Busco entre los libros de Oliver para hallar una respuesta coherente a lo que hice ayer. Me agobio por quinta al poner la enciclopedia de hierbas en la mesita. La reviso con un ojo crítico y paso las páginas con premura. La frustración esta vez retuerce mis entrañas al no encontrar nada que me dé una contestación que me deje complacida. Vuelvo al librero y saco un pequeño libro de anatomía, lo abro en la página del sistema respiratorio y hojeo la información. Resoplo y lo vuelvo a dejar en su lugar. Nada, no hallo nada relevante.
Si aquí estuviera Joanne, quizá me asesoraría mejor gracias a sus conocimientos de medicina. No obstante, seguro no tendría un argumento fehaciente que darme para sentirme tranquila.
Paseo el dedo índice entre los lomos. Me detengo en uno que tiene en letras doradas y en una caligrafía cursiva Diccionario de latín. Mi garganta se aprieta. Lo saco y me encamino al sofá, lo dejo en mi regazo y paso los dedos por sus hojas amarillentas
—¿Los guardias reales ya visitaron a Joanne y Marcus? —No —contesta y revuelve el estofado de conejo. —¿Cuándo se supone que lo harán? —mascullo. —Cuando ellos menos se lo esperen. —¿No se supone que irían al día siguiente después de lo que sucedió? —Eso les hicieron creer. —Deja de mover el cucharón y me observa—. Algo traman. Mi preocupación ha suplantado mi necesidad de investigar cómo demonios pude hablar en una lengua extraña y cómo en el infierno pude sanarlo. —Debemos visitarlos en cuanto antes. —Eso resultaría peligroso, lo sabes muy bien. Mi garganta se estrangula por el movimiento involuntario de sus músculos al apretarse. Me remuevo debajo del tronco y busco el ángulo ideal para recibir mejor el calor que despide la fogata frente a nosotros. Sí, prefirió salir conmigo a cazar. Acampamos cerca de una cueva al sur de la casucha del matrimonio y al norte de su cabaña. Según él, es mejor ver el movimiento
El que me narrara algo tan personal en un momento de tensión me demuestra que ya me tiene bastante confianza. Sé que también lo hizo para distraerme un poco. Sabe que mi mente solo está enfocada en saber cómo están Joanne y Marcus y obtener respuestas sobre ese intento de milagro que hice con él. Ahora, recostada en su hombro, las cavilaciones no cesan. A mi lista ya se unió ayudarlo a liberar a su madre. Entrar a la ciudadela será difícil, mas no imposible. Debe haber una grieta por dónde entrar o un método viable. Hacernos pasar por otros no es posible ni mucho menos ocultarnos entre lo que llevan los campesinos. Como me afirmó Marcus, los guardias revisan incluso las llantas. Maquino algún plan e idea. No conozco su infraestructura, sin embargo, podré saberlo más adelante estudiando a profundidad el mapa que tiene Oliver sobre ella, además de las escrituras de su diario, el cual me deja ojear a mi gusto. Observo la noche que nos envuelve. En la penumbra vislumbro los ojos
Me desmorono cuando llegamos a salvo a la cabaña. El diluvio no tarda en caer cuando deposito la mochila en mi cama. Me vuelvo para dejar el rifle en el armario y acomodo mi ropa por instinto. No quiero allanar de más el espacio de Oliver. Entretanto, él enciende el fuego y le echa leña. —¿Cómo se llama tu madre? —le cuestiono cuando se acuesta en su cama con la cabeza sobre sus manos. —Ava. —Bonito nombre. Me acerco, me descalzo las botas y me acomodo a su lado. Impresionado, deja que envuelva mi brazo en su cintura y acomode mi rostro en su pecho. Oigo los latidos pasivos de su corazón. —¿Eli…? —Déjame dormir contigo, por favor. —Ya no estamos en peligro. Me aprieto contra su cuerpo y esta vez hundo mi cara en su cuello. —El peligro está incluso en el lugar más protegido. Suspira y pasa sus dedos por mi cabello. —¿Así eras con los Connecticut? —Sí, por eso cada noche me
Observo al señor Ándalos con los ojos entrecerrados. Su amargura me insta a quitarle la pipa y guardarla en el bolsillo interior de mi chaqueta. Refunfuña por lo bajo y me ve con un ojo más abierto que el otro. —Es un trabajo difícil lo que pides, anciano. —Muchacha, más respeto. Me jacto. —Más respeto deberías darme porque ni siquiera tienes la decencia de dejar de fumar justo frente a mi cara. Si no te hubiera quitado la pipa, ni dos baños me quitarían el aroma a tabaco. Se cruza de brazos. —Lo lamento. La costumbre a veces no me permite pensar concienzudamente. Entorno los ojos por su sarcasmo. —¿Solo necesitas arar y nada más? Asiente y mete las manos en los bolsillos delanteros de su saco. —Oliver estará ocupado toda esta jornada repartiendo provisiones. Me ubico a su costado y escruto el terreno frente a nosotros. De verdad necesita estar más humedecido y con suficiente sol para que las pla
Mis brazos se extienden a la vez que mis piernas se mantienen rígidas como mi torso. Las burbujas de agua bailotean sobre mi rostro y suben hasta la superficie con una velocidad vertiginosa. Me permito entreabrir los labios y saborear el líquido que me envuelve. Mi mano busca mi pecho y hace presión en esa zona que arde a medida que me hundo. Pestañeo y dejo fluir las lágrimas, las cuales se mezclan con la oscuridad del agua. Mi cabello empieza a serpentear por mi rostro y crea una cortina frente a mis ojos como si quisiera protegerlos. Junto los párpados del todo y dejo que la sensación de ahogo se acumule en mis pulmones. ¿Cómo llegué hasta aquí? ¿En qué momento pasó esto? «Oliver…». Todo fue tan repentino que a duras penas el hilar mis pensamientos me es permitido. La gelidez corre por mis extremidades cuando mi cuerpo está por posarse en el subsuelo. El agua cristalina se tinta de carmesí y con ella se mezcl
Pego un respingo al contemplar el firmamento. ¿A qué hora los nubarrones azotaron su azulado techo? Me levanto, palmeo mis piernas para quitar el exceso de nieve en ellas y me giro para alcanzar mi mochila. En ella guardo el libro, al igual que el pedazo de queso que dejé. Mi mano queda a mitad de camino cuando oigo un estruendo que proviene de la cabaña. Una corriente eléctrica se desliza desde mis pies hasta mi pecho. Con rapidez, sujeto el rifle, acomodo el morral tras mi espalda y echo a correr hacia los árboles que devoran el panorama sobrecogedor que podré ver cuando llegue. Mis pies se enredan y doy un traspié. La agitación se representó en este desliz mal esperado. Mis palmas extendidas reciben el rasguño de varias piedrecillas y el rifle cae a varios centímetros de mí. Maldigo por lo bajo y me estiro para alcanzarlo, pero un golpe en mi mentón me hace recular. Anonadada, escupo
Y la nueva era empieza ahora. Temed, dioses prepotentes, que las sombras están por saltar para engullir sus almas impías. Temed, alimañas que se alimentan de sangre, que las fauces de los temerosos lobos devorarán sus esperanzas. Tened esperanza, humanidad, que pronto la libertad volverá con cadenas de fuerza. He allí su resplandor y su magnificencia. He allí el halo de la protección y la salvación. He allí aquella que se supuso desaparecida. ✹✹✹ Mi puño impacta contra su mejilla cuando me suelta esas palabras que queman mi alma. No se resiste, deja que lo golpee hasta que el cansancio devora mis deseos de desfigurarle la cara. Empiezo a sollozar; derramo esas lágrimas que quemaban tras mis párpados y exhalo los gemidos de desosiego que ahogaban mi garganta. Me alejo de él y me dejo caer frente a la chimenea, recojo mis piernas
Enciendo la pira y retrocedo un par de pasos para verla mejor. Si esta es la mejor manera para traer de vuelta a Eli, no me cansaré de encender piras hasta obtener las respuestas que deseo. Recojo las plumas de cuervo, parte de un pelaje de un lobo y unos objetos personales de Eli, como su ropa. Aprieto todo esto contra mi pecho, cierro los ojos y digo una plegaria en voz baja. Cuando sé que mis pedidos están hechos y reflejados en las cosas agrupadas entre mis brazos, las echo al fuego, el cual crepita con vehemencia y devora con hambre la madera. La tela se consume con tanta rapidez que en nada se vuelve humo, al igual que las plumas. Ante mis ojos las llamas se vuelven azules. Espero unos largos minutos, pero nada llega. Trago saliva y aprieto los puños. He de aguardar, valdrá la pena. El manto de la nieve cubre los lados de la pira mientras la madera chamuscada se extingue. La desazón azota mi pecho y lo calienta. «Puedo esperar ho