El cielo estaba despejado, con apenas unas nubes juguetonas deslizándose por el azul infinito. Era sábado por la mañana y el parque de diversiones abría sus puertas entre risas, música y el aroma a algodón de azúcar. Isaac, por primera vez en mucho tiempo, tenía todo el día libre… y había decidido dedicarlo por completo a su hijo Gabriel. Pero no solo a él: también llevaría a Samuel, que ya era parte de su rutina, y a María José, quien se había convertido en un apoyo indispensable.—¿Están listos? —preguntó Isaac desde la entrada del parque, con dos boletos en cada mano y una sonrisa de oreja a oreja.—¡Sí! —gritaron Gabriel y Samuel al unísono, brincando emocionados.María José sonrió al verlos tan felices. Gabriel, con sus rizos desordenados, tomaba con fuerza la mano de su padre. Samuel, con una gorra azul al revés y una mochila pequeña, no dejaba de mirar a todos lados, maravillado por las luces y los juegos mecánicos.—¿Por cuál empezamos? —preguntó Isaac, bajándose a su altura.
Después de cubrirlos bien, María José y él se fueron a la cocina, dejando la puerta abierta para escucharlos si despertaban.Se quedaron en silencio unos segundos, cada uno con una taza de té caliente entre las manos. Isaac la observó mientras ella revolvía el té distraídamente.—Gracias por venir temprano hoy y pasar tiempo con nosotros.—Gracias a ti por permitirme ser parte de sus vidas—respondió el—. No imaginé que iba a ser un día tan bonito.—Fue más que eso —añadió ella—. Fue especial.María José levantó la vista. Sus ojos se encontraron.—Lo fue.Isaac dio un paso al frente.—Majo…Ella respiró profundo, como si supiera lo que venía, y sonrió, aunque sus mejillas se tiñeron de rojo.—No digas nada todavía —susurró—. Disfrutemos este momento. Los cuatro. Sin preguntas, sin prisas.Él asintió con suavidad, bajando la mirada.—Está bien. Pero quería que supieras que me haces bien. Tú… y este caos hermoso que se ha vuelto mi vida.María José rio suavemente, tocándole la mano un se
Los días fueron pasando con la serenidad engañosa de una rutina que poco a poco se iba transformando. El sol salía y se ocultaba mientras la vida de todos parecía buscar un nuevo equilibrio… uno que ninguno había planeado.Isaac se despertaba temprano. A veces antes que Gabriel, a veces al mismo tiempo. Compartían desayunos tranquilos, llenos de risas infantiles y migajas de pan sobre la mesa. Samuel seguía con ellos. María José los miraba desde la cocina, sintiendo cómo el aire de la casa cambiaba. Ya no era tenso. Ya no era distante. Era… cálido.Con cada día que pasaba, la presencia de Isaac en casa dejaba de sentirse como una visita, y empezaba a parecer algo natural. El padre que Gabriel necesitaba. El hombre con el que ella había compartido tanto… y por momentos, sentía que compartía de nuevo.
La noche había caído con una calma envolvente. Las luces tenues del jardín se colaban por las ventanas, y una brisa fresca recorría la casa. Isaac no podía dormir. Llevaba más de una hora dando vueltas en la cama, mirando al techo, pensando. Pensando en ella.En María José.En cómo, poco a poco, sin buscarlo, su presencia se había vuelto parte de su rutina, de su día, de su vida.Sin pensarlo demasiado, se levantó. Sabía exactamente dónde encontrarla.María José estaba en el balcón del piso superior, sentada en la banca de hierro forjado. Llevaba una taza de té entre las manos, que ya se había enfriado. No lo escuchó llegar. O quizás sí, pero no dijo nada. Su mirada estaba perdida en el cielo, donde la luna llena iluminaba los tejados y dibujaba sombras suaves sobre su rostro.—No puedes dormir —dijo Isaac, con voz baja.Ella giró el rostro hacia él. Su bata de satén azul claro se movió suavemente con el viento. El cabello, suelto, le caía en ondas sobre los hombros.—Parece que tú ta
María José lo miró con ojos brillantes, sorprendida por la sinceridad en su voz. Era como si algo dentro de ella también se hubiera derrumbado durante la noche, y ahora sentía la tibieza de un nuevo comienzo.—Tengo miedo —confesó de repente, su voz apenas un susurro—. No de ti… sino de esto. De que sea demasiado bonito para durar.Isaac se incorporó un poco, apoyándose en su codo para verla mejor. Le apartó un mechón de cabello del rostro y le acarició la mejilla con el dorso de la mano.—Yo también tengo miedo —admitió—. Pero me cansé de vivir huyendo de lo que siento. No quiero seguir escondiéndome detrás del pasado. Quiero intentarlo… contigo.Ella tragó saliva, conmovida. Le sostuvo la mirada, buscando en sus ojos alguna señal de duda. No la encontró.—Tú sabes que soy complicada, ¿verdad? —preguntó con media sonrisa.—Y yo un desastre —respondió él con una carcajada suave—. Pero juntos... tal vez podamos aprender a no perdernos.María José se acomodó entre sus brazos. El pecho d
La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de cristal del lujoso rascacielos donde se encontraba Eliana Álvarez, la mujer más influyente en el mundo de la tecnología y la innovación. Dueña de un imperio que ella misma construyó desde las cenizas, una mujer que aprendió que la única forma de sobrevivir era con una sonrisa afilada y un corazón blindado.Estaba en su oficina, observando la ciudad desde lo alto, con una expresión serena pero calculadora. Su teléfono vibró y su asistente entró sin anunciarse.—Señorita Álvarez, la junta con los inversores de Singapur comienza en cinco minutos.—Diles que esperen —respondió sin apartar la vista de la lluvia.Eliana sabía que podía hacerlos esperar. Era la reina de su propio tablero de ajedrez, y nadie movía una pieza sin su permiso.A lo largo de los años, había perfeccionado el arte de la indiferencia. Después de todo, la vida le enseñó que el amor y la confianza solo servían para ser destruidos.Pero lo que no sabía era que, en cuestión d
La respiración de Eliana era irregular, sus manos temblaban de pura rabia. Samuel sollozaba, forcejeando contra el agarre cruel de Samantha.No lo pensó. No dudó.Su puño voló directo al rostro de Samantha.El sonido del golpe resonó en el aire.Samantha soltó un grito ahogado y, en el impacto, aflojó el agarre sobre el niño. Eliana aprovechó el momento y lo jaló hacia ella, abrazándolo con fuerza.—Tranquilo, pequeño —susurró, acariciándole el cabello—. Ya estás a salvo.Pero antes de que pudiera reaccionar, una voz grave y gélida la detuvo.—¿Qué rayos está pasando aquí?Eliana sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.José Manuel.El solo sonido de su voz le revolvió el estómago.Cuando levantó la mirada, lo encontró allí, a solo unos metros. Alto, imponente, con esos ojos oscuros que alguna vez la miraron con amor… y que ahora solo reflejaban frialdad.Por un segundo, sintió que no podía respirar.Años. Años sin verlo, sin escuchar su voz, sin recordar el pasado que había tra
Eliana cerró la puerta de su departamento y apoyó la espalda contra la madera, sintiendo cómo la respiración se le entrecortaba. Su pecho subía y bajaba con fuerza, pero no por el cansancio… sino por la furia contenida.Ver a José Manuel después de tantos años había sido un golpe que no esperaba. Creyó que el tiempo la había fortalecido, que el éxito borraría las cicatrices del pasado. Pero ahí estaba, con el corazón latiéndole en los oídos y el alma revuelta por los recuerdos.Porque su traición todavía dolía.Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos, permitiendo que su mente la arrastrara a ese día… el día en que todo se derrumbó.Seis años atrásLas risas resonaban en el pequeño laboratorio improvisado de la universidad. Ella y José Manuel trabajaban hasta altas horas de la madrugada, rodeados de planos, fórmulas y notas garabateadas con ideas que podían cambiarlo todo.—Esto es increíble, Eli —le había dicho él, con esa mirada llena de admiración y emoción que la hacía sentir inve