Suspiré mientras dejaba el papel doblado por la mitad sobre el escritorio de madera.
Sabía que lo que estaba por hacer era una locura, pero ya no podía echarme atrás.
También era consciente de que iba a estar en boca de todos mañana, aunque eso no era lo que realmente me importaba, sino mi padre.
Durante los últimos años habíamos tenido cientos de charlas sobre esto, pero ante su intensa y firme negativa tuve que tomar una decisión.
Ojalá me hubiera comprendido cuando se lo rogué...
Acaricié con dulzura a mi gatito Ponce mientras este ronroneaba.
-Te voy a extrañar tanto- murmuré con los ojos llorosos. Él había sido mi regalo al cumplir los quince años, y desde allí nos habíamos vuelto inseparables.
Frotó su cabecita contra mi mano y deseé con todo mi corazón poder llevármelo.
Tal vez...
Observé la mochila negra que tenía preparada y noté que prácticamente estaba vacía. Si quería empezar una nueva vida tenía que dejarlo todo atrás, incluso mis cosas. Solamente guardaba en ella mis documentos personales y el dinero que había podido ahorrar en estos últimos meses.
Y ahora, también a mi gato.
-Ven aquí pequeño- murmuré mientras tomaba en mis brazos a la bola de pelos blanca con manchas grises en su cuerpo.
Enseguida maulló en respuesta y no pude evitar sonreír.
-Claro que no voy a dejarte aquí solo- lo coloqué con cuidado dentro del bolso y al instante asomó su cabeza observándome con curiosidad -Así está mejor- dije.
Abracé la mochila por delante y me acerqué hasta la puerta de lo que, hasta ese momento, había sido mi habitación.
Suspiré con melancolía y mi mente comenzó a hacer lo que mejor le salía: pensar y pensar.
¿Estaba bien lo que iba a hacer?
¿Sería peligroso?
¿Si todo salía mal, podría volver aquí?
¿Cómo reaccionaría mi padre al enterarse de que su única hija se había escapado?
Joder eso sí que no quería saberlo.
Cerré la puerta lentamente y caminé con sigilo por el pasillo. La madera crujió debajo de mis pies y me detuve. Cerré los ojos y dejé de respirar.
-Por favor, que nadie haya escuchado- murmuré casi imperceptiblemente.
Luego de que ningún ruido se oyó en los siguientes segundos, continué mi camino. Bajé los dos pisos que me separaban de la planta baja y en ese momento maldije vivir en una mansión. Sentía que la distancia hacia la puerta era cada vez mayor.
Al cabo de unos minutos, después de escapar de mi hogar como un ladrón a media noche, caminé por el pavimento de la calle donde se asentaba nuestra casa.
Era la madrugada de una noche muy fría y solitaria, y eso me llenó de nostalgia. Esperaba no arrepentirme de esto. Pero pronto recordé por qué lo hacía, y eso fue el impulso suficiente para seguir.
El ruido de mis pisadas era lo único que escuchaba, y Ponce miraba hacia todos lados sin entender absolutamente nada.
Acaricié su cabecita y ronroneó complacido. Joder, menos mal que lo había traído conmigo.
Caminé unas quince cuadras hasta llegar a mi auto. Lo había dejado estacionado a esta distancia de la casa para que nadie escuchara cuando me fuera.
Abrí la puerta del copiloto y dejé mi mochila y a Ponce sobre el asiento.
Nuevamente lo acaricié para que no se pusiera nervioso, todo esto era demasiado raro para él. En realidad, para los dos. Estábamos acostumbrados a vivir encerrados en un mundo de cristal, donde la gente decidía por nosotros y todo estaba bien.
Quiero decir, "Bien". Porque por dentro, todo estaba mal. Y por eso, decidí escaparme.
Quería, no, mejor dicho necesitaba ver lo que realmente era vivir.
Estaba harta de que alguien más hiciera las cosas por mí, de que decidieran qué comía, cómo me vestía y qué debía estudiar. Eso definitivamente fue la gota que rebalsó el vaso.
"Anastasia, tienes que estudiar leyes para seguir con la tradición familiar."
Y curiosamente no había nada que detestara tanto como esa profesión.
No estaba dispuesta a sacrificar mi futuro por algo que iba en contra de mis creencias.
Lo que en verdad me gustaba era el arte, quería perfeccionarme en el dibujo, especialmente en retratos.
Pero claro, la hija de un Conde no podía hacer eso.
Porque si, mi padre era un Conde.
Era extraño pensar que en pleno siglo veintiuno todos esos títulos de nobleza seguían existiendo, o que tenían tanto peso como hace años. Pero lamentablemente era así y para las familias que formaban parte de la aristocracia todo eso era su vida, lo que los definía, tanto en su pasado como en su futuro.
Y a mí, como vizcondesa, me incluía. Estaba obligada moralmente a acatar las órdenes.
Realmente nunca había sido una mujer rebelde, pero cuando mi madre murió hace cinco años mi padre se volvió una persona distante y aún más estricto de lo que era antes.
Y desde allí, todo cambió.
Dios mío, cuánto extrañaba a mi mamá.
Me senté del lado del conductor, y suspiré mientras dejaba descansar mi cabeza sobre el asiento. Una pequeña lágrima se escapó de mis ojos, y la dejé seguir su recorrido por mi mejilla. Tenía miles de emociones a punto de entrar en ebullición dentro de mi pecho...
Pero ya estaba hecho. No podía volverme atrás, y no quería hacerlo.
Acomodé mi cabello castaño claro en una cola de caballo y enderecé mi espalda, colocando las manos con firmeza alrededor del volante.
Con más dudas que certezas, iba a empezar mi nueva vida.
Encendí el motor del auto y comencé a alejarme de mi pasado, pensando en qué cosas nuevas traería esta aventura a mi vida...
Y también, a quiénes.
Llevaba seis horas conduciendo y todavía no sabía cuál era mi destino final. Había visto un par de lugares en el mapa donde podría estudiar lo que me gustaba, y que se estaban lo suficientemente lejos de mi casa para que al menos por un tiempo no me pudieran encontrar. Observé el reloj que estaba sobre la pantalla táctil de mi auto: eran las nueve de la mañana. Para este entonces mi padre ya debía saber que me había escapado, y seguramente tendría a todo el mundo buscándome. Me había asegurado de dejarle una nota para que no pensara que me había pasado algo malo, ya que al ser parte de una familia con bastante poder siempre estábamos expuestos a constantes amenazas. Joder, eso tampoco lo iba a extrañar para nada. De pronto un cartel negro con letras blancas y pequeña
El tal Máximo conducía a gran velocidad, pero me sorprendía bastante la habilidad con la que lo hacía. Luego de unos diez minutos, nos detuvimos frente a una casa de dos pisos. Sus paredes eran blancas, su techo de color rojo oscuro, y a ambos lados de la puerta habían dos columnas. Sin duda era una casa preciosa. A su alrededor había otras que eran de estructuras similares, pero con distintos colores. Máximo se bajó de su auto y se cruzó de brazos a esperarme. ¿Por qué si parecía tan irritado de estar conmigo, me ayudaba? Joder, qué tipo raro. Tomé mi bolso y a Ponce, y bajé del vehículo. Él me observó, luego a mi gatito, y finalmente de nuevo a mi.
-Hola... Lo siento, soy nueva aquí y estaba buscando algo para comer. Prometo que lo voy a reponer- hablé rápido. -No te preocupes, aquí compartimos todo. Hacemos una compra al mes y dividimos la plata. Soy Jared- se acercó a mí con una sonrisa. -Soy Anastasia- respondí sonriendo. El muchacho tenía el cabello colorado y unas simpáticas pecas alrededor de su nariz. Parecía ser una persona muy cálida y eso en cierto modo me alivió; deseaba tener una convivencia tranquila. -¿Quieres un sándwich?- preguntó mientras se acercaba al refrigerador y tomaba una bandeja con algunos ya preparados. -Si, por favor- dije con un poco más de confianza. Me extendió uno y nos
POV Anastasia Una vez que llegamos a la casa, Máximo y yo comenzamos a guardar las cosas en la cocina. En el viaje de vuelta me había dejado bien en claro que no quería charlar conmigo, así que todo el rato me mantuve callada. A veces me parecía que me observaba de reojo, pero cuando lo miraba ya me estaba dando la espalda. Quedaba poco trabajo cuando su teléfono comenzó a sonar y a paso tranquilo se alejó para contestar. Tomé los elementos personales que me había comprado y subí a mi habitación. Al abrir la puerta me encontré con Ponce, quien estaba sobre la cama plácidamente dormido. Los gatos eran tan independientes que a veces ni siquiera notaban nuestra ausencia. Acomodé las cosas dentro de un pequeño ropero que había en una esquina y recordé que debía salir a compr
Al día siguiente, luego de que la molesta alarma sonara, me estiré en la cama y sentí la emoción de comenzar un nuevo idea en éste pueblo. Me puse de pie y corrí a abrir la ventana, me encantaba disfrutar del aire fresco de la mañana y del sol que entraba por ella. Sin embargo, algo mucho mejor que eso captó mi atención: Maximo estaba haciendo ejercicio en el jardín. Traía puesta una musculosa gris y unos joggins negros que marcaban perfectamente cada uno de sus músculos. Estaba realizando el ejercicio de dominada, elevando su cuerpo con los brazos usando una barra de hierro para impulsarse hacia arriba. Cada vez que levantaba su peso toda su espalda se marcaba dejando ver lo escultural que era su cuerpo. -Buenas noches, princesita- Luego de lo de hoy a la mañana no lo había visto hasta la hora de la cena, pero al parecer seguía con ánimos de burlarse de mí. -¿Por qué me llamas así?- me dí media vuelta y caminé hacia él con molestia. Alzó sus cejas al ver mi respuesta, sin embargo se veía bastante complacido por mi reacción. -Se puede ver a leguas que no vienes de una familia cualquiera- soltó como si nada. Mi corazón se aceleró y todo mi cuerpo se tensó. -No me conoces- contesté, aunque más que una afirmación parecía ser una pregunta. Esa misma noche Elisa, la novia de Jared, se quedó a dormir en la casa. Y al día siguiente fuimos juntas a la escuela de arte. Nuestras materias de hoy no coincidían, pero por lo menos aprovecharíamos el camino para charlar. Ella estudiaba principalmente dibujo artístico, pero también le apasionaba pintar con óleo. Incluso me mostró algunas imágenes de sus obras y eran realmente excelentes. Luego me contó cómo conoció a su novio en un parque de diversiones luego de que se descompusiera por subir a una montaña rusa… Si, nada romántico. Pero en fin, luego de eso se volvieron buenos amigos y poco a poco se fueron enamorando. Hacía cuatro años que estaban juntos y comenzaban a planear mudarse a un departamento solos. Elisa era la hija más chica de una familia bastante numerosa, tenía cuatro hermanos más yCapítulo 7
Capítulo 8
POV Anastasia ¿Una amiga? Ja, dudaba mucho que alguien quisiera tener una amistad con alguien como él. Probablemente era más bien una conquista… Claro, no lo había pensado antes pero era obvio que alguien tan atractivo como él tendría cientos de chicas a sus pies. Y Elisa diciendo que yo le gustaba, qué estupidez. No es que me considerara una mujer fea, pero estaba segura que no era su tipo. Ni él era el mío. En fin, tenía que concentrarme. Mi objetivo ahora era buscar algún reto que fuera tan insoportable para Máximo que lo tuviera que rechazar, y de ese modo conseguir mi victoria. Durante el viaje desde la escuela hasta casa estuve reflexionando a