Su mente le decía que era el momento preciso de usar su cuchilla contra aquel sujeto, pero por alguna razón, decidió dejar aquel ataque para después.
Vero continuaba arrojada en el suelo, una nueva patada se le enterró en la espalda, haciéndola gimotear por clemencia. El Wood pisó la mano izquierda de la mujer con crueldad, mientras la veía llorar del dolor.Algo en ver la miseria de los demás, conseguía darle una extraña satisfacción.La dejó arrojada allí, lanzando chillidos angustiosos en los que buscaba desahogar el dolor que la fragmentaba, mientras eso sucedía, él daba vueltas de un lado al otro, pensando en que sería lo más conveniente para hacer allí, en aquella situación. Si creía que tenía embrollos suficientes con aquel cadáver arrojado sobre la cama, ahora también debía de buscar lDerek no lo vio venir. Todo lo tomó por sorpresa, todo ocurrió con tanta rapidez que no le permitió siquiera reaccionar adecuadamente; en el sencillo y fugaz transcurso de un segundo ya se encontraba tumbado en el suelo, con un diluvio de oscuridad cubriendo su campo de visión. Algo desconcertado por el golpe, todo parecía balancearse con violencia a su alrededor. Con sangre deslizándosele por su nariz a causa de los impactos que había sufrido ésta contra el suelo y un gran dolor de cabeza casi seduciéndola para que se dejase derrumbar en el desmayo, Vero sostenía una gruesa lampara entre sus largas manos, lampara que usó para embestir la cabeza de Derek, quien por milagro cayó, derrumbado por el fuerte golpe. El sudor cubría las manos de la mujer, logrando así que fuese para ella todavía más complicada la tarea de sostener la lampara, pues esta amenazaba constantemente con resbalársele. Viéndolo arrojado allí, algo desorientado, y relativamente indefenso, ella enloqueció de
La mente de Verónica se irradió por completo, aluzando cada escombro oscuro que había allí.Como sería encender una bombilla dentro de una habitación consumida por la negrura, olvidada en el abandono, o como conseguir abrir una ventana en un sitio por completo cerrado en donde se dispersa un olor fétido, vomitivo; justo así lo sintió ella, pues empezó a recordar con la suficiente claridad como para volver a experimentar el cúmulo de sensaciones que la habían abrazado en aquel instante en el que lo había vivido. Aquello que había vivido y perpetrado, en parte, por culpa de Derek Wood. Su piel se erizó, y sus ojos se iluminaron, con tristeza, a causa de las lagrimas que de estos querían brotar como cataratas, quería evitarlo a cualquier costo, quería no recordar, volver su mente una pared lisa y blanca, sin ningún recuerdo tatuado en ella, per
A todo ser humano, alguna vez se le ha llenado de una inesperada luz, tanto la mirada como la mente; como si en éstos, solo habitaba una oscura recamara que fue iluminada con la inesperada llegada de una idea, justo así se sentía Derek: pasó de estar del todo perdido, hambriento de decisiones, con su mente que, de un lado a otro corría, alimentada por la incertidumbre de no saber como ejecutarse, y de repente, solo le bastó ver aquel bote de gasolina que por un traspié descubrió, y aquellas cerrillas de las cuales conocía existencia tanto por error, como por persistencia y a la vez curiosidad; solo aquello le bastó para que a su mente llegara la idea alocada que pensaba llevar a cabo en ese mismo instante. Los labios del hombre se cimbraron en una sonrisa que, pese a que era macabra, no conseguía representar con precisión el garrafal egoísmo que la mente del Wood maquinaba en aquel insta
Del otro lado de la puerta, ignorante por completo de lo que acontecía en aquel cuarto, una prostituta se encontraba quejándose con uno de los camareros, quien la observaba sin saber que sería adecuado para agregar a la situación. —Pero, se supone que a esta hora me toca a mí, a mí, ¡mi maldito turno!, la habitación a ésta hora siempre está libre para mí, ¿lo entiendes? —preguntó la muchacha de pelo grasiento y corto por el cuello. Caderas escuálidas y senos pequeños, pero sensuales. Entre sus largas manos engalanadas con uñas de color esmeralda sostenía un vaso de licor barato—. ¿Entiendes lo que digo?—No —soltó algo frio el hombre—. Apenas sé de qué me hablas, ¿a qué te refieres con que era tu turno?La mujer le dio un trago al licor antes de responder. —Este es mi turno, luego de las cuatro de la mañana me toca a mi ocupar esa habitación, y fui, porque tengo, bueno, tenía, a un cliente en espera, y la maldita habitación cerrada, con llave. Grité y empujé como pude,
«¿Cuánta probabilidad hay de que algo así suceda? Esto se trata de una broma del destino que se carcajea en mi cara, como siempre», se dijo entre pensamientos la muchacha.No era capaz de dar crédito ninguno a la imagen que sus ojos le presentaban, y sabía que, estaba, en parte, siendo un tanto dramática; aquella situación se trataba de una gran coincidencia que jamás conjeturó ni en su más celoso delirio, aquello lo aceptaba, pero de haberse tratado de otra persona, ella no se encontraría sumergida en un asombro y rechazo tan profundo como lo estaba en aquel instante. Inmediatamente la vio, llamas se vieron detonar en sus pupilas, sintió algo deslizándose, derrumbándose por todo su pecho, lo más parecido a una quimera, pues no se trataba de cosa alguna que ella pudiese tocar, se trataba de envidia, de aquel veneno tan nefasto, tan dañino, tan letal.
Sun hee llegó corriendo a su cuarto, sus pisadas eran escandalosas, aunque no lo suficiente como para alertar a nadie en la casa.Una vez en su cuarto, presa de un frenesí de ira que no supo entender, golpeó la pared con sus puños repetidas veces, casi hasta arrancarse la piel de los nudillos: sentía celos, muchos celos, se sentía sofocada por ellos, habían lagrimas escurriéndose por sus ojos brillosos y un ardor incinerándole el pecho como si se tratase de fiebre. Sentía celos, celos porque ella no era tan hermosa como lo era Adalia, celos porque Chad jamás sentiría por ella lo que por Adalia sentía, celos porque no creía jamás poder significar para Chad algo más que una amiga.Ni todos esos consejos que Sun hee le había dado a Chad, habían funcionado para lograr sacar de la mente de él, a aquella hermosa rubia. Y eso estaba enloqueciend
Al principio ella se notó algo dudosa en cuestión a aceptar aquella propuesta que Kenzo le había hecho, a base de mucho sufrimiento había aprendido que no era lo mejor confiar en el rostro más angelical que ella viese, que quien parecía cargar tras si las más puras intenciones, cuando se bajaba el velo y se llegaba al punto del límite se retiraba la máscara hipócrita que cubría su rostro, perfectamente recordaba como Derek al principio se había presentado hacia ella como una persona un tanto singular, aunque no del todo desagradable, pero con el tiempo, ella aprendió que había caído en el error más grande de su vida confiar en él, en ocasiones quería retroceder en el tiempo y correr hacia su yo del pasado, a, entre lágrimas de puro sufrimiento, advertirle sobre monstruo con que se estaba enfrentando, aunque, también solía culparse a sí misma, pues había sido advertida el principio, por aquella muchacha, Sarah, recordaba perfectamente las palabras de la muchacha, y con mucha perfecci
Los minutos transcurrían con más rapidez de la habitual, el aire parecía tornarse más tupido de lo usual, y pese a la rapidez desvergonzada con la que corrían los minutos, de manera paradójica el amanecer parecía tardar más en hacer su sublime y encantadora entrada.Kenzo se encontraba conduciendo en total silencio, las calles por donde transitaba, un tanto desérticas se encontraban, aquello auxiliaba a que el silencio hiciera todavía más presencia. De vez en cuando veía a una que otra persona, pero eran tan escasas las ocasiones que más que personas, parecían suspiros de vidas que se desvanecían en el aire. De vez en cuando, por el espejo retrovisor, Kenzo observaba a la muchacha rendida, por completo dormida, siempre hermosa como solo un ángel enviado directamente desde del cielo podría ser, estaba del todo seguro de que, podría mirarla mil veces, y