Hadriel y Hellen salieron del restaurante hacia el salón que habían reservado para su encuentro con los gemelos. Mientras Hadriel y Hellen caminaban juntos por las calles de la ciudad, ambos sentían una mezcla de emociones que oscilaban entre la nostalgia y una renovada esperanza. El aire fresco acariciaba sus rostros, llevándose consigo las tensiones acumuladas de los últimos años. La brisa, suave y refrescante, parecía limpiar cualquier rastro de formalidad entre ellos, dejando espacio para algo más auténtico, algo que ambos anhelaban, aunque no lo dijeran en voz alta.Hadriel, con cada paso, sentía una calidez creciente en su pecho. No podía evitar mirar de reojo a Hellen, admirando su serenidad y la gracia con la que caminaba a su lado. Sus ojos celestes brillaban con la luz del día, reflejando una paz que él había añorado profundamente. En ese momento, la vida se le antojaba menos complicada, como si el simple hecho de estar junto a ella volviera todo más sencillo, más claro. Los
Hadriel quedó inmóvil, igual que Hellen, atrapado en una corriente de recuerdos y emociones que lo arrastraban lejos de la realidad presente. La certeza lo golpeó como un mazo: la primera mariposa y Hellen que estaba frente a él ahora, manifestaban la misma mirada perdida y distante, como si hubieran enterado de una noticia aterradora. ¿Cómo no lo había comprendido antes?El dolor en los ojos de Hellen era como un espejo en su alma, tanto la amaba y le preocupaba. La visión de Hellen, tan vulnerable, tan rota, desarmó todas sus defensas. Era como si cada barrera que había erigido a lo largo de los años se derrumbara en un instante, dejando al descubierto un corazón que aún era capaz de sentir, de sufrir, de amar.Hadriel se sintió impotente. La desesperación al ver a Hellen tan perdida y asustada lo impulsó a acercarse más, por acto reflejo.El mundo de Hellen se había detenido en el instante en que escuchó la noticia en la llamada de su madre. Los gemelos, sus adorados hijos, no esta
El coche avanzaba a una velocidad considerable, mientras las calles de la ciudad pasaban rápidamente a su alrededor. Helga, con las manos firmemente aferradas al volante, se concentraba en la carretera frente a ella, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo. Era la primera vez que estaba al mando de un vehículo con un propósito tan importante, y la responsabilidad comenzaba a pesar sobre sus hombros jóvenes.En el asiento trasero, Hadriel miraba por la ventana cuando de repente vio una figura familiar caminando por la acera. Al principio, pensó que era solo una coincidencia, pero luego su corazón comenzó a latir más rápido cuando reconoció la silueta inconfundible de su madre.—¡Es mamá! —exclamó, su voz llena de asombro.Helga, aún enfocada en la carretera, apenas reaccionó a las palabras de Hadriel. Pero cuando Harvey, en el asiento del copiloto, también reconoció a sus padres, su emoción se convirtió en urgencia.—¡Es papá también! —gritó Harvey—. ¡Helga, detén el auto! ¡Para,
Hellen sentía las manos de Hadriel firmes en su espalda, tratando de calmarla, pero el agarre era más para asegurarse de que ambos estuvieran realmente a salvo. Los dos compartían un silencio tenso, sin necesidad de palabras. Todo había pasado tan rápido que era difícil comprender cómo, en un solo instante, habían estado al borde de la tragedia.De repente, escuchó el sonido de una puerta abriéndose y, aunque no pudo evitar un leve sobresalto, algo en su interior la obligó a mirar en esa dirección. Lo que vio a continuación hizo que su corazón se detuviera momentáneamente antes de acelerar de nuevo, esta vez por una razón completamente diferente.Primero, emergió una pequeña figura que conocía demasiado bien. Harvey, con su expresión determinada, descendió del vehículo con paso firme, seguido de cerca por su hermano menor, el pequeño Hadriel. El impacto de ver a sus hijos allí, en ese lugar y en esa situación, fue como un golpe directo al pecho. La incredulidad la invadió, y sus ojos
Hadriel condujo unos metros, lo suficiente para apartar el auto de la carretera y estacionarlo en un lugar seguro. Mientras lo hacía, su mente seguía girando en torno a lo que acababa de suceder. Las emociones estaban a flor de piel, entrelazadas con el alivio, la sorpresa y un amor profundo por los niños que lo habían asustado tantoAl salir del coche, Hadriel se acercó nuevamente a Hellen, sintió que la tensión en su cuerpo se disipaba lentamente. Se permitió respirar, aunque el nudo en su pecho seguía allí, recordándole lo cerca que habían estado del desastre. Habían sido momentos de pura angustia, pero ahora, mientras los gemelos corrían hacia Hellen y ella los abrazaba con todo su ser, supo que no importaba lo que hubiera pasado. Lo único que importaba era que estaban juntos, y que, de alguna manera, la vida les había dado otra oportunidad de estar cerca.—Papá —dijo Harvey, señalándolo con el índice. Era la primera vez que lo veían siendo conscientes.El pequeño Hadriel también
Howard Harper, con el corazón latiendo rápido por la adrenalina de su improvisado plan, sintió que el sudor le resbalaba por la frente mientras el ascensor ascendía. Vestido con el uniforme de mensajero, trataba de aparentar calma, pero su mente estaba en un torbellino de nerviosismo y determinación. Había decidido tomar un riesgo, uno que podría cambiar su vida o meterlo en problemas. Necesitaba conseguir un trabajo, y Hadriel, su cuñado que parecía tener todo bajo control, podría ser su única esperanza. Pero, sin una cita, la única forma de acercarse a él era de esta manera.Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Howard respiró hondo y salió, dirigiéndose a la oficina de Hadriel con pasos decididos, aunque sentía que las piernas le temblaban ligeramente. A medida que se acercaba a la puerta de la oficina, trató de armar una historia en su cabeza sobre cómo justificar su presencia si lo descubrían. Estaba por tocar cuando, de repente, la puerta se abrió de golpe, y Howard no tu
Hellen permaneció en silencio mientras Hadriel regañaba a los niños, su mirada fija en el suelo. Aunque su corazón se retorcía con cada palabra de reprimenda dirigida a sus pequeños, sabía que Hadriel tenía razón. Lo que habían hecho era peligroso, y las consecuencias podrían haber sido trágicas. El susto aún pesaba en su pecho, y cada vez que recordaba la imagen del coche acercándose a toda velocidad hacia ellos, una nueva oleada de temor la invadía.Sentía una mezcla de emociones que la dejaban en un estado de confusión. El alivio de que sus hijos estuvieran a salvo se mezclaba con la culpa por no haber percibido sus planes a tiempo. Sabía que su papel como madre era protegerlos, y en ese momento se sentía como si hubiera fallado. Se culpaba por no haber sido lo suficientemente atenta, por no haber previsto lo que podían hacer, por haber confiado demasiado en la aparente normalidad de su comportamiento.Mientras Hadriel continuaba su regaño, Hellen se mantenía cerca de sus hijos, pe
—Quisiéramos a la mejor de sus mariposas —dijo uno de los tres jóvenes, que vestían limpios y costosos trajes de sastre de tonalidad negra.Eran amigos, descendientes de familias adineradas y poderosas. Estaban allí para contratar a una dama de compañía; no una cualquiera, sino que, tenían unas particulares condiciones. Además, no era para ninguno de ellos, puesto que reservaban para un cuarto hombre, que no hacía acto de presencia en esta reunión, por la simple razón de que no tenía conocimiento de lo que querían hacer. Sería más como una sorpresa y un regalo especial. Además, cada uno tenía tapada la cara con un antifaz, así como la anfitriona del sitio, ya que proteger la identidad de los clientes y empleadas era necesario para el trabajo.El trío de muchachos se encontraba en un espléndido despacho, que más parecía la misma oficina presidencial, debido a la elegancia, limpieza y extravagancia del lugar, que había sido organizada, nada más con el objetivo de mostrar que le hacía ho