El sufrimiento la perseguía, sin cesar ninguno, tal y como un libertino perseguía al placer desenfrenado, sin que de ninguna forma a importarle llegasen las cadenas morales que para obtener su placer debía de destrozar, justo así el sufrimiento y la miseria la perseguían, sin tregua ninguna, dispuestos a destruirla, a acabar con ella justo como el odio es capaz de destruir el corazón del más noble hombre.
—¡Vamos! ¡Cuenta hasta quince antes de que sea peor para ti! —una voz áspera a los oídos de Adalia llegaba, su garganta seca, apenas tenía el vigor de formular alguna palabra, el sufrimiento la desvigorizaba cada vez más, débil su corazón, débil su esperanza, como una delicada flor de pétalos preciosos pero consumidos.
—P-Por f-favor…
—¡Vamos! ¡Hazlo!
—¡P-Por f-favor, no! ¡Te l-l
Aquellas palabras fueron como un duro y turbulento golpe en el pecho de Derek, sintió como su corazón se desgarraba desde la raíz, sus manos empezaron a tiritar y todo a su alrededor se volvió plomizo, tan borroso como si en aquel instante hubiese perdido la capacidad de ver, sintió su corazón descender, de manera tan tumultuosa que tocó el infierno, tantas cosas para gritar se quedaron aprisionadas entre sus labios, sus ojos se perdieron, se paró de la cama, mientras se sacudía entre fuertes y violentos temblores.Las palabras de Adalia, en su mente se repetían una y otra vez, sin control ninguno, una y otra vez, una y otra vez, entre susurros que parecían los gritos agónicos de almas en pena siendo víctimas de las más déspotas infamias.La azul mirada de Adalia iba dirigida a cada movimiento por parte de Derek, pasaba saliva con angustia, con apenas la capacidad p
Cuando iba caminando por las escaleras, debido a su estado en el que no podía tranquilizar sus impulsos, resbaló y cayó por estas, pero aquella caída, fue más provocada por sí mismo que por accidente, no soportaba la molestia en su cabeza al saber que el cuerpo de Adalia había sido profanado por otro hombre.Otro hombre. Otro hombre. Otro hombre. Otro hombre. Otro hombre. Otro hombre. Otro hombre.Recordó una llamada que tuvo con su padre hace un par de días, la cual por gran medida ignoró, pero la situación desesperada en la que se encontraba, evocó aquella llamada a su mente, brindándole la dicha, o tal vez desdicha de recordar fragmentos de la conversación, en donde su padre le indicaba que si perdía el control alguna vez, que no dudara en beber las pastillas que hace un tiempo le habían sido indicadas por un psiquiatra. Derek no tenía de aquellas p
Unos diez días habían transcurrido desde el fallido intento escape de la muchacha. Diez días que habían sido, sin ninguna duda, los peores y más difíciles de su vida.Luego de ella haber confesado aquello que enloqueció los sentidos de Derek, él había decidido encerrarla en el sótano de la casa, un lugar desprovisto, casi por completo de luz alguna, de paredes mugrientas, suelo húmedo y olores fétidos, ignorando las atronadoras y frecuentes suplicas de la muchacha, la había encerrado allí por más de una semana, apenas llevándole restos de comida y liquido escaso, que no eran suficientes para darle energía ninguna, comerlos o no hacerlo, tendría el mismo final.Sus manos se envolvían en su estómago, buscando sosegar el hambre que tanto la atormentaba, solo un día de aquellos diez había sido en el que Derek le hab&iacut
La cargó entre sus brazos, justo como se carga a un infante, sacándola de aquel mugriento sótano, un fuerte quejido brotó de los labios de Adalia, todo en ella dolía, cada extremidad, cada dedo, cada zona de su cuerpo estaba herida y el más minúsculo movimiento acentuaba aquel dolor. Él notó sus quejas, mas palabra ninguna emitió, solo un fino beso situó en el rostro de la muchacha, quien buscaba la mejor manera de sostenerse, una manera que redujera el agónico dolor que asaltaba a su cuerpo. Días durmiendo en el suelo, con su cuello mal posicionado le pasaron la peor de las facturas, apenas podía moverlo, ni hablar del dolor de su espalda, se creía incapaz de caminar por sí misma. Mientras Derek subía las escaleras con ella entre sus brazos, su mirada fija no se despegaba del rostro herido de quien cargaba, la muchacha solo sentía aquellas púas plantadas en su ser, examinando incluso su respiración; de vez en cuando, por el margen del ojo le miraba el rostro a su to
El frío clima parecía calar hasta los huesos, entrando en ellos con el designio de romperlos, una lluvia tenue se escuchaba caer, con su lento y relajado vaivén, despreocupado y minúsculo, aunque, pese a la llovizna flácida que caía, de vez en cuando, se podía escuchar un violento y ruidoso trueno romperse en el cielo. Ella lo observaba todo desde la ventana adjunta a las escaleras, que era en donde se encontraba sentada. Él la había cargado fuera de la habitación y la había dejado allí, mientras se encargaba de atender y realizar unas llamadas, de las cuales Adalia desconocía el fin. Un vestido de seda, más largo que el primero que Derek tenía pensado ponerle, forraba el delgado cuerpo de Adalia, el vestido llegaba hasta sus pantorrillas y era bastante holgado, unas tres tallas más suelto de lo normal, de un color azul, justo como los ojos de quien lo portaba, su cabello color mazorca él lo había recogido, no sin antes lavarlo, las heridas que, marcadas en su cuello Adalia
Derek le echó un vistazo a los hombres que habían ingresado a la casa, la muchacha, quien sentía sus extremidades desfallecidas a causa del miedo, esperó de Derek una reacción brusca, tal vez miedo o sorpresa como respuesta, pero nada de aquello sucedió, al mirarlo, solo serenidad y presunción se veían reflejadas en aquel rostro. ¿Por qué se encontraba tan calmado?, era lo único que podía ella preguntarse. Sus dedos daban la apariencia de tener propia vida, rigiéndose de manera independiente a los demás extremos de su cuerpo, fríos y temblorosos estaban, no los podía dejar de agitar. Adalia dio tres pasos hacia atrás, sintiendo una profunda opresión crecer en su pecho, mientras miraba al grupo masculino, no comprendía… no comprendía que era lo que sucedía, no comprendía quienes eran aquellos hombres, tampoco comprendía por qué razón estaban allí, y por qué Derek, una persona cuyos impulsos siempre lo vencían, no había hecho nada para sacarlos de la casa, en ese instante, a l
Presa de un temblor que atacó a sus manos, Adalia dejó caer el cuchillo sobre el asiento, este resbaló con suavidad, dejando escapar un leve sonido al deslizarse por la tela del asiento. Se trataba de un cuchillo enorme. Tragó saliva. Elevó sus azules ojos hacia Derek, sin poder pronunciar tan solo una palabra, sus labios estaban sellados, tantas cosas para decir, que no podía dejar emerger por miedo. No entendía nada de lo que sucedía, y no tenía un presagio probable de lo que él tenía planeado, mucho menos ahora que había visto ese cuchillo, ahora las suposiciones que tenía en mente se habían nublado y temía por lo peor, solo deseaba no estar ahí, quería encogerse y convertirse en arena, en partículas tan diminutas que un simple soplo fuese necesario para acabar con ella, para desvanecerla por siempre. —¿Y bien? ¿Te gusta tu regalo? —inquirió él, con un particular entusiasmo tallado en su manera de hablar. Ella negó, de manera muy lenta y breve, casi imperc
—¡Vamos, sal del auto! —la voz rasposa del hombre llegó a los oídos de la muchacha, quien se encontraba sumergida en un profundo pozo de dudas y miedos, sus pensamientos parecían poseer la propia capacidad de paralizar cada intento de ella por moverse, temblorosos los ojos, así como los labios tenía, verlo de aquella forma le resultaba particularmente aterrador, con sangre deslizándose de manera lenta por su rostro, sangre manchando sus manos y su ropa, sus ojos, en aquel instante parecían poseer más locura que nunca, más desasosiego que un alma pecadora ardiendo en el más recóndito túnel del infierno.Ella se movió pero no como respuesta al susurro, a la orden de su propia voluntad, si no por un fuerte jalón por parte de Derek, brusco y salvaje, pero no tanto como el miedo que se encargó de matizar con su característico color oscuro, cada zona por