—Ten cuidado.
Parpadeo aturdida.
—¡Está sangrando mucho, Marcus!
—¡Lo sé! Solo respira profundo y limpia bien la aguja.
Vuelvo a pestañear, pero esta vez confundida.
—Oh, dioses. Yo… yo… ¡Marcus!
Unas manos me agarran para que no me mueva más. Aprisionan mis muñecas y las tiran hacia abajo. Contengo un gemido al sentir algo rasposo en mi abdomen y luego intento cerrar mi garganta para no dejar escapar el grito de dolor cuando algo se clava en mi piel.
—Ya está reaccionando. Oh, dioses.
—Joanne, piensa con la cabeza fría, por favor.
Me remuevo y ahogo un grito cuando la aguja atraviesa mi piel. Como puedo, enfoco mi vista en Marcus, que trata de mantenerme presionada contra la cama. Mi mente va a mil y mi corazón se congela al recordar lo que ocurrió. Mis músculos se agarrotan y con ellos cualquier emoción de melancolía. Contemplo a Marcus y luego a Joanne con los párpados ardiendo. Ella intentó matarme y ahora i
Me acobijo con la manta y regreso mi atención al cielo estrellado. Hoy está despejado y el centenar de estrellas brilla más de lo usual. —¿En serio no te da pavor estar aquí sola? Lo contemplo. —Antes me siento serena. Guarda sus manos en los bolsillos de su gabardina y exhala; un vaho denso sale de entre sus labios. —Me enteré sobre lo que te pasó —comenta, distraído—. Lo siento mucho. Dejo caer mis hombros. —Cualquiera actuaría así, supongo. Frunce sus cejas y me escruta. —¿Cómo puedes estar tan tranquila si hace unas horas tu vida pendía de un hilo? —Quizá la muerte no me provoca tanto temor como a los demás. Se queda en silencio, pasmado. Carraspea. —A partir de mañana tendrás como refugio mi casa. —A primera hora de la mañana, lo sé. Se acomoda a mi lado. Su rodilla roza la mía, al igual que su hombro. Lo miro por el rabillo del ojo. —Vivo solo, bueno,
Vuelvo a mirarlo con la expresión seria. Él lo capta y se arma de valor. Busca a tientas en el bolsillo interior de su gabardina las balas de repuesto que podrá necesitar y las cuenta. Entretanto, busco con la mirada algo que me puede servir para empalar aunque sea a uno. «Hay que darle créditos a Vlad Tepes por tan magnífica idea». Doy con una rama larga y gruesa desprovista de hojas. La agarro con una sonrisa y la reviso con cuidado. Sí, podré atravesar a alguna sanguijuela. Mi pecho se exacerba y la ansiedad se acumula en mi esternón, pidiéndome que haga lo que esa necesidad innata me reclama: deshacerme de ellos. Mi mente se mueve a mil por hora ideando alternativas de ataque y defensa. —Oh, diosa de la guerra, ayúdanos. Mi corazón se encoge de repente y sin precedente alguno. Ignoro esa sensación y vuelvo a enfocarme en el enemigo. Dos a la derecha y tres a la izquierda. Como estamos ubicados Remi y yo, a él le tocará más
Comemos el plato de estofado que nos ofreció Joanne en silencio. Ya hizo mi maleta, que en realidad es una bolsa de lona, y me preparó un pan con queso de cabra en una tela grisácea, la cual amarra ahora. Marcus nos estudia con la expresión ausente. —La guardia tocó a nuestra puerta para preguntarnos si fuimos nosotros quienes enterraron a los O’Brien. —Le da un sorbo a su sopa—. Es una lástima que sus vidas se apagaran tan pronto, más la de la dulce Samanta. —Que en paz descansen —manifiesta Joanne con las manos en su pecho. —Sembramos flores en sus tumbas —comento aún con el interés puesto en mi estofado—. Es una bonita tradición. —El dios de la muerte las arrancará y con ellas se llevará sus almas a un descanso eterno… —O a un infierno eterno —añade Marcus. Dejo mi plato a un lado y los contemplo. —Será un descanso eterno. Y mis palabras parecen tan reales que siento en el fondo de mi alma que a
Reviso mi vendaje con un ceño profundo. Está intacto, sin sangre o cualquier otro líquido que despide el cuerpo para sanarse. Titubeante, desenrollo la tela y dejo a la intemperie la herida. Las puntadas caen a mis pies. Ingiero saliva. No hay cicatriz ni rastro de que allí fui apuñalada. Trastabillo hasta llegar a mi sofá habitual y entierro mis dedos en mi cabello, abrumada. Esta sanación no es perteneciente de un humano. Nada tiene sentido. Trémula, me pongo bien el vestido y suspiro. Le echo una ojeada a las prendas que Joanne me tejió, cosió y creó; una camisa con botones, un pantalón de cuero y unos botines, además de las prendas interiores. Una sonrisa se desliza por mis labios al sostener la ropa sobre mis muslos. Ella siempre supo que nunca me han gustado los vestidos y se esforzó por hacerme esto. Abrazo contra mi pecho los tejidos e inhalo su olor. Me incorporo y las guardo con mimo en mi bolsa de lona. Toqueteo por última vez el sofá antes
¡Buenos días!Me disculpo porque los dos primeros capítulos están confusos. En realidad, el segundo es la continuación del primero, pero las demás divisiones no aparecen y se salta al tercer capítulo original, que es el completo. Antes los dos primeros capítulos estaban completos y me percaté de que ahora no. Les pido paciencia para resolver esto. Estoy muerta de la frustración porque mágicamente no puedo acceder a estos dos capítulos para adjuntar los originales y para que así no se sienta confusa la lectura, ya que al llegar al tercer capítulo se saltan hechos muy relevantes de la trama. Mil disculpas. PROBLEMA ARREGLADO. SIGUE LEYENDO. :3
Me despierto de un salto, jadeante. Aprieto mis muslos e intento rememorar qué soñé. Estoy segura de que fue un recuerdo. Me limpio el sudor de la frente y parpadeo para observar mejor mi entorno. Como afirmó Remi, con tan solo dormir el tiempo se reduciría a nada y ya estaríamos en su casa.Desenredo mis piernas de las mantas y me incorporo. Sin duda alguna, este hogar es más espacioso que el de Joanne y Marcus y tiene un diseño más rústico. Todo está hecho de madera, menos el horno. En las paredes cuelgan algunas cabezas de venados y uno que otro depredador. Mi cama, o eso supongo, está empotrado al lado contrario de la suya adornada por una cobija de piel. La sala es grande y está decorada con dos sofás, una mesita ratonera y un estante lleno de libros. Unas escaleras conducen al ático, el cual quizás esté lleno de heno para dar calor en temporadas fr&iacu
Vuelvo en sí al oír un trueno lejano. Como puedo, me levanto y echo a correr hacia la cabaña con el corazón en la boca. Mi mente se revoluciona y taladra mi cráneo para salir de él. Solo dejo que mis piernas se muevan y mis brazos aleteen para hallar más velocidad. El sentimiento de terror se apodera de mi pecho hasta el punto de contraerlo más si es posible. Cuando mis pulmones piden un descanso, me detengo frente a un abeto viejo y me apoyo en él. Inspiro y expiro hasta que los latidos de mi corazón se desvanecen de mis tímpanos. Miro sobre mi hombro; centenares de ojos me observan desde la penumbra. Me trago el gemido que quiere lastimar mis cuerdas vocales y me recompongo. Corro con más rapidez y me dejo caer de rodillas frente a la cabaña, jadeante. Echo mi cabeza hacia atrás y recibo las gotas de lluvia con agrado, pues ya estoy a salvo. Sin embargo, la preocupación vuelve como una estampida de elefantes. Salí para buscar a Remi. Me incorporo y
Busco entre los libros de Oliver para hallar una respuesta coherente a lo que hice ayer. Me agobio por quinta al poner la enciclopedia de hierbas en la mesita. La reviso con un ojo crítico y paso las páginas con premura. La frustración esta vez retuerce mis entrañas al no encontrar nada que me dé una contestación que me deje complacida. Vuelvo al librero y saco un pequeño libro de anatomía, lo abro en la página del sistema respiratorio y hojeo la información. Resoplo y lo vuelvo a dejar en su lugar. Nada, no hallo nada relevante. Si aquí estuviera Joanne, quizá me asesoraría mejor gracias a sus conocimientos de medicina. No obstante, seguro no tendría un argumento fehaciente que darme para sentirme tranquila. Paseo el dedo índice entre los lomos. Me detengo en uno que tiene en letras doradas y en una caligrafía cursiva Diccionario de latín. Mi garganta se aprieta. Lo saco y me encamino al sofá, lo dejo en mi regazo y paso los dedos por sus hojas amarillentas