Gabriel estaciona su auto a la entrada de la casa de su padre, golpetea el volante con los dedos soltando un suspiro sombrío. Ha pasado mucho tiempo desde que vio a Samuel por última vez, no se puede decir que sean hermanos muy unidos, de hecho cuanto más distancia los separa mejor se llevan. Siempre ha sido así, desde niños, en la casa siempre se oían sus peleas por cualquier cosa. El simple hecho de que uno hubiese mirado al otro de mala manera era suficiente para desencadenar una lucha en la que sus padres debían intervenir rápidamente, a decir verdad no es capaz de explicar esa relación tan poco amena entre ellos, no hay un motivo concreto que justifique la poca amenidad que sienten el uno por el otro, simplemente ese… rechazo está ahí.
Siente el impulso de volver a encender el vehículo y volver a su departamento a seguir dándole vueltas a su caso, pero no quiere decepcionar a su padre, él más más nadie ha dedicado su vida para criarlos y darles una buena vida. Le debe a ese hombre más de lo que podría pagarle en diez vidas, así que se convence que debe soportar esa cena por él, esperando que no sea tan terrible.—¡Pasa, hijo, pasa! —invita Rafael abriendo la puerta antes que Gabriel toque el timbre.—Aún no entiendo como haces eso —confiesa el Detective con una media sonrisa.—Nunca pudimos hacer una travesura de niño porque siempre nos descubría, una rara habilidad que al menos yo no he heredado —comenta un hombre rubio con una amplia sonrisa parado en el pasillo que lleva al comedor.—No es ninguna habilidad, es simplemente prestar atención y conocer a los demás, eventualmente serás capaz de predecir el comportamiento de cada sujeto —explica Rafael sin darle mucha importancia al asunto.—No hemos sacado ese desentrañamiento de la psiquis humana, pero cada uno de nosotros tiene sus… habilidades —afirma Samuel con una sonrisa que le marca los hoyuelos.—Nunca lo he dudado, mis dos hijos me han llenado de orgullo. Y lo harían más si fuesen capaces de tratarse como hermanos —reclama el anciano meneando la cabeza con desagrado.—Es un gusto verte, hermano —exclama Samuel con una exagerada alegría abrazando a Gabriel.—Lo mismo digo, hermano —murmura el Detective intentando esbozar una sonrisa que parezca genuina.—¡Ya pasen a la mesa! Quizás el único día que se den un abrazo sincero sea cuando esté muerto, es lo único bueno que suele lograr un funeral —reclama Rafael pasando al comedor donde el aroma de una lasaña inunda el aire.—Amenazar con la muerte, es una clara señal de envejecimiento, papá —comenta Samuel dando un par de palmadas a la espalda de su padre.Los dos hermanos siguen los pasos del anciano sin siquiera cruzar miradas, al entrar al comedor admiran la fuente de humeante comida que descansa en medo de la mesa cubierta por un brilloso mantel negro. Gabriel admira los cubiertos de plata que descansan a los lados de los platos de fina porcelana que combinan con los dos candelabros de tres brazos tallados en mármol blanco que adornan la mesa.—¡Esto se ve delicioso, parece que has querido lucirte, papá! —exclama Gabriel sintiendo que siquiera en el más fino restaurante podrían agasajarlo más.—Quise hacer algo especial para mis hijos, hacia tanto tiempo que no los tenía a ambos en mi mesa, que me pareció estrictamente necesario hacer de esta noche algo memorable. Pensar que se necesita sólo esto para hacer feliz a este pobre viejo —responde Rafael con una amplia sonrisa mirando con ojos brillosos a sus muchachos que no sabe en qué momento crecieron tanto.—Debo decir que me sorprendió que hubieses venido, Samuel. Usualmente estás muy ocupado en los congresos de psicología y esas cosas, aún durante las fiestas. Por cierto, ¿Qué clase de gente va a un congreso de psicología durante Navidad? —comenta el Detective a su hermano con una mueca de incredulidad.—Los que no desean fingir que se lleva bien con la gente que no habla durante el resto del año, y después de todo, Navidad un evento capitalista para que las personas gasten todo el dinero que puedan —relata Samuel como si la mención de la festividad no tuviera la menor importancia.—Me parece que es un buen momento para reunir a la familia, y recordar los gratos momentos que pueden pasarse juntos —replica Rafael esperando que sus hijos se den por aludido.—Así que van un montón de Grinchs amargados a hablar trastornos y problemas mentales, en vez de compartir con sus familias, no suena a algo muy sano —cuestiona el Detective consciente de que debería cambiar el rumbo de una potencial discusión, pero simplemente no es capaz de hacerlo.—Alguien debe sacrificarse, el conocimiento es necesario, el mundo de la psicología, está en constante crecimiento, de hecho he dado varias charlas sobre psicología criminal. ¿Has oído de eso? Podría ayudarte a entender mejor a los que te enfrentas —expone Samuel con una irritante sonrisa.—No necesito entenderlos, solo encerrarlos para que paguen por sus crímenes —responde el Detective bruscamente.—¡Por favor, no seas modesto hijo! Gabriel ha sido reconocido en más de una ocasión por su habilidad para comprender las conductas de los hombres a los que persigue, grandes hombres de influencia que llevan años en la policía me lo han recalcado más de una vez — asegura Rafael hinchando su pecho de orgullo.—La gente tiende a exagerar cuando quieren hacer un cumplido, yo solo creo que es un poco de instinto y como dijiste, prestar atención —responde el Detective no queriendo ser el centro de atención en esa cena.—¿Pues parece que aún tu instinto no te ha ayudado mucho con el justiciero? Dicen que dejó a la policía en ridículo —comenta Samuel con una media sonrisa mirando a su hermano.—¿El justiciero? —interroga Gabriel arrugando la frente.—Es el nombre que le han dado a tu asesino, deberías prestar más atención a los medios, después de todo son ellos los que manipulan la opinión pública —responde Samuel tomando un sorbo de vino tinto.—Justamente esa es la razón por la que no me interesa la prensa, llamar a un asesino justiciero es una idiotez —afirma Gabriel masticando disgustado.—Es bastante acorde a la situación, mató al narcotraficante que la policía no ha podido atrapar —replica Samuel clavando sus ojos azules en su hermano.—Matar a una persona no es justicia, no importa el delito que el tal haya cometido. Si todos decidieran hacer justicia por su propia mano, no tardaríamos en estar inmerso en un caos —afirma Gabriel cerrando sus manos en puños.—Cuando el sistema no responde a las necesidades del pueblo, éste tiene la necesidad de actuar en consecuencia. Es lo que determina la democracia, hermano —responde Samuel con aire de superioridad, como si estuviera hablando a un simple niño.—Y el pueblo elige a sus gobernantes, a quienes tendrán la tarea el orden en la sociedad. No está bien tomar a un asesino como un héroe, solo lo alentarán a actuar de nuevo —determina el detective irritado. —Eso es verdad, ese asesino quiere atención y se la han dado, están alimentando su ego. Aunque probablemente no lo harían si pudiesen confiar en los gobernantes que han elegido, el pueblo es el pueblo, y tiene el poder de levantar a sus reyes y también de derribarlos —medita Samuel aburriéndose del asunto.—Nunca nadie ha dicho que los periodistas sean inteligentes, y mucho menos justos, van detrás del dinero y de la influencia. Eso es todo lo que les importa, pueden pintar la realidad según les parezca más conveniente hacerlo —argumenta Rafael sabiendo que sería inútil intentar terminar ese debate entre hermanos.—La gente debería darse cuenta a esta altura —espera Gabriel soltando un suspiro de pesadez.—A nadie le interesa la realidad, hermano. Prefieren vivir en la burbuja que han construido a su alrededor, su mundo gira alrededor de ellos mismos —afirma Samuel apoyando los brazos sobre la mesa.—Prefiero pensar que hay gente que realmente está dispuesta a cambiar las cosas, no he perdido mi fe en la humanidad —replica Gabriel con sinceridad.—Pero para lograrlo tienes que reventar su burbuja de falsa seguridad es la que viven, traerlos de nuevo a la realidad, acabar con esta generación sensible y mimada —afirma Samuel entornando los ojos.—Es cierto que los hombres fuertes se fraguan en el fuego de los tiempos difíciles y no en los tiempos de tranquilidad —apoya Rafael asintiendo con seguridad.—¡El fin no justifica los medios! No se puede justificar el arrebatar una vida sea cual sea la motivación —sostiene el Detective mirando fijo a su padre.—Como Detective has tomado vidas en nombre de la justicia, ¿Qué determina que tú estés apto para hacerlo? ¿El gobierno, el sistema? ¿Acaso tu juicio no podría ser afectado y olvidarse de ser imparcial? —cuestiona Samuel lamiéndose los labios al disfrutar del debate —Muchachos, por favor —susurra Rafael resoplando al ver hacia el terreno pantanoso al que se dirige la conversación.—Fui examinado para ver si era apto para el trabajo, se me entrenó para hacer mi trabajo, y continuamente soy investigado para determinar si estoy cumpliendo con mi deber. No quito una vida por placer, lo hago para salvar a otros o incluso la mía, y si reconociera que “mi juicio ha sido afectado", yo mismo me haría a un lado —responde Gabriel con la respiración agitada.—La venganza pudo haber nublado tu juicio, pero no te hiciste a un lado, ¿No crees que muchos habrán dudado de tu imparcialidad cuando mataste al asesino de tu familia? —expone Samuel ladeando la cabeza.—¡Ya basta! ¡Sabes que ese es un tema del que no se habla! —grita Rafael golpeando la mesa con el puño.—¿Hasta cuando no lo hablarán? ¡Han pasado años, el periodo de luto ya debería haber terminado, es momento de que lo superen! ¡No pueden negar lo que sucedió, ni tampoco esconderlo bajo la alfombra, ese dolor vuelve y si fueras capaz de ver la condición de tu hijo, podrías darte cuenta que se está hundiendo en un pozo del que tal vez ya no sea capaz de salir! —reclama Samuel desafiando a su padre.—Tu hermano es capaz de solucionar sus problemas, no necesita que lo psicoanalices —reclama el padre con la respiración pesada.—¡Por supuesto que puede! ¡Había olvidado que el gran Gabriel es capaz de todo, no importa las fallas o errores que él cometa, siempre es perfecto ante tus ojos! —reclama Samuel golpeando la mesa con el puño.—¿Empezaras con eso de nuevo? Si papá tuviera un favorito, sabes muy bien que no podría ser yo —responde Gabriel con el rostro rojo.—¡Dije que es suficiente! ¡¿Realmente es demasiado pedir ser capaces de cenar como una familia normal?! —grita Rafael parándose de su silla con las manos apoyadas sobre la mesa.—¡Esta jamás será una familia normal, ya deberías de haberlo aceptado! —afirma Samuel marchándose de la casa.—¡Samuel, Samuel! —llama Rafael aún a pesar de que es un intento inútil.—Yo… lo siento, papá. Trataré de hablar con él cuando esté más calmado —se disculpa Gabriel con tristeza por no haber sido capaz de mantener la compostura.—La verdad es que no sé si servirá de algo —se lamenta el padre con tristeza sentándose en la silla con la cabeza entre las manos.—Puede que tenga un poco de razón en lo que dijo, quizás más de lo que estoy dispuesto a aceptar —confiesa el Detective apartando su plato de comida que casi no ha tocado.—Parece que hemos sido injustos con él, yo… luego lo llamaré, deja que me encargue de esto. Es la tarea de un padre —pide Rafael mirando fijo a su hijo.—¿Y qué tal estuvo la dichosa cena? —pregunta Lorenzo sonriendo con una taza de café entre las manos.—Tan mal como todas las anteriores, mi padre debería empezar a resignarse a que algo vaya a ser diferente —responde Gabriel hojeando los papeles que cubren por completo el escritorio de su despacho.—El pobre no debe perder la esperanza de que sus hijos dejen de llevarse como si fueran enemigos, aunque debe ser realmente irritante tener como hermano a un sabelotodo que se cree la reencarnación de Freud —confiesa Lorenzo logrando que su amigo sonría levemente.—Quiero creer que Samuel tiene buenas intenciones, pero no es una tarea fácil darle la razón. Soy capaz de lidiar con mi vida sin que él tenga que decirme cómo debo comportarme, el problema de los psicólogos es que creen que saben como todo a su alrededor debe funcionar, soberbios y testarudos —afirma el Detective apretando los labios con disgusto.—En todo caso, creo que deberían hacer u
—“Irá ascendiendo hasta llegar a la cabeza misma de esta nación” —lee Gabriel por enésima vez caminando de un lado a otro de la cocina.Se detiene apoyando los brazos sobre la mesa para releer la carta y pasar la mirada a la libreta en la que ha hecho garabatos de todo posible indicio que pueda obtener de ese escrito. Aunque hasta el momento solo puede deducir lo que ya sabe, está lidiando con una persona que ha sido defraudada por el sistema, y por ende ha decidido tomar la justicia en sus propias manos. Una persona inteligente, por cierto, lo suficientemente meticulosa y organizada como para no dejar ni un solo rastro de su presencia, alguien sin mucho para perder al tomar la decisión de arriesgarse a tomar las vidas de la gente poderosa.—¿Por qué aquí y por qué ahora? —se pregunta el Detective relamiéndose los labios, tomando el bolígrafo anota en su libreta “Fallos judiciales". Ese parece ser un buen inicio para buscar, algo que marcó profundamen
Gabriel toma un sorbo de su taza de café hojeando el periódico, incluso hasta con una sonrisa en los labios. Hace tiempo que no se levantaba de buen humor, tanto tiempo que hasta había olvidado lo que se sentía, nunca se hubiese imaginado que Ana fuera tan maravillosa. Aunque ese grato momento de paz y tranquilidad se ve interrumpido por su celular que comienza a sonar mostrando el nombre de Lorenzo en la pantalla.—Quisiera empezar preguntando cómo te fue anoche, galán. Pero el maldito volvió a hacer de las suyas —anuncia el policía sin mucho entusiasmo en la voz.—¿Tan rápido? ¿Quién fue esta vez? —pregunta Gabriel tirando el periódico en la mesa con desagrado.—El comisario Santiago Vivas de la Comisaría primera, no puedes hacerte una idea de cómo lo ha dejado —anuncia Lorenzo con pesar sabiendo el impacto de la noticia.—¡¿Qué?! ¿Un comisario? ¡Este tipo está loco! —exclama el Detective sorprendido de que el asesino se haya atrevido a ir t
—¿Que es lo que vienes a pedirme, Gabriel? Un Martínez nunca llega a mi oficina solo para saludarme —reclama una anciana de pelo corto rubio mirando desde detrás de su escritorio al Detective que desde el umbral de la puerta la mira con una sonrisa.—Me haces sentir culpable con ese reclamo, Mirta. Aunque debo confesar que tienes razón, necesito de ayuda, más específicamente los expedientes de fallos judiciales que involucren a menores masculinos, deben ser de al menos del periodo entre 1970 y 2000 —anuncia con una sonrisa suplicante pasando a la pequeña oficina en la que el escritorio y un sillón de dos cuerpos ocupan casi todo el espacio disponible.—¿A qué tipo de fallos te refieres? —pregunta la mujer mirándolo con intriga por encima de sus lentes.—De todo tipo, violencia familiar, abusos, custodias, incluso hasta pérdida de familiares directos —explica Gabriel pasándose la lengua por el labio inferior con nerviosismo esperando ir en la dirección c
—¿Qué está sucediendo aquí, jefe? —pregunta Gabriel al comisario que se mantiene detrás de una barricada formada por los móviles policiales.—Los vecinos denunciaron una situación extraña, el maldito tiene a dos policías dentro del auto empapado con gasolina, está amenazando con prenderlos fuego —informa el comisario con la mirada fija en el sospechoso.—¿Ha exigido algo? ¿Qué han negociado? —pregunta el detective rascándose la barbilla con preocupación mirando al hombre que se mantiene parado al lado del automóvil.—No, el maldito loco solo está ahí amenazando con quemar a los pobres desgraciados, los dos policías son ovejas negras de la de la fuerza —responde el anciano con exasperación esperando poder terminar con eso cuanto antes.—Lo mejor sería tratar de sacarlo vivo junto a los rehenes, sobre todo con tantas miradas sobre nosotros —dice el detective señalando con la cabeza los rostros curiosos en las ventanas de las casas de la zona.
Gabriel se seca con el dorso de la mano las gotas de sudor que le han cubierto la frente, con la mirada fija en el camino marcado a lo largo del parque, sigue corriendo para completar sus cuarenta y cinco minutos de ejercicio de rutina. Esos paseos matutinos suelen ayudarlo a despejar su mente, a darle un poco de claridad cuando no sabe qué dirección tomar, aunque ahora no parece estarle funcionando. Hay demasiadas cosas referentes al caso que no le han permitido desviar la atención de sus recientes descubrimientos, y sigue tan lejos de lograr respuestas como al principio. La noche anterior revisó a conciencia cada uno de los expedientes acompañado de Ana y unas deliciosas empanadas, pero su trabajo coincidió con el llevado a cabo por su compañera, solo hay dos nombres acordes al perfil criminal que formuló en su mente: Horacio Leiva y Lorenzo Ferro.—Un periodista y un policía —susurra el detective con la respiración agitada corriendo a lo largo del arroyo.Ambo
—¡Lorenzo, ¿Dime que has visto a Horacio ahí? —pide Gabriel con ansiedad a través del teléfono.—No, no lo he visto. De hecho me pareció raro que no estuviera rondando por aquí. Se supone que es uno de los reporteros más molestos que tenemos en la ciudad, aunque sea el asesinato de su jefa debería de estar encima como moscas a la miel —responde Lorenzo extrañado rascándose la mejilla en la que la barba ya está más crecida de lo normal.—¡Es él, el asesino es él! ¡Pediré que triangulen su ubicación con su celular, lo atraparé sea donde sea que esté! —informa el detective abrochándose el chaleco antibalas junto al resto de sus compañeros.—¿En serio es él? ¿Cómo lo descubriste? —pregunta Lorenzo asombrado por la inesperada identidad del asesino.—Por los correos que le envió a Juan Muñoz, le dio la información sobre las víctimas y lo convenció para asesinarlos. Rastreamos la dirección IP del equipo desde el que se enviaron y es de la
—¡Espero que hayas estado practicando tu mejor sonrisa para las cámaras! Hoy al fin nos quitaremos de encima a este maldito dolor de cabeza —dice el comisario con una gran sonrisa entrando en la oficina de Gabriel.—Creo que lo mejor es no adelantarse a sacar conclusiones —murmura el detective con una fuerte inquietud apoderándose de él.—¿Qué? Tienes los correos sobre los policías que envío al constructor desde su cuenta, y con la gente importante que ha matado, será suficiente para que el juez decida encerrarlo de por vida —anuncia el comisario considerando que no hay razón para darle más vueltas al caso.—Es que fue… he estado pensando, y esto fue demasiado simple, el asesino no hubiera cometido ese error. Ha demostrado ser muy hábil para borrar to sus rastros, no puede convencerme de que haya caído por unos simples emails —afirma Gabriel cada vez más de que no tienen al hombre correcto.—¿Estás tratando de decirme que ese maldito sigue sue