He de aceptar que me gustó mucho Suiza, sus hermosas montañas y barrios medievales que me transportaban a épocas tan lejanas, además que aprender a esquiar fue una experiencia completamente diferente. Terminé disfrutando más del viaje que el propio Adam.
Parecía una niña pequeña, señalando cosas, pidiéndole a Adam que me tomara fotos. Y me impresionaba por todo, por los monumentos, los paisajes, los lagos, el chocolate que tenía un sabor tan diferente al que había probado antes.
El poder ir en barco y conocer las Cataratas del Rin, aprender palabras nuevas de otro idioma y conocer su historia me pareció sumamente interesante. Además, el poder caminar por las largas e inmensas montañas mientras conversaba con mi esposo, observando los maravillosos paisajes suizos, me hizo sentir como si estuviese en un mundo diferente.
Observando un atardecer en las mon
Una de las cosas que siempre he hecho cuando me siento sumamente triste es escribir. Es uno de mis mayores refugios cuando siento que todo a mi alrededor está mal. Encerrarme en mi mente, donde podía crear mis propios mundos era reconfortante, como si tuviera el control de todo. Comencé a leer en la noche el libro Quimera y al llegar al punto donde todo perdía sentido, me querer corregirlo y escribir lo que inicialmente cuando decidí crear el libro deseaba que sucediera. Fui consumida por completo dentro de la novela. Se hizo de día y yo seguía frente al computador, aporreando las teclas del computador como si no existiera un mañana. Por un momento Adam entró en la habitación, pero al ver que estaba tan sumida en el libro, decidió dejarme con mi soledad y así impedir que perdiera la concentración. En ese momento él creyó que era bueno que yo hubiera vencido la crisis de hoja en blanco y se sintió emocionado, pues creyó que estaría bien. Sin embargo, con el paso de los días, notó
La larga mesa del comedor estaba perfectamente decorada y llena de mucha comida. Todos sonreían, conversando alegremente; de fondo se escuchaba una canción navideña y había un enorme árbol perfectamente decorado con luces que parpadeaban con múltiples colores.Las carcajadas de la familia se lograban escuchar por fuera del comedor y el ambiente era sumamente animado. O al menos así era como todo se mostraba, era lo que mis ojos observaban.Me sentía completamente desconectada de la realidad. Para mí era sumamente cansado el tener que estar mostrando una sonrisa y conversar con todos. Aunque me esforzaba en hacerlo, me cansaba muchísimo.Pasaba de la preocupación de saber que no había recibido respuesta de Francisco sobre el libro y qué opinaba al respecto a pensar en que era una pésima persona porque no lograba disfrutar de la última cena de año nuevo con mi familia. Se suponía que debía estar feliz, emocionada y agradecida por aquel bello momento.En esos días no había hecho otra cos
Abrir los ojos y verme en mi realidad me hizo sentir extraña. Por un momento creí que había estado muerta, que me encontraba en aquel mar. Pero estaba ahí, en la mansión, estaba casada con Adam Sanders y tenía un hijo.Era el primer día del año.Cerré los ojos por un instante, deseando volver a dormir. La depresión había vuelto a abrazarme. Quería dormir y no despertar nunca.La puerta de la habitación se abrió y escuché la voz de Natalie.—Evie, despierta, necesitas salir de esa cama —me dijo, tirándose en la cama.Me arropé de pies a cabeza, gruñendo porque mi cuñada intentaba desarroparme.—¡Vamos!, ¡Marco está preparando una parrillada, son las once de la mañana!¿Las once? ¿Había dormido casi toda la mañana?Qué desperdicio el comenzar el nuevo año de esa forma… Ni para eso servía…Me senté en la cama y mi mirada se perdió en la habitación, enfocándose en la puerta de madera que Natalie había dejado entreabierta. Escuchaba a los pájaros en el exterior, seguramente alguno se había
Mierda, había vuelto a despertar demasiado tarde. La pantalla del celular se iba apagando de a poco, entre más parpadeaba, divisaba mejor el número doce en el dispositivo, hasta que dejó de alumbrar y el fondo negro reflejó mi rostro demacrado escondido entre las sábanas.Había faltado a la cita con Francisco. Tenía seis llamadas perdidas y veinte mensajes en el WhatsApp, los cuales no iba a leer, porque ya sabía de quiénes eran.Mis labios comenzaron a temblar y mis pupilas se inundaron de lágrimas.¿Por qué vas a llorar si eres la culpable de que tu vida se esté yendo a la mierda? Tú misma lo estás acabando todo.Era una fracasada.Cerré los ojos y dejé salir un gruñido.Tenía dos días que no veía a mi hijo. Ni siquiera era capaz de salir de la habitación. Qué pésima persona era.Para nada había servido que implorara con todas mis fuerzas el casarme con Adam Sanders y tener una vida a su lado, no sirvió el suplicarlo antes de lanzarme del puente. Porque ahora que lo tenía, yo misma
Comenzó a ser más que evidente para mí que todos a mi alrededor estaban preocupados por mi salud cuando encontré a Marco en la cocina preparándome el desayuno. Como Adam me advirtió que no quería llegar a medio día y que yo me encontrara en la cama, decidí colocar despertador y levantarme, aunque todo mi cuerpo luchara por permanecer acostado. Además, no quería que mi esposo volviera a cargarme y bañarme, había sido un momento lindo que disfruté mucho, pero al mismo tiempo me prometí que no dejaría que pasara una vez más. Para mí, ese fue el momento en el que toqué fondo. Marco sintió mi presencia en la cocina y volteó a ver hacia atrás, sorprendiéndose al verme. —¡Ay, Evie, me asustaste! —dijo Marco y dibujó una sonrisa nerviosa—. Me has dañado la sorpresa, pensaba llevarte el desayuno a la cama. Ya me había bañado y por primera vez en una semana me había cepillado el cabello. —No menciones la palabra cama, no quiero saber de ella —comenté con tono aburrido y me senté en un tabu
Los labios de Evie temblaban mientras el nudo crecía en su garganta. Sentada en la silla de madera, su espalda permanecía rígida ante la situación. Era inevitable, la situación estaba planteada y el desenlace había comenzado.—Bien… si esa es la decisión que se ha tomado, bien… —esbozó.Sus palabras salieron de su boca y se escurrieron con poca fuerza por la amplia sala de estar.Un divorcio. Finalmente, su historia al lado de Adam Sanders finalizaría en un inevitable divorcio. La idea comenzaba a marearla, obligándola a parpadear tres veces, creando la inevitable situación en la que una lágrima rebelde se deslizó por su mejilla izquierda.Y, mientras, Adam permanecía imperturbable a su lado. Se había preparado mentalmente para dar la noticia.Un divorcio venía en camino, creando paso ante Evie, dej
Evie intentaba no llorar, quería dejar de mostrarse tan débil cuando se encontraba frente a las personas y así poder afrontar las situaciones que le presentaba la vida. Sin embargo, sus labios temblaban y las palabras que salían de sus labios eran frágiles, temblorosas y terminaban agonizando en el piso, arrastrándose de a poco.—Todo en mi vida marcha bien, se supone que debería estar feliz, pero… no puedo… —Desplegó una sonrisa temblorosa y sus ojos se iban llenando de lágrimas de a poco—. ¿Cómo puedo estar tan triste cuando debería estar feliz? El doctor la escuchaba con atención, mostrándole una mirada llena de mucha comprensión. Cuando la joven dejó de hablar, la sala fue consumida de un particular silencio.Los labios de Evie no dejaban de temblar y sus manos se masajeaban, estresadas. Después humedeció sus labios con una saliva pegajosa, pues su boca se estaba secando. Intentó tragar, pero tenía la garganta seca.Evie, en vista de que el doctor no iba a hablar, decidió hacerlo
Evie sentía que tratar con el psicólogo era remontarse a su infancia, cuando su madre estaba viva y debía vivir bajo sus estrictas normas. Cada vez que iba a la terapia, el doctor le hacía contar sobre su vida. Ella ya sabía cómo era la dinámica, así que se preparaba mentalmente para abrir su caja de pandora y comenzar a sacar sus más profundos secretos.El doctor tenía todo preparado: vasito con agua y pañuelos, muchos pañuelos.—¿Qué siente usted que fue lo que más marcó su adolescencia? —preguntó el doctor.—Mi madre era sumamente religiosa —comentó Evie—. Gran parte de su vida lo fue, después lo dejó, cuando al pastor lo capturaron por violación a una niña de nueve años. Pero antes de eso mi casa parecía una cárcel, todo era pecado. —Sus labios comenzaron a temblar—. Y fui sumamente pecaminosa.—¿Por qué cree que lo era pecaminosa?Un gran silencio se creó en la sala de terapia.Evie no sabía cómo comenzar.—¿Cómo podría contárselo? —preguntó. Se removió en su asiento, incómoda.—