Capítulo 30

Después de volver a la casa, agotada por el largo día de trabajo, comencé a buscar las llaves de Adam por todo el apartamento, maldiciendo el momento en que acepté dejarlo entrar.

Podía escuchar el ruido de fondo que hacía el televisor de la otra esquina de la sala donde mi madre y mi hermano veían televisión, pasaba en ese momento las noticias de la noche.

—¿Qué tanto buscas? —preguntó mi madre.

—Unas llaves, a Sebastián se le quedaron; o eso es lo que dice —mentí, me agaché para buscar debajo del mueble.

—¿En qué momento llegó un amigo a la casa? —indagó mi mamá sin dejar de ver la televisión.

—Hace dos días —respondí—, pero vino de paso a dejarme después de la fiesta.

—Creo que las vi —intervino Marco—. Me parece que las dejé en la canasta de la cocina cuando limpié anoche.

—¡¿En serio?! —solté emocionada, alzando la mirada, rápidamente me reincorporé y caminé a paso ligero hacia la cocina.

Encontré las llaves en el mesón de la cocina, en un rincón, dentro de la canasta de paja don
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