129. El quiebre

Así, con los ojos brillantes por las lágrimas que se negaban a caer, Hellen guardó el teléfono en su bolso y se levantó de la silla. Su cuerpo temblaba, pero con una última mirada hacia Hadriel, decidió que no lo molestaría. No interrumpiría su vida perfecta, no le causaría más complicaciones. En su lugar, se giró lentamente y comenzó a caminar hacia la salida, tratando de convencerse de que esta era la decisión correcta, aunque cada paso le doliera más que el anterior.

Salió del edificio, sus pasos ligeros y casi imperceptibles en el bullicio de la ciudad, pero cada uno de ellos pesaba en su corazón como si estuviera cargando el mundo entero sobre sus hombros. El aire fresco de la mañana rozaba su piel, pero no lograba calmar el incendio que ardía en su pecho. Su mente era un torbellino de emociones contradictorias: dolor, arrepentimiento, tristeza, pero, sobre todo, un amor profundo y desesperado que no podía manifestarse como ella deseaba.

Mientras caminaba por las calles de la ciu
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