— ¿Eres tú? Ares — El Alfa sentía aquel nostálgico aroma que le traía recuerdos trágicos de un día en verano. Aquellos brazos delgados se aferraban a su cintura, completamente aferrados y sin la intención de dejarlo irse. Aquella mujer era tal cual la recordaba de sus memorias escasas; el mismo aroma, el mismo cabello, y aquella voz melodiosa que casi no recordaba, lo bombardeaba de tal manera que se sentía repentinamente mareado. Sin embargo, y aun cuando aquello debía de ser tal cual en sus sueños había dibujado una y otra vez, no se sentía tan feliz y emocionado como había esperado...aquella mujer, era supuestamente Eufemia Farbauti, y, sin embargo, no la sentía como ella. —E-Eufemia — Musitó Ares sintiendo aquel abrazo tan frío como el hielo, y a aquella mujer como si no fuese quien decía ser. Apartándola con delicadeza, la miró directamente a los ojos, y se sintió decepcionado al notar que estos, no poseían aquel brillo de llamas ardientes que la escritora que esperaba a su
El amor. Ese sentimiento tan complicado que te sube hasta la cima de las nubes entre sueños de color de rosa, que tambien te puede hundir, al mismo tiempo, en el peor de los avernos para eternamente sufrir entre pesadillas sin remedio. No importa lo mucho que intentes huir de él, simplemente es imposible, pues todos buscamos sentirlo de alguna manera, y no podemos escapar de ello.Ares miraba por el retrovisor de su lujoso auto a aquella mujer a la que alguna vez, hacía ya demasiados años, le había hecho un juramento: el la amaría todo el resto de su larga y longeva vida, soñando con que ella hiciera lo mismo. Sus ojos zafiro, una vez más, observaban cada detalle en aquella joven que admiraba su imagen en aquel espejillo de mano mientras se coloreaba os labios de un rojo sangre. Era ella, al menos, parecía serlo. Sin embargo, de ella no emanaba aquel calor que vagamente recordaba, ni esa dulce amabilidad que lo había hecho caer ante ella. La “mestiza” que estaba en el asiento trasero,
Los grises cielos ocultaban la luz de un nuevo día que recién daba comienzo, gotas de lluvia, pequeñas, imperceptibles, de a poco iban empapando los prados de trigo y lavanda que permanecían escondidos hasta la próxima primavera. El viento comenzaba a mecer las altas copas de los arboles con gran violencia, y las hojas secas eran arrastradas en el aire sin piedad, marcando el rumbo de lo que estaba a punto de comenzar. Una tormenta iniciaba y con ella, lobos caminaban lento, pero firme, hacia aquella vieja mansión de un clan siempre respetado.Adara, frustrada, arrojaba madera seca al fuego de la chimenea que ardía abrazador consumiéndolo todo. Sus sentimientos por Ares, aun cuando llevaba aquel odioso disfraz, habían sido rechazados. Se sentía miserable, completamente sola en aquella casona plagada de habitaciones vacías que tan solo le traían malos recuerdos.Su padre, siempre, había deseado tener la posición del Alfa de aquella manada que la había visto nacer. Cada uno de los hijos
—¡Que las mujeres y los niños huyan a las montañas! ¡Los demás, mantengan la barricada, debemos de resistir hasta que lleguen los refuerzos! —El amanecer, se teñía de rojo en las fértiles tierras de los Fenrir. Un rugido generalizado que mesclaba la valentía y el horror, cimbraba los campos manchados de sangre que, antaño, habían visto varias guerras entre manadas por territorio. —¡Lleven a los heridos a la mansión! —Las hembras junto a los cachorros, habían escapado a duras penas buscando refugio en las montañas que les habían indicado, esperando lograr sobrevivir al ataque sorpresa que repentinamente había caído violentamente sobre ellos.—¡Abran fuego! ¡Ahora! —El estruendo de los rifles y el golpeteo sobre el suelo de los casquillos de plata, habían roto con la paz que, durante siglos, había existido en aquellos lares en donde una manada había logrado prosperar en completa calma, lejos de la intervención de otros clanes o de los humanos.—¡No teman! ¡Vamos a vivir para verla l
En ocasiones, los actos menos esperados y repentinos, le dan forma a las muchas historias que existe en este mundo. En ocasiones, un acto de amor improbable, es la única respuesta para dos corazones permanentemente heridos. Los besos sorpresivos, una inesperada sorpresa, resultan el remedio impensable en un mundo de almas rotas.Pasiones desatadas de deseos desenfrenados, no lograban detenerse en aquella mañana en donde la nieve caía como una tormenta fuera de los enormes ventanales de los privados aposentos. Un hombre admiraba a la silueta de una hermosa mujer, quien, en su traje de Eva, lucía tan bella, tímida y temblorosa, que había logrado hechizarlo sin remedio, dejándolo expuesto y en sus manos, en donde, sin dudarlo, en ese momento, podía morir en paz y sin arrepentimientos. El viento hacia crujir a la vieja mansión, desgarrando sin piedad aquellas tierras ocultas, en donde un Alfa mantenía celosamente guardado a sus más grandes tesoros.Aquel cuerpo femenino, ya no mostraba aq
—Vas a decírmelo, niña, vas a decirme en donde se encuentran los Fenrir —El silencio se hacía presente, el viento soplaba violentamente llevando el aroma a sangre a cada recoveco de aquellas desoladas tierras. Los heridos miraban horrorizados aquella escena, y Adara sentía como el aire comenzaba a hacerle falta. La furia de Félix Farbauti era palpable, y su corazón herido clamaba por venganza al tiempo que su fuerte mano apretaba el delicado cuello femenino de aquella morena que se negaba a hablar.—Yo…no lo sé —El lobo apretó con más fuerza, y mirando fijamente a los ojos de aquella mujer que con valentía había defendido las tierras de su señor, frunció el entrecejo al no obtener respuestas. Adara sentía que la vida se le iba de su cuerpo debilitado y herido, sin embargo, no hablaría.—Es admirable que aun estando a punto de morir, te niegues a traicionar a tu señor, sin embargo, él no está aquí para defenderte ni a ti, ni a ninguno de estos infelices que lo dieron todo por defende
—Vamos cariño, no falta mucho para llegar —Aquella madre intentaba animar a su pequeño a seguir caminando. El paso hacia la montaña los recibía con el cruel azote de una tormenta de nieve que les helaba hasta el alma, y el viento arrastraba palabras de aliento que cada madre en aquel grande grupo, decía para animar a sus cachorros a seguir adelante. Habían logrado perderles el rastro a los esbirros Farbauti que los habían estado siguiendo durante la primera parte de su largo recorrido a pie hasta los más ancestrales territorios ocultos de los Fenrir. El frío era implacable, y los azotaba con crueldad mientras se preguntaban lo que había ocurrido con sus seres queridos. La manada Fenrir había caído en desgracia, y el Alfa Ares ni siquiera se daba por enterado de que sus amadas tierras habían sido salvajemente tomadas. Caminando sin rendirse, tomaban el rumbo hacia la vieja mansión oculta entre las montañas.Eufemia meditaba sobre sus sentimientos, mientras Jennifer la examinaba. Había
— Hay café en la cocina y mantas en el salón principal —Eufemia observaba desde el pasillo, oculta tras los pilares, como Ares dirigía a toda esa multitud que repentinamente había llegado en medio de la noche y bajo una cruel tormenta invernal que casi le cuesta la vida a los más pequeños y los más ancianos. — Venga, siéntense aquí, les traerán mantas y sopa caliente — Aquel mismo Alfa que en el pasado la había tratado con crueldad, parecía tan amable y genuino con aquellas personas, que parecía ser alguien distinto. Eufemia, se sentía conmovida al ver a semejante cantidad de lobos refugiados, que con determinación se habían abierto paso entre las montañas para llegar hasta ese lugar. Según lo que había alcanzado a escuchar, una manada enemiga había invadido las tierras de los Fenrir, dando una declaración abierta de guerra hacia Ares. Todo aquello era terrible, y no comprendía quien o porqué motivo, querría iniciar un conflicto contra una de las manadas más poderosas del mundo...