—“Irá ascendiendo hasta llegar a la cabeza misma de esta nación” —lee Gabriel por enésima vez caminando de un lado a otro de la cocina.
Se detiene apoyando los brazos sobre la mesa para releer la carta y pasar la mirada a la libreta en la que ha hecho garabatos de todo posible indicio que pueda obtener de ese escrito. Aunque hasta el momento solo puede deducir lo que ya sabe, está lidiando con una persona que ha sido defraudada por el sistema, y por ende ha decidido tomar la justicia en sus propias manos. Una persona inteligente, por cierto, lo suficientemente meticulosa y organizada como para no dejar ni un solo rastro de su presencia, alguien sin mucho para perder al tomar la decisión de arriesgarse a tomar las vidas de la gente poderosa. —¿Por qué aquí y por qué ahora? —se pregunta el Detective relamiéndose los labios, tomando el bolígrafo anota en su libreta “Fallos judiciales". Ese parece ser un buen inicio para buscar, algo que marcó profundamente al asesino, que lo decepcionó, quizás no muy reciente, pero lo suficientemente serio para que después de años aún no haya podido olvidar la injusticia que se hizo con él.El sonido del timbre hace que Gabriel se sobresalte, entornando los ojos se dirige a la puerta sin tener idea de quién puede estar molestándolo, sobre todo cuando tiene un caso del que ocuparse. Al abrir la puerta ve a Ana mirándolo con los labios apretados y una mirada propia de una asesina, recién en ese momento se vuelve consciente del tiempo que ha pasado, mira el reloj de su muñeca que marca las nueve y media sin ser capaz de esbozar una sola palabra para excusarse.—No digas nada, te conozco lo suficiente como para suponer que te obsesionaste con la carta que te envió el asesino. Pero creo que al menos me merezco un café después de haberte esperado una hora en ese restaurante —reclama Ana con seriedad entrando sin esperar a que la invite a pasar.—Claro, yo…En serio lo siento, simplemente perdí la noción del tiempo, ni siquiera sé en qué momento pasó la hora —se excusa el hombre con mirada suplicante, esperando no haber echado a perder por completo las cosas con ella.—Lo sé, Gabriel. La culpa fue mía por creer que serías capaz de ocupar tu mente en algo que no estuviera relacionado con el caso —admite Ana quitándose la chaqueta de cuero que deja a la vista el vestido celeste que lleva puesto.—Es… estabas hermosa, digo… lo estás —balbucea el detective mirando el vestido largo cuyo color parece ir a la perfección con la pálida piel de la atractiva mujer.—No tienes que darme cumplidos por creer que estoy molesta, sorprendentemente no lo estoy. Simplemente soy incapaz de enojarme contigo, supongo que solo me he decepcionado, realmente creía… deseaba con todo mi ser que fueras capaz de verme —resopla la mujer encogiéndose de hombros.—Siempre te veo, Ana. Es solo que no me sentía preparado para volver a empezar, supongo que debo agradecer que me tengas tanta paciencia —afirma Gabriel llenando dos tazas con el humeante líquido de la cafetera.—Lo entiendo, y creo que es por eso que te he tenido paciencia. Porque sin duda no es mi gran virtud —confiesa Ana con una sonrisa divertida pasándose un mechón de pelo por detrás de la oreja con nerviosismo.—Créeme que lo sé, te he visto enfrentar al comisario, y no cualquiera tiene esas agallas en la comisaría —halaga el Detective sentándose frente a su compañera.—Es que no puedo quedarme callada ante una injusticia, lo cual suele meterme en problemas, pero es que así soy, no puedo evitarlo —sostiene Ana alzando los ojos despreocupadamente.—Eso es lo que se supone que impulsa a este asesino, el deseo de justicia, de presentar su reclamo ante una sociedad que ha dejado de ser justa e imparcial —dice Gabriel volviendo su mirada a la carta sin poder evitar tener su mente alejada del caso por más tiempo.—En parte coincido con su… punto de vista, aunque matar a alguien a sangre fría no me parece la mejor opción —confiesa la mujer contemplando la mirada taciturna de su compañero. —Y si la injusticia es quien ha creado a este asesino, ¿Quién es el culpable en realidad? —cuestiona el Detective golpeteando la mesa con los dedos.—La sociedad no se hará cargo de haber creado a un monstruo, la Alemania Nazi nació por lo injusto y opresivo del Tratado de Versalles, pero no por eso las naciones que lo crearon se han considerado responsables de lo que sucedió —afirma Ana torciendo las comisuras de los labios al tratar con esa verdad.—Es más fácil acabar con el monstruo, muerto el perro se acaba la rabia —coincide Gabriel mirando a su compañera a los ojos.—Aunque supongo que es parte de nosotros querer evitar hacernos cargo de nuestros errores, al menos yo no habría podido mirarte a la cara después de haberte plantado —confiesa Gabriel con nerviosismo.—Me cuesta trabajo pensar en que el gran Detective Martínez no se sintiera capaz de enfrentarse a mí —responde Ana con una sonrisa coqueta. —¿El gran Detective Martínez? No sé por qué me idolatran tanto en esta ciudad, no es gran cosa haber venido de la capital —reclama Gabriel tomando un sorbo del amargo café.—No es porque vengas de la capital, hay bastantes buenos para nada allí, es porque eres casi una leyenda. Todo caso que llegó a tus manos fue cerrado, atrapaste al culpable, hiciste justicia, y en medio de toda esa policía corrupta te mantuviste íntegro, eres el ejemplo a seguir para muchos de nosotros —afirma Ana con emoción en la voz.—Solo cerré un par de casos, e hice lo que tenía que hacer. Pero no soy perfecto, y mucho menos un ejemplo a seguir. ¿Qué quieres emular de mí? ¡No tengo nada, no tengo familia, ni un hogar, ni siquiera una maldita razón por la que sentir que tiene sentido empezar un nuevo día! —confiesa el detective con la voz quebrada.—Escuché que perdió a su familia, y lo siento, pero debes seguir adelante, es lo que ellos hubiesen querido —trata de animar Ana sintiendo un nudo en la garganta.—¡No! ¿Sabe qué quería mi esposa? Unas vacaciones, quería poder venir a ver a nuestras familias después de cinco años en la que la mantuve allí porque estaba demasiado ocupado con mi trabajo, quería poder ir a la cama y que yo estuviera a su lado en vez de estar revisando informes, quería dejar de tener que soportar cada día la duda de si yo volvería a casa. Quería que no tomara ese caso —relata Gabriel apretando la taza tan fuerte entre sus manos que siente que podría partirla en cualquier momento.—El caso del pirómano… —susurra la mujer con lágrimas en los ojos.—El pirómano, él tenía otro nombre, “El quema hogares". Ella casi me rogó que dejara ese caso y me tomara un descanso para recordar que tenía una familia, para ser capaz de estar con mis hijas que estaban creciendo tan de prisa. Pero no la escuché, quería atrapar a ese maldito, tenerlo tras las rejas —prosigue el detective con la cabeza gacha.—Se llevó muchas vidas, te dieron el caso porque estaban seguros que tú logarías atraparlo, y no se equivocaron —asegura Ana mordiéndose el labio al saber hacia donde se dirige la conversación.—Supongo que él también estaba seguro que lo atraparía, esa noche como siempre, me quedé hasta tarde en la oficina. ¡Toda mi carrera me dediqué a proteger a otros, pero cuando mi familia me necesitó yo no estaba! ¡Ese maldito convirtió mi casa y mi familia en un montón de cenizas! ¡Eso es lo que puse en los ataúdes, huesos calcinados y cenizas! —lamenta Gabriel con la lagrimas corriéndole por las mejillas.Ana es incapaz de decir algo, en la comisaría se escucharon rumores sobre lo que había sucedido, pero nada de eso parece haberla preparado para escucharlo del mismo Gabriel. Ver el dolor reflejado en sus ojos, las manos temblorosas por la impotencia que aún hoy lo persigue, casi le parece sentir en su corazón el mismo dolor que ha destrozado a ese buen hombre.—Luego de enterrarlas salí a cazarlo, pasé noches sin dormir, solo podía pensar en él, en atraparlo y acabar con su vida de la misma manera que él lo hizo con mi familia. No tardé mucho en ubicarlo, estaba escondido en una Villa, metido en ese agujero como una rata. Cuando entré ni siquiera lo dudé, le disparé una y otra, y otra vez, disparé hasta que vacié el cargador. Estaba sediento de hacer justicia por ellas —confiesa Gabriel cubriéndose el rostro entre las manos.—Estabas lleno de dolor, es comprensible, no podría decir que yo no habría hecho lo mismo. Quitaste del mundo a alguien que solo hizo daño —afirma Ana parándose para sentarse al lado de Gabriel y posar su mano sobre el hombro de él.—¡Pero no debería haberlo hecho! Nadie cuestionó la manera en que él murió, pero… ¿Quién era yo para decidir qué ya no debía vivir? Todas las noches despierto viendo su rostro, creía que acabar con el calmaría ese dolor que me destrozaba por dentro, pero solo lo empeoró —susurra el detective mirando con pena a su compañera.—Es porque has intentado pasar por esto solo, pero ya debes acabar con eso y permitir dejar entrar a alguien en tu corazón —aconseja la mujer acariciándole la mejilla con ternura.—Mi familia estuvo en mi corazón y murió, no quiero que alguien más salga lastimado por estar cerca de mí —solloza Gabriel mordiéndose el labio.—Eso es algo que no puedes decidir tú, no se puede vivir sin amor, o al menos no puedes llamar a eso vida —sostiene Ana con sinceridad.—¿Por qué quieres atarte a alguien como yo? ¿Te atraen los casos perdidos? —interroga el detective sin ser capaz de entender qué ve en él.—No eres un caso perdido, eres un hombre que como cualquier otro se merece amor y una nueva oportunidad para seguir con su vida. Sinceramente no sé decir lo que me atrae en ti, pero tengo plena certeza de que quiero estar contigo, ser parte de tu vida —responde Ana sintiendo que el corazón le late con fuerza. —No sé si me verás de la misma manera después de verme llorar —dice Gabriel soltando una pequeña risa.—Me has demostrado que eres un gran hombre, siempre supe que detrás de ese detective rudo había un tierno osito de peluche —bromea Ana con una sonrisa dulce.—No es un cumplido que sume mucho a mi virilidad —responde el detective besando la mano de su compañera.—Hay otras cosas que pueden ayudarla —responde Ana besándolo en los labios.Gabriel se sorprende ante el contacto de esos labios carnosos, una electricidad le recorre todo el cuerpo despertando emociones que creía que ya no volvería a sentir. Cerrando los ojos responde al beso dejándose llevar, perdiéndose en ese hermoso momento que parece ser el primer destello de luz después de una larga temporada en la oscuridad. —¿Estás segura de querer esto? —pregunta Gabriel con la frente apoyada en la sien de su compañera.—No tengo dudas —responde Ana con una sonrisa.—Entonces permíteme empezar de nuevo esta noche, te prometí una cena, y eso es lo que te daré esta noche —responde el detective alejándose lentamente de ella.—No sabía que eras todo un caballero —susurra Ana mordiéndose el labio.—Soy de la vieja escuela, por lo que considero que a una mujer se merece ser tratada como una dama —dice Gabriel con una gran sonrisa, esperanzado de que quizás esas viejas heridas que amenazaban con matarlo puedan sanar.Gabriel toma un sorbo de su taza de café hojeando el periódico, incluso hasta con una sonrisa en los labios. Hace tiempo que no se levantaba de buen humor, tanto tiempo que hasta había olvidado lo que se sentía, nunca se hubiese imaginado que Ana fuera tan maravillosa. Aunque ese grato momento de paz y tranquilidad se ve interrumpido por su celular que comienza a sonar mostrando el nombre de Lorenzo en la pantalla.—Quisiera empezar preguntando cómo te fue anoche, galán. Pero el maldito volvió a hacer de las suyas —anuncia el policía sin mucho entusiasmo en la voz.—¿Tan rápido? ¿Quién fue esta vez? —pregunta Gabriel tirando el periódico en la mesa con desagrado.—El comisario Santiago Vivas de la Comisaría primera, no puedes hacerte una idea de cómo lo ha dejado —anuncia Lorenzo con pesar sabiendo el impacto de la noticia.—¡¿Qué?! ¿Un comisario? ¡Este tipo está loco! —exclama el Detective sorprendido de que el asesino se haya atrevido a ir t
—¿Que es lo que vienes a pedirme, Gabriel? Un Martínez nunca llega a mi oficina solo para saludarme —reclama una anciana de pelo corto rubio mirando desde detrás de su escritorio al Detective que desde el umbral de la puerta la mira con una sonrisa.—Me haces sentir culpable con ese reclamo, Mirta. Aunque debo confesar que tienes razón, necesito de ayuda, más específicamente los expedientes de fallos judiciales que involucren a menores masculinos, deben ser de al menos del periodo entre 1970 y 2000 —anuncia con una sonrisa suplicante pasando a la pequeña oficina en la que el escritorio y un sillón de dos cuerpos ocupan casi todo el espacio disponible.—¿A qué tipo de fallos te refieres? —pregunta la mujer mirándolo con intriga por encima de sus lentes.—De todo tipo, violencia familiar, abusos, custodias, incluso hasta pérdida de familiares directos —explica Gabriel pasándose la lengua por el labio inferior con nerviosismo esperando ir en la dirección c
—¿Qué está sucediendo aquí, jefe? —pregunta Gabriel al comisario que se mantiene detrás de una barricada formada por los móviles policiales.—Los vecinos denunciaron una situación extraña, el maldito tiene a dos policías dentro del auto empapado con gasolina, está amenazando con prenderlos fuego —informa el comisario con la mirada fija en el sospechoso.—¿Ha exigido algo? ¿Qué han negociado? —pregunta el detective rascándose la barbilla con preocupación mirando al hombre que se mantiene parado al lado del automóvil.—No, el maldito loco solo está ahí amenazando con quemar a los pobres desgraciados, los dos policías son ovejas negras de la de la fuerza —responde el anciano con exasperación esperando poder terminar con eso cuanto antes.—Lo mejor sería tratar de sacarlo vivo junto a los rehenes, sobre todo con tantas miradas sobre nosotros —dice el detective señalando con la cabeza los rostros curiosos en las ventanas de las casas de la zona.
Gabriel se seca con el dorso de la mano las gotas de sudor que le han cubierto la frente, con la mirada fija en el camino marcado a lo largo del parque, sigue corriendo para completar sus cuarenta y cinco minutos de ejercicio de rutina. Esos paseos matutinos suelen ayudarlo a despejar su mente, a darle un poco de claridad cuando no sabe qué dirección tomar, aunque ahora no parece estarle funcionando. Hay demasiadas cosas referentes al caso que no le han permitido desviar la atención de sus recientes descubrimientos, y sigue tan lejos de lograr respuestas como al principio. La noche anterior revisó a conciencia cada uno de los expedientes acompañado de Ana y unas deliciosas empanadas, pero su trabajo coincidió con el llevado a cabo por su compañera, solo hay dos nombres acordes al perfil criminal que formuló en su mente: Horacio Leiva y Lorenzo Ferro.—Un periodista y un policía —susurra el detective con la respiración agitada corriendo a lo largo del arroyo.Ambo
—¡Lorenzo, ¿Dime que has visto a Horacio ahí? —pide Gabriel con ansiedad a través del teléfono.—No, no lo he visto. De hecho me pareció raro que no estuviera rondando por aquí. Se supone que es uno de los reporteros más molestos que tenemos en la ciudad, aunque sea el asesinato de su jefa debería de estar encima como moscas a la miel —responde Lorenzo extrañado rascándose la mejilla en la que la barba ya está más crecida de lo normal.—¡Es él, el asesino es él! ¡Pediré que triangulen su ubicación con su celular, lo atraparé sea donde sea que esté! —informa el detective abrochándose el chaleco antibalas junto al resto de sus compañeros.—¿En serio es él? ¿Cómo lo descubriste? —pregunta Lorenzo asombrado por la inesperada identidad del asesino.—Por los correos que le envió a Juan Muñoz, le dio la información sobre las víctimas y lo convenció para asesinarlos. Rastreamos la dirección IP del equipo desde el que se enviaron y es de la
—¡Espero que hayas estado practicando tu mejor sonrisa para las cámaras! Hoy al fin nos quitaremos de encima a este maldito dolor de cabeza —dice el comisario con una gran sonrisa entrando en la oficina de Gabriel.—Creo que lo mejor es no adelantarse a sacar conclusiones —murmura el detective con una fuerte inquietud apoderándose de él.—¿Qué? Tienes los correos sobre los policías que envío al constructor desde su cuenta, y con la gente importante que ha matado, será suficiente para que el juez decida encerrarlo de por vida —anuncia el comisario considerando que no hay razón para darle más vueltas al caso.—Es que fue… he estado pensando, y esto fue demasiado simple, el asesino no hubiera cometido ese error. Ha demostrado ser muy hábil para borrar to sus rastros, no puede convencerme de que haya caído por unos simples emails —afirma Gabriel cada vez más de que no tienen al hombre correcto.—¿Estás tratando de decirme que ese maldito sigue sue
Gabriel golpea la puerta de la oficina del comisario con preocupación, el hecho de que lo haya mandado a llamar en vez de ir a visitarlo a la oficina de él como suele hacerlo, le indica que es un asunto serio, probablemente hasta burocrático.—Pase, Detective Martínez, pase —grita desde el otro lado de la puerta el Comisario.El hecho de ser llamado de esa manera le termina de confirmar al Detective que alguien más está allí, y por lo visto alguien de arriba. Empujando la puerta lentamente posa su mirada primero en el rostro cansado del Comisario, y luego en un hombre de traje negro que se mantiene de pie mirando por la ventana que da a la calle.—Mandó a llamarme, señor —dice Gabriel intentando ver el rostro del extraño en el reflejo del vidrio, pero sin conseguirlo.—Así es, Asuntos Internos ha considerado necesario enviar a un agente para supervisar el caso del justiciero —anuncia el Comisario esforzándose por sonar cordial a pesar de
Gabriel y Ana caminan tomados de la mano paseando por el centro de la ciudad, pasan por las coloridas vidrieras de las tiendas ante las que varios curiosos cuchichean por las ofertas que buscan atraerlos. El Detective piensa que esta se puede catalogar como su primera salida formal, ya que en su anterior cita proyectada, él había cometido el gran error de olvidar ir por estar demasiado absorto en la carta que el Justiciero le había enviado. Y aunque ahora no está menos dedicado al caso, ha sido incapaz de rechazar la invitación de Ana a ver una película al cine, ante el solo recuerdo de su anterior fiasco no puede evitar sonreír con una mezcla de diversión y culpa, eso podría haber significado que Ana ni siquiera volviera a dirigirle la palabra, pero por alguna razón esa maravillosa mujer ha decidido brindarle otra oportunidad, una que por suerte él no se ha permitido echar a perder.—Es una noche hermosa, tenía razón en que sería mejor venir caminando —susurra