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03: Encuentro en la niebla

Estaba rodeado de niebla, iluminado por una luz imposible para la hora que era.

Este lugar…

Dijo la voz en su cabeza.

No podía comprender qué había pasado. ¿De dónde había salido esa niebla? ¿Y cómo no se había percatado de que estaba siendo rodeado por ella?

Pero entonces se dio cuenta de otra cosa: estaba solo. No había nadie más en la calle, ni siquiera ruido. Corrió a una puerta y la tocó con insistencia no sabiendo qué diría cuando le abrieran, lo único que deseaba era asegurarse de que no estaba solo como sospechaba, pero luego de aporrear la puerta por un rato, nadie le abrió.

Sin resultados, se cambió a la siguiente puerta y luego a otra y a otra más. Incluso gritó para llamar la atención de los habitantes de las casas, pero nadie le respondió.

Desesperado, se llevó las manos a la cabeza, sintiendo cómo el pánico se comenzaba a apoderar de él.

No tengas miedo…

Dijo la voz en su cabeza.

Respiró hondo y recuperó la calma. No debía entregarse al pánico. El pánico sólo le haría perder la perspectiva y no podría encontrar una salida. Si estaba calmado, pensaría con más claridad en una explicación para su situación y lo más importante: cómo salir de ella.

Y así, ya calmado, fue capaz de escuchar otro ruido aparte del de su respiración: un sonido de algo moviéndose arriba de él. Levantó la mirada y se sorprendió por lo que vio: moviéndose entre los cables de luz, habían unas criaturas que él nunca había visto: parecían babosas de color blanco, pero bien podrían tener el tamaño de su brazo.

Sin embargo, no pudo concentrarse más en esas criaturas porque escuchó un nuevo sonido que le indicaba que algo se acercaba a él arrastrándose a gran velocidad.

Siendo incapaz de ver qué era por culpa de la niebla sintió el deseo de dar media vuelta y escapar, pero…

¡Espera!

Gritó la voz en su cabeza y se quedó clavado en su lugar, expectante a lo que venía y lo vio: Eran dos criaturas que parecían ser una mezcla entre una serpiente y una manta raya. Se movían a gran velocidad y se dirigían directo hacia él, no pareciendo estar prestando atención hacia donde iban, pues dieron un salto y ambas chocaron contra él cayendo todos al suelo.

Las criaturas no parecían muy felices de haber chocado con el muchacho en su loca carrera, por lo que aunque no tenían rostro, al joven le pareció que se mostraban hostiles y listas para saltar sobre él… pero el ataque nunca ocurrió, pues algo alguien cayó desde las alturas y golpeó a las dos criaturas.

Miró a su salvador o mejor dicho salvadora: una chica morena pero de cabello rubio, con una trenza en su sien izquierda y de un buen cuerpo enfundado en un traje deportivo negro. Pero lo más llamativo de su anatomía,  era esa extraña marca en su hombro izquierdo que al joven le pareció que era un par de alas apuntando al cielo.

Sin embargo, no se podía decir que la joven fuera normal, pues la mitad de sus brazos estaban cubiertos por carbones encendidos.

La joven comenzó a golpear a las criaturas con lujo de violencia, dándole al joven la idea de que los estaba usando para desquitar alguna frustración.

Cuando dejó inconscientes a las criaturas, los carbones en los brazos de la chica desaparecieron quedando estos como los de una persona normal, pero sólo por unos segundos, pues de repente unas líneas rojo carmesí aparecieron en el brazo izquierdo de ella y con este tomó a una de las criaturas la cual comenzó a convertirse en un polvo rojo que fue absorbido por las líneas y una vez que la criatura desapareció, tomó a la otra y procedió a absorberla tal y como había hecho con la primera.

Con esa tarea hecha, la chica miró al joven con lo que parecía ser una curiosidad molesta. El joven no sabía qué esperar de esa situación, cuando la muchacha al fin habló:

—¿Quién diablos eres tú?

Pero antes de que el joven pudiera profundizar más en esa pregunta, algo pasó: la joven puso en su rostro una mueca de dolor y se llevó la mano a su brazo izquierdo.

—¡¿Ahora?! —exclamó ella en molestia mientras se torcía de dolor.

Al ver sufrir a la chica, el joven olvidó todo el miedo que sentía, se puso de pie y se acercó a ella.

—¡¿Estás bien?! —preguntó preocupado, pero en respuesta la chica lo empujó.

—¡Aléjate de mí! —gritó ella mientras retrocedía unos pasos, luego miró al cielo y para sorpresa del joven, la niebla comenzó a desaparecer y con eso, los ruidos de la noche regresaron, sorprendiendo al joven al ver cómo todo había regresado a la normalidad por al parecer orden de la joven.

—Esto no tiene nada que ver contigo —dijo la joven molesta llamando de nuevo la atención del muchacho—. ¡Lárgate!

Pese a la insistencia de la chica, cualquier otra persona se habría quedado a auxiliar a alguien que claramente necesitaba ayuda, pero luego de lo que había visto su sentido común le decía que debía irse de ahí.

Dio un paso atrás listo para marcharse, pero…

¡Necesita ayuda!

Dijo la voz en su cabeza. Pasó saliva, apretó los dientes y deshizo el paso que ya había dado para plantarse con decisión frente a la chica.

—No voy a dejarte sola —declaró.

La chica gruñó, pero no dijo nada. Buscó en su bolsillo y sacó un Smartphone, marcó un número, se llevó el aparato al oído, esperó un poco y dijo:

—Ricardo… sí, otra vez… ¡ven por favor! ¡Rápido! ¡Me regañas luego! Estoy en El marqués… ¡¿Estás tan lejos?! Está bien… ¡pero date prisa!

Y tras colgar la llamada, su teléfono se deslizó de su mano y cayó al suelo, mientras ella también se dejaba caer recargada en la pared.

—¡Oye…! —exclamó el joven, pero la chica lo interrumpió.

—Ya llamé para que vengan por mí —dijo ella mirando al joven—, ya puedes irte.

—No voy a dejarte así —contestó de vuelta él.

En respuesta, la chica sonrió burlona y dijo:

—Pues adiós.

El joven miró sobre su cabeza y se dio cuenta que de nuevo estaba siendo rodeado por esa niebla sobrenatural y que los sonidos poco a poco comenzaban a ser silenciados.

—¿Otra vez? —se preguntó sorprendido mirando cómo se repetía ese extraño fenómeno.

Sin embargo, su sorpresa fue interrumpida cuando escuchó a la chica exclamar ahora sorprendida ella:

—¡¿Sigues aquí?!

El joven bajó la cabeza y sorprendido miró a la chica.

«¿Aquí? —pensó él confundido— ¿Entonces esto sí lo causa ella?»

—¿Cómo lo haces? —continuó ella molesta— ¿Cómo sigues invadiendo mi zona?

Las sorpresas para el joven no terminaban ahora con ese término.

—¿De qué estás hablando? —preguntó él con una ceja levantada.

La chica cambió su actitud de hostilidad y se mostró de verdad sorprendida.

—¿No sabes de las zonas? —preguntó— ¿Acaso no eres un devorador?

El joven abrió los ojos en confusión.

—¿Devorador? ¿A qué te refieres con eso?

La chica pareció sorprenderse cada vez más.

—Si no eres un devorador —dijo ella—, deberías irte de aquí. No podrás manejar lo que va a pasar.

—¿Qué va a pasar? —preguntó él, pero la chica guardó silencio.

El joven tenía muchas preguntas, pero se dio cuenta de que ese no era el lugar para hacerlas, así que se sentó a su lado.

—Dijiste que ya venía alguien por ti —dijo él—, pues me quedaré a esperar contigo. Tal vez no entienda qué está pasando… pero no voy a dejarte sola. Cuando venga esa persona a auxiliarte, te prometo que me iré.

La joven se limitó a verlo feo, pero no dijo nada del tema y en su lugar preguntó:

—¿Tienes un cigarro?

¡¿Fuma?!

Exclamó la voz en su cabeza.

—Lo siento, no fumo —dijo el joven negando con la cabeza.

Ante su respuesta, escuchó a la joven suspirar molesta.

Se quedaron un rato en silencio uno al lado del otro, hasta que la chica habló:

—¿Cómo te llamas?

El joven la miró, sonrió con algo de pena y respondió:

—Kaled Gama.

En respuesta, la chica rió.

—¿Qué?—preguntó Kaled un poco molesto.

—Tu nombre suena raro —dijo ella en burla, sonriendo.

Kaled rió con burla y observó:

—Vaya, sabes sonreír.

La chica detuvo su risa burlona y se llevó la mano a sus labios, un poco confundida. Kaled pensó que tal vez había dicho algo que no debía, por lo que se apuró a decir:

—Y tu nombre es…

—Diana Montes —respondió la chica, evitando la mirada de Kaled.

Kaled iba a decir algo más, pero en ese momento algo lo interrumpió: Diana volvió a gritar de dolor, se sujetó el brazo izquierdo y se tiró al suelo.

—¡¿Estás bien?! —preguntó Kaled preocupado.

—Ya viene… —gimió Diana— ¡Vete de aquí! ¡No podrás con él!

—¡¿Quién viene?! —preguntó Kaled, pero pronto supo a qué se refería Diana cuando esta dio un profundo grito de dolor y acto seguido una miasma oscura salió de ella.

Kaled se alejó y vio como la miasma comenzó a tomar forma. Era un cuerpo enorme, como el de un oso con esteroides, de grandes brazos que llegaban hasta el suelo. La cabeza era de un conejo, pero un conejo monstruoso, pues sus labios tenían la forma de colmillos.

Kaled y la criatura se miraron por unos segundos y sólo eso le bastó a él para saber una cosa:

La criatura iba a asesinarlo.

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