—Señor Drews, tiene una visita —dijo Jareth, de manera despectiva.—¿Quién es? —preguntó Hadriel, con neutralidad.Ya eran casi las siete, pero él se quedaba más tarde, para organizar y revisar todo. Tenía el presentimiento de que era más fácil y corto desde antes de casi chocar con aquella desconocida, porque desde ese entonces, las horas parecían que se hacían más lentas y largas.—Arthur Walker, joven señor —dijo Jareth, con resignación.—Hazlo pasar.Hadriel colgó y cerró su computadora. Con las personas con las que tenía que tratar, Arthur Walker era su contraparte y rival en todos los ámbitos de su vida. Reconocía que era inteligente y capas; sería el número uno, si él no hubiera nacido. Era por eso que Arthur estaba relegado a en segundo lugar en cada una de las actividades que desempeñaran, porque siempre estaría detrás de él. La tensión y la enemistad se podía palpar en el aire, aunque nunca había sucedido ningún altercado mayor entre los dos; siempre estaba pendiente del más
—Señor Hadriel —dijo una voz femenina, con seriedad fingida—. ¿En qué piensa el joven genio?—En muchas cosas —respondió Hadriel, mirando de reojo a aquella atractiva muchacha. Se llamaba Alexa Walk, y era cuatro años mayor que él, pero habían congeniado en todos los aspectos.—¿Una copa? —preguntó Alexa, entendiendo el vaso hacia él.—Está bien. —La recibió de buena manera y bebió un trago del vino—. ¿Y qué harás ahora, Alexa?—Buscaré trabajo —comentó ella, con humor. No era descendiente de una familia privilegiada y millonaria como la de Hadriel. Había estudiado por medio de una beca—. Ahora estoy preparada para estar en las empresas de elite y ofrecer mi conocimiento.—Estoy seguro de que te irá bien —dijo Hadriel, con sinceridad. Alexa era de las pocas personas que había visto esforzarse, hasta el cansancio y trasnocharse para mejorar y lograr alcanzar sus metas—. Eres excelente.—Gracias —dijo Alexa, serenidad. Luego se puso nerviosa y respiró hondo. Había quedado embelesada con
—Quisiéramos a la mejor de sus mariposas —dijo uno de los tres jóvenes, que vestían limpios y costosos trajes de sastre de tonalidad negra.Eran amigos, descendientes de familias adineradas y poderosas. Estaban allí para contratar a una dama de compañía; no una cualquiera, sino que, tenían unas particulares condiciones. Además, no era para ninguno de ellos, puesto que reservaban para un cuarto hombre, que no hacía acto de presencia en esta reunión, por la simple razón de que no tenía conocimiento de lo que querían hacer. Sería más como una sorpresa y un regalo especial. Además, cada uno tenía tapada la cara con un antifaz, así como la anfitriona del sitio, ya que proteger la identidad de los clientes y empleadas era necesario para el trabajo.El trío de muchachos se encontraba en un espléndido despacho, que más parecía la misma oficina presidencial, debido a la elegancia, limpieza y extravagancia del lugar, que había sido organizada, nada más con el objetivo de mostrar que le hacía ho
El primero y el segundo, miraron al tercero; el cual no había emitido palabra alguna en la conversación.El tercero asintió con su cabeza, para confirmar que podían proseguir con el diálogo. Se había mantenido en silencio y expectante ante la negociación que tenían sus amigos con aquella señora de cara cubierta por la máscara. Era el que mejor conocía al cuarto, que era el más poderoso, misterioso y el de más difícil carácter y al que le harían el obsequio de una las mariposas del distinguido y exitoso burdel. Sin embargo, no había tenido más opción que colaborar con ellos. Por lo general usaba gafas que adornaban su dócil rostro, pero en esta oportunidad se había puesto lentes de contacto. Parecía incómodo en el sitio, como si no quisiera estar ahí, y como si no estuviera de acuerdo en lo que estaban por hacer, y era así, ya que había manifestado su oposición respecto a este de regalo tan degradante, pues sabía que aquel no era partidario de este tipo de asuntos de trata de blancas.
—Los resultados de los exámenes, no son nada alentadores —dijo el doctor, con semblante serio, tal como su profesión lo ameritaba al momento de dar una noticia de tal magnitud. Lucía, su bata blanca, sin manchas y con sus logros académicos en cuadros colgados en la pared de su consultorio. Los lentes que tenía puesto reflejaron por un instante a la paciente que le estaba hablando. Sintió tristeza, porque ella era su amiga—. Lamento informarle, que su madre tiene cáncer de mama. Lo siento mucho, Hellen.Hellen Harper, una mujer de cabello castaño oscuro y ojos azules celestes, como una clara y resplandeciente piedra de aguamarina, percibió como su realidad se derrumbaba el escuchar las palabras del doctor. Sus manos temblaron y un frío le recorrió las piernas. Un pitido resonaba en su cabeza y se sintió mareada, sin aliento y sin fuerzas. ¿Cáncer? Cuando alguien oía esas palabras tan fuertes, se quebraban en todos los sentidos existentes y no existentes, a nivel físico y emocional; no
Las pupilas de Hadriel se ensancharon al oír la gravedad de los hechos. Si había sucedido algo terrible, su imagen estaría en las noticias y sus rivales aprovecharían, para quedarse con el control de la compañía. Algunos que decían ser sus amigos. Mas, solo buscaban su caída. Se quitó el cinturón de seguridad con increíble destreza. Se puso una mascarilla oscura, similar a las quirúrgicas; era prudente y cauteloso, pues así sería más complicado de obtener una toma limpia de su rostro. Bajó la manija de la puerta del coche y salió sin titubear; dudar de sus decisiones no era su estilo; si había pensado en ejecutar o realizar algo, lo haría hasta el final. Avanzaba con su mandíbula tensa y su semblante rígido. Estaba a la expectativa de observar lo que había ocurrido. Si salía huyendo e identificaban las placas del vehículo, sería mucho peor. No hacía nada, solo por hacerlo. Aunque no quería verse envuelto en un incidente de autos, tampoco le gustaba lastimar o herir a las demás persona
Hellen encontró el peatón que buscaba. Miraba la figura de la señal de tránsito, esperando que se colocara en verde. Los segundos, se le hicieron una eternidad, hasta que por fin se cambió de color. Sí, aunque no fuera con nitidez, se acordaba del sitio exacto donde se había caído. Pero, por más que miraba, no la veía por ningún lado.—No está —dijo Hellen, con preocupación—. No está. —Repetía, con apuro.—¿Qué es lo que no está? —preguntó Howard, sin entender lo que estaba pasando.—Mi pulsera de mariposa. —Hellen le mostró la muñeca, sin nada, y eso era la novedad, ya que desde que su madre se la dio, siempre la llevaba puesta—. Fue mi regalo de quince años y la he perdido.—Muchas personas pasan por aquí. Es muy probable, que alguien la haya visto y la haya agarrado. Lo siento —dijo Howard, pasando cerca a su hermana—. Nuestra madre te espera. Quiere saber el resultado de los exámenes. Regresemos, la luz está por cambiar; no queremos que suceda un accidente.Hellen, resignada, sigu
—¿Qué has dicho? —preguntó Dahlia, al escuchar el susurro de su hija, pero no había entendido lo que había dicho.—Nada, madre —respondió Hellen, disimulando su interés—. Pensaba en voz alta.Hadriel estaba sentado en el escritorio de su oficina. Buscaba en su computadora el simbolismo de la mariposa, mientras sostenía en sus manos la pulsera trenzada que había encontrado en el asfalto y que sin ninguna duda era de aquella mujer de ojos dolientes y piel pálida.—Transformación constante, gracias a su proceso de metamorfosis —dijo Hadriel, para sí mismo. Su semblante estaba lleno de curiosidad—. ¿Quién eres, mujer mariposa? —susurró.Hellen trataba de hallar una solución a su nefasta suerte. Estaba en los pasillos del hospital. Sostenía un vaso desechable y lo llenaba, utilizando el dispensador de agua. Bebió un trago y refrescó su garganta. Ganarse la lotería, era muy poco probable. Necesitaba algo que fuera contundente y que dejara grandes ganancias. Suspiró, sin ánimo. A su cabeza n