Capítulo 4

A media tarde, el sol aún resplandece potente sobre la universidad y el calor se siente insoportable. Ella ya ha terminado la última clase del día, así que pronto su tío vendrá a buscarla.

La angustia de tener que estar tan cerca de él le provoca un malestar en todo el cuerpo, pero esta vez no se sentará en el copiloto; según su plan, de inmediato se subirá en el asiento de atrás, de esa manera evitará los roces atrevidos de parte de su tío.

La bebida fría que se tomó después de clase, como manera de calmar un poco el calor, le provoca ganas de orinar. Mas, ella se siente intimidada por las demás personas y compartir hasta el baño le es incómodo. Esa fue la razón para empezar a usar el baño de la facultad de deporte, puesto que este, a horas específicas, es poco transcurrido.

Sin embargo, al parecer no solo ella conoce ese detalle, y supone que esa fue la razón para que ese chico decidiera hacer cochinadas allí. Cada vez que recuerda ese suceso, siente que se le revuelve el estómago.

—Ese tipo es un mujeriego, después de todo. Supongo que todos los que son así de atractivos, aprovechan su físico para ligarse a todas las mujeres que se les atraviese por el frente —musita para sí con el ceño fruncido.

Con recelo y agachando la cabeza, para ver a través de la abertura en cada cubículo, entra a uno para orinar, aliviada de estar sola allí. Cuando termina de hacer sus necesidades, sale del baño de las mujeres, mas en el pasillo, es interceptada por dos deportistas grandes y fuertes, que acaban de salir del área de las duchas.

—Hola, bella, ¿cómo te llamas? —pregunta uno de ellos mientras la detalla con lujuria.

Samantha no responde porque se ha quedado sin habla, por causa del terror que siente en ese momento. No puede creer su infortunio. Siempre es así con los hombres que se le acercan, por eso a veces piensa que tiene algún tipo de maldición para que todos se quieran propasar con ella, puesto que ni siquiera es muy bonita ni tiene el cuerpo delgado y esbelto que les gusta a la mayoría de los hombres.

Con temblores y la angustia apretándole el pecho, trata de escabullirse para escapar de ellos; no obstante, el más robusto la empuja hasta la pared y le habla cerca del cuello.

—Quieta, pequeña, será rápido y sabroso. ¿Qué dices, amigo? —se dirige a su cómplice—. ¿Nos la llevamos hacia los vestidores y allí nos la cogemos rico? Haríamos un trio interesante.

Al escucharlo, ella empieza a lloriquear y trata de zafársele, pero este la sostiene fuerte contra la pared y empieza a manosearle los muslos.

—Deberías estar feliz, te gozarás a dos tipos atractivos y que saben coger —alardea él mientras roza la parte íntima de la chica, por debajo de la falda.

Ella se remueve incómoda y empieza a sollozar muy nerviosa.

—Por favor, no me hagan daño —implora entre lágrimas.

—No te preocupes, preciosa, daño no te haremos. Te encantará todo lo que te sentirás aquí… —Escurre los dedos por debajo de la ropa interior y empieza a frotar—. ¿Dónde más, amigo? —le pregunta a su compañero.

—Y aquí… —Este acorta la distancia con la chica y le manosea los senos. Entonces ambos la tocan con malicia.

—Déjenme ir, por favor. Dejen de tocarme, déjenme ir… —ruega al borde del colapso. Ellos se burlan de ella, puesto que verla tan indefensa aumenta su morbo.

—¿Qué diablos hacen? —Una voz gruesa y masculina interrumpe el asalto.

—Vete de aquí, mocoso y haz de cuenta que no has visto nada —ordena uno de ellos.

Adam ríe ante sus palabras.

—¿Qué me vaya, dicen? —Vuelve a reír—. ¿Por qué no lo hacemos de esta manera: ustedes la dejan ir y quizás así yo no les patearé el trasero?

—¿Acaso quieres morir, chiquillo? —Amenaza el otro. Él deja de tocarla para ir a enfrentar a Adam, quien ya está a una distancia prudente de ellos, mientras que el otro sostiene a Samantha para que no se les escape.

—Déjala ir o te romperé la cara de idiota —advierte amenazante. El abusador lo mira de arriba abajo y nota que, pese a que es unos años más joven que él, posee la misma altura y grosor muscular, por lo que supone es un nuevo deportista, ya que no lo había visto antes.

Adam lo observa desafiante e intimidante, mientras sostiene su mochila con una mano. Él acaba de utilizar los recursos de la institución para ejercitarse, por lo que se encuentra sudoroso. Esa es la razón por la que decidió usar el baño con las duchas, dado que necesita quitarse el hedor a sudor, asimismo, cambiarse de ropa.

El otro sujeto lo observa con atención y nota los moretones en su piel, lo que le indica que quizás el chico es un busca pleitos.

—Mocoso, mejor sigue tu camino y evítate problemas. No te conviene meterte con nosotros. —Lo vuelve a amenazar.

—¡Déjenla ir, malditos cerdos! —grita, al perder la paciencia.

—Y si no la dejamos ir ¿qué? —profiere su contrincante con tono provocativo.

Adam no espera ni un momento más para atacarlo, puesto que entiende que hablar con ellos es una pérdida de tiempo. Es por esto, que lo golpea en el estómago y luego en el rostro. Y, puesto que lo agarra desprevenido, el abusador a puro esfuerzo logra defenderse. Su cómplice, al notar que su amigo está en desventaja, suelta a Samantha y se une a la pelea, golpeando a Adam con tirria.

—¡Déjenlo ir! ¡No! ¿Qué están haciendo? ¡Deténganse! —grita ella desesperada y muy alterada.

Los dos sujetos siguen golpeando a su salvador con saña, entonces ella decide intervenir. Con manos temblorosas, entra su libro enorme y pesado dentro de la mochila y, después de batallar para cerrarla, debido a que el libro es demasiado grande, ella utiliza la mochila como arma, golpeando con todas sus fuerzas a uno de ellos. Adam aprovecha su intromisión para caerle a trompadas y a patadas al otro.

En ese momento, uno de los entrenadores entra a esa área junto a otros deportistas. Él, al vislumbrar la escena, empieza a silbar para que los chicos detengan la pelea, pero esto no los detiene. Entonces le ordena a los demás que los separe. Samantha es la primera en dejar de pelear cuando se percata de que hay otras personas allí, entonces ayuda para que Adam a que se calme.

 —¿Qué demonios están haciendo? —interpela mientras pasea la mirada entre los tres chicos—. Esta es una universidad decente y no vamos a permitir este tipo de comportamiento. Supongo que todos aquí somos adultos y que ya la secundaria y el tiempo de inmadurez quedó atrás, por esto les advierto que este tipo de acciones no se pueden repetir o podrían ser expulsados de aquí —amenazó intimidante.

—Él solo me defendió de estos malandros… —replicó ella con voz temerosa.

—¿A qué te refieres, jovencita? —pregunta el hombre un tanto intimidante.

Ella se muerde el labio inferior y traga pesado. Debería denunciar aquel asalto, pero no tiene las agallas porque eso desencadenaría un caos en su vida. Ya mucho había logrado con que su madre la dejara estudiar por su cuenta, así que no debía tentar su suerte y quedar aprisionada de por vida.

—No es nada, estoy segura de que ellos no se volverán a cruzar en mi camino, ya que a estos no les conviene una denuncia —responde mientras mira a sus agresores. Para ellos es claro que les está enviando un mensaje, pero esa chiquilla se ve que es una cobarde ingenua, así que su amenaza no les causa ningún temor.

—¿Qué? —profiere Adam, maravillado por la respuesta de ella—. ¿Dejarás todo tal cual? Estos malditos te estaban acosando, deberías poner una denuncia por depredadores sexuales.

—Esa es una acusación muy grave —interviene el entrenador—. Debería tener cuidado con lo que dice. No se anda acusando a las personas a la ligera.

—No estoy acusando a nadie a la ligera, señor, eso fue lo que sucedió. Estos cerdos la estaban tocando en contra de su voluntad. Deberían ir a la cárcel —escupe él con rabia.

—¡Nosotros no hicimos tal cosa! —negó uno de ellos con tono indignado—. Fue ella quien se nos insinuó.

Su compañero empezó a alegar lo mismo, entonces se armó una discusión entre ellos, que podría culminar en una nueva pelea. El entrenador, que conocía a los chicos y de lo que eran capaces, silbó para recuperar el silencio y miró a Adam con autoridad.

—Ten cuidado con lo que dices, muchacho. Te puedo asegurar que estos dos no se volverán a meter con la chica ni ninguna otra, porque estos no querrán perder su beca y echar su carrera a la basura. —Mira a los deportistas amenazante—. Pero tampoco es bueno meterse en líos legales; ten en cuenta que estos muchachos son muy importantes para esta institución, así que mejor deja de estar haciendo acusaciones infundadas y olvida este asunto.

—¡Cómo se atreve a decirme eso! —reclama lleno de ira. No puede creer que ese hombre, quien debería poner el ejemplo, esté apoyando a esos rufianes—. ¡Me importa una m****a quiénes son estos tipos, ellos estaban acosando a esta chica y deben pagar por ello!

—Oye, mejor dejemos este asunto aquí, yo no quiero problemas —le pide ella, al ver lo alterado que se encuentra su defensor.

—No te dejes intimidar por estos rufianes, tienes todo el derecho de denunciarlos —insiste.

—No es necesario, ellos mantendrán su distancia de mí. Mejor vámonos —pidió al borde de los nervios.

Él va a refutar, pero ella sale corriendo de allí, entonces él la sigue para convencerla de que comete un error.

—¡Oye, espera! —vocifera detrás de ella. Cuando se encuentran alejado de aquella área, ella se detiene y empieza a revisarle los golpes. No obstante, este le empuja la mano que le toca el rostro y la mira con decepción—. No puedo creer que seas tan cobarde —le reclama airado.

Ella baja la mirada avergonzada y empieza a jugar con sus manos. Ser testigo de su extrema timidez y cobardía, le hierve la sangre. No soporta su actitud permisiva y carácter frágil.

—No es tu asunto…

—Tienes razón, no lo es. Me importa una m****a si eres una tonta que deja que cualquiera te pisotee a su antojo. Disculpa por meterme en tu vida, debes estar tranquila porque jamás lo haré. Las personas como tú me irritan, ya que se dan tan poco valor y siempre son unas víctimas tontas, como si defenderse fuera una misión imposible. Mejor me voy, es desgastante si quiera mirarte —escupe con asco y se va.

Las lágrimas le mojan las mejillas al sentirse poca cosa. No solo se siente humillada, también avergonzada.

—Soy una tonta… —susurra para sí y se dirige a la entrada a esperar a su tío.

Por otro lado, Adam llega a casa con el humor de los mil demonios, pero para colmar la situación, su madre entra a la casa justo detrás de él, así que nota que se ha peleado. Una discusión estalla porque este le responde de mala gana, dando como resultado un castigo de todo un mes, así que solo tiene permitido ir a la universidad.

—Y para que no te quieras pasar de listo, yo misma te llevaré y te buscaré, aunque eso sea una nueva carga en mi horario —le dice ella alterada.

—Ya estoy acostumbrado a ser una carga, también a que quieras controlar mi vida a tu antojo. Pero adivina, dentro de unas semanas cumpliré dieciocho años, por lo tanto, seré mayor y no podrás manejarme a tu gusto —contesta él con ira.

—Ah, ¿sí? Que cumplas la mayoría de edad no significa que harás lo que se te venga en gana. Mientras vivas en esta casa, tendrás que obedecerme, jovencito.

—Eso se resuelve fácil, mamá. Estoy seguro que a papá no le importará regalarme un apartamento. ¿Crees que me joderás la vida? ¡Pues no! Tengo la manera de largarme de esta casa cuando se me antoje.

Ella lo mira dolida y no puede creer que su hijo sea un malcriado y mal agradecido.

—¡No me hagas malcriadezas! —profiere al borde del llanto—. Tampoco me amenaces con que te irás de la casa. ¿Crees que tú podrías vivir por tu cuenta? ¡Ja! Me gustaría ver eso.

—¡Y tú deja de meterte en mi vida! En realidad, si me voy de esta casa ustedes estarán felices. ¡Ya no tendrán que cargar con un maldito bastardo!

La cachetada que le voltea la cara a Adam, resuena en la sala y le deja la mejilla roja.

—¡Con un demonio! —espeta él alterado, pero no añade más, en su lugar, se dirige a la habitación con la ira ardiendo dentro de él.

—¿Peleando otra vez? —inquiere Candela, pero la madre de este no responde. Ella decanta en irse a la cocina para tomarse un té que le calme los nervios.

 Por otro lado, Adam tira la mochila en el piso con rabia mientras profiere todo tipo de maldiciones. Entonces se tumba en la cama y suspira varias veces.

—Hoy ha sido un día de perros —dice más calmado. La imagen de esa niña tonta le inunda la cabeza, entonces hace una mueca la recordar lo pendeja que es—. No la soporto. No puedo creer que me haya atraído una chica tan sumisa como ella. Es que no tiene nada que me pueda encantar, porque ni tan bonita es. —Respira hondo y entorna los ojos.

»¿Qué diablos estoy pensando? Mejor empiezo a buscar apartamentos en venta para mudarme desde que cumpla la mayoría de edad, estoy harto de que mamá me trate como a un chiquillo. Además, es tiempo de empezar a vivir por mi cuenta y demostrarles a todos que yo puedo valerme por mí mismo.

Con esta idea en la cabeza, Adam empieza a planear su nueva vida.

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