—¿Qué está sucediendo aquí, jefe? —pregunta Gabriel al comisario que se mantiene detrás de una barricada formada por los móviles policiales.
—Los vecinos denunciaron una situación extraña, el maldito tiene a dos policías dentro del auto empapado con gasolina, está amenazando con prenderlos fuego —informa el comisario con la mirada fija en el sospechoso.—¿Ha exigido algo? ¿Qué han negociado? —pregunta el detective rascándose la barbilla con preocupación mirando al hombre que se mantiene parado al lado del automóvil.—No, el maldito loco solo está ahí amenazando con quemar a los pobres desgraciados, los dos policías son ovejas negras de la de la fuerza —responde el anciano con exasperación esperando poder terminar con eso cuanto antes.—Lo mejor sería tratar de sacarlo vivo junto a los rehenes, sobre todo con tantas miradas sobre nosotros —dice el detective señalando con la cabeza los rostros curiosos en las ventanas de las casas de la zona.Gabriel se seca con el dorso de la mano las gotas de sudor que le han cubierto la frente, con la mirada fija en el camino marcado a lo largo del parque, sigue corriendo para completar sus cuarenta y cinco minutos de ejercicio de rutina. Esos paseos matutinos suelen ayudarlo a despejar su mente, a darle un poco de claridad cuando no sabe qué dirección tomar, aunque ahora no parece estarle funcionando. Hay demasiadas cosas referentes al caso que no le han permitido desviar la atención de sus recientes descubrimientos, y sigue tan lejos de lograr respuestas como al principio. La noche anterior revisó a conciencia cada uno de los expedientes acompañado de Ana y unas deliciosas empanadas, pero su trabajo coincidió con el llevado a cabo por su compañera, solo hay dos nombres acordes al perfil criminal que formuló en su mente: Horacio Leiva y Lorenzo Ferro.—Un periodista y un policía —susurra el detective con la respiración agitada corriendo a lo largo del arroyo.Ambo
—¡Lorenzo, ¿Dime que has visto a Horacio ahí? —pide Gabriel con ansiedad a través del teléfono.—No, no lo he visto. De hecho me pareció raro que no estuviera rondando por aquí. Se supone que es uno de los reporteros más molestos que tenemos en la ciudad, aunque sea el asesinato de su jefa debería de estar encima como moscas a la miel —responde Lorenzo extrañado rascándose la mejilla en la que la barba ya está más crecida de lo normal.—¡Es él, el asesino es él! ¡Pediré que triangulen su ubicación con su celular, lo atraparé sea donde sea que esté! —informa el detective abrochándose el chaleco antibalas junto al resto de sus compañeros.—¿En serio es él? ¿Cómo lo descubriste? —pregunta Lorenzo asombrado por la inesperada identidad del asesino.—Por los correos que le envió a Juan Muñoz, le dio la información sobre las víctimas y lo convenció para asesinarlos. Rastreamos la dirección IP del equipo desde el que se enviaron y es de la
—¡Espero que hayas estado practicando tu mejor sonrisa para las cámaras! Hoy al fin nos quitaremos de encima a este maldito dolor de cabeza —dice el comisario con una gran sonrisa entrando en la oficina de Gabriel.—Creo que lo mejor es no adelantarse a sacar conclusiones —murmura el detective con una fuerte inquietud apoderándose de él.—¿Qué? Tienes los correos sobre los policías que envío al constructor desde su cuenta, y con la gente importante que ha matado, será suficiente para que el juez decida encerrarlo de por vida —anuncia el comisario considerando que no hay razón para darle más vueltas al caso.—Es que fue… he estado pensando, y esto fue demasiado simple, el asesino no hubiera cometido ese error. Ha demostrado ser muy hábil para borrar to sus rastros, no puede convencerme de que haya caído por unos simples emails —afirma Gabriel cada vez más de que no tienen al hombre correcto.—¿Estás tratando de decirme que ese maldito sigue sue
Gabriel golpea la puerta de la oficina del comisario con preocupación, el hecho de que lo haya mandado a llamar en vez de ir a visitarlo a la oficina de él como suele hacerlo, le indica que es un asunto serio, probablemente hasta burocrático.—Pase, Detective Martínez, pase —grita desde el otro lado de la puerta el Comisario.El hecho de ser llamado de esa manera le termina de confirmar al Detective que alguien más está allí, y por lo visto alguien de arriba. Empujando la puerta lentamente posa su mirada primero en el rostro cansado del Comisario, y luego en un hombre de traje negro que se mantiene de pie mirando por la ventana que da a la calle.—Mandó a llamarme, señor —dice Gabriel intentando ver el rostro del extraño en el reflejo del vidrio, pero sin conseguirlo.—Así es, Asuntos Internos ha considerado necesario enviar a un agente para supervisar el caso del justiciero —anuncia el Comisario esforzándose por sonar cordial a pesar de
Gabriel y Ana caminan tomados de la mano paseando por el centro de la ciudad, pasan por las coloridas vidrieras de las tiendas ante las que varios curiosos cuchichean por las ofertas que buscan atraerlos. El Detective piensa que esta se puede catalogar como su primera salida formal, ya que en su anterior cita proyectada, él había cometido el gran error de olvidar ir por estar demasiado absorto en la carta que el Justiciero le había enviado. Y aunque ahora no está menos dedicado al caso, ha sido incapaz de rechazar la invitación de Ana a ver una película al cine, ante el solo recuerdo de su anterior fiasco no puede evitar sonreír con una mezcla de diversión y culpa, eso podría haber significado que Ana ni siquiera volviera a dirigirle la palabra, pero por alguna razón esa maravillosa mujer ha decidido brindarle otra oportunidad, una que por suerte él no se ha permitido echar a perder.—Es una noche hermosa, tenía razón en que sería mejor venir caminando —susurra
Gabriel toma un sorbo de su taza de café mirando su reloj que marca las nueve de la mañana, aún no es capaz de creer que haya sido capaz de dormir hasta tan tarde. Esa salida con Ana no solo fue capaz de aclarar sus ideas sobre el caso, sino que cumplió el objetivo de la mujer: darle calma en medio de tanto caos. La película que miraron era una comedia romántica, bastante diferentes a las de terror que tanto prefiere, pero no había estado tan mal, o no lo estuvo por la agradable presencia de Ana, esa mujer seria capaz de hacerlo reír hasta en un velorio. Algo que él valora mucho, ya que no se lo puede catalogar de ser una persona que ríe mucho, de hecho la mayoría lo tiene como un solitario y taciturno Detective que ha tomado como compañero de vida a su trabajo. Lo cierto es que no están muy lejos de la verdad, pero al menos ella es capaz de sacar a relucir una parte más agradable de él, una que creía haber enterrado junto a su familia.Sacudiendo la cabeza se dispone a de
—¡Fue una jugada a nuestras espaldas, un claro intento de pasar por encima nuestro y dejarnos en ridículo! —reclama Ana en la casa de Gabriel con tanto enfado que no puede contener el tono de su voz.—Creo que me tocó un buen día para no estar en la comisaría —bromea el Detective sirviendo un oscuro café en la taza blanca de porcelana que extiende a su invitada.—Ni te imaginas lo que era ese lugar, nadie decía una palabra, pero en todos estaba el mismo rostro lleno de resentimiento hacia ese… ese… ese ambicioso viejo de pacotilla —espeta la mujer atacando con voracidad una dorada medialuna, como si quisiera descargar a mordidas el furor que se ha apoderado de ella desde que vio esa conferencia de prensa.—Ja, ja, ja. Puedo imaginarme tu rostro, pasar por al lado tuyo se habrá sentido como tratar de caminar al lado de una manada de leones —bromea Gabriel riendo con ganas.—No te pases de vivo, Gabriel Martínez —advierte Ana sin poder evitar sonreír ante l
—Andrada, quiero que analicen cada centímetro de esta casa. El asesino estuvo en este lugar, tuvo que haber dejado algún rastro. Tomen cada huella que encuentren, muestras de saliva en cada vaso o taza, cada cabello que hallen —pide Gabriel al agente de la policía científica queriendo conseguir por fin algo que lo lleve alasesino.—Sí, señor. Ya hemos comenzado a recolectar evidencia. ¿No cree que debería hacerse ver por los médicos? —pregunta el policía mirando con preocupación el corte en la ceja del Detective.—Estoy bien, lo único que necesito es que atrapemos a este maldito —responde Gabriel soportando el nudo que se le forma en la garganta al posar nuevamente la mirada en el cadáver.—Pobre Mirtha, no merecía esto. Quiero decir, ella era un pilar de nuestra comunidad, no he conocido una mejor persona que ella —lamenta Andrada cabizbajo tratando de acumular el coraje para comenzar a tomar las fotografías del cuerpo y la escena.—¡Qué