Capítulo cuarenta y cinco

El sol matutino bañaba los jardines del palacio de Arvandor con una luz cálida y suave, mientras las flores llenaban el ambiente con los colores más vivos. Tari estaba sentada en un banco de madera tallada, rodeada de la serenidad de la naturaleza, con una taza de té entre sus manos y una expresión relajada. Parecía estar esperando pacientemente a Ylva y Ethan.

Al llegar, Ylva no pudo contenerse. Cruzó los brazos y la miró directamente, con un tono ligeramente molesto.

—¿Podrías dejar de darle tantas vueltas al asunto? Desde el desayuno siento como si estuvieras intentando retrasar todo —dijo, sin rodeos.

Tari levantó la vista hacia Ylva, con una sonrisa tranquila que sólo parecía aumentar la frustración de la licántropa.

—Qué impaciente eres, querida Ylva —respondió, en tono divertido—. Debes cultivar un poco más esa cualidad. La paciencia es una virtud esencial para una reina.

Ylva bufó, visiblemente molesta por el comentario.

—La paciencia y yo jamás nos hemos llevado bien, Tari, y
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