—Entonces... eres mi hermano —afirmó Javier, con una sonrisa radiante que iluminaba su rostro.Richard asintió lentamente, aún procesando la información, pero con una certeza creciente en su voz. —Sí... sí, creo que es cierto. Fernando... todo encaja de alguna manera. Ahora... Ahora quiero conocer a mi madre. Necesito hablar con ella, entender todo esto.—Puede ser... pero ir a la mansión ahora no creo que se pueda —dijo Javier, su entusiasmo inicial decayendo ligeramente. Su rostro se ensombreció al pensar en el ambiente hostil y los secretos que aún residían en la casa familiar.—¿Por qué no? —preguntó Richard, la urgencia de conocer a su madre palpable en su voz—. ¿Qué ha cambiado? Creí que querías que supiéramos la verdad.Javier suspiró, pasando una mano por su cabello. —Y quiero. Pero... después de lo que escuché de la discusión de mis padres, la forma en que hablaban de mi abuelo... siento que la atmósfera en la mansión será aún más tensa. Además, no sabemos cómo reaccionará mi
Elena entrecerró los ojos, su mirada viajó desde Javier hacia el joven que estaba sentado en la parte de atrás. Un destello de reconocimiento cruzó sus facciones, aunque aún teñido de sorpresa e incertidumbre.—¿Richard...? —murmuró Elena, su voz ahora más baja, como si un recuerdo fugaz intentara abrirse paso en su mente—. Sí... creo... creo que te conozco. De la mansión... ¿verdad? Eras un niño entonces...Su mirada volvió a Javier, y luego nuevamente a Richard, deteniéndose en el evidente parecido entre ambos. Sus ojos se abrieron ligeramente, como si una pieza de un antiguo rompecabezas comenzara a encajar.—El parecido... es asombroso —dijo Elena en voz baja, casi para sí misma—. Me recuerda... me recuerda tanto... al pasado.Volvió a mirar a Javier, con una nueva intensidad en su mirada. —¿Qué quieren hablar conmigo? ¿Por qué me buscan aquí? Este no es el lugar... pero... —hizo una pausa, su voz temblaba ligeramente—... si tiene que ver con lo que estoy pensando... entonces quiz
Valentina parpadeó, genuinamente sorprendida. Hasta ahora, Soraida había sido solo un nombre, una figura nebulosa ligada a su nacimiento, pero no a su vida. —Entonces... ¿Soraida era real? Yo... nunca la conocí. Supe de ella... cuando fui al registro nos mostraron un acta de defunción... la de Soraida. Elena... ¿quién era Soraida? ¿Por qué aparece su nombre en relación con mi nacimiento?Elena suspiró, su mirada perdida en el recuerdo. —Soraida... era una chica joven, muy tímida. Llegó a la mansión como una empleada más. Hacía tareas sencillas, ayudaba en la cocina, limpiaba un poco... Recuerdo que era muy callada, siempre con la mirada baja. Parecía asustada de todo el mundo, especialmente del señor... de su abuelo, Javier.Elena frunció el ceño, visiblemente confundida y perturbada. — Ahora lo recuerdo... vagamente. Soraida... ella... ella murió. Murió cuando dio a luz... a una niña. Fue poco después de que se llevaran a Richard. Fue una tragedia... una más en esa casa.Elena asint
Anselmo se acercó con su habitual paso tranquilo, aunque sus ojos denotaban una cierta inquietud. —¿Todo bien por aquí? —preguntó, su mirada pasando de los rostros de Richard y Valentina al vacío que Elena había dejado—. Vi que la señora Elena se marchó algo... alterada. ¿Pasó algo?Valentina tomó una respiración profunda y le contó a Anselmo, con la voz aún cargada de emoción, lo que Elena les había revelado sobre Soraida. Le mostró el fragmento de la fotografía, explicando cómo Elena la había reconocido como su madre.Al escuchar la historia y ver la fotografía, Anselmo asintió lentamente, su rostro mostrando una mezcla de sorpresa y comprensión. —Así que... Soraida era tu madre, Valentina. Qué bien. Finalmente tienes una respuesta a esa parte de tu vida. Siempre supe que había algo oculto, algo que no cuadraba con la historia de Esmeralda. Elena siempre parecía cargar un peso muy grande.Richard, con una intensidad en la mirada que reflejaba su frustración por tanto secreto, se dir
El sendero hacia la cabaña de Elara serpenteaba entre los árboles, bañado por las últimas luces del atardecer. Richard y Valentina caminaban en silencio, sus manos unidas como un ancla en medio de la creciente incertidumbre. La llamada de Magaly resonaba en la mente de Valentina, tiñendo de inquietud la tranquilidad del bosque. "¿Qué querrá Gustavo de mí?", pensaba, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.Al llegar a un claro, la cabaña de Elara apareció como un refugio rústico, con una chimenea humeante que prometía calidez. La puerta se abrió antes de que pudieran llamar, revelando a Elara con una sonrisa amable pero interrogativa. Sus ojos se posaron en sus manos entrelazadas y luego en la expresión preocupada de sus rostros.Richard, Valentina, ¿qué sucede?, preguntó Elara, su voz denotando una ligera alarma. Richard tomó la iniciativa, explicándole la advertencia de Magaly y su temor por la seguridad de Valentina. Le contaron sobre las preguntas de Gustavo por el pasado de
Javier siguió a su madre al jardín, observándola mientras cortaba con delicadeza las coloridas flores. El aire estaba impregnado de su dulce fragancia.—Madre, ¿estás ocupada? —preguntó con suavidad, acercándose a ella.Su madre se giró, ofreciéndole una cálida sonrisa. —No, hijo. Ven, ayúdame a recoger estas rosas. Sabes, en estos días me he acordado de una canción que te cantaba cuando eras pequeño. Aquella que hablaba de un amor que no pudo ser...Javier sintió una punzada en el pecho al escuchar sus palabras. Era la oportunidad que esperaba. —Ah, ¿sí? ¿Cuál era, madre? Recuerdo vagamente algunas melodías...Su madre suspiró, con la mirada perdida entre los pétalos de una rosa carmesí. —Ay, hijo... ya eso es hace mucho, mucho tiempo. Un recuerdo lejano, lleno de... nostalgia. Un amor joven, truncado por las circunstancias... por la incomprensión de otros.Su madre tomó una profunda bocanada de aire, como si el aroma de las rosas la devolviera al presente. Sus ojos brillaron con una
Las palabras de Javier resonaron en el silencio de la terraza, abriendo las compuertas de recuerdos que su madre había mantenido cerradas durante décadas. La noticia de la muerte de Fernando, sumada a la revelación de la manipulación de su esposo, la transportó de repente a aquellos años de juventud y amor truncado.En su mente, la imagen de Fernando se hizo más nítida: su sonrisa cálida, sus ojos llenos de promesas, el sonido de su voz cantando aquella melodía que ahora cobraba un nuevo significado. Recordó los paseos por el jardín bajo la luz de la luna, las cartas secretas llenas de juramentos de amor eterno, los sueños compartidos de un futuro juntos.Cada reproche silencioso que le había dirigido a Fernando durante todos estos años se convertía ahora en un puñal clavado en mi propio corazón. Había vivido una mentira, y esa mentira había moldeado mi vida y la de mi hijo de una manera irreversible.—Dios mío... —susurró con la voz quebrada, llevando sus manos al rostro—. Todo este
En el salón, la madre de Javier esperaba, sentada en un sillón junto a la ventana. Al verlos entrar, se levantó lentamente, su rostro mostrando una mezcla de curiosidad y una profunda incertidumbre.—Madre —dijo Javier con voz suave pero firme—, quiero presentarte a alguien muy especial. Él es... él es Richard. El hijo de Fernando.Los ojos de la madre de Javier se posaron en Richard, escrutándolo de arriba abajo. Por un instante, su rostro permaneció inexpresivo, como si estuviera tratando de descifrar un enigma. Luego, una leve sorpresa comenzó a dibujarse en sus facciones, seguida de una punzada de algo que se parecía al reconocimiento.—Richard... —susurró su nombre, como si probara su sabor en su boca. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras extendía una mano temblorosa hacia él. Su mirada se detuvo en los ojos de Richard, buscando algo familiar, algo que confirmara las palabras de su hijo. Richard, por su parte, la observaba con el corazón latiéndole con fuerza, sintiendo una