—¿Que es lo que vienes a pedirme, Gabriel? Un Martínez nunca llega a mi oficina solo para saludarme —reclama una anciana de pelo corto rubio mirando desde detrás de su escritorio al Detective que desde el umbral de la puerta la mira con una sonrisa.
—Me haces sentir culpable con ese reclamo, Mirta. Aunque debo confesar que tienes razón, necesito de ayuda, más específicamente los expedientes de fallos judiciales que involucren a menores masculinos, deben ser de al menos del periodo entre 1970 y 2000 —anuncia con una sonrisa suplicante pasando a la pequeña oficina en la que el escritorio y un sillón de dos cuerpos ocupan casi todo el espacio disponible.—¿A qué tipo de fallos te refieres? —pregunta la mujer mirándolo con intriga por encima de sus lentes.—De todo tipo, violencia familiar, abusos, custodias, incluso hasta pérdida de familiares directos —explica Gabriel pasándose la lengua por el labio inferior con nerviosismo esperando ir en la dirección correcta.—¿Quieres que me ponga revisar una montaña de expedientes polvorientos? Porque ni siquiera pienses que alguien se ha molestado en hacer una base de datos con ellos, están apilados esperando que se los coman las ratas —cuestiona la mujer mirándolo con severidad.—Es por una buena causa, Mirta. Y sólo tú podrías conseguírmelo —pide el detective con los ojos brillosos.—¡No me pongas esos ojos de borrego! Ya estoy vieja para esto, una creería que a esta altura solo debería preocuparse de cosas simples esperando poder jubilarse. ¿Tiene que ver con ese asesino que aparece en todos los diarios? —reclama la anciana soltando un suspiro de pesadez.—Sí, la información de esos expedientes podría llegar a acercarme a él, a decir verdad es lo único que podría darme esa oportunidad —confiesa el Detective sin sentirse cómodo de confesar que está sin nada.—Dios sabe que nunca he podido decirle no a un Martínez —murmura la anciana como si en parte lo lamentara.—¡Sabía que podía contar contigo! —exclama Gabriel con jubilo sintiendo la emoción de poder conseguir esos papeles.—Sí, siempre he tenido debilidad por tu familia. Mirta soluciona los problemas de todo el mundo, aunque a decir verdad no lamento la perdida de un narcotraficante y de un comisario corrupto —confiesa la mujer con frialdad desviando la mirada hacia la computadora bastante antigua que tiene en una esquina del escritorio.—¿En serio? ¿Tú también te pones del lado de ese asesino? —reclama Gabriel boquiabierto, sorprendido de que una mujer tan recta pudiera apoyar a ese maldito.—Hijo, he trabajado en este juzgado durante casi cincuenta años. Y puedo asegurarte que la justicia no triunfa siempre, no soy una partidaria de que el fin justifique los medios, pero la verdad es que a veces tiene que correr sangre para que algo pueda cambiar en esta sociedad ignorante —responde la mujer apretando los labios al hablar desde una vida de experiencia.—Parece que son demasiados los que piensan de esa manera, comienzo a preguntarme si debería temer una revolución —bromea Gabriel tirándose en un sillón marrón.—Yo pronunciaría esas palabras con más seriedad, un pueblo descontento, es un pueblo que busca una causa que seguir , y por ende, fácil de manipular —pronuncia la mujer clavando sus ojos marrones en el hombre al que conoce desde niño.—Quisiera creer que la gente es más inteligente que eso —replica Gabriel negándose a creer lo que le dicen.—No lo es, cada persona vive manipulando y siendo manipulada, es una batalla continua por conseguir lo que uno quiere. Lo que tienes que buscar es la manera de comenzar a luchar con la imagen de ese asesino antes que la gente lo convierta en emblema —advierte Mirta comenzando a ocuparse de los expedientes apilados sobre su escritorio.—¿Y de qué manera podría hacerlo? Ni siquiera sé quién es —reclama el detective sentándose al borde del sillón en busca de socorro.—Sacando a relucir el daño que ha hecho, no muestres al narcotraficante, sino a la familia que ha sido privada de su esposo y padre. No hables del comisario corrupto, sino de los criminales que puso tras las rejas, conviértelos en mártires para que la gente mire a ese asesino como si fuera un monstruo al que temen, al que desean que encierren —responde la mujer con tanta frialdad que sorprende a Gabriel.—Eso sería mentir, no me gusta ocultar la verdad. ¡No puedo convertir a esos criminales en héroes! —reclama el detective meneando la cabeza en rechazo a la propuesta.—Las naciones lo han hecho con sus próceres, muchacho. Han ocultado cada uno de sus defectos, sus obsesiones, no necesitan a los hombres en sí, solo un símbolo —contesta Mirta con una sonrisa divertida por la ingenuidad de ese hombre.—Realmente espero tener otra opción, agradecería que me hagas saber cuando tengas lo que te pedí, y muchas gracias… por todo —agradece el detective sonriendo a pesar de estar luchando con sus pensamientos. Gabriel sale del juzgado con la cabeza gacha, su mente envuelta en un remolino de ideas y pensamientos. Hasta ahora solo pensó en atrapar al asesino, estaba seguro de que todo se trataba de buscar atención, pero Mirta le ha hecho ver algo más profundo, el objetivo del homicida puede llegar a ser mucho más retorcido, quizás sea que el resto de la gente tome la justicia en sus manos. Algo así podría salírseles de las manos fácilmente, podría convertir la ciudad en un caos.El detective se sube al auto y comienza a conducir sin tener rumbo fijo, este caso puede ser el más grande en su vida, y todos parecen tener los ojos puestos en él, presionándolo para hacer lo único para lo que sirve: atrapar criminales. Y no puede decir que no se siente satisfecho de hacerlo, pero meterse en las mentes de esos hombres para descubrir su próximo paso deja marcas. Y este asesino parece prometer dejarle las marcas más profundas que pueda llegar a recibir. Al detener el auto gira la cabeza viendo el hotel en el que se hospeda su hermano, suelta un suspiro profundo al pensar estar con Samuel de nuevo, pero prometió a su padre que hablaría con él, aunque sinceramente no esperaba hacerlo tan pronto, y mucho menos teniendo su mente tan revuelta.—¡Que sorpresa! Es muy extraño verte aquí, hermano —exclama Samuel abriendo la puerta de su habitación con la ceja alzada.—Creí que nos debíamos una charla, por lo de la otra noche —responde Gabriel con nerviosismo.—Supongo que sí, pasa, hermano. Papá diría que esa charla iría mejor con un buen café —responde Samuel con una cordial sonrisa.Gabriel ingresa a la habitación admirando los muebles de algarrobo que decoran la sala alfombrada, piensa que si a él le tocara alquilar esa habitación le costaría al menos el sueldo de un mes. —Yo… quería… disculparme por lo de la otra noche, creo que con papá fuimos algo… injustos —dice Gabriel a su hermano que aún no vuelve de la cocina.—No te preocupes, creo que fui bastante responsable de lo que sucedió, tendría que haber procedido con más tacto —responde Samuel poniendo una taza de café humeante delante de su hermano.—No he hablado con nadie de lo que… sucedió… digamos que los psiquiatras de la fuerza no me inspiraban mucha… confianza. Cuando lo planteaste en la mesa… frente a papá… yo… yo solo pude ponerme a la defensiva —confiesa Gabriel soltando un suspiro.—Lo sé, hermano. La verdad es que no sé por qué pensé que el tiempo habría sido capaz de atenuar el dolor de esa pérdida, yo… es que al lado tuyo me siento cohibido. Tú eres el gran detective que es leyenda en la fuerza policial, y yo… yo un simple psiquiatra —contesta Samuel rascándose la nuca avergonzado.—¿Cohibido por mí? Ojalá pudiera tener la mente y el conocimiento que tú tienes, yo no sería capaz de plantarme en una conferencia y hablar a toda esos intelectuales. Por favor, ni siquiera podría darme el gusto de pagar una habitación como esta —replica el detective soltando una risita divertida.—Parece que hemos desperdiciado nuestro tiempo compitiendo en vez de expresarnos nuestra admiración por el otro, quizás podamos al fin darle a papá el gusto de llevarnos bien, ¿No? —dice Samuel con una sonrisa que deja a la vista su dentadura blanca como si fueran perlas.—Eso espero, podríamos tratar de hacer de nuevo esa cena que le arruinamos —propone Gabriel sintiendo que un peso deja de estar en su corazón.—Me parece justo, papá se lo merece. ¿Y cómo llevas ese caso tuyo? Supe que el asesino volvió a cobrarse otra víctima —pregunta Samuel con curiosidad.—Sí, papá estaría feliz. No muy bien, ¿Crees que alguien podría querer llevar a la sociedad a derrumbarse? —pregunta Gabriel disfrutando el sabor del café en su boca.—¿En qué sentido? Nuestra sociedad puede derrumbarse de muchas maneras, de hecho hace años que amenaza con venirse abajo —sostiene Samuel con una sonrisa divertida.—Creo que el asesino por alguna razón odia al sistema de justicia, algún veredicto de su infancia o incluso su adolescencia lo marcó profundamente. No solo culpa a la justicia de no actuar como debe, sino que quiere inspirar a que otros tomen la justicia en sus manos, ¿Cuál sería tu opinión profesional de algo así? —relata el detective considerando que su hermano puede ayudarlo a comprender mejor al hombre que busca. —Tienes un buen punto, ese veredicto tuvo que ser sobre algo muy personal, probablemente respecto a sus padres, o un familiar muy cercano. Debió ser algo que lo decepcionó profundamente, que ni siquiera el paso del tiempo fue capaz de dejarlo en el olvido, quizás hasta lleva años planeando minuciosamente lo que está haciendo —determina Samuel coincidiendo con la teoría de su hermano.—¿Piensas que estos asesinatos podrían inspirar a otras personas a actuar como él? —pregunta Gabriel con timidez sin estar muy seguro de querer escuchar la respuesta.—Es muy probable, hermano. El asesino está presentando una causa, la lucha contra un sistema corrupto e injusto, evidencia una enfermedad a la que nadie se ha enfrentado o intentado erradicar. Algo que casi todos se han planteado en algún momento, todos nos hemos quejado alguna vez de la corrupción en nuestro país. Cuando vamos a las urnas simplemente buscamos al candidato menos corrupto, aunque todos resultan ser iguales —responde Samuel torciendo la boca ante el disgusto de enfrentar la verdad.—Lo último que necesitamos es que la ciudad se convierta en tierra de nadie, todo esto me lleva a preguntarme: ¿Somos tan tontos para no darnos cuenta de toda la manipulación que hay a nuestro alrededor o solo elegimos ignorarla? —pregunta el detective con verdadera preocupación.—A veces somos más felices ignorando la verdad, hermano. Es un antiguo método de autodefensa, ojos que no ven corazón que no siente —declara el hermano alzando los hombros.El celular de Gabriel suena cortando el momento fraternal que ha conseguido tener después de años, probablemente desde que eran adolescentes. Por lo que por unos segundos duda en atender, pero al ver que se trata del comisario toma el teléfono extrañado. —¿Comisario? —atiende el detective sin lograr imaginar la causa de la llamada.—¡Te necesito en Vélez Sarsfield y Necochea ahora! ¡Tenemos al maldito rodeado, pero hay una situación de toma de rehenes! —anuncia el comisario con la respiración agitada.—¡¿Qué?! ¡Sí, ya salgo para allá! ¡Procendan con cuidado! —anuncia Gabriel parándose de la silla con prisa.—¡Gabriel! ¿Qué sucede? —pregunta Samuel alarmado.—El asesino, luego hablamos —promete el detective saliendo corriendo de la habitación del hotel.—¿Qué está sucediendo aquí, jefe? —pregunta Gabriel al comisario que se mantiene detrás de una barricada formada por los móviles policiales.—Los vecinos denunciaron una situación extraña, el maldito tiene a dos policías dentro del auto empapado con gasolina, está amenazando con prenderlos fuego —informa el comisario con la mirada fija en el sospechoso.—¿Ha exigido algo? ¿Qué han negociado? —pregunta el detective rascándose la barbilla con preocupación mirando al hombre que se mantiene parado al lado del automóvil.—No, el maldito loco solo está ahí amenazando con quemar a los pobres desgraciados, los dos policías son ovejas negras de la de la fuerza —responde el anciano con exasperación esperando poder terminar con eso cuanto antes.—Lo mejor sería tratar de sacarlo vivo junto a los rehenes, sobre todo con tantas miradas sobre nosotros —dice el detective señalando con la cabeza los rostros curiosos en las ventanas de las casas de la zona.
Gabriel se seca con el dorso de la mano las gotas de sudor que le han cubierto la frente, con la mirada fija en el camino marcado a lo largo del parque, sigue corriendo para completar sus cuarenta y cinco minutos de ejercicio de rutina. Esos paseos matutinos suelen ayudarlo a despejar su mente, a darle un poco de claridad cuando no sabe qué dirección tomar, aunque ahora no parece estarle funcionando. Hay demasiadas cosas referentes al caso que no le han permitido desviar la atención de sus recientes descubrimientos, y sigue tan lejos de lograr respuestas como al principio. La noche anterior revisó a conciencia cada uno de los expedientes acompañado de Ana y unas deliciosas empanadas, pero su trabajo coincidió con el llevado a cabo por su compañera, solo hay dos nombres acordes al perfil criminal que formuló en su mente: Horacio Leiva y Lorenzo Ferro.—Un periodista y un policía —susurra el detective con la respiración agitada corriendo a lo largo del arroyo.Ambo
—¡Lorenzo, ¿Dime que has visto a Horacio ahí? —pide Gabriel con ansiedad a través del teléfono.—No, no lo he visto. De hecho me pareció raro que no estuviera rondando por aquí. Se supone que es uno de los reporteros más molestos que tenemos en la ciudad, aunque sea el asesinato de su jefa debería de estar encima como moscas a la miel —responde Lorenzo extrañado rascándose la mejilla en la que la barba ya está más crecida de lo normal.—¡Es él, el asesino es él! ¡Pediré que triangulen su ubicación con su celular, lo atraparé sea donde sea que esté! —informa el detective abrochándose el chaleco antibalas junto al resto de sus compañeros.—¿En serio es él? ¿Cómo lo descubriste? —pregunta Lorenzo asombrado por la inesperada identidad del asesino.—Por los correos que le envió a Juan Muñoz, le dio la información sobre las víctimas y lo convenció para asesinarlos. Rastreamos la dirección IP del equipo desde el que se enviaron y es de la
—¡Espero que hayas estado practicando tu mejor sonrisa para las cámaras! Hoy al fin nos quitaremos de encima a este maldito dolor de cabeza —dice el comisario con una gran sonrisa entrando en la oficina de Gabriel.—Creo que lo mejor es no adelantarse a sacar conclusiones —murmura el detective con una fuerte inquietud apoderándose de él.—¿Qué? Tienes los correos sobre los policías que envío al constructor desde su cuenta, y con la gente importante que ha matado, será suficiente para que el juez decida encerrarlo de por vida —anuncia el comisario considerando que no hay razón para darle más vueltas al caso.—Es que fue… he estado pensando, y esto fue demasiado simple, el asesino no hubiera cometido ese error. Ha demostrado ser muy hábil para borrar to sus rastros, no puede convencerme de que haya caído por unos simples emails —afirma Gabriel cada vez más de que no tienen al hombre correcto.—¿Estás tratando de decirme que ese maldito sigue sue
Gabriel golpea la puerta de la oficina del comisario con preocupación, el hecho de que lo haya mandado a llamar en vez de ir a visitarlo a la oficina de él como suele hacerlo, le indica que es un asunto serio, probablemente hasta burocrático.—Pase, Detective Martínez, pase —grita desde el otro lado de la puerta el Comisario.El hecho de ser llamado de esa manera le termina de confirmar al Detective que alguien más está allí, y por lo visto alguien de arriba. Empujando la puerta lentamente posa su mirada primero en el rostro cansado del Comisario, y luego en un hombre de traje negro que se mantiene de pie mirando por la ventana que da a la calle.—Mandó a llamarme, señor —dice Gabriel intentando ver el rostro del extraño en el reflejo del vidrio, pero sin conseguirlo.—Así es, Asuntos Internos ha considerado necesario enviar a un agente para supervisar el caso del justiciero —anuncia el Comisario esforzándose por sonar cordial a pesar de
Gabriel y Ana caminan tomados de la mano paseando por el centro de la ciudad, pasan por las coloridas vidrieras de las tiendas ante las que varios curiosos cuchichean por las ofertas que buscan atraerlos. El Detective piensa que esta se puede catalogar como su primera salida formal, ya que en su anterior cita proyectada, él había cometido el gran error de olvidar ir por estar demasiado absorto en la carta que el Justiciero le había enviado. Y aunque ahora no está menos dedicado al caso, ha sido incapaz de rechazar la invitación de Ana a ver una película al cine, ante el solo recuerdo de su anterior fiasco no puede evitar sonreír con una mezcla de diversión y culpa, eso podría haber significado que Ana ni siquiera volviera a dirigirle la palabra, pero por alguna razón esa maravillosa mujer ha decidido brindarle otra oportunidad, una que por suerte él no se ha permitido echar a perder.—Es una noche hermosa, tenía razón en que sería mejor venir caminando —susurra
Gabriel toma un sorbo de su taza de café mirando su reloj que marca las nueve de la mañana, aún no es capaz de creer que haya sido capaz de dormir hasta tan tarde. Esa salida con Ana no solo fue capaz de aclarar sus ideas sobre el caso, sino que cumplió el objetivo de la mujer: darle calma en medio de tanto caos. La película que miraron era una comedia romántica, bastante diferentes a las de terror que tanto prefiere, pero no había estado tan mal, o no lo estuvo por la agradable presencia de Ana, esa mujer seria capaz de hacerlo reír hasta en un velorio. Algo que él valora mucho, ya que no se lo puede catalogar de ser una persona que ríe mucho, de hecho la mayoría lo tiene como un solitario y taciturno Detective que ha tomado como compañero de vida a su trabajo. Lo cierto es que no están muy lejos de la verdad, pero al menos ella es capaz de sacar a relucir una parte más agradable de él, una que creía haber enterrado junto a su familia.Sacudiendo la cabeza se dispone a de
—¡Fue una jugada a nuestras espaldas, un claro intento de pasar por encima nuestro y dejarnos en ridículo! —reclama Ana en la casa de Gabriel con tanto enfado que no puede contener el tono de su voz.—Creo que me tocó un buen día para no estar en la comisaría —bromea el Detective sirviendo un oscuro café en la taza blanca de porcelana que extiende a su invitada.—Ni te imaginas lo que era ese lugar, nadie decía una palabra, pero en todos estaba el mismo rostro lleno de resentimiento hacia ese… ese… ese ambicioso viejo de pacotilla —espeta la mujer atacando con voracidad una dorada medialuna, como si quisiera descargar a mordidas el furor que se ha apoderado de ella desde que vio esa conferencia de prensa.—Ja, ja, ja. Puedo imaginarme tu rostro, pasar por al lado tuyo se habrá sentido como tratar de caminar al lado de una manada de leones —bromea Gabriel riendo con ganas.—No te pases de vivo, Gabriel Martínez —advierte Ana sin poder evitar sonreír ante l