Poderosa

Egan apartó el arma de Katya, y aunque no lo apartó de la señora Marín exactamente, al menos ya no estaba apuntándolo tan directamente.

– Eres un tonta al defenderla, cuando tan solo unos minutos antes estaba a nada de decapitarte con esa navaja –Egan miró a la señora que estaba tirada en el suelo con sumo desprecio–. Pudo haberte quitado la tuya. Si yo no hubiese llegado, Katya, eso hubiese sucedido. Y créeme que no le perdonaría la vida a nadie que amenace la tuya.

Katya negó su cabeza.

– Ya ella no puede matarme; perdónale la vida –razonó Katya, pero Egan no parecía muy contento al oír esas palabras. De hecho, le parecían absurdas y completamente ridículas viniendo de Katya, quien era cuya vida peligraba–. Ella acaba de perder la vida de su hijo en un accidente de auto. Está sufriendo, está de luto. Cada quién enfrenta su dolor de diferentes formas, Egan, y no por eso tienes derecho a matarla.

Egan giró sus ojos, mientras bufaba y miraba con evidente diversión el patético intento d
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