La vista del atardecer era hermosa, como siempre había sido en aquellas tierras, y la antigua mansión Tudor, se erigía orgullosa sobre aquella colina en donde sus más tiernas memorias de infancia, habían tenido a lugar. Abriendo aquella vieja verja que yacía oxidada y carcomida por el evidente paso de tiempo, Gabriel se sintió nostálgico. Sin embargo, no había regresado a aquel sitio solo para recordar tiempos más dichosos.Profanando a la memoria de su ancestral familia, dentro de la mansión se hallaba Elijah Bennet, quien ya había hecho suficiente daño para permitirle seguir con vida. Eufemia, su hijo, y tambien, el propio Ares, merecían vivir una apacible vida sin que aquel desgraciado estuviese sobre ellos. El camino empedrado ahora yacía cubierto de moho, los antes bellos jardines, habían desaparecido devorados por la naturaleza, y, sin embargo, aquel que había sido su hogar, yacía intacto a pesar del paso del tiempo.El crujir de la vieja puerta de madera se hizo presente, entra
“Te ves linda cuando sonríes”Aquella noche fría, solitaria y silenciosa, le recordaba tanto a esos tiempos en que, en esa choza humilde y descuidada, intentaba calmar el miedo, la tristeza y el llanto. Las tierras Fenrir, siempre sumergidas en el silencio, daban paso a que las imaginaciones agitadas dieran a lugar a pensamientos tenebrosos y dañinos, que una niña no debería de haber tenido jamás. Su padre, siempre salía a cazar por las noches, procurándoles así el alimento necesario sin que los demás lobos de la manada se interpusieran en su cacería. Era solo una pequeña en su quinto invierno, que intentando calentarse al calor del fuego en el fogón, esperaba el regreso de su padre. Cada día y cada noche en aquellas tierras desoladas e inhóspitas, era una supervivencia; siendo marginados, despreciados y humillados, no había mucho que pudiesen hacer. El líder de la manada, Enegor Fenrir, había establecido una regla: nadie debía de ayudar al Alfa Farbauti quien había perdido su posici
El viento soplaba helado, tanto, que aun para un lobo, era difícil ver en aquella tormenta. Aquella espalda, sin embargo, le resultaba familiar, era la misma que vio durante tantas ocasiones en su temprana juventud; la espalda del padre de la mujer a la que entrego sus afectos. En una tormenta similar a aquella que asolaba aquellas regiones, es que había conocido a Eufemia; su pequeña choza era lo único que había encontrado para refugiarse, luego de perderse intentando cazar un enorme venado para el gran Enegor Fenrir, y demostrar que era digno de heredar su legado.Aquella visión de una pequeña, asustada y andrajosa criatura de emotivos ojos grises, lo había sorprendido de sobremanera; aquel lugar era realmente inmundo, no era simplemente posible que alguien estuviese viviendo allí en semejantes condiciones. Si embargo, su olfato no lo engañaba, y en aquella humilde morada no solo habitaba esa pequeña cuyo delicado aroma a agua de rio y flores salvajes, había despertado “algo” dentro
Las nubes habían dejado de ser grises, tornándose completamente oscuras y peligrosas. Los vientos parecían haber desatado su furia, y arrancaban los árboles desde su raíz con tal violencia, que varios de estos habían salido volando. Aquella tormenta presagiaba muerte y destrucción, recordaba las viejas leyendas que solía contar su padre, y sobre el lenguaje del viento. No había rastro alguno de Ares, y aun cuando ahora se había auto declarado el señor de aquellas tierras y contaba con el apoyo de prácticamente toda la manada, Soromir sabía demasiado bien, que mientras su hermano y ese hijo bastardo siguieran existiendo, su reinado sobre las tierras Fenrir no podría durar para siempre.—Señor, encontramos a este inútil cobarde husmeando en los límites de sus tierras —Ante él, había sido arrojado un ser de aspecto desagradable, su hediondo hedor a sangre vieja y a muerte, delataban la clase de criaturas que era: un vampiro. Mirándolo a detalle se percataba que parecía ser el mismo que
El olor a sangre impregnaba aquel sitio.—Maldito seas… —Aquella fría mirada violeta, estaba fija en aquel hombre pelirrojo que sangraba frente a él.—Eres un simple cazador humano, ¿Esperabas poder ganarme? No soy como los demás híbridos, mi sangre, es especial —Elijah miraba con un deje de rencor a ese hombre, el único Nefilim que existía en la actualidad, y el único sobreviviente del clan de cazadores más poderosos que existió algún día.—Es una pena, en verdad, es una pena que tu madre se haya revolcado con un ser celestial. Tienes razón, mestizo, tu sangre es especial, pues eres peor de abominable que todos los demás seres, eres el fruto del verdadero pecado, tu madre fue una pecadora que hizo pecar a un ángel de Dios, y por ello, tu familia cayó en desgracia; fueron castigados por cometer sacrilegio y venerarte a ti como si fueras algo de lo que sentirse orgulloso, pero solo eres, un vil pecador —Aquellas palabras desesperadas, no lograban ofender ni herir a Gabriel quien mir
El viaje había sido corto, o quizás, se sentía de tal manera por la urgencia que tenían de llegar a aquel pueblito escondido que les estaba sirviendo de refugio. Un mestizo hijo de una humana y ángel, era algo prácticamente imposible de ver, pues todos ellos, supuestamente, habían desaparecido hace siglos. Aquellas alas que ahora se habían ocultado, eran la prueba de que ese hombre Gabriel, era un ser especial. “Ese miserable, se ha llevado la carta de vida del primer pecador…él quiere…despertarlo” ¿A quién quería despertar ese cobarde cazador y con que propósito? Aquello dicho por el inconsciente hombre, había dejado muchas más preguntas que respuestas; era claro que el Bennet había robado algo importante de esa biblioteca que nuevamente había sido sellada, pero no tendrían la respuesta de aquel enigma hasta que el Tudor despertara. —Hace años, cuando conocí a mi Lenore, ella me conto sobre un ser perfectamente inmortal…un ser que fue creado, y no era natural…creo que el Tudor, se
Fulgores prohibidos, apasionadas caricias, y agitaciones silenciosas, se quedaban encerradas en aquella habitación. Los botones de rosa estaban erizados, como erizada estaba su blanca piel que rosaba con aquella besada por el sol, del único hombre al que había amado. Los placeres secretos en medio de la noche, se compartían entre besos cándidos que llevaban a dos almas a fundirse en una sola, y, sin palabras, transmitían todo aquello que el agitado corazón sentía en aquella penumbra cálida entre dos cuerpos desnudos. El amor era terrible, una condena que el alma disfrutaba, y que los hacia prisioneros de aquel sentimiento que era tan capaz de llevarlos a la gloria, o al propio infierno. No había razones, no había lógica, tan solo aquel fuego que los consumía en alma y en carne. ¿Por qué era inevitable sentir aquello? La mente racional, cedía ante el impulso del amor, arrastrándolos como una ola que imposible de esquivar, ante emociones que agitaban cada uno de sus sentidos, y que los
El cándido esplendor de las amarillentas velas, iluminaba tenuemente aquella habitación. La música sonaba suave, distante, haciendo que los enmascarados bailaran aquella magnifica sonata que emulaba a la luna llena. Los seres de la noche, aquellos inmortales que serían eternamente despreciados, no tendrían cabida alguna dentro de aquella celebración que, irónicamente, se regocijaba ante aquel retrato que no le hacía justicia a la divina belleza que el primer maldecido, se decía, poseía en realidad. Los vestidos rojos y los trajes negros que intentaban imitar a un tiempo mucho más oscuro, mucho más antiguo, volaban al compás del piano y el violín y los rostros ocultos tras las máscaras, mostraban una visible mueca de satisfacción ante las buenas noticias que el cazador había traído consigo.Aquella daga de plata relucía sobre el altar del altísimo; la sangre del hijo del ángel, aún estaba fresca como era de esperarse de un ser inmortal, y todos aquellos que habían asistido a tal celebr