Elena entrecerró los ojos, su mirada viajó desde Javier hacia el joven que estaba sentado en la parte de atrás. Un destello de reconocimiento cruzó sus facciones, aunque aún teñido de sorpresa e incertidumbre.—¿Richard...? —murmuró Elena, su voz ahora más baja, como si un recuerdo fugaz intentara abrirse paso en su mente—. Sí... creo... creo que te conozco. De la mansión... ¿verdad? Eras un niño entonces...Su mirada volvió a Javier, y luego nuevamente a Richard, deteniéndose en el evidente parecido entre ambos. Sus ojos se abrieron ligeramente, como si una pieza de un antiguo rompecabezas comenzara a encajar.—El parecido... es asombroso —dijo Elena en voz baja, casi para sí misma—. Me recuerda... me recuerda tanto... al pasado.Volvió a mirar a Javier, con una nueva intensidad en su mirada. —¿Qué quieren hablar conmigo? ¿Por qué me buscan aquí? Este no es el lugar... pero... —hizo una pausa, su voz temblaba ligeramente—... si tiene que ver con lo que estoy pensando... entonces quiz
Valentina parpadeó, genuinamente sorprendida. Hasta ahora, Soraida había sido solo un nombre, una figura nebulosa ligada a su nacimiento, pero no a su vida. —Entonces... ¿Soraida era real? Yo... nunca la conocí. Supe de ella... cuando fui al registro nos mostraron un acta de defunción... la de Soraida. Elena... ¿quién era Soraida? ¿Por qué aparece su nombre en relación con mi nacimiento?Elena suspiró, su mirada perdida en el recuerdo. —Soraida... era una chica joven, muy tímida. Llegó a la mansión como una empleada más. Hacía tareas sencillas, ayudaba en la cocina, limpiaba un poco... Recuerdo que era muy callada, siempre con la mirada baja. Parecía asustada de todo el mundo, especialmente del señor... de su abuelo, Javier.Elena frunció el ceño, visiblemente confundida y perturbada. — Ahora lo recuerdo... vagamente. Soraida... ella... ella murió. Murió cuando dio a luz... a una niña. Fue poco después de que se llevaran a Richard. Fue una tragedia... una más en esa casa.Elena asint
Anselmo se acercó con su habitual paso tranquilo, aunque sus ojos denotaban una cierta inquietud. —¿Todo bien por aquí? —preguntó, su mirada pasando de los rostros de Richard y Valentina al vacío que Elena había dejado—. Vi que la señora Elena se marchó algo... alterada. ¿Pasó algo?Valentina tomó una respiración profunda y le contó a Anselmo, con la voz aún cargada de emoción, lo que Elena les había revelado sobre Soraida. Le mostró el fragmento de la fotografía, explicando cómo Elena la había reconocido como su madre.Al escuchar la historia y ver la fotografía, Anselmo asintió lentamente, su rostro mostrando una mezcla de sorpresa y comprensión. —Así que... Soraida era tu madre, Valentina. Qué bien. Finalmente tienes una respuesta a esa parte de tu vida. Siempre supe que había algo oculto, algo que no cuadraba con la historia de Esmeralda. Elena siempre parecía cargar un peso muy grande.Richard, con una intensidad en la mirada que reflejaba su frustración por tanto secreto, se dir
El sendero hacia la cabaña de Elara serpenteaba entre los árboles, bañado por las últimas luces del atardecer. Richard y Valentina caminaban en silencio, sus manos unidas como un ancla en medio de la creciente incertidumbre. La llamada de Magaly resonaba en la mente de Valentina, tiñendo de inquietud la tranquilidad del bosque. "¿Qué querrá Gustavo de mí?", pensaba, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.Al llegar a un claro, la cabaña de Elara apareció como un refugio rústico, con una chimenea humeante que prometía calidez. La puerta se abrió antes de que pudieran llamar, revelando a Elara con una sonrisa amable pero interrogativa. Sus ojos se posaron en sus manos entrelazadas y luego en la expresión preocupada de sus rostros.Richard, Valentina, ¿qué sucede?, preguntó Elara, su voz denotando una ligera alarma. Richard tomó la iniciativa, explicándole la advertencia de Magaly y su temor por la seguridad de Valentina. Le contaron sobre las preguntas de Gustavo por el pasado de
El apartamento de Gustavo. La tensión en el aire es palpable. Estamos sentados en el sofá, pero la distancia entre nosotros parece insalvable. Sus palabras resuenan en mi cabeza, como un eco lejano y doloroso. "Tiempo", dice. "Necesitas tiempo". ¿Tiempo para qué? ¿Para que se desvanezca lo que sentimos? ¿Para que se enfríe el amor que creí eterno?Miro a Gustavo, buscando en sus ojos alguna señal de duda, de arrepentimiento. Pero solo veo preocupación, una preocupación que me duele más que la indiferencia. Se supone que nos vamos a casar. En unos meses.Él se acerca, intenta tomar mi mano, pero me aparto. No quiero su consuelo, no quiero su lástima. Quiero que me entienda, que me apoye. Pero él solo ve mi dolor, mi confusión. Y cree que la solución es alejarme, dejarlo todo atrás.—Valentina, cariño, tenemos que hablar.—Ya lo estamos haciendo, ¿no?—Sé que estás pasando por un momento difícil con lo del trabajo. Y me duele verte así.—¿Así cómo?—Desanimada, perdida. Necesitas un res
Con el corazón aun latiendofuerte por la reciente conversación con Gustavo y la llamada de mi jefe, tomé una decisión impulsiva. Villa Esperanza. Nueve horas de distancia, un viaje que nunca antes había considerado. Pero la frase de la postal resonaba en mi mente: "Donde los secretos duermen, la verdad espera". Necesitaba respuestas, y Villa Esperanza parecía ser el único lugar donde podía encontrarlas.Nunca había hecho un viaje tan incómodo, pero interesante. Nueve horas en autobús, un trayecto que se sintió eterno. El paisaje cambiaba lentamente, la ciudad dando paso a campos verdes y luego a colinas ondulantes. La soledad se apoderaba de mí, pero la determinación me mantenía firme.Al llegar al último pueblo antes de Villa Esperanza, descubrí que el acceso final era por lancha. Un pequeño muelle, el agua salpicando con fuerza, el olor a sal y a mar. La lancha, vieja y desgastada, parecía un símbolo de la aventura que estaba a punto de comenzar.El viaje en lancha fue aún más difí
El día siguiente amaneció con un sol radiante, pintando Villa Esperanza con una luz dorada. Después de un desayuno sencillo pero delicioso en el hotel, decidí explorar el pueblo a pie. Las calles estrechas y empedradas me llevaban a través de casas de colores vibrantes, jardines llenos de flores y pequeñas tiendas con encanto.Mientras caminaba, me encontré con Anselmo, quien parecía estar disfrutando de un paseo matutino. Su sonrisa cálida me invitó a unirme a él, y pronto estábamos conversando sobre la vida cotidiana en Villa Esperanza. Me habló de las tradiciones del pueblo, de los pescadores que salían al mar al amanecer y de las fiestas que animaban las noches de verano.En medio de la conversación, sentí que era el momento de compartir mi historia.—Anselmo, hay algo que quiero contarte —dije, deteniéndome para mirarlo a los ojos—. La razón por la que vine a Villa Esperanza... no fue solo por un cambio de aires.—¿No? —preguntó, con curiosidad.—Encontré una postal de este lugar
La curiosidad me carcomía. A pesar de mi escepticismo, no podía ignorar la extraña coincidencia de la llave. "¿Y si Anselmo tiene razón?", pensé, sintiendo un escalofrío. "No pierdo nada con investigar".Comencé a buscar la llave, explorando los alrededores del árbol donde Anselmo había estado sentado. La encontré lejos de donde el estaba, lo cual me hizo pensar que él simplemente la puso allí, y así hacerme creer que tuvo un sueño. "Que viejito más raro", pensé. "Como si no tuviera nada mejor que hacer". Aun así, ya tenía la llave en mis manos.La llave era vieja y oxidada, con un aire misterioso. La examiné con detenimiento, preguntándome qué secretos podría ocultar. "¿Dónde estará el faro?", me pregunté, mirando hacia el horizonte.Pregunté a algunas personas en el pueblo, y me indicaron un sendero que conducía a la costa rocosa. El faro se alzaba majestuoso en la distancia, una torre de piedra gris que parecía desafiar al tiempo.Cuando estaba preguntando a las personas de la vill