Mientras manejaba, a la mente de Adalia llegaban sin que bajo su poder estuviese la capacidad de evitarlo, palabras de Derek, ni siquiera tenían ningún sentido, eran susurros, como una avalancha de frases por completo incoherentes, en su mayoría incomprensibles, frases incompletas, pero que pese a eso tenían el poder de herirla como una daga incrustada en lo más profundo de su pecho, eran tantas que se sentía incluso mareada, mareada a causa del dolor que unos simples recuerdos podían en ella infligir.
“Mía” “Te amo, más que nada y a nadie jamás” “Nadie jamás podrá amarte como yo lo he conseguido hacer” “Nadie jamás velará por ti de la manera en la que yo lo hago”, “El único que por tu ausencia enloquecería sería yo”, lagrimas bañaban las demacradas mejillas de la muchacha, en especial a causa de la última frase que su mente escupía, pues en lo más recóndito de ella, viva como llamas, permanecía la sensación de que aquellas palabras no eran del todo falsas. Palabras que traía
Por un fugaz momento fue presa de la sensación de que algo dentro de ella había reventado a causa del miedo tan profundo y repentino que se apoderó de su cuerpo, llevó las manos a su pecho, sintiendo un fuerte dolor allí, sus labios se entre abrieron y sus ojos amenazaron con escaparse despavoridos de sus concavidades, un violento mareo le invadió, convirtiendo su campo de visión en algo brumoso.Los ojos de Derek se dilataron al ver a Adalia, con tanta demencia en ellos que el mismo demonio parecía haber tomado control de su cuerpo, jamás en su vida se le había vista tan sorprendido, tan desesperado, tan enloquecido…, tan enojado; salió de su auto en el mismo segundo en el que la vio, dando un fuerte portazo y ni siquiera se aseguró de que la calle estuviera libre de tránsito, como un demente corrió a atrapar a Adalia, quien soltó el palo que sostenía su cue
Los ojos de Derek eran de un color hipnotizante y reluciente ámbar, aunque era difícil admitirlo, eran en verdad preciosos, profundos y misteriosos como el océano menos indagado: un pensamiento un tanto extraño para una muchacha que estaba siendo estrangulada.Las largas manos del Wood estaban ceñidas en el cuello de la rubia como dos cadenas furiosas, los ojos de él estaban sumergidos en un lóbrego mar de rabia y su rostro se pintarrajeaba de un rojo desquiciado, sus dientes parecían crujir de manera estrepitosa, con fuerza los apretujaba.Palabra alguna no alcanzaba ella a dar como respuesta al impetuoso diluvio de preguntas que él soltaba sin tregua sobre ella.La rubia intentaba obstaculizar de alguna forma, el ataque hacia ella, intentaba balbucear algo, intentaba darle a entender a Derek que no era posible darle respuesta si él no dejaba de estrangularla, pero aquello no era una posibili
El sufrimiento la perseguía, sin cesar ninguno, tal y como un libertino perseguía al placer desenfrenado, sin que de ninguna forma a importarle llegasen las cadenas morales que para obtener su placer debía de destrozar, justo así el sufrimiento y la miseria la perseguían, sin tregua ninguna, dispuestos a destruirla, a acabar con ella justo como el odio es capaz de destruir el corazón del más noble hombre.—¡Vamos! ¡Cuenta hasta quince antes de que sea peor para ti! —una voz áspera a los oídos de Adalia llegaba, su garganta seca, apenas tenía el vigor de formular alguna palabra, el sufrimiento la desvigorizaba cada vez más, débil su corazón, débil su esperanza, como una delicada flor de pétalos preciosos pero consumidos.—P-Por f-favor…—¡Vamos! ¡Hazlo!—¡P-Por f-favor, no! ¡Te l-l
Aquellas palabras fueron como un duro y turbulento golpe en el pecho de Derek, sintió como su corazón se desgarraba desde la raíz, sus manos empezaron a tiritar y todo a su alrededor se volvió plomizo, tan borroso como si en aquel instante hubiese perdido la capacidad de ver, sintió su corazón descender, de manera tan tumultuosa que tocó el infierno, tantas cosas para gritar se quedaron aprisionadas entre sus labios, sus ojos se perdieron, se paró de la cama, mientras se sacudía entre fuertes y violentos temblores.Las palabras de Adalia, en su mente se repetían una y otra vez, sin control ninguno, una y otra vez, una y otra vez, entre susurros que parecían los gritos agónicos de almas en pena siendo víctimas de las más déspotas infamias.La azul mirada de Adalia iba dirigida a cada movimiento por parte de Derek, pasaba saliva con angustia, con apenas la capacidad p
Cuando iba caminando por las escaleras, debido a su estado en el que no podía tranquilizar sus impulsos, resbaló y cayó por estas, pero aquella caída, fue más provocada por sí mismo que por accidente, no soportaba la molestia en su cabeza al saber que el cuerpo de Adalia había sido profanado por otro hombre.Otro hombre. Otro hombre. Otro hombre. Otro hombre. Otro hombre. Otro hombre. Otro hombre.Recordó una llamada que tuvo con su padre hace un par de días, la cual por gran medida ignoró, pero la situación desesperada en la que se encontraba, evocó aquella llamada a su mente, brindándole la dicha, o tal vez desdicha de recordar fragmentos de la conversación, en donde su padre le indicaba que si perdía el control alguna vez, que no dudara en beber las pastillas que hace un tiempo le habían sido indicadas por un psiquiatra. Derek no tenía de aquellas p
Unos diez días habían transcurrido desde el fallido intento escape de la muchacha. Diez días que habían sido, sin ninguna duda, los peores y más difíciles de su vida.Luego de ella haber confesado aquello que enloqueció los sentidos de Derek, él había decidido encerrarla en el sótano de la casa, un lugar desprovisto, casi por completo de luz alguna, de paredes mugrientas, suelo húmedo y olores fétidos, ignorando las atronadoras y frecuentes suplicas de la muchacha, la había encerrado allí por más de una semana, apenas llevándole restos de comida y liquido escaso, que no eran suficientes para darle energía ninguna, comerlos o no hacerlo, tendría el mismo final.Sus manos se envolvían en su estómago, buscando sosegar el hambre que tanto la atormentaba, solo un día de aquellos diez había sido en el que Derek le hab&iacut
La cargó entre sus brazos, justo como se carga a un infante, sacándola de aquel mugriento sótano, un fuerte quejido brotó de los labios de Adalia, todo en ella dolía, cada extremidad, cada dedo, cada zona de su cuerpo estaba herida y el más minúsculo movimiento acentuaba aquel dolor. Él notó sus quejas, mas palabra ninguna emitió, solo un fino beso situó en el rostro de la muchacha, quien buscaba la mejor manera de sostenerse, una manera que redujera el agónico dolor que asaltaba a su cuerpo. Días durmiendo en el suelo, con su cuello mal posicionado le pasaron la peor de las facturas, apenas podía moverlo, ni hablar del dolor de su espalda, se creía incapaz de caminar por sí misma. Mientras Derek subía las escaleras con ella entre sus brazos, su mirada fija no se despegaba del rostro herido de quien cargaba, la muchacha solo sentía aquellas púas plantadas en su ser, examinando incluso su respiración; de vez en cuando, por el margen del ojo le miraba el rostro a su to
El frío clima parecía calar hasta los huesos, entrando en ellos con el designio de romperlos, una lluvia tenue se escuchaba caer, con su lento y relajado vaivén, despreocupado y minúsculo, aunque, pese a la llovizna flácida que caía, de vez en cuando, se podía escuchar un violento y ruidoso trueno romperse en el cielo. Ella lo observaba todo desde la ventana adjunta a las escaleras, que era en donde se encontraba sentada. Él la había cargado fuera de la habitación y la había dejado allí, mientras se encargaba de atender y realizar unas llamadas, de las cuales Adalia desconocía el fin. Un vestido de seda, más largo que el primero que Derek tenía pensado ponerle, forraba el delgado cuerpo de Adalia, el vestido llegaba hasta sus pantorrillas y era bastante holgado, unas tres tallas más suelto de lo normal, de un color azul, justo como los ojos de quien lo portaba, su cabello color mazorca él lo había recogido, no sin antes lavarlo, las heridas que, marcadas en su cuello Adalia