, pero no fue así, aparte de Frank (el mayordomo que debía tener unos sesenta años) no vi a nadie más.

La recámara de Adam tenía el tamaño de casi toda mi casa, elegante y con un estilo muy clásico, pero al mismo tiempo con toques modernos.

En una mesita redonda había una botella de vino y copas, Adam me sirvió una copa y yo la recibí sin querer pensar cómo estuvo tan estratégicamente ésta en la habitación, acomodada con tal intención de que fuese vista al entrar.

Tomé un trago largo, concentrándome en los detalles de la habitación: su enorme cama hecha con madera de cedro; los ventanales con cortinas color crema; la lámpara de araña en el techo que se veía costosísima y que yo nunca podría tener una en mi habitación diminuta…

De pronto, sentí una presencia detrás de mí y unos labios comenzaron a besar mi cuello.

Toda mi piel se erizó y mi corazón se aceleró desbocadamente. Las grandes manos de Adam rodearon mi cintura, estrechándome. Comencé a sentir su entrepierna crecer.

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