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El justiciero
El justiciero
Por: AngeloGrayson
Cap. 1: Caso inusual

Los primeros rayos de luz matutina se filtran a través de la persiana de una habitación en la que el sonido de una alarma se esfuerza por despertar a su dueño, una perezosa mano tantea la mesa de luz hasta lograr dar con el teléfono y desactivar el molesto ruido. El hombre se revuelve entre las arrugadas sábanas blancas que dan cuenta de lo mucho que se ha movido durante la noche, aun recostado mira con los ojos entreabiertos la puerta del baño, considerando si vale la pena levantarse.

—¡Te advertí que no te descuidaras, Gabriel! —exclama un muchacho de mirada desorbitada parado a solo unos pasos de la cama con un encendedor en la mano.

Gabriel se sienta de un salto en la cama sacando su arma de debajo de la almohada con la respiración agitada,  apunta al intruso preparándose para apretar el gatillo sin un dejo de duda, pero al parpadear el maniático muchacho se esfuma en el aire. El hombre cierra los ojos mordiéndose el labio, ha sucedido de nuevo, pasándose la mano por el rostro sudoroso trata de despejar su mente de ese poco alentador comienzo de día.

—¡Espero que estés ardiendo en el infierno, maldito desgraciado! —exclama Gabriel dejando el arma en la mesa de luz y tomando un par de aspirinas que traga con una mueca de disgusto.

El sonido del celular anunciando una llamada hace que el hombre tuerza las comisuras de los labios con desagrado, pensando que todo se está preparando para ser un día que lo pondrá de muy mal humor.

—¿No es algo temprano, Lorenzo? —reclama pasándose la mano por su corto cabello castaño.

—Yo ni siquiera he dormido, Gabriel. Faltaba media hora para terminar mi turno cuando me enviaron a investigar una denuncia de homicidio —se queja Lorenzo con la voz ronca.

—¿Y qué tiene de especial un simple homicidio? —interroga Gabriel buscando la justificación de que lo moleste tan temprano.

—Esto no es un simple homicidio, parece más bien sacado de una película o de esos casos del FBI. Según se ve, al fin ha surgido algo digno del Detective Gabriel Martínez —dice el policía con sarcasmo.

—Que hermosa manera de amargarme el día, envíame la dirección e iré a dar un vistazo, pero solo debe ser algún grupo de estúpidos muchachos drogados —exclama Gabriel arrugando su nariz afilada.

—Tendrás que verlo por ti mismo —anuncia Lorenzo con seriedad en sus palabras.

Gabriel se cubre el rostro con ambas manos sentado en la cama, se supone que había pedido el traslado a una ciudad pequeña como Olavarría para evitar a los maniáticos que andan sueltos en las grandes metrópolis. Y si bien esta ciudad no es un paraíso, al menos no ha tenido que enfrentarse a nada de lo que ha visto en la capital, volvió a su ciudad natal buscando tranquilidad, pero ahora esa estabilidad que ha conseguido parece estar tambaleando. Solo espera que no sea más que una tontería de muchachos, y así poder seguir con su común y rutinaria vida.

—¿Acaso trajeron a toda la policía de la ciudad? —pregunta Gabriel mirando la docena de móviles policiacos estacionados alrededor de la plaza donde ocurrió el presunto homicidio.

—Nunca se ha visto algo así, acaba de llegar la policía científica también, pero el comisario quiere que le des un vistazo primero. Incluso él está aquí, así que puedes imaginarte lo importante que parece ser el asunto —advierte Lorenzo rascándose el mentón sombreado por una naciente barba negra.

—Si la policía científica está aquí debería ser suficiente —se queja Gabriel buscando una razón para escabullirse de ese caso que comienza a darle mala espina.

—¡Detective Martínez! Lo estaba esperando, di orden de que nadie siquiera se acerque a la escena del crimen hasta que usted la estudie —exclama un hombre rechoncho acercándose con los ojos clavados en él Detective.

—Señor, tiene el personal mejor capacitado para hacer el trabajo. Yo no podría suponer ninguna diferencia —trata de convencer el aludido alzando los hombros con indiferencia.

—Hijo, lo que vi en esa plaza me dice que hay un malnacido que quiere poner mi ciudad de cabeza, y por esa razón voy a poner a mis mejores elementos en el caso, por lo que tú estarás a cargo. Sin más excusas, así que ve a ver tu escena y dame un informe en cuanto sepas qué demonios sucedió aquí —ordena el Comisario Suarez moviendo su tupido bigote gris dando unas palmadas en el hombro al detective.

Gabriel se muerde el labio con impaciencia, sin poder hacer más que resignarse mira al Comisario abandonando el lugar, quizás creyendo que ha resuelto el problema delegando el caso. Aunque s pesar de no gustarle la responsabilidad que recae sobre él, no puede negar que una especie de electricidad comienza a recorrerle el cuerpo. Sabe lo que es, lo ha sentido al comienzo de cada caso, la adrenalina de saber que está ante un nuevo desafío, de tener que meterse en la mente del asesino, comprenderlo, predecir sus pasos, y finalmente atraparlo.

—¿Cuáles son sus órdenes, señor? —pregunta Lorenzo con una sonrisa divertida.

—¡Que te vayas al infierno! —responde Gabriel irritado pasando por debajo de la cinta policial para ver su escena.

—Preferiría ir a la cama, pero primero quiero escuchar qué te parece esto, porque yo no tengo idea qué pensar —responde Lorenzo caminando detrás de su amigo.

El Detective pasa al lado de un tobogán cuya pintura amarilla ha comenzado a caerse, dejando a la vista manchas plateadas que dan cuenta del tiempo que lleva instalado allí. No puede evitar pensar en el acto morboso de haber ultrajado ese lugar construido para que los niños jueguen y rían, para que las familias disfruten de un momento de paz y tranquilidad. Haber corrompido ese bello espacio derramando la sangre de un hombre le parece algo imperdonable, aunque ha visto cosas peores que un muerto en la plaza.

—¿Qué demonios? —exclama el Detective el cuerpo, tal y como le adelantó Lorenzo parece algo sacado de una película. 

Gabriel se acerca con pasos lentos al cadáver de un hombre de unos cuarenta años que cuelga atado por las muñecas con cadenas entre dos hamacas que escapan unos chirridos metálicos ser empujadas por una suave brisa. Entornando los ojos observa cuidadosamente el rostro del difunto que cae sobre su pecho con el cabello castaño cayéndole sobre los ojos,  de la boca se le asoma una espesa espuma mezclada con sangre que ha teñido por completo el pecho de la camisa celeste que viste. El Detective lee el peculiar cartel enganchado al cinturón del cadáver, grandes letras rojas escritas con marcador rojo rezan: “El envenenador de nuestros jóvenes”. 

—Parece un episodio de CSI, ¿No? —pregunta Lorenzo arrugando la nariz parado detrás de su compañero..

—Me llama la atención el nivel de violencia de este homicidio, pero me preocupa más el esfuerzo que ha hecho el asesino para exhibirlo —susurra Gabriel mirando los frascos que hay a los pies del cadáver.

—Conozco a la víctima, no recuerdo el nombre, pero es un conocido vendedor de drogas. Nunca hemos podido hallar pruebas suficientes para encerrarlo, debía de tener buenos contactos que lo mantenían informado —explica Lorenzo sin sentir mucho pesar por la muerte.

—Así que a eso se refiere el cartel,  aquí hay veneno para ratas, para cucarachas, y hasta cloro y blanqueador  —afirma el Detective caminando alrededor del cadáver identificando las botellas en la tierra.

—Ósea que tenemos a una especie de justiciero, o repartidor de karma que le quiso dar una cucharada de su propia medicina —dice Lorenzo sin ser capaz de mantenerse serio.

—Tenemos a un asesino que cree ser poseedor del poder para decidir quién debe morir, y lo peor es que lo ha hecho como una especie de protesta. Que la policía científica procese la escena, y tú ve a dormir que tienes una cara terrible —ordena Gabriel con una media sonrisa.

—Mañana me tendrás a primera hora contigo, necesitas alguien que te cuide las espaldas —asegura Lorenzo despidiéndose con la mano alzada.

—Andrada, hazme el favor de procesar los frascos de los venenos. Tomen huellas de la escena, aunque será inútil, vamos a encontrar por lo menos un centenar de huellas en las cadenas y las hamacas. Solo esperemos que no sea tan astuto y haya dejado algo en el cuerpo, porque al lugar lo ha dejado inmaculado —pide Gabriel a uno de los policías sintiendo los nervios de enfrentarse a un asesino que está demostrando ser peligroso.

El Detective sigue observando la escena con las manos entrelazadas detrás de la espalda, aprieta los labios sintiendo una especie de corriente recorriéndole el cuerpo, tiene la certeza de que no se enfrenta a un simple criminal. Y eso es algo que en realidad hasta llega a emocionarlo, de la misma manera que al cazador lo hace al seguir las huellas de una buena presa. Lorenzo le dijo que era un vendedor de drogas, así que debe averiguar que tan importante era en la cadena de proveedores.

—Gonzalo Andrade, era uno de los peces gordos, debe estar detrás de por lo menos el 70% de la droga que circula en la ciudad. Las malas lenguas han llegado a comentar que incluso estaba metido con el intendente —comenta una mujer pelirroja mirando la información del criminal en la computadora de la comisaría.

—Tiene sentido que el asesino lo llamará el envenenador de la juventud, la pregunta es cómo fue capaz de capturarlo. Ese tipo habrá estado rodeado de matones —comenta Gabriel golpeteando con los dedos el escritorio de madera.

—Hablé con la esposa que llamó para hacer la denuncia de su desaparición, dijo que el marido había salido al recibir una llamada urgente. Y que no quiso ir con “su personal de seguridad" —informa la mujer alzando los hombros sin poder brindar otra respuesta.

—Quien hizo la llamada tiene que haber sido alguien muy importante o cercano, ¿Podemos saber quién hizo la llamada, Ana? —pregunta Gabriel esperando tener por fin un indicio.

—Tomará un tiempo, pero en cuanto lo conaiga te nformaré. Por cierto, ¿Has dormido bien?  —pregunta Ana con una mirada inquisidora.

—Como un angelito —responde Gabriel con una gran sonrisa que espera sea convincente.

—Las ojeras de mapache debajo de tus ojos no dicen lo mismo —reclama la mujer apretando sus gruesos labios.

—No es nada para preocuparse, solo me desvele con una serie —replica el Detective restando importancia al asunto con un ademán.

—Gabriel, tienes que dejar de intentar alejar a los que se preocupan por ti y tratan de ayudarte, no tiene que enfrentar todo eso solo —aconseja Ana acercándose a él con dulzura.

—Estoy bien, Ana. Busca de dónde vino esa llamada, por favor —responde Gabriel cortante mirando la hora, han pasado dos horas desde que se halló el cuerpo, por lo que piensa que el forense ya debe de tener algo de información.

Ana suelta un suspiro de frustración al ver que una vez más Gabriel le ha cerrado la puerta de su corazón en la cara, ya ha perdido por completo la cuenta de los intentos por acercarse a él, todos y cada uno de ellos fallidos. Quizás lo más sensato debiera ser dejar de insistir, pero simplemente no puede hacerlo, se siente tan atraída hacia él como un metal al magnetismo de un imán. Realmente ha tratado de siquiera pensar en él, pero la sola presencia de ese hombre parece ser capaz de derribar cada una de las barrera levantadas para controlar sus sentimientos.

—Te estaba esperando, Gabriel —anuncia el forense sin quitar la mirada del cuerpo.

—Y aquí estoy, Rafael. ¿Qué tienes para mí? —consulta el Detective con ansiedad arrugando la nariz ante el olor del cuerpo.

—Lo que ya imaginabas, supongo. Lo derritieron por dentro con el cóctel de químicos que le obligaron a tragar, las heridas en las muñecas provocadas por las cadenas son premortem así que lo ataron estando vivo aún, y hay que analizar la sangre, pero creo que utilizaron alguna sustancia para dormirlo hasta que lo tuvieron colgando de ese caño —informa el anciano sin que su rostro muestre emoción alguna.

—¿No hay un cabello, sustancia, algo que el asesino haya dejado que nos ayude a identificarlo? —pregunta Gabriel decepcionado de no conseguir nada  nuevo.

—Nada, el asesino sabía muy bien lo que hacía. Y puedo suponer que la escena debe de estar de la misma manera —se atreve a comentar Rafael posando sus ojos azules en el rostro cansado del Detective.

—Así es, no tengo ningún indicio de nada. Estoy esperando que identifiquen el número de una llamada, pero seguramente será un teléfono desechable. Estoy sin nada en este caso —confiesa Gabriel decepcionado rascándose la nuca.

—Tendrás que esperar a que vuelva a atacar, y rogar que cometa algún descuido —susurra el forense cubriendo con una sábana el cadáver.

—¿Qué vuelva a atacar? —murmura el Detective apretando los labios.

—Claro que sí, hijo. Esto no es obra de un improvisado o de un loco de ira, fue premeditado y muy bien estudiado, eres lo suficientemente listo para deducir que es solo el principio —anuncia el anciano con naturalidad arqueado una ceja blanca.

—Lo sé, pero supongo que no quiero hacerme a la idea. ¡Demonios, vine a esta ciudad para estar lejos de estas cosas! —exclama el Detective pasándose la mano por el rostro con exasperación.

—Sea lo que sea, ya está aquí, y tú estás metido. Así que tienes que estar acorde a la situación, lamentarte no te llevará a ningún lado. Por cierto, espero que no tomes este caso como excusa para olvidar la cena con tu hermano esta noche —anuncia el forense apretando los labios con seriedad.

—De seguro a Samuel no le importará que me ausente —susurra Rafael no queriendo mirar al doctor a los ojos.

—Pero a mí sí, te quiero en mi casa a las veinte en punto Gabriel Martínez, y no hagas que tenga que ir a buscarte —ordena el anciano sin dejar lugar a reclamo alguno.

—Esta bien, papá. Iré, iré —se resigna el Detective sin atreverse a llevar la contraria a su padre.

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