Las miradas desorbitadas de ambos jóvenes se cruzan y el mutismo se adueña del lugar. Ella lo reconoce al instante, puesto que este no le ha pasado desapercibido en las clases que tienen en conjunto. Además, las compañeras que han coincidido con él hablan sobre lo guapo y sexy que es, aparte de que la mayoría hace planes para poder captar la atención de él.
Por su parte, se pone nerviosa cada vez que este entra al aula cuando les tocan materias juntos. Quizás es el efecto de tener tan cerca de un chico atractivo como él o solo sea parte de su timidez. Sin importar la razón de las extrañas sensaciones que siente cuando este está presente, es una persona con la que debe mantener distancia.
—¿Qué haces en el baño de mujeres? —interpela mortificada y asustada. Él, por su parte, traga pesado al no poder articular palabras.
—Viene conmigo, ¿algún problema? —responde la morena por él, quien sale con pasos de diva y mirada desafiante.
—Oh, entiendo… —musita ella avergonzada, pero aliviada de que no se tratara de un pervertido. La chica sale del baño sin agregar más, con pasos torpes y mirada baja.
Adam la observa marcharse mortificado de lo que ella debe estar pensando de él, y con unas ganas inmensas de ir tras esa niña rara que lo descoloca. Sin deseo de volver a involucrarse con la morena loca, él sale del baño en silencio y busca su patineta para regresar a casa.
Por otro lado, la chica, de comportamiento reprimido y deseos cohibidos, camina hasta la entrada de la universidad. Allí la pasa a buscar el tío, quien se ha tomado la tarea de llevarla a casa. Ella odia ese momento, debido a que este no respeta que ella sea de su propia sangre, y le cuenta sus experiencias con los encuentros sexuales que a ella no le competen. Asimismo, busca la manera de tener roces sutiles y “accidentales” que tienen como objetivos mancillar la piel delicada de la joven.
Desearía poder irse sola a la universidad y de igual manera regresar a casa, pero eso no le es permitido por su madre, quien le controla cada cosa, incluso la hora de llegada.
—Buenas tardes, Samantha —saluda el tío, dentro del vehículo.
—Buenas tardes, Paco —le devuelve el saludo con desdén. Con gran incomodidad y terror, entra al auto. De inmediato, el tío casi se le tira encima para besarle la mejilla, acción que la aturde, puesto que siente el peso de él, su colonia y ese aliento, que, aunque no es hediondo, ella odia.
—¿Cómo te fue hoy? —pregunta mientras le roza los dedos por las rodillas. Ella da un respingo al sentirse ultrajada y le quita la mano de forma disimulada.
—Bien —responde cortante y enfoca la mirada en la ventana. En su mente, ruega por llegar rápido a casa y refugiarse en la seguridad de su habitación.
***
Encima de su medio de transporte, Adam se siente invencible y poderoso.
Hace varios saltos y piruetas, llamando la atención de los transeúntes que caminan por la calle. Se siente tan bien de que lo miren con admiración, que se deja llevar por la emoción, razón para saltar sin vacilar sobre la baranda de unas anchas escaleras que lo conducen a otra calle. Es esa seguridad que le brinda su destreza y habilidad, la que lo hace actuar como si fuera Superman y tuviera el poder de violar las leyes físicas.
Con la adrenalina a flor de piel, se desliza sobre la baranda, sintiéndose libre y poderoso, ante las miradas de asombro y fascinación de parte de las personas que bajan y suben las escaleras.
«Sí, puedo pasar por alto la necesidad de bajar y subir los escalones, como lo hacen esos simples mortales. Tengo el poder de hacer lo que se me antoje», alardea en sus pensamientos.
—¡Soy Superman, carajo! ¡Puedo volar...!
Y eso es lo que hace.
Desciende al suelo de golpe, captando la atención de todos los transeúntes ante su brusca caída. Un grupo de personas se le acercan para inspeccionar que esté bien y entero. Entonces, la chica de cabellera castaña se pone de cuclillas ante él con la mirada café llena de preocupación.
—¿Estás bien? —Su voz suena como la más dulce melodía para él.
Este no responde, en su lugar le evade la mirada. Se niega a creer que perdió el equilibrio porque notó la presencia de la chica, cuando esta bajaba las escaleras.
«¡Vaya Superman que soy...!», ironiza en su interior.
El mutismo se ha adueñado de él, al verla de frente y tan cerca. Ella, por su parte, lo escudriña en busca de alguna herida seria, mas se sonroja cuando se encuentra con la mirada celeste, que la observa con intensidad y fiereza.
—¡Llamen a una ambulancia! —vocifera una señora. Al instante, se escuchan murmullos y más personas se agrupan alrededor de él, lo que incrementa su vergüenza.
«¿Una ambulancia? ¿Para quién? ¿Para mí?», piensa espantado, «¡Perfecto, esto era lo que me faltaba!»
De inmediato, sale de su trance y se levanta con dificultad. No cree que se le haya roto ningún hueso, aunque tiene uno que otro golpe y raspones.
—¡No es necesario! ¡Estoy bien! —exclama en voz alta para que lo dejen en paz. Lo menos que necesita, es que lo lleven al hospital en una ambulancia, debido a que eso le provocaría un ataque de nervios a su madre, trayendo como resultado su paranoia, drama y exageración del asunto y está convencido de que esta lo privaría de usar su patineta.
—¿Estás seguro, muchacho? —cuestiona la señora con expresión incrédula, al tiempo que señala todos sus golpes y habla de lo fuerte que fue la caída.
Por su parte, Adam trata de convencerlos y hasta exagera sus movimientos, para que lo dejen tranquilo de una buena vez. Como resultado, todos los curiosos se disipan, tal vez decepcionados de que no haya sido grave el asunto y quedarse sin un tema amarillista del cual hablar.
—Samantha, vámonos —comanda una joven mujer, de cabellera castaña y ojos color café, quien agarra a la causante de su accidente por el brazo, y ambas se marchan con urgencia.
Adam maldice en su interior, por no tener el chance de agradecerle que se haya detenido para revisar que él esté bien, de igual manera, poder presentarse y pedirle su número de teléfono.
Con mirada fiera, como de depredador que observa a su próxima presa, la observa alejarse con prisa junto a aquella otra mujer que, a juzgar por el parecido, diría que es su hermana mayor o una prima.
A media tarde, el sol aún resplandece potente sobre la universidad y el calor se siente insoportable. Ella ya ha terminado la última clase del día, así que pronto su tío vendrá a buscarla.La angustia de tener que estar tan cerca de él le provoca un malestar en todo el cuerpo, pero esta vez no se sentará en el copiloto; según su plan, de inmediato se subirá en el asiento de atrás, de esa manera evitará los roces atrevidos de parte de su tío.La bebida fría que se tomó después de clase, como manera de calmar un poco el calor, le provoca ganas de orinar. Mas, ella se siente intimidada por las demás personas y compartir hasta el baño le es incómodo. Esa fue la razón para empezar a usar el baño de la facultad de deporte, puesto que este, a horas específicas, es poco transcurrido.Sin embargo, al parecer no solo ella conoce ese detalle, y supone que esa fue la razón para que ese chico decidiera hacer cochinadas allí. Cada vez que recuerda ese suceso, siente que se le revuelve el estómago.
Acostado en la cama, Adam recapacita acerca de su comportamiento y la manera en la que le habló a su madre. También revive en su mente, lo acontecido con aquella chica tímida. De repente, recuerda un evento al que no le había dado importancia. «Es casi mi cumpleaños», piensa mientras mira hacia el techo.Para su desgracia, su madre está renuente a dejarlo salir, situación que lo lleva a preguntarse cómo festejará que por fin será mayor de edad, si su progenitora le prohibió salir de casa.«Estoy harto de esta maldita prisión», se queja en su mente mientras hace una mueca de desagrado.Salir solo para ir a la universidad lo tiene ansioso. Adam siempre ha sido un chico activo, que le encanta estar en los espacios abiertos y hacer sudar el cuerpo. Es por esto que necesita ir a patinar, respirar el aire fresco, charlar con sus amigos y hacer cualquier cosa fuera de esa casa, que se está tornando asfixiante.Al otro día, se levanta con desdén y se prepara para ir a la universidad. Ya vest
Samantha se encuentra sentada en la sala, con las manos aferradas al borde de la falda de su vestido, mirada baja y expresión sumisa y asustada. La mujer de cabellera castaña, ojos oscuros y cuerpo esbelto, ceñido en un vestido de tela gruesa y de color negro; y de cabello peinado en una coleta alta y estilizada, la observa con una ceja levantada y un látigo negro en manos, de esos que se utilizan para domar a los caballos.—¿Acaso te eduqué de esa manera, Samantha? —interpela mientras juega con el objeto de manera amenazante y autoritaria.—No, mamá.«Me educaste para ser una cobarde y una sumisa», termina en su mente, lo que no se atreve a decir con su boca.—Entonces, ¿por qué diablos te comportas como una niña rebelde?—Solo me defendí, mamá —replica con voz temblorosa.—De tu tío… —La mujer hace una pausa, suspira y luego la mira con odio—. Eres una malagradecida, ¿lo sabías?—No lo soy… —musita al borde del llanto. No podía creer que su propia madre pusiera a ese depravado por e
Adam se ha pasado toda la fiesta buscando a Samantha con la mirada. A ese punto, siente que no disfrutará de su cumpleaños. Si es sincero consigo mismo, lo que más lo motivó a escaparse de casa fue saber que ella estaría allí.—¿Bailamos? —lo aborda Sandra, quien se le acerca seductora; sin embargo, este solo la mira inexpresivo, dado que su interés está puesto en otro lado.—Disculpa, pero él bailará conmigo —interviene con desafío, la morena que lo maldijo en el campus y de quien ni el nombre se sabe.—¡Aléjate, perra! Él es mi chico —profirió Sandra con gestos despectivos.—Disculpa, zorra —la otra la empuja y se le coloca al lado a Adam con expresión posesiva—, pero él no tiene nada contigo porque él y yo estamos juntos.«¿Qué? ¿Juntos?», piensa él alarmado.—Ah..., disculpen las dos, pero hoy es mi cumpleaños y quiero pasarla bien. Ahora mismo no tengo ganas de bailar, creo que me está doliendo la cabeza. —Adam se frota las sienes con dramatismo, puesto que no sabe cómo salir de
La brisa fría del mar es una caricia agresiva y pasional a la piel de ellos, que provoca que los vellos se les erice. O quizás esa reacción se deba a la unión de labios, que ha agarrado a Samantha desprevenida. Como respuesta a la invasión de parte de él, ella se ha quedado paralizada en su lugar, puesto que no tiene ni la mínima idea de cómo reaccionar al movimiento de Adam. Ella, a diferencia de él, carece de experiencia debido a que es la primera vez que alguien la besa. Esa sensación en los labios, al ser degustados de esa manera tan cosquilleante y placentera, le parece extraña, pero exquisita a la vez. Siente un estremecimiento en todo el cuerpo, debido a la mezcla del aliento cálido con la humedad y frescura, que emana de la boca invasora, que se come la de ella con atrevimiento y falta de pudor. «No, Samantha, no debe gustarte», piensa ella angustiada, puesto que ese no debe ser el comportamiento que la defina. ¿Besarse con un chico a quien apenas conoce y en público? No,
«Siento que floto en el aire y que dejaré de respirar en cualquier momento. La estoy besando... Sus lindos labios están entre los míos ahora mismo, esto es delicioso. Percibo como ella tiembla en mis brazos, porque no solo la estoy besando, me he atrevido a abrazarla.Su cuerpo es tan calientito...Su brusca resistencia me saca de aquel delicioso trance, aunque debo admitir que no he despertado a la realidad aún, no... Estoy ido, aturdido, sorprendido de mí mismo, pero también de todas esas sensaciones que me recorren el cuerpo.Solo fue un beso».Adam se despabila agitado y colorado.—Un beso no correspondido, por cierto —masculla molesto y mira por todos lados.Repasa en su mente lo acontecido y es cuando cae en cuenta que Samantha se ha ido. Las voces molestas de las dos chicas frente a él le torturan los oídos, mas este las ignora.Sin entender la razón de su comportamiento, Adam corre fuera de la playa y no responde a los llamados preocupados de sus amigos, puesto que, lo único
Adam se queda sentado en su lugar, mientras que los demás salen del aula de la última clase del día para él. Observa a Samantha atento, quien recoge sus menesteres y lo entra en la mochila.Por un momento siente la necesidad de hablar con ella y de pedirle disculpas por lo que le hizo, pero es más grande su orgullo o la evasión de lo que está surgiendo dentro de él.La ve traspasar la puerta en silencio y sin dedicarle ni una mirada a él, de la misma manera que ha hecho en todos esos días. Cuando Adam sale de su ensoñación, nota que a ella se le ha quedado la lapicera en el asiento. Dubitativo, se pone de pies dispuesto a recogerla y correr tras ella para dársela; sin embargo, no logra su cometido porque Sandra entra al aula y se lanza sobre él, como si fuera gata en celo.—¡Oye! ¿Qué te pasa? —El trata de quitársela de encima, pero eso solo provoca que ella lo apriete más.—Hola, Adam.—¿Qué quieres? —cuestiona él con hastío.—Escuché que terminaste con la mosca muerta y fea de tu “n
Adam llega a casa cabizbajo y de una vez se dirige a su habitación. Se tira en la cama con los brazos debajo de la nuca mientras enfoca la mirada en un punto fijo y esboza un largo suspiro. Los recuerdos del arrebato en la biblioteca lo torturan cual cruel acusador, entonces se frota las manos en el rostro con rudeza.—¿Por qué soy tan idiota? —se auto reclama—. Volví a jugar con esa niña rara y todo por dejarme llevar por mi estúpido orgullo o lo que sea que me esté haciendo actuar como a un patán.»Siempre he sido un Donjuán y no me tomo a ninguna chica en serio; sin embargo, no me meto con todas, tiendo a respetar a las niñas ñoñas y complicadas. No sé qué demonios me está sucediendo. Creo que debo tomar una medida extrema para resolver este asunto.Adam maquina una forma que, según él, es la correcta, así que se levanta deprisa y busca su celular. Marca un número y espera ansioso a que la persona a quien está llamando le responda.—¿Qué diablos estoy haciendo? Esto está mal, muy m