El sol entró por las ventanas de aquella habitación de hotel hasta que llegó a la cama en la que dormía un muchacho de alborotado cabello negro y tez blanca. Al sentir la luz entrar a su habitación abrió sus ojos castaños, se levantó y se estiró para eliminar los últimos resquicios de sueño en su cuerpo.
Salió de la cama, se dirigió a la ventana de la habitación, miró la calle frente a él y sonrió.
Aquí estamos al fin. Querétaro.
Dijo una voz en su cabeza.
Suspiró nostálgico, deseoso por explorar esa ciudad de su infancia por lo que tras ponerse la ropa y los lentes, bajó a la recepción del hotel desde donde salió a la calle.
Querétaro era la ciudad en la que había nacido y crecido al menos hasta que tenía doce años, cuando su papá decidió que necesitaban un cambio de aires y se mudaron a una pequeña ciudad llamada Xomalitlán en el estado de Jalisco.
Aunque había sido feliz en Jalisco y el paso de los años había afectado sus recuerdos de Querétaro (para empezar, no recordaba dónde vivía o los nombres de sus amigos de la infancia ahí), su ciudad natal siempre había tenido un lugar especial en su corazón y durante años deseó regresar a la gran ciudad y al fin se le había presentado la oportunidad ahora que llegaba el tiempo en que él estudiara la universidad.
Una vez llegó el momento de elegir universidad, para él había estado claro: quería estudiar en el Tec de Querétaro. Al principio su padre se había negado, incluso dándole la impresión de que le dejaría ir a cualquier parte del mundo a continuar sus estudios menos a Querétaro, pero al final después de mucho insistir, y sobre todo luego de aprobar el examen de ingreso, su papá le había dado permiso para ir a estudiar allá… aunque con algunos sacrificios.
Su familia, la cual consistía sólo de él y su padre (pues su madre había muerto antes de dejar Querétaro) no era lo que se decía muy pudiente (aunque él recordaba que en Querétaro no les iba tan mal) por lo que tendría que conformarse con rentar una habitación y además, conseguir un trabajo de medio tiempo para pagarse parte de sus gastos, pues aunque su papá le ayudaría con algo, ni de broma sería suficiente para mantener una vida en Querétaro. Pero para él eso no importaba, estaba acostumbrado a trabajar y lo consideraba un pequeño precio por ver cumplido su deseo de regresar a Querétaro.
Las clases todavía no iniciaban, pues apenas había dado inicio el verano, pero él había decidido ir un fin de semana para buscar un lugar donde alojarse, para así sólo llegar a Querétaro cuando iniciaran las clases y no sufrir por hospedaje y él ya sabía a dónde iría por su habitación: una casa de huéspedes cerca de la plaza de las Américas, pero antes de ir para allá quería hacer turismo, pues la última vez que había estado en Querétaro había sido para el examen de admisión y había ido tan deprisa que ni tiempo había tenido de pasear, por lo que ahora que tenía tiempo de sobra gracias a las vacaciones de verano, quería ver lo más que pudiera de la ciudad.
Comenzó a caminar hacia el centro de la ciudad y se sorprendió al verla tan llena de gente. Tal vez había vivido ahí antes, pero luego de crecer en una ciudad tan chica como Xomalitlán, no podía evitar sentirse intimidado por tal cantidad de personas. A él le gustaba mucho la naturaleza, por lo que lo primero que hizo fue ir a la alameda, la cual era una de las pocas cosas que recordaba con claridad de Querétaro y se sorprendió por todos los cambios que el pequeño bosque en medio de la ciudad tenía para esos tiempos.
¡Antes aquí había un puente!
Dijo la voz en su cabeza al ver que entre los cambios más importantes ya no estaba un puente de piedra que cruzaba de lado a lado la avenida.
El que quitaran el puente le dolió un poco, pero al menos otros cambios en el centro de la ciudad le gustaron sobremanera. Después de eso partió con rumbo al famoso cerro de las campanas, el cual exploró con gusto.
Podría apostar que este lugar era más grande…
Se quejó la voz en su cabeza una vez le dio la vuelta completa al lugar. Al salir del cerro, vio su reloj y se dio cuenta de que ya era la hora de comer, por lo que se detuvo a comer en un puesto cercano.
Terminado su turismo en esa zona de la ciudad, se dirigió a la plaza de las Américas y tras explorarla un poco y cuando ya comenzaba a atardecer, al fin decidió ir a buscar la casa de huéspedes, la cual estaba frente a una pequeña capilla la colonia frente a la plaza.
Era de dos pisos, tres si se contaba la azotea devenida en terraza, y con una tienda de abarrotes en la planta baja. Entró a la tienda y preguntó por el encargado, siendo recibido por una señora mayor que se presentó como la dueña del lugar.
Se presentó como el chico de Jalisco con el que ella había hablado hacía un par de días y que le había solicitado un cuarto. La casera le reconoció de inmediato y procedió a darle un tour por la casa. La verdad era que por dentro la casa se veía más apretujada de lo que parecía por fuera: la sala y la cocina estaban demasiado pequeñas y parecía que no aguantarían a más de cuatro personas juntas ahí, aunque tenía varios baños y el techo de la casa estaba muy espacioso, lo suficiente para ahí sí poder hacer reuniones. Después le mostró el que sería su cuarto en el primer piso, era algo pequeño sólo con una cama, un closet y un escritorio… pero le vendría bien a él para comenzar su nueva vida.
Una vez terminado el tour por la casa, el joven y su futura casera conversaron un poco más.
A esta señora sí que le gusta charlar.
Dijo la voz en la cabeza del joven luego de un largo rato de charla y para cuando al fin logró irse, ya estaba por oscurecer.
—¿Y si sabes llegar al hotel desde aquí? —preguntó la casera cuando el joven ya se iba.
—Sí —asintió él confiado—. Es sólo irse en línea recta desde la plaza. Hasta me iré caminando.
Tras su declaración, la señora torció la boca, lo que le dio mala espina al joven.
—Pues mira —comenzó—, no quisiera asustarte porque igual y luego ya no te quieres quedar a vivir aquí… pero ahorita anda medio peligrosa la colonia.
El joven, nervioso, pasó un poco de saliva y se atrevió a preguntar:
—¿A-a qué se refiere?
La señora tomó un poco de aire y respondió:
—Pues vieras que hace poco mataron a un señor por aquí. Estuvo grueso el asunto. Lo apuñalaron varias veces en el pecho, ¡hasta alcanzó un navajazo en el pie! ¿Cómo ves?
Si bien la intención de la señora no era espantar a un futuro inquilino, la verdad era que el joven sí había comenzado a reconsiderar su estadía en esa zona de la ciudad, sin embargo, decidió jugar al valiente.
—Estaré bien —dijo sonriendo, aunque no pudo ocultar el nerviosismo en su voz—. Además, tengo que acostumbrarme a andar por las calles de noche si voy a vivir aquí.
La señora no se veía muy convencida, pero dijo:
—Cómo veas, pero ve con cuidado.
Y tras despedirse, el joven salió de la tienda y se puso en marcha de vuelta al hotel.
Comenzó a transitar por las ahora oscuras calles de aquella colonia, primero un poco nervioso por el relato del reciente homicidio, pero después decidió no dejar que eso le amargara la noche y mejor decidió pensar en lo afortunado que era al haber encontrado tan rápido un lugar donde quedarse. Su plan era quedarse todo el fin de semana para buscar alojamiento, pero ahora que el sábado ya había encontrado la que sería su casa por los siguientes años, podía regresar a Xomalitlán… o pasar el domingo haciendo turismo, pues había todavía muchos lugares que quería conocer en Querétaro.
Ya sólo te falta encontrar novia.
Dijo la voz en su cabeza ante la perspectiva de su futura vida de universitario y no pudo evitar sonrojarse ante la idea de que su vida fuera como uno de esos animes donde un joven llegaba a la gran ciudad con la intensión de entrar a la universidad y de pronto su vida daba un giro para vivir rodeado de chicas hermosas.
Estaba tan ocupado fantaseando con su futura vida de universitario en la gran ciudad, que no se dio cuenta de lo que pasaba a su alrededor y cuando fue consciente, su única reacción fue exclamar:
—¡¿Pero qué…?!
Estaba rodeado de niebla, iluminado por una luz imposible para la hora que era.Este lugar…Dijo la voz en su cabeza.No podía comprender qué había pasado. ¿De dónde había salido esa niebla? ¿Y cómo no se había percatado de que estaba siendo rodeado por ella?Pero entonces se dio cuenta de otra cosa: estaba solo. No había nadie más en la calle, ni siquiera ruido. Corrió a una puerta y la tocó con insistencia no sabiendo qué diría cuando le abrieran, lo único que deseaba era asegurarse de que no estaba solo como sospechaba, pero luego de aporrear la puerta por un rato, nadie le abrió.Sin resultados, se cambió a la siguiente puerta y luego a otra y a otra más. Incluso gritó para llamar la atención de los habitantes de las casas, pero nadie le respondió.
Mientras Kaled y la criatura intercambiaban miradas, tras ellos Diana miraba impotente la escena. Trataba de ponerse de pie para salvar a Kaled, pero sabía que luego de ese fenómeno quedaba indefensa por un par de minutos, por lo que sólo logró juntar suficientes fuerzas para gritar:—¡Corre!Y como si el grito de Diana fuera una señal, la criatura levantó su garra y la lanzó contra Kaled. En su estupor, Kaled sólo pudo hacer una cosa: cubrirse con sus brazos y cerrar los ojos esperando el fatal golpe… pero este nunca llegó.Confundido, Kaled se animó a abrir los ojos y contempló, tan sorprendido como Diana, la escena frente a él: En efecto, la criatura lo había atacado… pero su garra se había detenido apenas a centímetros de él.Tócalo.Dijo la voz en su cabeza. Kaled
—Este mundo es más de lo que ves —comenzó Ricardo—. Hay un plano al que llamamos el underground, porque ya sabes: todo suena mejor en inglés. En este plano habitan las criaturas que conociste.—¿Los pecados? —preguntó Kaled recordando que Diana y Ricardo habían llamado así a esas cosas.Ricardo asintió.—A la par existimos personas que somos capaces de llamar un fragmento del underground al mundo real, lo que llamamos nuestra zona. Nuestro objetivo es simple: usar nuestra zona para cazar a los pecados y devorarlos.Esa última palabra le hizo sentido a Kaled y dijo:—Devoradores de pecados…—Exacto —dijo Ricardo sonriendo—, eso es lo que somos.—¿Por qué lo hacen? ¿Qué ganan con eso? ¿Protegen a la humanidad de ellos? —pregunt
Kaled abrió los ojos de golpe, se reincorporó y se limpió el sudor que le empapaba la cara para luego suspirar. Para cualquier otra persona, esa forma de despertar tal vez se podría deber al calor provocado por el verano, pero él sabía que se debía a que había tenido un muy mal sueño donde había un mundo de niebla y monstruos de formas indecibles.¿O no había sido un sueño?Kaled se apuró a tomar su teléfono, abrió la agenda y la recorrió hasta llegar a un nombre que le confirmaba que todo lo que había vivido el día anterior había ocurrido: Ricardo Santamaría.Sin querer pensar en lo que todavía tenía que hacer con ese número, salió de la agenda y miró la hora, se sorprendió por ver que era casi medio día, por lo que pronto tendría que entregar la habitació
Kaled abrió los ojos, los entornó para ver en dónde estaba y se vio en los asientos de un autobús.Se estiró para quitarse los últimos resquicios de sueño que le quedaban, luego recorrió la cortina para ver por la ventana y sólo vio un extenso campo de hierba amarilla pasar a gran velocidad frente a él.Suspiró y se volvió a acomodar en su asiento. El plazo ya se había cumplido: ahora mismo se encontraba de regreso a Querétaro para enfrentarse a su nueva vida, no sólo en lo académico, sino también dentro de ese extraño mundo de los devoradores de pecados.Cuando regresó a Xomalitlán, para su buena suerte su padre no notó que había llegado pensativo luego de su extraña aventura en Querétaro y sólo se limitó a preguntar cómo le había ido, a lo que Kaled sólo respon
—Estuvo buena la pizza, mejor que unas sopas instantáneas —bromeó Ricardo una vez que todas las rebanadas de pizza desaparecieron. Luego miró a Kaled y dijo—. Ahora que estamos más relajados, supongo que es hora de resolverte dudas sobre el mundo al que estás por entrar. Había pensado en darte toda una cátedra… pero creo que será un poco más fácil si te doy esto primero.Ricardo se puso de pie y fue hasta el trinchador, buscó algo en la parte de arriba de este y cuando lo encontró, lo jaló hacía él: un enorme libro de una gruesa pasta de piel negra y de hojas amarillentas.—Este es el diario de mi madre —explicó Ricardo mientras dejaba caer el libro en las manos de Kaled y este constataba que era tan pesado como parecía—, aunque creo que sería más propio decir que es un manual para los devoradore
Diana salió de la habitación y Kaled se apuró a seguirla.—¿En qué nos vamos a ir? —preguntó Kaled alcanzando a la muchacha. Esta le miró y en respuesta preguntó.—¿Tienes licencia de manejo?Kaled parpadeó un poco confundido y respondió:—Eh… sí.—Con eso tenemos.Y fue a la habitación de Ricardo abriendo la puerta de golpe sin ningún atisbo de vergüenza.—Nos llevamos el auto —dijo Diana más avisando que pidiendo permiso, mientras tomaba un manojo de llaves que se encontraba sobre la mesa de noche al lado de la cama.Ricardo, que se encontraba acostado en la cama mirando un partido de futbol en el televisor, sólo giró la cabeza para ver a su sobrina y sin darle mayor importancia a la intempestiva forma en la que Diana había entrado, dijo:&md
Kaled se encontraba sentado en la mesa de la casa de la familia Santamaría, con su cara apoyada sobre su puño.Hacía un rato que había regresado de la cacería de Diana. El muchacho había llevado a la inconsciente Diana de vuelta a casa y cuando llegó, tocó la puerta para que Ricardo saliera a ayudarle.Ante la insistencia de Kaled, el hombre salió de la casa y miró el auto. Vio a su sobrina inconsciente en el asiento del copiloto y sin ninguna expresión abrió la puerta del auto, cargó a la joven y mientras Kaled le explicaba de forma apresurada lo que había pasado, la llevó dentro de la casa, a su habitación. Kaled había estado desde ese momento sentado en la mesa de la sala, pensando sobre muchas cosas, hasta que vio a Ricardo salir de la habitación de la muchacha.—¿Cómo está? —se apresuró a pregu