Una convulsión fuerte enfrascada en suma vehemencia mezclada con aprensión zarandeó la medula de Adalia de tal modo que el móvil se escurrió de sus manos que de inmediato se humedecieron en transpiración, siendo encerradas por un escuálida capa que no desistía de expandirse.Dejó desplomar su esbelto cuerpo en la cálida cama sin proporcionarle nada de cuidado o importancia al malestar que lesionaba sus extremidades ante el más imperceptible o nimio movimiento, su vista se precisó en el techo tono pajizo neutro y empezó a hiperventilar tenuemente con su corazón pulsando a un eminencia descomedida, amenazando con estallar dentro de ella en cualquier segundo.¿Por qué tomaba tan malas decisiones? ¿Ahora qué carajo iba a hacer?, se increpaba en sus pensamientos. Tan acongojados que parecían originar eco al colisionar en cada margen de toda la recamara en la que ella permanecía siendo martirizada
La rubia tan solo había aguardado a que su progenitor situara un solo pie fuera de su casa y había emprendido a colocarse el fastuoso vestido, la tela de la prenda se aclimató a ella como si fuese una segunda piel, lograba resaltar sus casi imperceptibles curvas y formaba contraste con su tono de piel, tan blanco como el jade; sus pequeños y delicados pies revestidos por aquellos tacones melindrosos y minúsculos parecían ser los de una muñequilla ilusoria. Nada de maquillaje acarreaba en su rostro y se sentía libre de estar así. Inclusive, sin emplear aquellos cosméticos que parecían una tosca capa de escayola, se apreciaba más hermosa, aunque tal vez algunas máculas esculpidas estaban en su rostro, aquello era parte de su belleza natural.Ella se colocó la cadena y observó al espejo su apariencia, regalándose una sonrisa de prosperidad, una que hace un considerable tiempo no le proporcionaba a su reflejo a
Aquella noche era una en donde el frio forraba tu piel. El cielo estaba borrascoso por espesas nubes, y la total privación de irradiación terrestre permitía a las tinieblas campar en todas las calles y plazas de la población, pero para Adalia, era la más hermosa noche que podía haber en Florida.El lugar en donde ambos cenarían era sumamente divino, agradable de tan solo verlo, quedaba bastante contiguo de la vivienda de Adalia, de hecho, a menos de diez minutos por lo que ambos concluyeron en ir caminando, así fructificaban y tomaban aire fresco que, atiborrada de bienestar a su interior, la corriente de viento agasajaba con delicadeza la piel de ambos y aunque la noche era lóbrega, los ojos de la rubia figuraban irradiar.Desde hacía mucho tiempo, Adalia no se sentía cómoda de que un hombre sostuviera su mano. Cada vez que Derek lo hacía, comprimía sus dedos con ímpetu e impelía su cuerpo empl
Sus ojos, eran un océano borrascoso y riguroso de arrebato comprimido y conglomerado que chapoteaba hasta el suelo de aquel baño en donde únicamente residían ellos dos, la víctima y el verdugo; el furor podía distinguirse elevarse extrínsecamente de él, direccionada, aquella violencia estaba hacía aquella blonda estremecida.Ella por instinto, reculó atemorizada y acobardada a más no poder, pobremente conseguía desandar sobre sus pasos, el miedo tentó solidificar todos los huesos de su cuerpo. La expresión esculpida en el rostro de Derek era la furia encarnada, la respiración de él se escuchaba, de tan exasperada y exaltada que brotaba de sus labios adosados ante una mezcla de ira tan grande que la estaba tomando todo a él no estallar en un baladro; parecía una bestia avizorando a la victima con la que terminaría brutalmente.El castaño se giró sin decir palabra alguna y colocó seguro al baño. Aunque, de todas formas, la dicha de Adalia era tan irrisoria
Pobre de la luna que sería la única que tendría que escuchar sus frecuentes lamentos y clamores de misericordia.Ella estaba boca abajo sobre su cama. Su respiración a veces se escindía al quedarse sofocada contra la almohada que sujetaba su mentón adolorido.Ella estaba desnuda. Él la había desnudado. Salvajemente había arrancado toda su ropa.Ella estaba atada, él la había atado a la cama.Él, sostenía en sus manos un cinturón.Su torso, igual que sus brazos estaban desnudos, sus ojos estaban entonados en furia que incesantemente volvía a sacudirlo, cuando por fin se serenaba un poco y los demonios irascibles de sus pensamientos renunciaban de soltar baladros, nuevamente, los recuerdos de ella rozando con sus labios a aquel chico de pelo largo ondulado y piel broncínea lo abrumaban, más de lo que por si
Derek prensó su puño sintiendo la rabia explotar dentro de su cabeza. Así que ese tal Chad sabía en donde Adalia vivía.—¡No! No... No vengas aquí... No vengas... No vengas... No vengas—repitió como si fuese un disco que nadie se había tomado la molestia de detener.—¿Por qué, Adalia? Siento que el corazón se me saldrá del pecho, ¿Por qué te fuiste así? ¿Qué sucedió? —Adalia ambicionó hablar, pero su voz se hallaba intermitente y discontinua, había estado gritando e implorando por largos minutos, Derek había abusado de ella, y después la había azotado, era un desafío constante el no perderse en la seductora e interesante negrura del desmayo—Dios, Ada, responde—Derek mordió su labio ante aquel diminutivo. Gotas de sangre bajaban por sus labios
CHAD:Por ultima vez, llamé a su número y la llamada nuevamente fue a su buzón de voz. Ya con esa habían sido 18 llamadas perdidas desde que ella había colgado el móvil, luego de haberme lastimado con sus palabras.—Adalia... —susurré aún sin despegar el móvil de mi oreja, a sabiendas de que ella no respondería—. Adalia... Responde—solté con débiles esperanzas que se evaporaron en el viento de aquella fría noche.Algo en mi interior me pedía a gritos que debía
Aquel liquido que emanaba un olor agudo, se impregnaba con increíble facilidad en el suelo.Sus cuantiosas gotas aporreaban las tiznadas cerámicas que cobijaban el piso, y se impelían lejos, expandiéndose más y más; asimismo, en las paredes, las pizcas del líquido patinaban, más bien, descendían, dejando un vestigio a su paso hasta que colisionaban en el suelo, y se aunaban a las demás gotas.La gasolina estaba empezando a esparcirse avivadamente por la habitación en donde Chad dormía, placido, ignorante de que, a irrisorios minutos, la muerte estaba por palpar su puerta, o dicho mejor, de arrastrarlo en sus flamas insaciables y crueles. El pecho del chico escalaba y descendía con dilación, tenía un sueño pesado, en ocasiones, dormía como si hubiese ingerido un narcótico somnífero, y aquello, era una enorme y peligrosa desve